XIX Congreso Mundial de Pax Romana España 1946

 
El Escorial
Día 3 de julio de 1946 a las diez de la mañana

Introducción al tema cuarto:
«El universitario católico
ante los problemas del Estado moderno»

Bajo la presidencia del Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo auxiliar de Madrid, y del Presidente internacional de PAX ROMANA, Sr. Ruiz-Giménez, se abre la sesión, que tiene por objeto la introducción a la cuarta ponencia, por el Rvdo. P. Juan Sepich, Prof. de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires.

Empieza diciendo que cuando se habla del Estado hay que llegar a la conclusión de que, en realidad, hay dos filosofías que rigen el concepto del Estado. Una filosofía que considera al Estado como un fin mismo del movimiento didáctico de la Humanidad y de la Historia, y una filosofía que considera el concepto del Estado, simplemente, como una manera concreta, en la que se va produciendo una realización de la Historia, que nace de la voluntad de Dios, que determina un principio de la Humanidad, y le señala un fin que se debe cumplir, pero cuyas condiciones quedan siempre pendientes de la voluntad del hombre. Por consiguiente, para comprender a cuál de los dos campos pertenecen los Estados modernos, se tendría que acudir a sus raíces, porque, de lo contrario, nos encontraríamos en la imposibilidad de situar el contenido de la Historia de los Estados modernos y correríamos el riesgo de no poder comprender en qué época vivimos.

Dice que ya es trivial decir que nuestra convivencia occidental depende de la cultura greco-romana. Analiza lo que fue la cultura griega, la cultura romana, y explica la concepción política de estas épocas.

Pasa a estudiar la civilización cristiana, y examina con todo detalle la ingente labor realizada por los Padres de la Iglesia, y dedica elocuentes párrafos a la obra maestra de San Agustín: La Ciudad de Dios.

Habla a continuación de la apostasía de los Estados modernos y afirma que si se quiere volver a los principios cristianos hay que restaurar en el mundo los principios que dieron origen al Estado cristiano. Lo primero y fundamental en la restauración de estos principios cristianos y, lo que más afecta al hombre moderno, es la restauración de la autoridad; la restauración de la autoridad, pero no como la suma de los poderes adquiridos por la fuerza de la victoria, sino la autoridad que se recibe como un don del Creador, para conducir a la comunidad política al fin universal, que es la eterna gloria de Dios.

El segundo punto que es menester restaurar es el Estado concebido como la forma concreta de una autoridad, en lo científico, en lo político, en lo social y en lo económico. [109]

El tercer punto objeto de restauración es el que se refiere al ordenamiento de la comunidad política y del Estado. La comunidad política tiene multitud de funciones indispensables que realizar, y todas estas funciones tienen que ser ejercidas por órganos propios, y de esos órganos propios son los ordenamientos naturales y normales de la comunidad política, que ejercen como sujetos propios esas funciones, que son indispensables y necesarias para el desenvolvimiento de la comunidad política. Entre esas funciones se halla la de la cultura, de la cual la comunidad política no puede prescindir. Y la función cultural, naturalmente, corresponde a la Universidad, que es el centro de solución de estos problemas.

La función de la Universidad diríamos que es, en el sentido abstracto, una función política de cultura, entendiendo la palabra política como función propia de la comunidad política indispensable. En concreto, los universitarios, la Universidad, las Corporaciones, han de ejecutar esta función de cultura espiritual, o sea de maestros a discípulos, para promover por los estudios, por las enseñanzas y por el aprendizaje, la cultura espiritual de la comunidad política, dentro de la Ciencia y de la Verdad. Ninguno de estos elementos necesarios a la realización de la función encomendada a la Universidad puede faltar; cuando falta alguno de ellos, la función de la Universidad no es perfecta y puede, incluso, llegar a convertirse en algo monstruoso. Si falta la Verdad, el hombre no tendrá en qué basar su fin espiritual; si falta el maestro, queda por completo anulado lo que puede considerarse verdadero régimen de enseñanza; si falta el discípulo, no hay base en quien depositar esa cultura, y si faltan la ponderación y la ciencia y la Universidad se reduce a una tracción mecánica de un determinado nivel de conocimientos, nos encontramos con que la Universidad produce el ser monstruo, que es lo que se ha bautizado con el nombre de intelectuales modernos y que, según la definición característica, son los que trabajan con la cabeza; es decir, igual que los bueyes. En la Universidad tienen que darse todos aquellos elementos necesarios e indispensables para la más perfecta cultura.

Pasa a estudiar la relación mutua que debe haber entre el Estado y la Universidad. «Para unos –dice–, y éste es el problema que viene planteándose modernamente, políticamente la Universidad no tiene nada que ver con el Estado; claro que se parte del supuesto de que la comunidad política no es una entidad organizada con órganos naturales y normales para el ejercicio de su función; es decir, que se parte del concepto liberal, no del concepto cristiano. En el concepto cristiano toda la función de la política es, por derecho natural, privado de los organismos naturales y normales, y en ese caso todos estos órganos están en perfecta relación con el Estado, y por tanto, preguntarse qué relación tiene la Universidad políticamente con el Estado es lo mismo que preguntarse si ese organismo puede estar ajeno a la comunidad en que vive. Entonces no cabe duda que la Universidad hace política, tiene intervención política, participa del poder del régimen, participa en lo cultural, en la capacitación del hombre; tiene como finalidad específica la formación cultural y espiritual de la comunidad política. Siendo así, ¿cómo puede estar la Universidad de espaldas a la comunidad política y declararse apóstata? De ninguna manera. Claro está que nosotros nos planteamos el problema en el sentido y en el supuesto de que queremos hacer resaltar el concepto de la Universidad, donde las formas y los procedimientos están regulados por los principios justos.

En las relaciones entre la Universidad y el Estado, los problemas que se plantean no son de criterio, sino de prudencia. Naturalmente que lo primero que hay que hacer es llegar a la formación política de los universitarios. En esta formación hay que distinguir tres aspectos fundamentales: El primero es la sabiduría política, el conocimiento de los principios supremos, de los cuales deriva el concepto comunidad humana. Los universitarios católicos tienen que saber que hay principios que rigen la comunidad política, que están inspirados en la suprema sabiduría de Dios, y la Universidad tiene la obligación de dar a los universitarios esa iniciación en los fundamentales principios de la sabiduría política.

El segundo aspecto es el que se refiere a la política considerada como ciencia, o sea la aplicación de esos principios supremos de toda regencia y de toda convivencia, principios políticos y científicos elaborados para formar el criterio de esa actividad, de esa convivencia humana. Los universitarios forzosamente tienen que estar iniciados en esos principios supremos; y

El tercero y último aspecto es la política mirada como prudencia. En este aspecto, la Universidad no puede dar la verdadera formación a los universitarios. La Universidad no puede dar prudencia política, dar sabiduría y ciencia política; la prudencia la dan los [110] dones de la Naturaleza, a los que se suma el trabajo de los que sienten vocación por la política y se proponen en la función de la política, primero la función chica y después la grande, hasta llegar a la suprema política, a la suprema regencia de la comunidad. Por consiguiente, en la Universidad debe darse formación política y técnica política.

Ahora bien: ¿En qué forma debe dar la Universidad la ciencia política y la sabiduría política? En primer lugar, los universitarios deben ser educados para ser buenos ciudadanos, a menos que se retiren a la comunidad de la vida monástica, o que quieran hacerse bestias y no vivir en la comunidad. En la Universidad, aunque no se hable de política, por lo menos, debe haber educación de los universitarios para que puedan convivir en la comunidad.

En segundo lugar, debe darse la educación según la profesión o la vocación, y también según el sexo. Hay que reconocer que ese igualitarismo en la formación de los universitarios de ambos sexos es tan absurdo como evidente. Hay funciones que son irrenunciables según el sexo y queremos homologarlas en la convivencia, y eso es verdaderamente monstruoso.

Por consiguiente, la formación política no debe ser igual para ambos sexos, tiene que ser distinta. Hay que enseñar a la gente a convivir en sentido funcional en la comunidad política, dando a cada uno lo que tiene obligación de saber por su propia vocación y naturaleza, y debe ser dada la formación política en su aspecto social y científico.

¿Cuáles son los problemas del Estado que a los estudiantes les corresponde considerar? El primer problema del Estado es el problema de su soberanía, porque donde no hay soberanía no hay Estado, y volvemos a caer en los grandes errores en que cae el Estado liberal. El primer problema del Estado moderno, que quiere volverse cristiano, es el de restaurar el estricto sentido de su soberanía, que debe contener en forma concreta estos seis elementos:

1º Su patrimonio moral, dentro del cual, como patrimonio moral, están incluidas, no solamente las normas de la Constitución, sino todo lo que es la concepción espiritual.
2º Las tradiciones de esa comunidad.
3º Su cultura, es decir, la moral de crecimiento y perfección de la comunidad y de los individuos que la integran.
4º Las instituciones en el terreno de la creación, carácter político, jurídico, &c.
5º Los valores climáticos, las riquezas de esa comunidad política.
6º Por último, la entera prosperidad de esa nación. Este es el primer problema del Estado moderno, del Estado moderno que aspira a ser cristiano, no en el sentido de Estado moderno apóstata.

¿Cómo el Estado moderno debe considerar el problema de la restauración de su soberanía? Hay varios aspectos: obras, principios y orden. La soberanía ha de ser absoluta, sin restricciones. La restricción de la soberanía sobre estos puntos, que constituyen la materia propia de la soberanía, solamente se puede exigir en razón de un bien común, bien común que es aquel en que deben estar integrados todos para encontrar su propia finalidad, y no debe ser restringida en sentido de un bien hegemónico, particular, de mayor poder. No se puede exigir la restricción de una soberanía en razón de una simple conveniencia particular de un pueblo.

Antes hemos distinguido entre sabiduría política y prudencia política; por consiguiente, tenemos que suponer que en una sabiduría política y en una ciencia política hay mucha prudencia política. Entonces, la restricción de la soberanía en función de una prudencia particular no se puede hacer. Se puede exigir una restricción de la soberanía en razón de un principio de ciencia política para lograr un bien común, un bien para todos y no un bien particular y de mayor poder. En su virtud, las relaciones con la soberanía deberán estar regidas, dentro del Estado cristiano, por estos principios:

1º Por la sabiduría política, por el concepto fundamental de lo que es la forma de donde deriva la autoridad que da raíz y crecimiento a la soberanía de las naciones.
2º Por la ciencia política.
3º Por el derecho de gentes.
4º Por el derecho internacional.

Y luego, por todas las concreciones que el hombre vaya haciendo.

El segundo aspecto es de orden interno. Los problemas internos son simplemente los que afectan a la orientación misma de la comunidad política, y han de regularse siempre por el mismo principio, con prudencia política, teniendo en cuenta las condiciones [111] humanas, históricas, culturales, políticas y económicas, que entran en consideración en último lugar, porque no constituyen el supremo valor. Esos problemas internos son problemas de ordenamiento de las funciones de la comunidad y son problemas de forma de gobierno. Cada pueblo debe elegir la suya, de acuerdo con las condiciones ya indicadas anteriormente. Su forma de cultura nacional no puede ser impuesta desde fuera. Todos esos conatos de exotismo tienden a la abolición de las formas de la jerarquía espiritual en la comunidad política. Son también problemas internos las formas características de la vida de ese pueblo y, por último, son también problemas internos del Estado los problemas de defensa interna y externa.

Termina su interesantísima disertación diciendo: «Creo que he dejado establecido el principio en que los universitarios deben formarse para estudiar, y ver la actitud que deben tener en cuanto a los Estados modernos apostatas, y ahora voy a ocuparme brevemente de lo que yo entiendo por concepto de la Hispanidad. Quiero hacer esta adición siempre refiriéndome a los principios fundamentales, porque en estos momentos en que es necesario convivir con los Estados modernos, es evidente que el concepto cristiano de la Hispanidad ofrece una norma, una pauta alrededor de la cual pueden orientarse las comunidades políticas, en las que todos estamos sufriendo, porque, al fin y al cabo, sean cualesquiera unos y otros, todos somos miembros de un mismo cuerpo de hecho o de derecho, y lo que unos sufren lo sufrimos todos, porque son hermanos nuestros, y no es problema exclusivamente de ellos, sino problema de todos, porque son hermanos nuestros, y no se puede vivir felices cuando sabemos que los hermanos nuestros viven en el dolor, a menos que renunciemos a ser hermanos, lo que sería reducir la órbita del Evangelio y la negación de nuestra perfecta situación cristiana y católica.

La Hispanidad es el punto donde se enlazan y se organizan los medios que han de llevarnos a la solución de los problemas internos y externos de las comunidades políticas según esos principios que acabamos de enunciar. Esa es la nota que busca la Hispanidad. La Hispanidad es la concreción a que aspira un grupo de naciones que han recibido un patrimonio humano, histórico, cultural, geográfico y económico nacido de una raíz, de lo que fue gran Estado cristiano. Eso se recibió como herencia, eso vive todavía y ha sido interpretado durante mucho tiempo en medio de la avalancha de los conceptos modernos. Gracias a Dios, se ha descubierto en la mayoría de los pueblos ese movimiento de la Hispanidad, que no es más que la conciencia y el reconocimiento de la mayoría de edad de esos pueblos, que han recibido una herencia cultural y espiritual con la cual se presentan ante el mundo entero como un modelo, para que los otros pueblos análogamente organicen su convivencia. ¿Por qué? Porque en esa Hispanidad así constituida de los pueblos americanos hay:

1º Un espíritu de ortodoxia cristiana, la afirmación de la Verdad católica; pero, sobre todo, que nos asegura la pureza de origen de la autoridad.

2º Hay un concepto de subordinación de lo temporal a lo eterno, con lo que hemos salvado la avalancha hacia el paganismo que hoy cae sobre los Estados modernos.

3º Hay un concepto de la primacía del bien espiritual como primer elemento de la cultura y como defensa del bien común económico.

4º Hay una comunidad de lengua, es decir, el vínculo espiritual de la cultura, ese elemento cuyo espíritu no se extingue nunca. ¿Por qué? Porque es un valor que está sobre todos los valores espirituales. No se puede hablar en buen castellano, como decimos allí, no se puede hablar en nuestra lengua sin hablar en católico, y si se quiere hablar en anticatólico, se está hablando mal de la lengua, y es que para hablar de la lengua hay que hablar de los hombres que la han creado, y no hay más remedio que hablar de Dios, y no hay más remedio que hablar como Dios manda.

La Hispanidad es un avance en la unidad y en la formación de un orden universal de convivencia cristiana de todos los pueblos. La Hispanidad representa un bloque de naciones que saben convivir. Y, por último, la Hispanidad está fundada en éstas dos cosas: Las naciones que tienen peligros comunes crean también, para evitar estos peligros, medios comunes. Y dicen: «Tenemos posibilidades comunes para hacer el bien, y por eso se desea que el movimiento sea cada vez más efectivo.» Hay un enorme deseo de hacer el bien y de que el mundo entero participe de ese bien, sobre todo en estos momentos en que hay muchos seres que no pueden tener siquiera el derecho de levantar la mirada y el alma hacia ese Dios, que es el fundamento de la Hispanidad, sobre todo para esos hermanos que están ligados desde su contacto inmediato a la fuente del bien, que es Dios.

Ahora bien: puestas las cosas así, frente a este problema, ¿qué hacen los universitarios? [112]

1º Deben recuperar su condición de universitarios como tales y el concepto de Universidad como tal Universidad; deben recuperar su condición de órganos normales para el ejercicio de la función de la cultura espiritual, organizándose los maestros y los discípulos para realizar esta importante labor.

2º Los universitarios deben recuperar el sentido teológico de la cultura. Esta es una de las obras principales y fundamentales, a pesar de que muchas veces se censure diciendo que en estos centros hay una beatería de la cultura. La cultura no es, ni más ni menos, que la información de las cosas que se han estudiado, y hay que reconocer que no se puede tratar de recuperar únicamente la labor universitaria en el sentido de recuperar únicamente los conceptos necesarios a la inteligencia, prescindiendo de todo lo que presenta o significa concepto espiritual, porque eso sería una monstruosidad, tanto como si se hiciera crecer, a un niño que está en pleno desarrollo, solamente la cabeza. Tiene que tener un sentido teológico la cultura, para llevarla a su plenitud, y ese sentido teológico hay que recuperarlo por los católicos, y hay que recuperar las Cátedras de Teología en la Universidad. Además, este sentido teológico debe existir no sólo en la Universidad, sino en la propia vida.

3º Deben volver los Estados a su condición y servicio del orden sobrenatural. El Estado tiene un fin, que es el bien común temporal, bien común que es parte del bien común de todo el universo, que es la gloria de Dios. En este aspecto, los universitarios deben tender a recuperar para el Estado esa conciencia que quiere promover el bien común puesto al servicio de la Verdad y del bien sobrenatural, que es la condición de cualquier Estado que quiera ser cristiano. Esa debe ser la vocación de los universitarios: restaurar esa concepción. (Grandes aplausos.)

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Pax Romana
XIX Congreso
XIX Congreso Mundial de Pax Romana
Madrid 1946, páginas 108-112