XIX Congreso Mundial de Pax Romana 1946

La organización católica Pax Romana celebró en España su XIX Congreso. Se inauguró en Salamanca el 21 de junio, y se clausuró en El Escorial el 4 de julio de 1946; contó con más de quinientos participantes, doscientos cincuenta procedentes de unos treinta países extranjeros (se ha elaborado una relación alfabética con los nombres de los participantes). El principal protagonista del éxito que supuso esta reunión fue Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, Presidente Internacional de Pax Romana desde 1939. El congreso se organizó en seis ponencias: «I. El universitario católico ante los problemas de la Persona humana», «II. El universitario católico ante los problemas de la Universidad», «III. El universitario católico ante los problemas sociales», «IV. El universitario católico ante los problemas del Estado moderno», «V. El universitario católico ante los problemas de la Cristiandad» y «VI. Pax Romana y su acción en el futuro». Las conclusiones y las actas de las sesiones están disponibles desde septiembre de 2001 en internet: filosofia.org/mfb/1946pax.htm

En septiembre de 1939, en el Congreso celebrado por Pax Romana en Washington, se había decidido la celebración de un congreso en España, y nombrado en consecuencia a un español, Joaquín Ruiz-Giménez, como Presidente internacional de esa organización de estudiantes católicos. La Guerra Civil española había terminado hacía sólo cinco meses y era natural que Pax Romana, que había surgido del entorno de las organizaciones de ayuda a los estudiantes católicos víctimas de la primera postguerra mundial, desease intervenir en la postguerra española. De paso no vendría mal cierto protagonismo de los jóvenes católicos internacionalistas ante el nuevo régimen español, que parecía demorar la restauración de la monarquía católica, y donde nunca sobraría contrarrestar la influencia laica del jonsismo en el encarrilamiento de la nueva situación.

Pero mientras Pax Romana hacía planes en Washington pensando en la devastada España, Alemania invadía Polonia, la gota que determino el desbordamiento, la segunda guerra mundial. Y la nueva realidad internacional determinó que se tuviese que posponer la celebración del Congreso en España, y que Joaquín Ruiz-Giménez viese prolongado su mandato al frente de Pax Romana. No fue sencillo lograr que aquel congreso previsto en 1939 se celebrase por fin en España, y menos que contase con una participación internacional importante y que además resultase un éxito: léase el acta de la sesión de clausura, en la que los delegados extranjeros mencionan estas circunstancias y alaban unánimemente la prudencia y la eficacia de Joaquín Ruiz-Giménez.

El contexto político no facilitaba, en efecto, la celebración de un congreso internacional en España. Tras la marginación de España decidida en la Conferencia de Potsdam, en unos meses en los que todavía Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética eran los aliados que habían derrotado al fascismo, al nazismo y al expansionismo japonés, y no había comenzado la guerra fría ni la lucha abierta contra el comunismo, el aislamiento de España era total, en buena medida merced a la activa labor contra el régimen que desde el exterior hacían los exiliados españoles que no habían podido ganar la guerra (comunistas, socialistas y hasta monárquicos desencantados) pero que seguían creyendo que la podían ganar: las potencias extranjeras, sin inmiscuirse formalmente en los asuntos internos de España, defendían que «la cuestión de España» debían resolverla los propios españoles con un cambio de régimen, y Francia, en plena penitencia de sus recientes pecados colaboracionistas, pero sin olvidar nunca sus siempre frustradas querencias imperiales, facilitaba que desde su territorio se lanzasen inverosímiles guerrillas que creían poder derrotar al franquismo. El 9 de febrero de 1946 la Asamblea General de las Naciones Unidas condena el régimen fascista de España, el 28 de febrero Francia cierra sus fronteras con España, Estados Unidos publica su famoso Libro Blanco, el 1º de junio el Consejo de Seguridad de la ONU resuelve que la situación española requiere «medidas de arreglo pacífico y de ajuste», que incluían la ruptura de relaciones diplomáticas...

Pero esa misma delicada coyuntura internacional de España frente a la Unión Soviética, Estados Unidos y Europa, convertía el Congreso de Pax Romana en un instrumento inmejorable para reafirmar una política internacional propia, anticomunista y católica, que se apoyaba en el Vaticano, y cuyo campo de actuación principal, como es natural, estaba constituido por las repúblicas hispanoamericanas en las que se había transformado el antiguo imperio colonial. Y aunque la presencia aparente del Estado en este congreso de estudiantes católicos fuera mínima (reducida prácticamente a los rectores de las universidades), el decidido apoyo político y económico (a través del Instituto de Cultura Hispánica) facilitó su exitosa celebración. Como se detalla en la entrada que dedicamos a Pax Romana, otra cosa sucedería con la propia organización, fundada en 1921, tras el rumbo hispánico adoptado en 1946, con la refundación en 1947 de otra Pax Romana con sede norteamericana.

España mantenía en 1946 sus principales relaciones internacionales con la Argentina del general Perón, y fue Argentina quien envió una delegación más numerosa al Congreso de Pax Romana, entre ellas el peronista y presbítero Juan Ramón Sepich, profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, que convirtió su introducción a la ponencia «El universitario católico ante los problemas del Estado moderno» en ardoroso alegato al momento presente de la Hispanidad.

En la relación de asistentes al Congreso figuran los nombres de 129 congresistas procedentes de casi todas las repúblicas hispanoamericanas (faltaron Costa Rica, Honduras y República Dominicana): Argentina con 34 congresistas, Chile con catorce, Méjico con doce, Nicaragua y Perú con diez, Uruguay con ocho, Colombia, Ecuador, El Salvador y Guatemala con seis, Cuba y Bolivia con cinco, Paraguay y Venezuela con tres y Panamá con un único congresista. Portugal con 28 congresistas y Brasil con diez congresistas supusieron una importante presencia del mundo de lengua portuguesa. Destaca la relativamente numerosa, dadas las circunstancias, presencia anglosajona, 50 personas: Inglaterra con 22 congresistas, Canada con doce, Estados Unidos con once, Irlanda con cinco. De los países europeos vinieron quince congresistas de Italia, siete de Holanda, seis de Bélgica y otros tantos de Suiza y cinco de Alemania. La gran ausente fue Francia, pues aunque figuran tres congresistas franceses en la relación oficial de asistentes, todos estaban domiciliados en España. Se dieron también representaciones nacionales virtuales, a cargo de exiliados: cinco de Ucrania, tres de Polonia, dos de Croacia y otros dos de Hungría. Además once congresistas procedían del Vaticano, reconocidos como «Asesores eclesiásticos». Como es natural la mayor presencia numérica de congresistas corresponde a los delegados, observadores e invitados españoles. La mayor parte adscritos a las distintas instancias dependientes de Acción Católica, pues Pax Romana, como tal organización, aparenta contar con una estructura mínima en España (por eso, tras la «refundación» de 1947, deja de aparecer sin más). En las actas figura la relación detallada de los congresistas españoles, ordenada por instituciones y provincias de procedencia.

En la lectura y análisis de las conclusiones y de las actas de las sesiones del XIX Congreso Mundial de Pax Romana no puede olvidarse el contexto particular de España y el general correspondiente a 1946. Tienen el mayor interés por ejemplo las conclusiones que se adoptaron tanto respecto de los derechos humanos como respecto de los derechos de los pueblos. No debe olvidarse que la, hoy dogma de las democracias, Declaración Universal de los Derechos Humanos no fue proclamada por la ONU hasta diciembre de 1948 (y en esa «universalidad» no contaron, por ejemplo, ni la Unión Soviética, ni China ni por supuesto España). Pero si desde una perspectiva católica era natural una preocupación por los derechos, y los deberes, de los pueblos; como desde el individualismo protestante bastan los derechos de la persona, tardarían los pueblos treinta años en contar con su propia Declaración. En efecto, así como el Congreso de Pax Romana se clausuró (probablemente sin otra intención) el 4 de julio de 1946; otro 4 de julio, treinta años después, el 4 de julio de 1976 (fecha buscada esta vez con intención: el segundo centenario de la Declaración de independencia norteamericana), un grupo de amigos proclamaba en Argel la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos. Que el lector se entretenga haciendo comparaciones.

De cualquier modo será la lucha contra el comunismo (encarnado en la Unión Soviética) el referente principal de los estudiantes católicos de Pax Romana y sus ideólogos. El dominico Ricardo Fuentes, de El Salvador, «propone que se estudie el problema de las relaciones entre católicos y comunistas, rechazando en absoluto, como perniciosa, la doctrina de la mano extendida de Maritain» (61). Pero el italiano Ivo Murgia parece no tener inconveniente en que se participe en el congreso de estudiantes organizado «por los marxistas» en Checoslovaquia: «Italia va a participar en Praga con una Delegación universitaria elegida democráticamente, de la cual forman parte diez católicos, cinco comunistas y cinco sin clima político especial y posiblemente manejables» (61) y no descarta una fraternidad intelectual cristiana de la cual formen parte incluso no católicos. Llegados a este punto monseñor Zacarías de Vizcarra, Consiliario General de Acción Católica Española, sugiere a Ruiz-Giménez que lea un párrafo de la Encíclica Divinis Redemptoris, «en la cual se condena al comunismo como algo intrínsecamente perverso y con el cual no cabe colaborar en ninguno de los campos» (61-62). [¡Todavía no habían llegado los años del fraterno diálogo entre cristianos y marxistas, que les permitiría marchar juntos hasta el dia del Juicio final, en el que unos irían al Cielo y los otros al Infierno!]

Fue curiosa una disquisición habida en torno al concepto de trabajador. Se discutía sobre la cuestión social y los derechos y deberes de los trabajadores:

«El señor delegado de Suiza, teniendo en cuenta el problema obrero que hoy día está planteado en todos los países, dice que no hay que olvidar que asistimos a un fenómeno en el que la clase media tiene una retribución menor que la de los obreros especializados y un estado económico menos seguro, con lo cual se corre el riesgo de la proletarización de la clase media, fenómeno de gran importancia. Por eso, en lugar de emplear la palabra «trabajador», se podría emplear otra cualquiera, en la que se pudieran incluir los funcionarios y empleados de la clase media. El señor Presidente de la Comisión aclara que la palabra «trabajador» fue empleada por la Comisión, no sólo refiriéndose a los obreros, sino, en general, a todos los trabajadores, palabra que en todos los países civilizados significa, no sólo los proletarios, sino los trabajadores intelectuales. El Sr. Ruiz-Giménez, concretamente, sobre la proposición del delegado de Suiza, y no como Presidente, sino como congresista, considera que tiene razón; y aunque, efectivamente, pueda incluirse en la denominación de trabajadores a los empleados y a los intelectuales, sería mejor aclarar un poco el concepto. Podría decirse «trabajadores y empleados», extendiéndose así el concepto no sólo a los trabajadores manuales. Porque la palabra «trabajador» está muy ligada en España a los trabajadores manuales, y prueba de ello es que, en determinada ocasión, los políticos españoles tuvieron que decir «trabajadores de todas clases». Por eso cree oportuno decir «trabajadores y empleados», o algo así; es decir, alargar, extender el concepto. El señor delegado de Canarias agrega que como el término empleado no alcanza a los intelectuales y profesores, podría decirse «trabajadores manuales e intelectuales», y así se incluye a los trabajadores de todas clases.» (102)

[¿Hasta qué punto pueden considerarse estas matizaciones precedentes de la lumninosa distinción que Santiago Carrillo introduciría en la estrategia del comunismo español, al hablar de la alianza entre las fuerzas del trabajo y las fuerzas de la cultura?]

La lucha contra el comunismo obligaría a una limitación de la libertad de expresión, pero el norteamericano Kirchner, estando de acuerdo, tiene miedo a que en su país sea malinterpretada la propuesta discutida; y Ruiz-Giménez «incluso propone la redacción de un texto más rotundo, desde luego esencialmente idéntico en sus bases doctrinales, para los países de tipo hispánico, en los cuales no existan los inconvenientes señalados por Mr. Kirchner.» (68).

Pero la lucha contra el comunismo no debía olvidarse de la lucha contra el imperialismo: el delegado del Ecuador «sostiene que no sólo el odio y el egoísmo constituyen una amenaza a la civilización cristiana y que debe añadirse la amenaza del imperialismo, tanto económico como político.» (75) El médico Francisco Quiroga, de Méjico, pide «una afirmación rotunda contra el comunismo» y el abogado cubano Claudio Escarpenter «no considera necesario admitir la sugerencia del jefe de la delegación ecuatoriana respecto del imperialismo, puesto que éste no es más que una manifestación del comunismo y del individualismo liberal.» Pero por su parte Pablo Antonio Cuadra, delegado de Nicaragua, ya había denunciado «el protestantismo como uno de los mayores problemas que tiene planteados el catolicismo en Hispanoamérica» (62), con lo que la nueva referencia al individualismo liberal llovía sobre mojado y el suizo Willwoll tuvo que pedir que no se colocase «en el mismo plano el peligro del protestantismo con el del comunismo» (75), secundado inmediatamente por el delegado de Inglaterra, que «considera peligroso condenar sin calificación al imperialismo; más bien cabría hablar de un nacionalismo exagerado» (75). Ruiz-Giménez intentará un arreglo diplomático: «nos referimos con la palabra imperialismo a la concepción imperialista de la vida»; pero leyendo las Actas se perciben las diferentes posiciones enfrentadas ante los discutidos contactos, diálogos y colaboraciones con protestantes y comunistas.

Al día siguiente, como parece que la colisión entre protestantismo e imperialismo había dejado abierta la herida, el padre jesuita Velaz, de Venezuela, retoma el asunto del protestantismo y asegura que «fue mal interpretado por los países en que existe una minoría católica, añadiendo que no se trataba del problema en aquellas regiones, sino más bien del peligro que suponía para Iberoamérica la invasión protestante. La colaboración en los países con minoría católica está controlada por la jerarquía eclesiástica; pero la cuestión iberoamericana es de carácter diferente. Se trata de miles de pastores y de importantes centros de enseñanza, siempre a base de elementos extranjeros. Continúa diciendo que los delegados de los países en que existe minoría católica sostenían que el protestantismo en ellos colabora frente al comunismo; pero, precisamente en América, la cuestión es la contraria, y termina pidiendo una solidarización de los países de todo el mundo ante este problema.» (77) A propuesta de Ruiz Giménez, asunto tan peliagudo como interesante pasó a ser tratado en privado, fuera de las Actas...

Son los delegados de España y Portugal quienes proponen respuestas más decididas en la línea de la lucha anticomunista: Juan Candela Martínez (presidente del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica de Murcia) pide que el Secretariado de relaciones internacionales que se propone constituir en Pax Romana «no tenga tan sólo función informativa, sino que dicte consignas generales para una internacional católica de carácter táctico y ofensivo» (78); Gustavo Almeida (asistente eclesiástico de la J. U. C. de Lisboa) está de acuerdo, «pero quiere se implante el método de la célula del equipo, realizando así un verdadero activismo militante.» Enrique Ramos Valdés (presidente de la Federación Nacional de la Juventud Católica de México) propone «un grupo de estudiantes y de propagandistas, que adoptarán los medios modernos de penetración y de conquista» (78) que acabará siendo aceptado como «un grupo de expertos y de propagandistas, con métodos modernos de penetración y conquista por medio de las ideas» (85).

La última intervención de la sesión de clausura del Congreso corrió a cargo de un inglés, el Arzobispo de Cardiff, la jerarquía de la Iglesia romana que con más asiduidad asistió a las sesiones, que afirmó cosas que fuera de España sin duda sonarían en 1946 como políticamente incorrectas:

«(...) Yo puedo aseguraros que hay una solidaridad de religión y de cariño entre los católicos ingleses y los españoles, a pesar de las propagandas falsas y calumniosas en contrario que con frecuencia aparecen en la prensa inglesa. (Grandes aplausos.) La verdad se va abriendo camino también en Inglaterra y aun entre los protestantes ya son muchos los que se van dando cuenta de que España, en su guerra contra los rojos, ha salvado a Europa, como lo hizo otra vez en Lepanto. (Grandes aplausos.) (...) Del futuro glorioso de esta España, estoy seguro, y nosotros, los extranjeros que gozamos de su hospitalidad, se lo decimos de corazón y le damos las gracias en nombre de todos los católicos del mundo por haber salvado a Europa en circunstancias bien difíciles, y sabemos que Dios la premiará por ello. (...) Dejo a España con gran sentimiento y me llevo de ella los mejores recuerdos de mi vida, que me acompañarán siempre. Siento no haber venido antes para aprender mejor el español, y de esta manera expresarme mejor; pero aprendí lo bastante para saber, que cuando los intereses de Dios están en peligro, siempre se puede contar con España. (Grandes aplausos.) (...) No os quepa duda de que dejo parte de mi corazón en España, y como veis, pido a Dios y a su Inmaculada Madre que bendiga a esta nación generosa, que se sacrifica por salvarnos a todos, y permitidme que termine con un ¡Viva España!»

Las influencias que en España y en las repúblicas hispanoamericanas, sobre todo, pudo tener el Congreso de Pax Romana de 1946 están por estudiar. Sin duda sirvió para reforzar notablemente relaciones personales y de grupo, ideológicas, políticas e institucionales en el ámbito hispánico.

Por ejemplo, durante el Congreso se fundó el Instituto Cultural Iberoamericano, presidido por Pablo Antonio Cuadra. Otro ejemplo, siete meses después del Congreso se puso en marcha la revista Alférez (que publicó 24 números en 20 entregas, entre 1947 y 1949), entre cuyos fundadores (más falangistas que clericales) ninguno había participado en el Congreso de Pax Romana. Pero hasta diecisiete de los colaboradores de Alférez sí que habían coincidido en Pax Romana: José María de Llanos, José Luis Rubio Cordón y Manuel Calvo Hernando (miembros de la Junta organizadora del Congreso), José de Cuadra Echaide, José Fraga Iribarne y Carlos París Amador (observadores de la Confederación Nacional de Congregaciones Marianas), Torcuato Fernández Miranda y Salvador Lisarrague (de la Universidad de Oviedo), Constantino Láscaris Comneno y José María Lozano Irueste (del Colegio Mayor Jiménez de Cisneros); los nicaragüenses Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas y Julio Ycaza Tigerino; Jorge Mencías Chaves, de Ecuador; Jorge Siles, de Bolivia; Osvaldo Lira, de Chile; y el argentino Juan Ramón Sepich, que escribió el primer artículo y el último de la revista.

El Congreso de Pax Romana de 1946 significa la primera gran reunión en la que tuvieron ocasión de tomar parte los jóvenes universitarios españoles que ya no habían intervenido en la guerra civil de 1936-1939. Universitarios que, en su mayor parte, iban a tener que desempeñar un destacado protagonismo ideológico y político en los años y las décadas siguientes. Por eso representa una referencia muy interesante a la hora de entender la segunda mitad del siglo XX en el ámbito hispánico.

«[Julio Ycaza Tigerino] vino a España como delegado nicaragüense en el Congreso de «Pax Romana», en cuyo transcurso se fundó el Instituto Cultural Iberoamericano, presidido por Pablo Antonio Cuadra, y en el que Ycaza tiene a su cargo la coordinación de la sede central con la rama española –denominada Asociación Cultural Iberoamericana–, donde actualmente desarrolla un seminario con el título de Imperialismo en América.» (En el folleto Génesis de la independencia hispanoamericana, Alférez 1947, pág. 3)

«XIX Congreso de Pax Romana. El día 20 de junio [de 1946] se inauguraron en Salamanca las sesiones del XIX Congreso de Pax Romana. Ocupó la presidencia don Joaquín Ruiz Jiménez. Asistieron el obispo de la ciudad, su excelencia el cardenal primado, el nuncio de Su Santidad, el excelentísimo P. Uriarte, los obispos auxiliares de Madrid y Valencia, &c. La primera sesión tuvo lugar en el magnífico paraninfo del regio edificio, que los Austrias edificaron para la Compañía de Jesús. Después de rezado el Veni Sancte Spiritus, abrió la sesión el presidente del Congreso con un magnífico discurso, en que desautorizaba algunos prejuicios sobre España y ponía a los congresistas al corriente de las vicisitudes de Pax Romana desde 1919 a través de las etapas de Montpellier, Montbarry, Londres y Lima. A continuación habló la voz de las delegaciones reunidas –se hallaban representantes de más de 30 naciones– y, por su conducto, pudo la Asamblea reconstruir el mundo espiritual de 1946. El trabajo del Congreso estuvo condensado en seis temas de estudios: 1º «El universitario católico ante los problemas de la persona humana», por el portugués Miranda Barbosa y el dominico norteamericano, profesor Mac Kenna. 2º «El universitario católico ante los problemas de la Universidad», por el P. Lachance, O. P. del Canadá. 3º «El universitario católico ante los problemas sociales», por don Ángel Herrera. 4º «El universitario católico ante los problemas del Estado moderno», por el sacerdote y publicista argentino Sepich. 5º «El universitario católico ante los problemas de la cristiandad». 6º «Pax Romana y su acción en el futuro», por el vicepresidente de Pax Romana, Mr. Kirchner.» (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Suplemento 1945-1948, Espasa-Calpe, Madrid 1953, pág. 1401.)

«Primer ejemplo: al terminar mi carrera, fui invitado, junto con otro gran amigo y compañero [Constantino Láscaris], a actuar como redactor de una «ponencia sobre la persona humana» que, al parecer, debían presentar los estudiantes universitarios al congreso de Pax Romana que iba a tener lugar en Salamanca y el Escorial. Si no recuerdo mal esto fue hacia 1946, una ocasión que el gobierno franquista aprovechó, después de la Segunda Guerra mundial, para salir del aislamiento político en el que había quedado tras la retirada de los embajadores. Lo que no estoy muy seguro ahora es cuál fue el organismo que nos seleccionó, ni sé ahora ni supe entonces, cuál fuera la estructura organizativa de aquel congreso. Lo que sí creo saber (y cualquiera podrá comprobar si lee aquella ponencia, que supongo se conservará en algún archivo) es que el documento fue redactado dentro de la más estricta ortodoxia tomista, pero que, por iniciativa mía, pusimos en ella una «firma», es decir, una señal o indicio que diese testimonio, cuando fuera oportuno, de la actitud de sus redactores. Esta señal fue una tesis solemne que proponíamos en la ponencia como corolario de nuestra argumentación metafísica, una tesis por la que proclamábamos el derecho de la persona humana a comer carne y en la que condenábamos enérgicamente al vegetarianismo. Recuerdo el placer que los autores experimentábamos en el momento en el cual, en el Paraninfo pontificio de Salamanca, los asistentes, entre ellos graves y multicolores prelados, al llegar al final de la hoja en la que estaba nuestra tesis, cabeceaban en signo de aprobación, acaso encontrando algo de originalidad en aquella llanura escolástica; recuerdo la satisfacción que nos produjo el hecho de ser llamados por unos obispos que nos felicitaron efusivamente. Y recuerdo que, ya de vuelta al asiento, un tercer amigo, compañero de Colegio Mayor que deambulaba por allí, se paró ante nosotros y mirándonos fijamente, medio en broma, medio en serio nos dijo: «¡Apócrifos!». Lo que también puedo decir en defensa retrospectiva de mi conducta juvenil es que yo me abstuve de toda ulterior relación con la organización de Pax Romana, a pesar de los consejos de algunos amigos, que veían en esas relaciones un camino abierto para mejorar la situación profesional, o simplemente para conseguir alguna beca.» (Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, Mondadori, Madrid 1989, página 31.)

Sobre el XIX Congreso de Pax Romana:
  • [Actas y conclusiones] / XIX Congreso Mundial de Pax Romana, Madrid 1946, 182 págs. con 8 láminas.
  • Catálogo de la exposición de Libros religiosos celebrada en San Lorenzo de El Escorial / XIX Congreso Internacional de Pax Romana, Madrid 1946, 91 págs.
  • La ciudad universitaria / XIX Congreso Internacional de Pax Romana, Madrid 1946, 39 págs.
  • El Escorial / XIX Congreso Internacional de Pax Romana, Madrid 1946, 46 págs.
  • El XIX Congreso de Pax Romana en el Proyecto Filosofía en español:
  • Actas del XIX Congreso Mundial de Pax Romana
  • Relación alfabética de participantes.
  • Pax Romana
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