La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta IV

Sobre el Libro intitulado:
El Académico antiguo contra el Escéptico moderno


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1. Muy Señor mío: Segunda vez me insta Vmd. sobre que responda a mi nuevo Impugnador el R. P. Fr. Luis de Flandes, Autor del Librejo intitulado: El antiguo Académico contra el moderno Escéptico; dándome ahora como antes por motivo, el que, aunque esta impugnación es igualmente débil, que otras que la han precedido, la cualidad de Capuchino, y el título de Ex-Provincial de la Provincia de Valencia pueden imponer a los que sólo juzgan de los Escritos por las circunstancias extrínsecas de sus Autores.

2. Por lo que mira a la cualidad de Capuchino no pienso, que ésta haga fuerza a nadie; porque nadie ignora, que todas las Religiones tienen sus sabios, y sus ignorantes, sus agudos, y sus romos; y la circunstancia de barba más larga en la Sagrada Orden de Capuchinos dudo que a ninguno persuada, que éstos son excepción de aquella regla. Lo de Ex-Provincial es otra cosa. Los honores adquiridos imponen muchas veces para la existimación de sabiduría, porque son pocos los que tienen presente lo de Juvenal.

Ergo, ut miremur te, non tua; primum aliquid da,
Quod possim titulis incidere praeter honores.

3. Confieso, que esto me hizo alguna fuerza; y en efecto, desde luego propuse rebatir a este nuevo Impugnador. ¿Mas que le parece a Vmd. me sucedió? A la lectura reflexionada de una parte de la obra reconocí la dificultad [28] de la empresa. No ví escrito contencioso en mi vida, cuya respuesta, o impugnación fuese igualmente ardua, porque ninguno ví en quien reinase igual confusión. No hay método, distinción, ni orden en cuanto arguye. A cada paso se encuentran embolismos, en que no se percibe por dónde va, ni para dónde viene, ni aun si va, o si viene. Propónese tal vez un objeto, como que va a tratar de él, y al momento le vemos saltar a otro diferente. Frecuentemente arrolla lo verdadero con lo falso, y lo dudoso, como que son una misma cosa. Copia algunas proposiciones mías para impugnarlas, y la impugnación no las toca en el pelo de la ropa, porque muda de objeto. Tan infeliz es en la puntería, que puesto el blanco a dos dedos de la boca del cañón, va el tiro a otra parte. Pierde la mira, y el tino a cada paso; y perdiéndole, le hace perder también a los lectores, los cuales queriendo tomar el hilo, no hallan sino hilachas; distintas sí, pero enredadas unas con otras; de modo, que ni hacen tejido, ni ovillo, sino laberinto. Al fin, no me parece me apartaré mucho de la verdad, si digo que el Libro no es otra cosa que un almacén de noticias infarcinadas (las más bebidas en charcos, o mal entendidas), imaginaciones quiméricas, ideas obscuras, doctrinas embarradas, conceptos indigestos, explicaciones implicantes, contradicciones manifiestas, &c. ¿Pero constituiré yo al Rmo. P. Flandes responsable de todos estos estos defectos? En ninguna manera. ¿Pues no es él el Autor del Libro? En alguna pequeña parte lo concederé. En el todo, o lo más lo negaré. Explícome.

4. Ha días que de Murcia se me participó la postdata siguiente de una Carta del Rmo. Flandes a un corresponsal suyo: Aquí (en Valencia) se ha forjado una nueva Academia, que ha de ser Real. Son cincuenta sujetos, entran a diez pesos, y cada mes dos para gastos. Escribirán desde luego las glorias de España, el origen de la Ciencia en ella: su Censor principal, y Autor el Doctor Mayans tiene que imprimir para ocho años. Mi primer Tomo le imprimen este Invierno en Madrid: somos de la Tertulia de Mañer, y de D. Diego [29] de Torres. Sobre esta noticia es fácil discurrir, que el Rmo. Flandes tuvo muy poca parte en la Obra, y que entraría una porción de aquella Sociedad literaria en ella. Los Académicos se ayudan mutuamente. Es verosímil, que el Rmo. Flandes sólo diesen la idea, y ministrase algunas noticias, dejando lo demás al arbitrio de tres, o cuatro Socios, de los cuales uno haría un retazo, otro otro, y de aquí vino la confusión, la falta de método, las muchas contradicciones, &c. A uno se la antoja decir una cosa, a otro otra. A uno se le antoja el alabarme, a otro vituperarme. Uno daba en el clavo, otro en la herradura. ¿Pero no podría, me dirán, corregir la Obra el Rmo. Flandes? Respondo, que no admite esta Obra más corrección que fundirse toda de nuevo; y temió dar en rostro con su ineptitud a los subalternos, que estando recién formada la Academia, podría descomponerse la Sociedad.

5. Desde el título comparado con el asunto empiezan las contradicciones. El título es: El antiguo Académico contra el moderno Escéptico. El Autor se cualifica a sí de antiguo Académico, y a mí de moderno Escéptico. Ya sabe Vmd. que Escéptico significa dubitante, que no afirma, ni niega; antes entre la afirmación, y negación se mantiene siempre perplejo. Vamos ahora a la Obra. Debajo del rótulo común de Defensa de la Física intenta probar contra mí cinco cosas. La primera, que la Medicina, como hoy se practica, está en su perfección, y carece de incertidumbre. La segunda, que realmente hay Esfera del fuego. La tercera, que hay Antiperístasis. La cuarta, que hay Simpatías, y Antipatías. Y la quinta, que hay Piedra Filosofal. Note ahora Vmd. que en ninguno de estos cinco asuntos he procedido como Escéptico, o dubitante; antes resueltamente he negado todo lo que el Autor del Libro (hablaré siempre en singular del Autor, aunque hayan sido muchos) afirma, o afirmado lo que él niega. ¿Qué coherencia puede esperar en lo individual de la Obra quien al primer paso encuentra una contradicción tan palpable entre el grueso de ella, y el título? [30]

6. Este concepto de incoherencia se confirma inmediatamente en la entrada de la Obra, pues ésta empieza con una larga, y vehemente inventiva de Justo Lipsio contra los ruines Críticos. Mas después de copiada aquella invectiva, para exceptuarme de ella, estampa las cláusulas siguientes, en que me adorna con un amplísimo elogio.

7. «Esta ingeniosísima sátira de Justo Lipsio, contiene cuanto sucede hoy día entre muchos Críticos. Son pocos los sabios Correctores de nuestro siglo. No obstante, luce brillando entre todos, como el Sol a vista de sus Planetas, el Reverendísimo Padre Maestro Fr. Benito Jerónimo Feijoo, bien conocido por su Teatro Crítico Universal, con varios Discursos en todo género de letras; pudiéndose con razón dudar, si resplandece más en modestia, que en doctrina. Ésta se manifiesta en una universalidad de las Artes, y las Ciencias que penetra, usa, y distribuye: aquélla se ve en una relevante, y eminente religiosidad que le acompaña. La erudición en los Autores de todas clases es como inmensa: su alta sabiduría en el profundo conocimiento de las causas admira: su inteligencia en la penetración de los principios es digno fruto de su clara idea: su firme ciencia en las resoluciones que establece rinde el ánimo del que leyere: y finalmente su dulce elegancia deleita, al paso que su método arrebata. Lejos está el Rmo. P. Mro. de ser comprehendido en el sueño Lipsiano (está aquella invectiva concebida en la idea de un sueño), contra la perversión de la Crisis, siendo su juicio mayor que su fama.»

8. Sobre que preguntaré lo primero al Autor del Libro, ¿cómo se compone el decir, que mi firme Ciencia en las resoluciones que establece rinde el ánimo de los Lectores, con tratarme de Escéptico, o dubitante ¿La ciencia firme es perplejidad vacilante? ¿Establecer resoluciones es proponer dudas? Preguntaréle lo segundo, ¿cómo se compone este amplísimo, y no merecido panegírico con los muchos dicterios que se me disparan en todo el discurso de la Obra? Pues aunque no se me suele nombrar en ellos, el contexto [31] declara con evidencia, que a mí vienen derechamente. En la página siguiente llama frenéticos a los que se enfurecen contra los Médicos; y en la inmediata dice, que el reprobar el uso de la Medicina fue error de los Anabaptistas, y es necedad de los Turcos. Estas dos sentencias totales tan honrosas, y tan modestas, o son contra mí, o no vienen al caso. Mas no dije bien: no vienen al caso, y con todo eso son contra mí. No vienen al caso, porque yo, que soy el objeto de la impugnación, ni me he enfurecido contra los Médicos, ni he reprobado el uso, sino el abuso de la Medicina. Y con todo son contra mí, porque como el designio constante del Autor en todo el Libro es alterar mis proposiciones, y suponer que he escrito lo que ni aún me pasó por el pensamiento; y como he dicho, no hay otro objeto de la impugnación que yo, a mí se me carga el frenesí de los enfurecidos, el error de los Anabaptistas, y la necedad de los Turcos. ¿Quién podrá creer, que es un mismo Autor el que me adorna con aquellos elogios, y el que me aja con estos improperios, y tan cerca lo uno de lo otro?

9. ¿Mas adónde habrá leído el Autor que fue error de los Anabaptistas reprobar el uso de la Medicina? Entre los errores comunes de aquellos Herejes no hay tal cosa, ni señalará Autor fidedigno que lo diga. Aun cuando alguna de las muchas Sectas, en que se dividieron los Anabaptistas, por capricho particular reprobase el uso de la Medicina, esto no se debiera cargar a los Anabaptistas en común, sino a aquella Secta particular. Diré en qué consiste la alucinación, o voluntaria, o involuntaria del Autor. Entre las muchas Sectas, en que se dividieron los Anabaptistas, hubo una que llamaron de los Euchitas; esto es, Orantes, los cuales reprobaban como ilícita en general toda diligencia humana necesaria para conservar la vida, diciendo que todo se había de esperar inmediatamente de Dios, por medio de la oración, ora fuese el manjar para alimentarse, ora la ropa para vestirse, &c. (Nat. Alex. tom. 8. Histor. Eccles. pag. 132.) Supongo, que entre estas diligencias para conservar la vida comprehendían también la Medicina. ¿Pero quién no ve cuánta distancia [32] hay de aquella exclusiva universal a esta particular? Así el Autor tan favorable a aquellos Sectarios, como inicuo conmigo, a ellos rebaja la mayor y más disonante parte de las fatuidades que proferían, y a mí me impone una extravagancia en que jamás he caído.

10. ¿Dónde leyó tampoco, que es necedad de los Turcos reprobar el uso de la Medicina? Antes pecan por el extremo contrario, que es medicarse demasiado, y amar los medicamentos nimiamente fuertes, y alterantes. Oigase al Geógrafo Mr. de la Martiniere, que es el Escritor más instruido en los genios, y costumbres de todas las Naciones, que hasta ahora ha padecido. Luego (dice hablando de los Turcos) que se sienten con la menor incomodidad, van a la casa del Cirujano a sangrarse, y no hallan dificultad en abrirse la vena en medio de la calle: hácense aplicar ventosas, y quieren vomitivos, y purgantes muy violentos. Cuanto más obra el remedio, tanto más es alabado el Médico, quien para contemplarlos se ve precisado a cargar excesivamente la dosis. Mire el Señor Académico mejor las cosas antes de ponerse a escribir.

11. Lo bueno es, que este ardiente defensor de la Medicina, que hoy se practica, la pone en mucho peor estado que yo. Yo he dicho, que hay pocos Médicos buenos, expresión que no quita que haya cuarenta, o cincuenta buenos en España, otros tantos en Francia, &c. Pero según mi impugnación, apenas habrá cuatro, o cinco en toda Europa que merezcan el nombre de Médicos. Nótese esta cláusula suya, conque empieza el n. 8. Por lo mismo protesto, que mi ánimo no es litigar, ni contradecir, sí dudar, dando a entender mis pensamientos tocante a la Física Pitagórica, que discurro inseparable de la Medicina. Esto es decir, que no puede ser Médico quien en la Física no siga a Pitágoras, o no sea Filósofo Pitagórico. Pregunto ahora: ¿Cuántos Médicos habrá en España que sigan la secta Pitagórica? Quiero perder cuanto escribo, si se hallaren ni aun dos, o tres que hayan dado en tal manía. Por lo menos hasta ahora, habiendo tratado a muchos Médicos, ninguno ví que adoleciese [33] de ella. Con que habremos de decir, apenas habrá en España dos, o tres que merezcan el nombre de Médicos. Quedan muy bien los señores Médicos con la ilustre defensa que de ellos, y de la Medicina hace mi sabio Impugnador.

12. Noto, que los asociados a esta Obra seguían varias sectas Filosóficas: uno una, otro otra, porque en varias partes de ellas se ven recomendadas, y aplaudidas, ya la de Pitágoras, ya la de Platón, ya la de Aristóteles, ya la de Lulio. Con que la cláusula, que acabo de copiar, fue sin duda obra de algún Pitagórico; pero que debía serlo sólo por un lado, y por el otro era Escéptico; porque aquello de no querer litigar, ni contradecir, sino dudar, es proprio del Escepticismo.

13. Es verdad que aunque seguían diferentes sectas, hallaron un raro modo de conciliarse, y conciliarlas, que fue suponer, que todas eran una misma, que ni Lulio discrepaba de Aristóteles, ni Aristóteles de Platón, ni Platón de Pitágoras. De modo, que según estos Académicos se puede aplicar a aquellos cuatro Filósofos lo que San Gregorio dijo de los cuatro Evangelistas: Si quaeras, quid Lullius sentit, hoc nimirum quod Aristoteles, Plato, & Pythagoras. Si quaeras, quid Aristoteles sentiat, hoc procul dubio quod Plato, Pythagoras, & Lullius. Si quaeras, quid Plato, hoc quod Lullius, Pythagoras, & Aristoteles. Si quaeras, quid Pythagoras, hoc quod Lullius, Aristoteles, & Plato. ¿Se habrá visto jamás igual embrollata filosófica? Se ha tenido por extraño el intento del Filósofo Ammonio de conciliar las doctrinas de Aristóteles, y Platón. Pero nuestros Académicos, no sólo son hombres para esto, sí para mucho más, pues no sólo concilian a Platón con Aristóteles; mas también a estos dos con Pitágoras, y Lulio, que aun son más opuestos a Aristóteles, y Platón, que estos dos entre sí.

14. Al acabar de escribir esto, sintiéndome la cabeza algo cargada, determiné orearme, dando algunos paseos en la Celda. Y ve aquí, que no bien empecé a hacerlo cuando me vino al pensamiento determinar el modo con [34] que procedería en la asistencia de un enfermo un Médico imbuido de la Filosofía Pitagórica. Como había poco que discurrir en la materia, al momento dí en ello. Lo primero preguntaría por la edad del enfermo, para saber si estaba en año climatérico, o no; esto es, en año compuesto de septenarios (porque esta observación viene de Pitágoras, que en todo aplicaba la observación de los números), para determinar si la enfermedad era más, o menos peligrosa. Juntaría a esto para el pronóstico alguna operación de Hidromancia, o Nigromancia; porque según San Agustín (lib. 7. de Civitat. Dei cap. 35.), que para ello cita a Marco Varron, Pitágoras era Hidromántico, y Nigromántico. Cualquier cosa aplicaría por medicamento, porque según Pitágoras en el mundo todo es animado (este dogma le atribuye Plutarco) y así todo puede vivificar, y alentar los espíritus; pero si recetase algunas píldoras, observaría inviolablemente el número impar, sagrado entre los Pitagóricos. En cuanto a la dieta, mandaría severamente la abstinencia de toda carne, en que jamás dispensó Pitágoras por el principio de que nuestras almas pasan a los cuerpos de los brutos, y así es ilícito matarlos. Este precepto era común a sanos, y enfermos. Lo mismo el de la abstinencia del pez llamado Melanuro, porque decía estaba consagrado a los Dioses infernales. Lo de las habas ya se sabe. Para recrear el ánimo del enfermo prescribiría el deleite de la Música, a la cual fue muy aficionado Pitágoras; pero no sólo el de la Música de acá abajo, mas también de aquel celestial concepto que (según Pitágoras) hacen, moviéndose, y rozándose unos con otros, los Orbes celestes; que aunque confesaba no poder sentirle los oídos, por estar acostumbrados a él desde que nacemos, pero sí percibirle con la mente. Finalmente, si viese que el enfermo, en vez de sanar, se iba acercando a la muerte, le consolaría con la doctrina de la transmigración, y circulación de su alma por varios cuerpos de brutos; la cual concluida, por muchos que fuesen sus pecados, en el espacio de treinta mil años (éste es el plazo que señalaba Pitágoras a aquella peregrinación [35] de bruto en bruto a los que tuviesen muchas culpas que expiar) volvería a entrar en otro cuerpo humano al tiempo de engendrarse éste.

15. Si me dijeren que éstas son chanzonetas, repongo, que los dichos son los dogmas Pitagóricos; y no veo otro modo de usar de la Física Pitagórica en la Medicina.

16. Quisiera parar aquí: pero veo en el número inmediato una vehemente declamación contra todas las doctrinas de Autores extranjeros (por lo menos los del Norte) en Física, Matemática, y Medicina, sobre que no puedo menos de decir algo. En ella, después de otras cosas, se explica así el Autor: Al cabo de tantos años introducir improporcionadas plantas venidas del Norte, donde los Autores viven helados en la Fe, y Caridad, y concurriendo todos ellos (como se ve), al desprecio de la Física Pitagórica, de la Metafísica Platónica, de la Lógica Aristotélica, y de los Santos Padres, en cuanto Filósofos, es motivo para recelar que los Herejes con sus halagüeñas voces nos quieran introducir su veneno en la dorada copa de su experimental Filosofía, disponiéndonos a sacudir el yugo de la autoridad de nuestros mayores, para abrir en adelante brecha contra los estudios de Filósofos, si Gentiles en sus escritos, ya cristianizados, y lograr en nosotros la ignorancia de la Lógica, órgano maravilloso que coadyuva a resolver sus sofismas, para avanzar ellos después a que le sacudamos también en cuanto Teólogos: de suerte, que triunfe el Infierno de nuestra Fe, &c.

17. Muchos más absurdos hay que renglones en esta declamatoria invectiva. 1. Las doctrinas Médicas, Físicas, y Matemáticas que recibimos de afuera, no sólo vienen del Norte, mas también del Nordeste, y del Este. Quiero decir, de Francia, y de Italia. 2. Extráñese como obscura la expresión de plantas improporcionadas Será acaso modo de hablar Pitagórico; porque Pitágoras todo lo reducía a proporciones numéricas. 3. Sea el que se fuere el significado de esas voces, para que creamos esa improporción no basta que el Académico lo diga. 4. El que todos los Autores Matemáticos, Físicos, [36] y Médicos del Norte concurran al desprecio de la Física Pitagórica, si se habla de desprecio expresado en sus Escritores, es muy falso, pues no se acuerdan de Pitágoras, ni para bien, ni para mal. 5. Física Pitagórica se puede decir que es negación de supuesto. Pitágoras nada escribió. Así lo dicen Plutarco, y Diógenes Laercio. Sólo por tradición se sabe, que daba por principios de todas las cosas las proporciones numéricas, y que había tomado de los Egipcios la transmigración de las almas. Consiguientemente a lo cual afirmaba que su alma había estado en otros cuerpos antes que él naciese; y lo que es más gracioso, los señalaba, diciendo que había estado primero en el cuerpo de Etalides, hijo de Mercurio: luego en el de Euforbo, que se halló en la guerra de Troya, y fue herido por Menelao: después en el de Hermotimo, Ciudadano de Clazomena en la Jonia; consiguientemente en el de un Pescador de Delos, llamado Pirro; muerto el cual, aquella alma se había venido al cuerpo del mismo Pitágoras. ¿Todo esto es Física Pitagórica? ¿O son sueños, y delirios Pitagóricos? 6. Siendo tal la doctrina de Pitágoras harían muy bien en despreciarla, no sólo los Autores del Norte, mas también los de Oriente, Poniente, y Mediodía. 7. Tampoco se acuerdan, ni Médicos, ni Matemáticos extranjeros de la Metafísica de Platón, ni para apreciarla, ni para despreciarla, porque tanto hace al caso para aquellas facultades, como a uno que tratase de la Náutica el arte de cocina. 8. La Metafísica de Platón se reduce a las ideas separadas, y de éstas digo lo mismo, que si los Autores del Norte las despreciasen harían muy bien, como las despreció Aristóteles, y los que siguen a Aristóteles. Sin que obste, que algunos hayan querido dar a Platón un buen sentido, porque manifiestamente es opuesto a la letra, como yo tengo bien averiguado. Haeretica Idearum Sacramenta llama Tertuliano a las Ideas Platónicas; y dice que en ellas se ven las semillas de los errores de los Gnósticos. 9. El que todos los Autores del Norte desprecian la Lógica de Aristóteles se dice muy voluntariamente. Lo que hay en esto es, que los Autores, tanto del Nordeste, y del Oriente, como del [37] Norte, que tratan de Filosofía Experimental, Medicina y Matemática, no se acuerdan de tratar ni de la Aristotélica, ni de otra alguna Lógica, o ya porque no la juzgan necesaria para aquellas facultades, o ya porque la suponen estudiada en las Aulas. 10. Ni los Autores Médicos, ni los Matemáticos del Norte se acuerdan en sus escritos de los Santos Padres; como ni tampoco se acuerdan de ellos los Autores Médicos, y Matemáticos de Italia, Francia, y España. Si este silencio significa desprecio, a todas las Naciones toca el rayo. 11. Si los Filósofos nuestros mayores erraron, debemos estimar a los modernos que los impugnan, y nos desengañan. Las cuestiones Filosóficas no se deciden por la Cronología, averiguando en qué edad floreció cada Autor, para saber si es más antiguo, o más moderno, sino por razón y experiencia. 12. Querer mantener la autoridad de los Filósofos Gentiles, porque están cristianizados, es una de las más raras ilusiones del Mundo. ¿Qué es eso de estar cristianizados? O se dice de los Autores, o de las Obras, y uno, y otro es falso. Los Autores murieron Gentiles, y en el infierno es cierto que no se bautizaron. Las Obras están hoy impresas con los mismos errores que ellos escribieron. Con más verdad, o apariencia se diría que están catolizados los Libros Médicos, y Matemáticos de Autores Protestantes, porque no contienen, por lo menos en lo común, algún error puesto a nuestros Dogmas. Con todo, el Académico quiere que se repudien todos estos por ser de Herejes, por más que los Libros no herejizen, y se adoren los de Hipócrates, en quienes sirve de umbral una abierta profesión del Gentilismo en aquel célebre juramento del mismo Hipócrates: Apollinem Medicum, & Aesculapium, Hygaeamque, ac Panaceam iuro, Deosque omnes, itemque Deas testes facio, &c. De Galeno ya se sabe que constituyendo el alma en la harmonía, o proporción de los cuatro humores, le negó la inmortalidad. 13. La experimental Filosofía da una idea más viva de la infinita sabiduría, y poder del Criador, y en ninguna de sus partes tiene la más leve concernencia con los errores de los Herejes. [38]

18. Yo tengo los cuatro Tomos de Filosofía Experimental de Roberto Boyle, Hereje Anglicano; y desde luego desafío a todos los cincuenta Académicos de la nueva Academia a que no me darán en todos ellos ni una palabra que no pueda pasar indemne por todos los Tribunales de la Santa Inquisición; y alargo la apuesta aun a los cuatro Tratados Teológicos que escribió este Autor: el primero de Amore Seraphico: el segundo de suma veneratione debita Deo ab humano intellectu: el tercero de Stylo Sacrae Scripturae: el cuarto de Excellentia Theologiae. 14. Y en caso que los Herejes en la dorada copa de la Experimental Filosofía nos presenten el veneno de sus errores, ¿no será mejor admitir la copa, y derramar el veneno, que repeler uno, y otro? Los ignorantes no disciernen el veneno, es verdad, y pueden tragarle pensando que es cordial. Mas en ninguna parte faltan Doctos que se lo hagan vomitar. 15. ¿Pero no hay más Libros de Filosofía Experimental que los que componen los Herejes? De Autores buenos Católicos nos dan Italia, y Francia innumerables. Pero al señor Académico, que escribió lo que ahora se va notando, se le advierte, que ese vano espantajo, con que ha tiempo nos andan algunos quebrando la cabeza del riesgo que hay en la lectura de Libros Extranjeros, es una añagaza que ya está muy entendida. Este es un artificio grosero de ciertos pobres Literarios, que quieren pasar por Filósofos, sin ser más que unos Metafísicos; y como los Libros Extranjeros, que tratan de la Filosofía Experimental, y enseñan los secretos del mecanismo, descubren su ignorancia, o hacen que la descubran los que se aplican a ellos, con este fingido miedo de la introducción de la herejía, los quieren desterrar todos de España, y quieren que todos los Españoles sean ignorantes, porque no se conozca que ellos lo son. También le advierto, que por más que se desgañite contra los Libros Médicos de Autores Herejes, no ha de lograr, que nuestros profesores Españoles echen al fuego a su Wilis, a su Sidenhan, a su Doleo, a su Etmulero, a su Manget, a su Boerahave, a su Hoffman, y a otros muchos. [39]

19. Yo, Señor mío, empecé a escribir esta Carta sin ánimo de hacer crítica del Libro que suena ser del P. Flandes, sino en términos muy generales. Pero ya que insensiblemente me fui metiendo en particularizar algo, no me amaño a contentarme con tan poco. Pero tampoco me alargaré mucho, porque aclarar todas las confusiones, manifestar todos los desaciertos de este Libro, no podría ser sin hacer seis volúmenes del mismo tamaño; porque ciertamente, desde el principio hasta el fin, no veo en él sino continuas, no sé si las llame equivocaciones, o alucinaciones, y por la mayor parte arrolladas unas con otras; de modo, que la única dificultad que hay aquí, y verdaderamente no leve, es desenredarlas, y colocar cada una en su lugar; pues hecho esto, el más lerdo conocerá lo que es equivocación, lo que es despropósito, lo que es futilidad, lo que es quimera, &c.

20. Y desde luego conocerá Vmd. que es preciso que haya infinito de estas baratijas en el primer asunto que se propone el Autor, o los Autores; esto es, probar, o defender la incertidumbre, y perfección de la Medicina en el estado que hoy la tenemos.

21. Si la Medicina es incierta, de su incertidumbre se sigue su imperfección; y el que la Medicina, a excepción de poquísimas reglas, es incierta, es una cosa tan visible, tan palpable, que se debe admirar que haya racional que se empeñe en contradecirlo; mas no se debe admirar, que el que se pone en este empeño, aunque sea el mayor ingenio del Mundo, no diga cosa que tenga la más leve apariencia de prueba; porque, ¿cómo se ha de probar lo que es visiblemente falso? Así en tales casos el único recurso que queda, es a embolismos, y confusiones. Pero los embolismos, y confusiones se disipan, como disipó Diógenes el sofisma, con que Zenón de Elea pretendía probarle, que no había movimiento alguno en el Mundo. Esperaba Zenón meter, y enredar a Diógenes en el obscuro laberinto de su sofisma, de modo que no pudiese salir de él. Pero Diógenes, despreciando aquella dialéctica fruslería, se levantó del asiento [40] en que estaba, y paseándose por la cuadra dijo a Zenón no es menester más que esto para convencerte de que hay: movimiento, y que pretender lo contrario es un delirio.

22. Al caso. Invéntense los sofismas, que se quieren, para probar que la Medicina es científica, y cierta; la experiencia nos muestra tan claramente en las contradicciones, y contrariedades de los Médicos su incertidumbre, como en el paseo de Diógenes la existencia real del movimiento. Si reprueban unos lo que aprueban otros, y esto tan generalmente, que es rarísimo el remedio, o en rarísima enfermedad hay remedio que no tenga muchos contradictores, ¿dónde está la certeza de la Medicina? Yo lo diré, en los Angeles, no en los hombres.

23. ¿Y qué responde el Académico a una prueba tan clara, y decisiva? Cosas que no están escritas. Cosas, digo, no escritas, ni vistas, ni representadas, ni aun soñadas, hasta que el Académico las soñó, y las escribió.

24. Dice, que las oposiciones que hay entre los Médicos, que opinan diversamente, sólo son aparentes; pero en la substancia de la cosa todos están conformes. Mas para disponer los ánimos de los lectores a tan impersuasible asunto, entra sentando primero lo mismo, y aun con más rigor en la Teología, y la Filosofía, siendo su dictamen, que en todas las cuestiones, que se agitan entre Filósofos, y Teólogos de diversas Escuelas, todos dicen una misma cosa, y todos dicen la verdad, sin otra discrepancia que la de explicarse diversamente. ¿Qué es posible, que el Académico diga eso? Nada más, y nada menos.

25. En orden a la Teología repase Vmd. la siguiente cláusula al num. 37, en que habla de las disputas que tienen unos con otros los Teólogos: Repito, que toda la duda está en las voces, y en que cada Teólogo piensa explicarse mejor que el que lleva modo contrario al suyo. Por esta misma razón los tolera la Santa Iglesia Romana, que si viese a los Teólogos oponerse realmente, v.g. diciendo: Dios es bueno: Dios no es bueno, de contado condenaría la negativa; pero viendo, que todos se explican bien, y sólo se disputa [41] quien se explica mejor, los deja decir, y que formen opiniones sobre la mejoría de su explicación.

26. ¡Ay pobre de mí! Con que tantos Libros llenos de cuestiones de Teología Escolástica; tantas, y tan vivas concertaciones entre Escuelas opuestas, tantos; y tan continuados gritos en las Aulas, todo rueda únicamente sobre explicarse más, o menos bien. Todos dicen una misma cosa, todos dan con la verdad, (expresión de que había usado poco antes); y aun lo que es más, todos se explican bien. Unicamente se porfía desde que hay Cátedras de Teología Escolástica, sobre quien se explica mejor. ¡Qué lástima! ¡Qué tiempo tan perdido! ¡Qué rentas tan mal empleadas!

27. No toleraría, según el Académico, la Santa Iglesia Romana a los Teólogos, si los viese oponerse realmente, y para esto trae el impertinentísimo verbi gratia de si unos dijesen, Dios es bueno, y otros, Dios no es bueno, en cuyo caso de contado condenaría la negativa. Ya se ve, que condenaría la negativa, porque la negativa es una blasfemia. Pero no habiendo, ni blasfemia, ni error Teológico, ni átomos de él, ni por una parte, ni por otra, en las cuestiones en que sienten diversamente los Teólogos, aunque la oposición sea real, y no sólo diversidad en el modo de explicarse, ¿por qué no los ha de tolerar la Iglesia? ¿O por qué ha de condenar ni a una, ni a otra opinión? Mas esto de embarrar, mezclar, y confundir cosas diversísimas, como si fuesen una misma, ya he advertido, que es un defecto transcendente a todo el Libro del Académico, y muchas veces sin solaparlo en alguna manera, como en el caso presente, en que con un verbi gratia, metido de topetón confunde las cuestiones, en que mutuamente discrepan los Teólogos, con las verdades Católicas, en que todos los Teólogos concuerdan.

28. Es cierto, que graves Teólogos sienten, que entre los muchos centenares de cuestiones de Teología Escolástica, que se agitan en las Escuelas, hay una, u otra en que, bien descifradas las cosas, se halla que la disputa [42] es sólo de nomine; pero a red barredera, sujetarlas todas a esta nota es una rara extravagancia. Vayan al caso dos, o tres verbi gratias. Dicen los Tomistas, que Dios predetermina físicamente nuestras acciones libres. Niéganlo los Jesuitas. ¿Esta disputa consiste sólo en las voces, o en el diferente modo de explicarse? ¿Dicen unos, y otros in rei veritate una misma cosa, y unos, y otros la verdad? Estas proposiciones, hay física predeterminación; no hay física predeterminación son contradictorias: por consiguiente, si la una es verdadera, la otra es falsa; si la una es falsa, la otra es verdadera. Luego, o los que profieren la primera, o los que profieren la segunda se apartan de la verdad. Del mismo modo son contradictorias éstas, la física predeterminación destruye la libertad: la física predeterminación no destruye la libertad. Los Jesuitas pronuncian la primera, los Tomistas la segunda: luego in rei veritate, y en cuanto a la substancia de la cosa, o yerran éstos o aquéllos. También son contradictorias éstas, hay distinción real formal in Divinis; no hay distinción real formal in Divinis. Aquélla es de la Escuela Escotística, ésta de la Tomística. ¿Lo que afirman los Escotistas no es una cosa real, que hay ex parte objecti, y no sólo ex modo significandi? No hay duda. ¿No niegan los Tomistas esa cosa real? Tampoco la tiene. Luego la cuestión no rueda sobre el modo de explicarse, sino sobre la cosa explicada. Lástima sería gastar el tiempo en esto, si no sirviese para desengañar a algunos pobres ignorantes, a quienes se procura alucinar con tales ilusiones.

29. De la Teología desciende el Académico a la Filosofía, donde con la misma caridad ejercita su espíritu conciliativo, pronunciando, que Realistas, Nominales, Tomistas, Escotistas, Jesuitas, todos dicen una misma cosa, aunque en diferente lenguaje; pero aun la diferencia de lenguaje es poquísima, y que casi sólo consiste en la diversa pronunciación de las mismas voces: Al modo (éste es el símil de que usa) que el Valenciano, el Catalán, y Mallorquín, [43] usando de las mismas voces, y significado de ellas en su lengua Lemosina, apenas se distinguen más que en la pronunciación. Lo más gracioso es, que después de proponernos tan monstruosa paradoja, sin más prueba que el símil de su lengua Lemosina, concluye con el fallo magistral de que quien esto ignorase no sabe Filosofía; y a esta cuenta el Académico es el único que la sabe, porque todos los demás ignoramos, o tenemos por quimera esa identidad de doctrinas, debajo de una leve distinción en las voces, que ciertamente vienen a ser un hircocervo literario.

30. Para en fin en la Medicina; y aunque confiesa, que en esta hay mayor dificultad de conciliar las diferentes opiniones, no duda sujetarlas a su universal proyecto de unión de Sectas. A cuyo fin, después de unas proposiciones vagas, y obscuras que piden mucho comento, prosigue así:

31. La ilimitación del objeto real que es la potencial salud, sale aun por líneas que parecen encontradas; porque las universales máximas abrazan las opuestas inferiores, como ser indiferente el animal para ser racional, o irracional; abrazar la universal cantidad el ser continua, o discreta, &c. concordándolas en sí mismas. Al modo que para entrar en Murcia, uno vendrá por Orihuela, otro por Andalucía, otro por Cartagena, y otro por la Mancha: son opuestos caminos, pero todos llegan.

32. No puede negarse, que el Académico es especioso en la inventiva de los símiles: así apenas usa jamás de otras pruebas; pero descuidándose mucho en examinar si son, o no aplicables al asunto para que los trae. Los que propone en el pasaje, que acabo de copiar, son tan impertinentes al propósito, como el de la lengua Lemosina a las diferentes opiniones Filosóficas. En el símil de los caminos de Murcia se incurre una crasa materialidad. Hay para Murcia diferentes caminos, pero no hay en la elección de ellos encuentros de opiniones; pues, ni el que va a Murcia por Orihuela niega que llegará a aquella Ciudad el que va por Andalucía; ni el que va por Cartagena afirma que [44] va descaminado el que toma la rota por la Mancha. No así en la facultad Médica, pues en ésta, no sólo hay diferencia de caminos, mas también encuentro de opiniones, de las cuales una reprueba el camino por donde va la otra.

32. Esto es lo que se ve cada día en los Pueblos grandes. Son llamados varios Médicos para curar a un personaje enfermo de peligro. Uno receta sangría, otro purga, y un tercero reprueba uno, y otro. Todos pretenden la salud del enfermo. Este es el término a que aspiran. ¿Pero asiente cada uno a que los caminos, que toman los otros, conduzcan a ese término? Nada menos. El que receta sangría, dice que el vicio está en la sangre, y así la purga no es del caso. El que receta la purga, acusa la pituita, de que infiere que la sangría será nociva. Y el que reprueba sangría, y purga alega, que el enfermo no tiene fuerzas para tolerar ni uno, ni otro medio. Si viene un cuarto, acaso convendrá en la purga: pero no por entonces, por estar aún la materia incocta, a que se opondrá el que la había ordenado antes, alegando que hay turgencia, &c. Es verdad que últimamente se determina esto, o aquello; pero no porque nadie se dé por convencido de las razones de otro; sino, o por la mayor autoridad extrínseca de alguno, o por evitar querellas; y muy comúnmente se deja la decisión al arbitrio del enfermo, y de los suyos. Todos juzgan que van por el camino derecho, por aquel camino, digo, que conduce a la salud del enfermo. ¿Pero qué sucede infinitas veces al Médico, satisfecho del camino que ha elegido? Lo que dice Salomón (Proverb. cap. 16.) Est via quae videtur homini recta, & novisima eius ducunt ad mortem. Piensa que camina al término feliz de la enfermedad, y da con el funesto término de la vida.

34. Esta oposición diametral de los Médicos, condenando unos por nocivo lo que otros aprueban por útil, no sólo se ve en los Profesores que ejercitan el Arte, mas también frecuentísimamente en los Autores que la enseñan en los Libros. Esta es una verdad tan clara, que sólo podrá dudar de ella quien no haya puesto jamás los ojos en [45] Libros de Medicina; y yo la he observado con la mayor evidencia en varias partes de mis Obras, por lo cual es superfluidad detenerme más sobre este asumpto.

35. Vamos al otro símil de la indiferencia del animal para ser racional, o irracional. Es proverbio de los rústicos de mi tierra: Hum bom exempriño acrara muyto a vista. Un buen ejemplito, o simil esclarece mucho la vista; esto es, da mucha luz al entendimiento para percibir bien cualquier cosa. Es cierto. Como por la razón contraria lo es también, que los símiles impertinentes, en vez de ilustrar, confunden, y anublan la razón. Si malo es el ejemplo de Murcia, abierta a diferentes caminos, peor es el del animal común a diferentes especies.

36. La aplicación de él a la materia presente claramente está indicada por aquella proposición que le precede inmediatamente: las universales máximas abrazan las opuestas inferiores, y por todo el resto del contexto. Quiere decir: así como la razón común de animal es indiferente para todas las especies inferiores a ella, y las abraza todas de modo, que aunque opuestas entre sí, de todas se verifica aquella razón común; del mismo modo la razón común de Medicina abraza todos los remedios, o métodos opuestos de curar: de suerte, que todos logran el fin común de la Medicina, que es sanar los enfermos.

37. Esto se llama ajustar la cuenta sin la huéspeda; y la cuenta viene errada de la cruz a la fecha. Supónese en ella, que todos los que los Médicos llaman remedios, o métodos curativos, realmente son tales. Y esto, no sólo es falsísimo en sí, pero lo tienen por falsísimo los mismos Médicos, entre quienes lo que uno tiene por remedio para tal enfermedad, niega otro que lo sea; y recíprocamente niega aquel que lo sea el que éste recomienda. Es remedio el que aprovecha, no el que daña, y a cada paso a unos oímos decir que dañan los que otros dicen que aprovechan. La Medicina tomada propriamente, es un arte realmente curativo, no curativo sólo en el nombre; así sólo abraza en su esfera los que realmente son remedios, no los que lo son [46] sólo en el nombre, o los que erradamente juzgan serlo en varias ocasiones, y enfermedades muchos Médicos. ¿Qué paridad, pues, hay de esto a las diferentes especies comprehendidas debajo de la razón común de animal? Nómbrese el bruto que se quiera, todos convienen en que realmente es animal, o viviente sensible. Pero son infinitos los que tienen el nombre de remedios, a quienes niegan muchos Médicos que lo sean para tales, y tales enfermedades, a las cuales los aplican otros Médicos. Mas como quiera, estos símiles impertinentes tienen su uso para la infinidad que hay de lectores superficiales.

38. Como yo no sólo probé la incertidumbre de la Medicina a ratione, mas también ab auctoritate, citando a cinco Autores Médicos, que llanamente confiesan dicha incertidumbre, pretende asimismo el Académico satisfacer a esta prueba, aunque no a la verdad, respondiendo, sino empatando; esto es, oponiendo a cinco Autores Médicos, que confiesan la incertidumbre, otros cinco que afirman la certeza. Los que yo cité son Etmulero, Ballivo, Sidhenan, Mr. le Franzois, y Martínez. Los que el Académico opone son, a Etmulero, Luis Cornelio Rigio: a Ballivo, Raimundo de Sabunde; a Sidhenan, Cornelio Gemma; a Mr. le Franzois, el Doctor Juan Aubri, a Martínez, Don José Sánchez de León.

39. Pero queda el Académico con todo esto muy lejos del pretendido empate por muchas razones. La primera, y sumamente substancial es que yo señalo individualmente los lugares de mis cinco Autores, y exhibo literalmente los pasajes; el Académico, ni uno, ni otro hace exceptuando al último de quien señala el lugar; mas no exhibe las palabras. Y no puede ignorar el Académico, que en puntos que se disputan, no hacen fe citas vagas, enunciando sólo, que tal Autor dice tal cosa, sino que es menester notar el lugar, y copiar las palabras, porque así se practica en todo el mundo; y es preciso practicarlo así, pues de otro modo es imposible examinar la mente del Autor citado. [47]

40. La segunda razón, que quita el empate, es, que no hacen igual fe, ni con mucho, los Autores Médicos que aseguran la certeza de la Medicina, que los que confiesan la incertidumbre; porque a aquéllos puede moverlos un afecto apasionado a su profesión; a éstos sólo la verdad.

41. La tercera razón consiste en la desigualdad de los cinco que alega el Académico, respecto de los cinco que yo cito. ¿Quién es Luis Cornelio Rigio para oponerlo a Etmulero? ¿Quién es Raimundo de Sabunde para ponerle enfrente de Ballivo? ¿Quién Cornelio Gemma para compararle con Sidhenan? Etmulero, Ballivo, y Sidhenan logran entre los facultativos una muy distinguida reputación, por lo cual apenas hay Profesor con medios para comprar Libros Médicos, que no los tengan en su Librería. ¿Pero quién se acuerda de Rigio, Sabunde, y Gemma, ni para comprarlos, ni para leerlos? Apenas dos entre dos mil. Aun Cornelio Gemma ya puede pasar; porque al fin fue algo en su tiempo; esto es, ha cerca de dos siglos, cuando aún los Profesores iurabant in verba Magistri Galeni; aunque verdaderamente más conocido fue por Astrónomo que por Médico. ¿Pero qué Médico oyó, ni leyó, no digo las Obras, pero aun los nombres de Rigio, y de Sabunde, salvo alguno que quisiese perder el tiempo en leer el Catálogo de Autores Lulistas, que los dos Aprobantes del Académico, y Apologistas de Lulio copiaron de Ibo Zalzinger?

42. Por lo que mira a Raimundo Sabunde, noto aquí que quiso el Académico satisfacer de paso el escrúpulo que algunos lectores podía ocasionar ver condenado en el Expurgatorio Español su Libro de la Teología Natural, que a creo es la única Obra que compuso. Yo no sé si Sabunde fue Médico, aunque el Académico le cita como tal. Pero en caso que lo fuese, bien pudo ser un gran Médico, y caer en algunos errores Teológicos, como sucedió a Daniel Sannerto, y a otros. Mas el camino, por donde el Académico pretende salvarle de la condenación, es descamino. Dice que la Obra prohibida de la Teología Natural [48] es una contrahecha por el Hereje Juan Amos Comenio, impresa en Amsterdam por Pedro Van Dem Berg.

43. Con su licencia no es así. El mismo mismísimo Libro, no contrahecho, sino por Sabunde, y del modo que estaba escrito antes de la edición de Amsterdam, se halla condenado en el Expurgatorio. Para convencerse de esto no hay más que leer las palabras del Expurgatorio que son las siguientes.

RAYMUNDUS DE SABUNDE.
Eius Thelogia naturalis, seu liber creaturarum de homine, & natura eius, a Raymundo de Sabunde ante duo saecula conscriptus, nunc autem latino stylo oblatus a Ioanne Amos Commenio, Amsterdami apud Petrum Van Dem Berg.

44. En que se debe notar lo primero el eius Theologia naturalis; esto es, se condena la Teología natural eius del mismo Raimundo, no la Teología natural de Juan Amos, ni de otro Hereje. Lo segundo, se condena el Libro que escribió el mismo Raimundo dos siglos ha a Ruymundo de Sabunde ante duo saecula conscriptus: luego no sólo la nueva edición de Amsterdam. Lo tercero, no se dice en la prohibición que el Libro de Raimundo fue depravado, o contrahecho por Juan Amos, sino precisamente traducido en latín: nunc autem latino stylo oblatus a Ioanne Amos Comenio.

45. Ni obsta el especificarse la edición de Amsterdam: porque en la regla 13 del Expurgatorio se advierte, que los Libros condenados, expresando alguna edición suya, se deben entender condenados en todas las demás, que sean anteriores, que posteriores, si no se hace positiva excepción. Y así la edición de Argentina, con que acota el Académico, tan condenada está como la de Amsterdam.

46. Finalmente se debe observar que Raimundo de Sabunde está comprehendido en el Expurgatorio entre los Autores damnate memoriae de primera clase. Y así le coge la cuarta de las advertencias para la inteligencia del Expurgatorio, [49] que declara que de los Autores damnatae memoriae de primera clase todas las Obras se deben entender condenadas, que se expresen, que no, salvo cuando se haga positiva excepción de alguna. De que se infiere con evidencia, que aun cuando el Libro de la Teología Natural, como lo escribió Sabunde, se distinguiese mucho del que tradujo Juan Amos, como Obra de Autor damnatae memoriae de primera clase está comprehendido en la condenación.

47. Prosiguiendo en el paralelo de los cinco Autores del Académico con los cinco míos, digo, que el Doctor Juan Aubri, que se sigue, es testigo contra producentem. Diré el por qué. Cita el Académico un Libro suyo, intitulado: Triunfo del Archeo. Esto significa que siguió en la Medicina la Secta Helmonciana; que con su jefe Helmoncio atribuye todas las enfermedades al Archeo, o Espíritu ínsito. Ahora bien: Los Helmoncianos condenan la doctrina Galénica, como errada en la Teórica, y perniciosa en la Práctica. Buen apoyo éste para la pretensión del Académico, que quiere conciliar todas las Sectas como convenientes para la curación de las enfermedades, sin otra discrepancia que en el modo de explicarse.

48. Finalmente Don José Sánchez de León, Médico de Murcia, puede ser que sea un buen Médico; pero en razón de Autor oponer éste, que lo fue de la aprobación de un Libro (pues no se cita otro Escrito suyo), al Doctor Martínez, que lo fue de tantos que corren en el público con mucho aplauso, es sacar al campo un Pigmeo contra un Gigante.

49. Pero ya suple el Académico los defectos de sus cinco Autores, añadiendo que pudiera citar por la certeza de la Medicina treinta, Lulistas. Supónese que estos treinta Autores Lulistas son Médicos; porque si no, no son del caso. ¿Y dónde están esos Señores? En los espacios imaginarios, o con el nuevo mundo que, según el P. Daniel, fabricó Descartes. Vé aquí una de las muchas cosas que convencen que el Rmo. Flandes no fue Autor de este Libro, o [50] sólo lo fue en una pequeñísima parte. Esto de decir que pudiera citar treinta Autores Médicos Lulistas sobre ser una visible baladronada, indigna de un hombre serio, es una ficción manifiesta. La demostración está en la mano. Hizo Ibo Zalzinger aquel largo Catálogo de Autores Lulistas que copiaron los dos Aprobantes hermanos del P. Flandes; y en qué, para engrosarle, discurriendo por los ángulos de todas las Bibliotecas, juntó cuantos pudo ex omni tribu, & lingua & populo, & natione. En aquel Catálogo se señala el estado, y profesión de todos los Lulistas que se citan. Pues ve aquí que no hay entre todos ellos más de tres con la cualidad de Médicos. ¿Y dónde están los veintisiete que restan? No es menester que estén en parte alguna. De tres se hacen fácilmente treinta con añadir al guarismo tres un cero. No siendo de esta suerte, le digo al Académico, que más fácil es contar una por una las once mil Vírgenes, dando sus nombres, y los de sus padres, y abuelos, que señalar treinta Autores Médicos Lulistas: y que cuando el Académico señale éstos contra cada uno de ellos señalaré yo trescientos Autores Médicos Hipocráticos. Los pocos que siguen a Lulio multiplican sus Sectarios como el vulgacho las Brujas, que dice que está el mundo lleno de ellas, y apenas en trescientas leguas de tierra parecen diez, o doce. Pero multipliquen los Lulistas a sus Cofrades, y Sectarios de Lulio cuanto quieran, no pueden evitar la desdicha de no hallar entre todos ellos (¿qué mayor descrédito de una Secta?), no digo dos, tres, pero ni aun Autor sólo de un nombre sobresaliente en la República Literaria.

50. Tan infelizmente como se ha visto discurre el Académico en la pretensión de la certeza de la Medicina hasta el núm. 41, donde repentinamente le vemos pasar de Médico a Genealogista. Presentemos, dice, la Genealogía de la Medicina. ¿Y a qué propósito? Lo primero que ocurre es, que como aquellos Nobles, que no tienen mérito alguno personal, sólo pueden alegar la generosidad, y virtud de sus mayores para lograr la estimación que pretenden; así el Académico, desconfiando del valor intrínseco de la Medicina, [51] alega la excelencia de su origen, para que quien no la aprecie por útil la estime por noble. Pero no es eso. Propone la excelencia de su origen para que creamos que hoy es tan perfecta, cierta, y excelente, como en sus principios: lo que viene a ser lo mismo que querer probar que un tal Fernández de Córdoba es tan valiente como el Gran Capitán, porque desciende del Gran Capitán. Lo peor es, que ni aun la pretendida descendencia puede probar el Académico.

51. Su discurso, removida la infinita fagina inútil, que mete en él, se reduce a esto. El Autor de la Medicina es Dios, quien con las demás ciencias la infundió a Adán. Adán, porque vivió novecientos treinta años, alcanzó a su sexto nieto Matusalén. Este alcanzó a Noé por seiscientos años. Noé, viviendo trescientos cincuenta años después del Diluvio, alcanzó a su tercer nieto Heber, en cuyo tiempo floreció Esculapio. De aquí infiere que la Ciencia Médica infusa de Adán, de éste pasó a Matusalén, de Matusalén a Noé, y de Noé, o mediata, o inmediatamente a Esculapio: por lo cual concluye muy satisfecho, que viviendo Noé, enseñaba ya Esculapio en la Asiria lo que oyó a sus abuelos, hijos del susodicho Patriarca.

52. No para aquí. Sem (prosigue el Académico), hijo de Noé, alcanzó a Leví, Leví al Patriarca José, José a Amran, padre de Moisés. De que se infiere (añade) que con otras tres generaciones se hallan las Ciencias, entre ellas la Medicina, comunicadas al Egipto. Mas porque llegando aquí se le presenta hacia delante un larguísimo intervalo de tiempo, sin ver los órganos por donde en él se pudo comunicar a los siglos posteriores la Ciencia Médica de Adán, vea Vmd. cómo se socorre en esta angustia. Si permitiésemos (escribe) el decir que en los cuatro, o cinco siglos siguientes se hubiera perdido la Medicina, es ciertísimo que renovó Dios las Ciencias en Salomón, como consta de la Sagrada Escritura; por consiguiente renovó la Ciencia Médica. Si había de parar en esto pudo empezar de aquí, constituyendo por fuente de nuestra Medicina la infusa de Salomón, [52] sin cansarse en tejer la serie de los Patriarcas, por donde pretende se comunicó la de Adán, en cuya comunicación se había de hallar la quiebra de cuatro, o cinco siglos; si no es que fuese por obstentar una erudición trivial, que cualquier principiante puede adquirir por la lectura del Génesis, y el Exodo.

53. ¿Mas cómo trae a nosotros la Medicina infusa de Salomón? De este modo: Desde acabado, dice, el Templo de Salomón, hasta florecer el más antiguo Pitágoras, van cerca de cuatrocientos años. De éste a Hipócrates van ciento cincuenta y dos: y juntas las dos partidas, desde la fábrica del Templo Jerosolimitano van pocos más de quinientos cincuenta, en cuyo tiempo ya tenemos en el mundo al Príncipe de la Medicina Racional, y Dogmática.

54. Dejando a parte las cosas que el Académico escribe de pura imaginación, como el que Esculapio alcanzó los tiempos de Heber, o Heber los de Esculapio; en el uso de las mismas especies que le subministró su poca, o mucha lectura (todas a la verdad bien triviales), manifiesta una gran falta de crisis, o reflexión; lo que con facilidad se le hará presente.

55. Concédase desde luego que a Adán, y Salomón infundió Dios todas las Ciencias; v.g. la Física, la Medicina, la que llamamos Historia Natural, Geometría, Astronomía, Música, y las demás Matemáticas. ¿Infiérese de aquí que todas se fuesen comunicando a la posteridad; de modo, que podamos lisonjearnos que nuestra Física, Geometría, Música, &c. nos vino por sucesión desde Adán, o Salomón? Delirio sería el pensarlo cuando sabemos que hubo siglos en que el mundo estaba lleno de una gran ignorancia en orden a estas Ciencias, y que lo que hoy se sabe de ellas se debe a algunos grandes genios que hicieron el primer plantío, y a los que después siguiendo sus huellas, le cultivaron. ¿Pues por qué no sucedería lo mismo a la Medicina?

56. Es de creer sin duda que ni Adán, ni Salomón fueron escasos con el mundo de las grandes luces que tenían; [53] pero por más que procurasen difundirlas, no podían librarlas de la contingencia a que están expuestas todas las cosas humanas. Por mil accidentes puede cesar la comunicación de las Ciencias de un siglo a otro. Así se ve que a siglos de mucha cultura se siguieron otros de barbarie.

57. Es palpable esto en la comunicación de la Ciencia de Salomón. Infundióle Dios a aquel Rey un gran conocimiento de las especies, propriedades, y virtudes de plantas, y animales. Esto es expreso en la Escritura. Et disputavit super lignis a Cedro, quae est in Libano, usque ad Hysopum, quae egreditur de pariete: & disseruit de iumentis, de volucribus, & reptilibus, & piscibus (lib. 3. Reg. cap. 4.). Es asimismo expresa en la Escritura la liberal profusión que Salomón hacía de su gran sabiduría, no sólo respecto de sus súbditos, y patrienses, mas hacia todo el mundo: como también la ansia con que acudían de todas las Naciones a lograr tan alto magisterio: Et veniebant de cunctis populis ad audiendan sapientiam Salomonis, & ab universis Regibus terrae, qui audiebant sapientiam eius.

58. Pregunto ahora: ¿Llegó a nosotros esta Ciencia? Bueno es eso. Ni aun a los que vivían veinte siglos ha. Consta esto con evidencia, porque los libros que trataban de plantas, y animales, cuyos Autores precedieron a Plinio tres siglos, o más, estaban llenos de horrendas fábulas como se ve en el mismo Plinio, que las cita, y comúnmente las refuta. Hasta Aristóteles hubo una gran ignorancia en orden a la Historia de los Animales. ¿Y las muchas noticias que de esta parte de la Historia natural nos dejó Aristóteles las debió éste a Salomón? No, sino a sus muchas observaciones experimentales, y a los grandes tesoros que expendió Alejandro para que pudiese hacerlas, como sabe todo el mundo.

59. ¿Y por lo que mira a la Medicina infusa de Adán pudo imaginar jamás el Académico, que así nuestro primer Padre, como los Patriarcas, a quienes él pudo comunicarla, tuviesen más cuidado de transferir aquella Ciencia a la posteridad, que la verdadera Religión, o el culto de verdadero [54] Dios? Ni aun tanto. Sin embargo, poco tiempo después del Diluvio empezó a olvidarse la verdadera Religión; y el culto Idólatra tan rápidamente se extendió en breve por el mundo, que en la edad de Abrahán, dice Calmet, a cualquier parte del mundo, que se vuelvan los ojos, no se ve sino impiedad, e idolatría: Quocumque oculos vertamus, aetate Abrahami, nihil utique cernimus in mundo, nisi impium cultum, & idolatriam (Dict. Bibl. v. Idolatría). San Epifanio, a Sarug, bisabuelo de Abrahán, hace primer Autor de la Idolatría. Pero por lo menos el que Tharé, padre de Abrahán, fue Idólatra, consta del capítulo 24. de Josué.

60. Muy superficialmente mira las cosas quien no comprehende que muy fácilmente se corrompe, y altera la doctrina más sana, ya por malicia, ya por descuido, ya por la nimia aplicación a otras cosas. El capricho disparatado de un Príncipe enemigo de las letras basta a desterrarlas enteramente de su Reino. De un antiguo Emperador de la China se cuenta que mandó quemar todos los Libros de aquella Nación. Si Juliano Apóstata hubiera vivido más según lo que se puede pensar de la disposición de las causas naturales, y políticas, todos los Cristianos hubieran caído en una profunda ignorancia de cuanto escribieron los Autores Gentiles; porque aquel Emperador les había prohibido severamente el uso de sus Libros, y de sus Escuelas. De los Libros de Salomón dice Eusebio, citado por Alápide (3. Reg. 4.), que los mandó quemar el Rey Ezequías.

61. Pero lo que más visiblemente descubre que es un vanísimo sueño, y no merece otro nombre esta imaginada derivación de la Medicina infusa de Adán, y Salomón a los siglos posteriores hasta el nuestro, es la frecuentísima oposición de los Médicos en la Teórica, y Práctica de su Arte. Manda Galeno derramar a cántaros la sangre: Hipócrates que se dispense con exactísima economía: Helmoncio que no se sangre ni una gota. ¿Pregunto, si Dios infundió a Adán, y Salomón todas tres máximas, siendo [55] entre sí tan opuestas? Galeno manda que en algunas ocasiones se sangre usque ad animi deliquium. Abominan de este decreto, como bárbaro, los mismos Médicos que se llaman Galénicos, y jamás le reducen a práctica. ¿Pregunto, si Dios dictó a Adán, y Salomón el que convenía sangrar algunas veces usque ad animi deliquium, y juntamente que nunca convenía? Hipócrates usaba bastantemente de purgantes. Vinieron después Crisipo, Erasístrato, y Tesalo, que generalmente los reprobaron, y en nuestros tiempos hizo lo mismo Cristiano Kusnero, cuya Diatriba sobre este asunto aprobó, y elogió Juan Doleo. ¿Pregunto, si Dios infundió a Adán, y Salomón que se usase bastantemente de purgantes, y que nunca se usase de ellos? Entre los Modernos unos culpan en las fiebres los Acidos, y quieren que se curen con Alcalis; otros culpan los Alcalis, y quieren que se curen con Acidos; y otros entretanto se burlan de cuanto se dice de Acidos, y Alcalis. ¿Infundió tres dictámenes tan opuestos Dios a Adán, y Salomón? Pero en tantas partes de mis Obras tengo mostrado, que no hay cosa alguna bien asentada entre los Médicos, a excepción de curar las fiebres intermitentes con la Quina, el gálico con el Mercurio, la disentería con la Hipecacuana, y la sarna con el Azufre, (y aun en estos remedios, en orden al cuándo, al cuánto, y al cómo hay batallas a cada paso) que es excusado detenerme más ahora en cosa tan notoria. Sin embargo, las cuestiones, que hubo sobre el Antimonio, juzgo que tienen alguna particularidad por donde merecen especial memoria.

62. Basilio Valentino, Benedictino Alemán, célebre Quimista, o Príncipe de los Quimistas, fue el primero que, discurriendo el modo de prepararle, o corregirle, introdujo su uso en la Medicina. Habiéndose éste después olvidado, le restituyó Paracelso, a quien siguieron algunos Médicos. Pero no pasado mucho tiempo empezó a padecer este remedio un tal descrédito, que la Facultad Médica de París condenó totalmente su uso, declarando por un Decreto solemne que tenía una cualidad venenosa, que con [56] ninguna preparación podía corregirse. En consecuencia de esta declaración de la facultad, del Parlamento de París el año de 1566, por arresto suyo prohibió enteramente a los Médicos de toda la Francia el uso del Antimonio; de modo, que Julián de Paulmier, por haberle administrado algún tiempo después, aunque era un Médico de grandes créditos, fue excluido de la facultad. Sin embargo, algunos Médicos le empleaban secretamente; y creciendo el número de éstos, lograron que se incluyese en el Antidotario, hecho en París por orden de la Facultad el año de 1637. Esto dio ocasión a grandes disputas, dividiéndose los más célebres Médicos de París, unos a favor del Antimonio, otros contra él: en cuyo tiempo el célebre Guido Patin, que era uno de los contrarios, hizo un grueso catálogo de enfermos, a quienes había muerto este mineral, dando al escrito el título de Martirologio del Antimonio. Encendiéndose más, y más de día en día el fuego de la disputa, fue preciso recurrir la autoridad del Parlamento para que le apagase. El Parlamento decretó que se juntase la Facultad a deliberar sobre la materia. Congregáronse ciento dos Doctores, y por voto de noventa y dos hizo la Facultad un Decreto aprobando el uso del Antimonio.

63. Estando tan inconstante la Escuela Médica en lo que debe abrazar, o repeler, y tan llena de opiniones, ya contrarias, ya contradictorias la Medicina, según el presente estado, para mantener que esta misma es derivada de la Ciencia infusa de Adán, o de Salomón, es preciso que el Académico diga una de dos cosas; o bien que Dios infundió a aquellos dos Sabios sentencias contrarias, o contradictorias, lo que es imposible; o bien que les infundió tal, o cual sentencia determinada; pero no sabemos cuál, ni lo saben los Médicos, y por eso batallan sobre cuál es verdadera: lo cual siendo así, con la misma incertidumbre quedamos después de aquella infusión, que si nunca la hubiera habido. Creo yo que los Profesores se correrán de que su Medicina se defienda con tales extravagancias, con las cuales peor está que estaba. [57]

64. De la infeliz prueba a favor de la Medicina que acabo de rebatir, pasa el Académico de golpe a una pepitoria histórica, que ocupa no menos que cinco hojas, y que viene al caso para la Medicina como la Historia de Gaiferos para probar que la Lógica es Ciencia. Empieza por un elogio de Pitágoras, donde por haber entendido mal un pasaje de Clemente Alejandrino, nos dice que hubo quien soñó que Pitágoras fue el mismo Profeta Ezequiel: y parece que aprecia este sueño el Académico, siendo así que de lo que él dice del año en que Pitágoras pasó a Italia, y lo que consta de la Escritura del año en que empezó a profetizar Ezequiel, resulta evidente anterioridad de aquél a éste. Nos dice asimismo que Hermipo, citado por Josefo, califica a Pitágoras de excelente en sabiduría, y piedad. El que Hermipo fuese contemporáneo de Pitágoras no lo dijo Josefo, ni nadie; púsolo el Académico de su cabeza; como más arriba el que Esculapio fue contemporáneo de Heber. Tampoco dice Hermipo lo de la excelente sabiduría, y piedad de Pitágoras. Esto dícelo el mismo Josefo. Para lo que cita Josefo a Hermipo es, para lo de haber tomado Pitágoras algunas opiniones de los Traces, y de los Judíos. ¿Pero quién no admirará que cite el Académico, como palabras literales de Josefo, las siguientes: Multa a Iudaeis in suam Phylosophiam transtulisse, ait Hermippus, no habiendo tales palabras en Josefo? Todo lo que hay de Hermipo en el lugar alegado de Josefo es una fábula, o delirio de Pitágoras; esto es, que decía este Filósofo que habiendo muerto un doméstico suyo, llamado Callifonte, la alma de este difunto acompañaba siempre a Pitágoras, y le daba algunos preceptos, entre ellos, que nunca fuese por camino donde hubiese caído algún asno. E inmediatamente pone Josefo estas palabras de Hermipo: Haec autem agebat, atque dicebat (Pitágoras) Iudaeorum, & Tracum opiniones imitatus, ac transferens in semetipsum. Y aquí para todo lo que Josefo copia de Hermipo. ¿A vista de esto qué concepto se puede hacer del Académico, sino que se alucina en cuanto lee, y escribe? ¿Ni [58] qué concepto se puede hacer de Pitágoras por lo que de él dice Hermipo, sino que para autorizar su errada doctrina procuraba engañar al Mundo con varias ficciones?

65. Dice más el Académico, que el Ilustrísimo Caramuel sospecha que Pitágoras no enseñó dogma de la Transmigración de las almas, sino que sus Discípulos erradamente lo entendieron así. ¿Y qué hacemos con una sospecha del Ilustrísimo Caramuel contra lo que deponen uniformes todos los antiguos? Mayormente cuando no funda Caramuel su sospecha, si no en que Pitágoras fue un gran hombre; como si no hubiese sido un gran hombre Aristóteles, y otros de la antigüedad, aunque abrazaron la Idolatría, error sin duda más craso que el de la Transmigración de las almas.

66. Síguese luego que Pitágoras siguió los principios Cabalísticos de la Aritmética (sí haría, y buen provecho le hagan los tales principios Cabalísticos: así a Pitágoras como al Académico), y por números numerados, no por los numerantes proporcionó la Física, &c. Con licencia del señor Académico en la Secta Pitagórica (apud omnes praeter Academicum) los números numerantes son los principios, los numerados son los principiados.

67. Tras de esto nos viene con la portentosa novedad, de que quien no está instruido en la Cábala numérica de Pitágoras, ignora las raíces de las Ciencias (extrañas ideas tiene el Académico); y trayendo para esto un símil, que viene al caso como los notados arriba, prosigue así: A este modo los genios superficiales se contentan con formar silogismos, ignorando las raíces que tiene en triángulo de ellos, y en el número de sus principios. ¿Qué farfala es ésta? Ya parece que no basta la Cábala Aritmética de Pitágoras para penetrar las raíces de las Ciencias, si no que es menester otra Cábala Geométrica de la invención del Académico; pues el triángulo no es objeto de la Aritmética, sino de la Geometría. Que esto se escribiese en la Laponia, o en la nueva Zembla no lo extrañaría; pero que se escriba en España, que está llena de Escolásticos; esto es de hombres [59] que saben que la raíz, o fundamento primordial del silogismo es únicamente aquel principio per se noto, quae sunt eadem uni tertio, sunt eadem inter se, es digno de admiración. Yo he estudiado también un poco de Geometría, y Aritmética, y acaso algo más que el Académico, y sé que la Ciencia de Triángulos, y números es tan del caso para los silogismos, como la Dióptrica, o Catóptrica para sembrar berenjenas.

68. Después de darnos esta nueva doctrina con una de aquellas transiciones de topetón, que frecuentemente usa el Académico, pasando sin preparación alguna de una materia a otra, que no viene al caso, sin qué, ni por qué nos empuja un Catálogo de Autores, que en diferentes tiempos asistieron a los cuatro Elementos vulgares. Es verdad que algunos son traídos por los cabellos; v.gr. San Gregorio el Grande, no más que porque dijo: Sicut in Arte Medicinae contraria contrariis curantur, como si el uso de los contrarios en la Medicina no tuviese lugar, que los Elementos sean éstos, o aquéllos, o los otros. Por ventura los Químicos, que admiten principios distintos, no procuran disolver lo coagulado, coagular lo disuelto, atemperar los ácidos con los álcalis, refrenar los álcalis con los ácidos, &c.?

69. Pero pasemos aquella lista de Autores. ¿A qué viene eso? ¿Hay alguno que ignore, o niegue que son, y fueron muchísimos los secuaces de los cuatro Elementos vulgares (y aun por eso se llaman vulgares), Aire, Fuego, Tierra, y Agua? Pues si nadie niega, o ignora esto, a qué propósito es esa lista?

70. Mas aunque la lista no es del caso, mucho menos lo es una invectiva que se sigue a ella contra Wiclef, Lutero, y Calvino, porque impugnaron la Teología Escolástica. Ya se ve que lo hicieron contra razón. ¿Pero a qué viene eso ahora? ¿Qué conexión tiene la Teología Escolástica, ni con que los Elementos sean tales, o cuales, ni con que la Medicina sea cierta, o incierta, perfecta, o imperfecta? [60]

71. Como quiera, este despropósito le ha servido para volver a declarar su ojeriza contra todo libro extranjero, que trate de Física, que de Medicina, que de Matemática, pretextándola con aquel ridículo espantajo de que se puede temer que a vuelta de doctrinas puramente naturales nos sugieran los Herejes sus errores. Sobre que se le repite al Académico, que esa añagaza ya está entendida; que ése es un artificio de muchos, que sólo son Filósofos en el nombre, para ocultar su ignorancia. Aun si este tema fuese solamente contra los Libros de Autores Herejes, pudiera pasar, pero explicándola en general contra los Libros Extranjeros, ya no se puede dudar del fin con que se hace.

72. Corona el Académico esta impertinente invectiva señalando ocho proposiciones erróneas (así las llama) comunes a los nuevos Filósofos, que propone, con las palabras siguientes.

Dicen lo primero, que no hay más que un principio de todas las cosas, que es el Fiat de la Divina voluntad, y esparcen los Holandeses Libros enteros de esta materia.

Lo segundo dicen, que los cuerpos mixtos, aunque sean de los brutos, sólo se distinguen entre sí en la varia magnitud, figura, sitio, textura, quietud, y movimiento de los átomos; esto es, de partículas insensibles de que los suponen compuestos.

Lo tercero, que el calor, y frío, luz, color, sonido, y otros entes que se llaman cualidades sensibles, no son más que afecciones de sola nuestra mente, y no de los cuerpos mismos que llamamos cálidos, fríos, &c.

Lo cuarto, que las bestias, y figuras solamente son máquinas como las de los relojes de campanilla, que carecen de todo sentido, y conocimiento.

Lo quinto, que el entendimiento humano puede, y debe dudar de todo, exceptuando del pensamiento con que juzga existir.

Lo sexto, que antes de la revelación de que hay Dios, cualquiera pudiera dudar, si el hombre no fue criado de tal condición, que por naturaleza se engañe en todos sus juicios, aun en los que le parecen más ciertos, y evidentes. [61]

Lo séptimo, que por ser limitado nuestro entendimiento nada cierto puede saber de lo infinito, y por esa razón que nunca debe arguir, o disputar de él.

Lo octavo, que la Fe Divina es la que solamente certifica haber algunos cuerpos existentes: pues a no intervenir la Fe, se pudiera dudar hasta del proprio cuerpo que tenemos.

Estas son las ocho proposiciones que nota de erróneas el Académico; y en el modo, con que las enuncia, se conoce que oyó cantar, pero sin entender la letra, ni el tono.

73. Lo primero muestra su ignorancia en cuanto al hecho, atribuyendo a los Filósofos modernos en común las ocho proposiciones, siendo la colección de ellas propria privativamente de los Cartesianos, y Cartesianos rígidos, de los cuales hay ya muy pocos en las Naciones. Y si no me cree el Académico sobre el corto número de Sectarios a que está reducido el Cartesianismo puro, crea el mejor Impugnador de Descartes el P. Daniel, que en la página 126 (de la traducción de Salamanca) de su excelente Libro Viaje al Mundo de Descartes, afirma esto mismo.

74. Lo segundo muestra su ignorancia en cuanto al derecho, ya calificando todas las ocho proposiciones de erróneas, pues ciertamente no todas lo son; ya entendiendo algunas, y aun las más muy siniestramente. Lo que voy a mostrar.

75. Del modo que enuncia la primera proposición, bien lejos de ser errónea, es una verdad de Fe Divina; pues de aquella proposición, no hay más que un principio de todas las cosas, que es la voluntad Divina, es equivalente ésta: sólo de la voluntad Divina se verifica que es principio de todas las cosas, que coincide con el omnia per ipsum facta sunt de San Juan. Así es una verdad muy de Fe el que no hay otro principio, o cosa universalísima más que Dios. Supongo que no quiso decir esto el Académico, sino que su intención se dirigió a aquella máxima de Mr. Descartes, que fuera de Dios no hay sino causas ocasionales; pero no acertó a explicarse.

76. La segunda proposición (dejando a parte lo de los [62] brutos, porque esto toca a la cuarta) es afirmada por santos Doctos, y buenos Católicos, que de ellos se pueden formar doscientas Academias, más numerosas que la nueva de Valencia; y es arrojo capitular de errónea una doctrina seguida por tanta gente honrada. El confundir las partículas insensibles con los átomos sólo cabe en quien ignora aún el significado de las más triviales voces Filosóficas. El que todos los cuerpos constan de partículas insensibles es de la suprema evidencia, porque todos se componen de tales partes sensibles, éstas de otras menores, éstas de otras, hasta llegar a las insensibles. Lo de los átomos es otra cosa que tiene secta Filosófica a parte, distinta de la Cartesiana. Algunos Aristotélicos, aunque pocos, admiten los átomos; pero los Cartesianos, nemine discrepante, los reprueban. Sobre lo que reconvengo al Académico con uno de los Artículos que propone el P. Daniel en aquel Tratado de Paz, de su invención, entre Aristotélicos, y Cartesianos en el Libro citado arriba. El Artículo es como se sigue, página 111.

77. Prohibirase igualmente a los Peripatéticos el maldecir la Filosofía de Descartes, sin haberse instruido bastantemente de ella, so pena de hacerse, y haber de ser tenidos por ridículos, como algunos Autores que han puesto a este Filósofo en el número de los Atomistas.

78. La tercera proposición está defectuosa, y aun siniestramente proferida; supongo que no por mala fe, sino por falta de inteligencia. Debiera advertir el Académico, que los Filósofos, que niegan las cualidades Aristotélicas, substituyen por ellas un mecanismo que las equivale, para producir en nosotros las sensaciones correspondientes; y estas sensaciones no son afecciones de la mente, de modo, que la mente por ella se denomine cálida, fría, &c. sino que a la mano, al pie, &c. competen estas denominaciones, y la realidad de ellas. Entendiendo de este modo la proposición, son ya en las Naciones muy pocos los Filósofos que la niegan, en comparación de los que la afirman. Y debiera bastar para contener al Académico, de modo que no censurase [63] de errónea la proposición, el que los dos doctos Jesuitas, y grandes Filósofos uno, y otro, el P. Daniel, y el P. Regnault están constantemente por ella, aquél en su Viaje al Mundo de Descartes, y éste en sus Diálogos Físicos. Cito estos Autores, y Libros, porque están ya tan vulgarizados en España, especialmente el primero, que me parece inverosímil que no los haya visto el Académico.

79. La cuarta proposición fue una caprichada de Descartes, que aún siguen algunos Sectarios suyos, aunque pocos. ¿Pero por qué se ha de poner a cuenta de los Filósofos Modernos, hablando de ellos en general, esta caprichada de Mr. Descartes, cuando entre los modernos para cada uno que la sigue hay quinientos que la desprecien?

80. En orden a las proposiciones quinta, sexta, y octava repito lo que dije arriba. El Académico oyó cantar, pero sin entender la letra, ni el tono. De la Escuela Cartesiana viene la duda de que en ellas se habla. ¿Pero qué duda es ésta? ¿Es una duda seria, que realmente tenga en suspensión, y perplejidad a los Cartesianos? Nada menos. Es una duda como teatral, y de mera apariencia, destinada a sujetar a nuevo examen aquello mismo que se tiene por cierto, para asegurar, o comprobar más su certeza; al modo que los Lógicos usan de los Entes de razón, empleando la ficción para descubrir la verdad. O por usar de un ejemplo más justo, al modo que en la cuestión, que Santo Tomás propone 1. parte, quaest. 1. art. Utrum Deus sit, suena duda de la existencia de Dios, pues de lo que se pone en utrum parece que se duda; y la entrada del artículo Ad tertium sic proceditur: videtur quod Deus non sit, suena a disenso; sin que por eso se pueda decir que Santo Tomás dudó nunca de la existencia de Dios.

81. Creo que Descartes se explicaría mejor si dijese, no que pretendía que se dudase de la cosa, sino que se prescindiese de la certeza. Que esto sólo quiso decir no tiene duda, y creo también que se explicaría así, si fuese Escolástico.

82. Yerra también mucho el Académico en atribuir a [64] los Filósofos que proponen aquella duda, o dudas, el que digan que sólo se puede salir de ellas, suponiendo la Fe Divina, o la revelación de la existencia de Dios. No hay tal. Lo que dicen es, que no podemos asegurarnos de que haya algunos cuerpos existentes, sino por la evidencia natural que tenemos de que hay Dios, y que este Dios es tal que nec falere potest, nec falli. Pues si se hiciese la hipótesis imposible de que no hay Dios, y consiguientemente que el hombre fue hecho por el concurso casual de los Atomos, como ponía Epicuro, podrían concurrir los Atomos a formar su cerebro tan despropositadamente, que al hombre pareciesen evidencias los más crasos errores; como por una inversión, o turbación accidental de este órgano sucede a muchos locos. Del mismo modo, aun suponiendo que hay Dios, si se hace la otra hipótesis igualmente imposible de que este Dios no es infinitamente bueno, antes capaz de engañar, se sigue de ella que pudo formar mi cerebro de modo que no me represente sino falsedades, y quimeras.

83. Entiéndase lo dicho como una mera explicación de lo que sienten los Cartesianos sobre esta materia, para obviar a la siniestra inteligencia del Académico, y de otros que se meten a impugnar, y aun a insultar a Descartes, sin entender más de la Doctrina Cartesiana, que yo de la lengua China; mas no como que yo apruebe el nuevo método demostrativo de Descartes, que poniendo por preliminar aquella duda universal, o abstracción de toda certeza, empieza por la demostración de la existencia, para tomar de este principio las pruebas de todo lo que juzga demostrable.

84. La séptima proposición ni está afecta al Cartesianismo, ni a otra Secta alguna. Sólo es de uno, u otro Filósofo, y admite diversísimos sentidos. En alguna manera la prueban los Escolásticos, cuando confiesan que los Atributos de Infinidad, e Inmensidad sólo se pueden explicar por negociaciones que lo son ex modo significandi, por no dar más de sí la cortedad del humano entendimiento respecto [65] del Ente Infinito. Pero tomada con todo rigor, o propriedad la proposición, lo que más inmediatamente significa es una timidez respetosa, de quien conociendo cuán fácil es errar en orden a objeto tan incomprehensible, no se atreve a pasar de aquello que enseña la Fe.

85. Ve aquí Vmd. puesto a derechas, y a las claras todo lo que trastornó al Académico, quien no contento con atribuir al común de los Filósofos modernos algunas ideas proprias de Mr. Descartes, confundió esas mismas ideas; de modo, que no las conocerá el padre que las engendró.

86. Mas ya que le disimulemos todo esto al Académico, ¿cómo podré yo, por lo que a mí toca, disimularle el visible despropósito de incluir todas estas baratijas en un escrito dirigido singularmente contra mí? ¿A qué propósito vienen las ocho proposiciones que el Académico, por no entenderlas, califica de errores, si ninguna de ellas se halla en parte alguna de mis Escritos? ¿A qué propósito extenderse tanto sobre los cuatro Elementos, Agua, Tierra, Aire, y Fuego, no habiéndolos yo negado jamás, ni metídome con ellos? ¿A qué propósito dar contra los Sistemas modernos, si ninguno de ellos sigo yo? Si a mí me califica de Escéptico, y como tal me impugna, para qué se mete con los Sistemáticos, y especialmente con Mr. Descartes, el hombre más distante del Escepticismo que hubo jamás, pues no vió el Mundo Filósofo alguno igualmente resuelto, y decisivo?

87. Mas ya es tiempo de dejarlo. Basta lo dicho para que Vmd. haga el debido concepto del Libro del Académico. Lo que he expuesto es la muestra del paño. Todo el resto de la pieza es de la misma calidad. No se pueden poner los ojos en parte alguna, sin encontrar, o un pensamiento absurdo, o una especie que no viene al caso, o una doctrina siniestramente entendida, o una consecuencia mal hilada, o una crítica torcida, o una farfala confusa, &c. ¿Parece a Vmd. que un Escrito de tales circunstancias puede tener por Autor al P. Flandes? Yo no lo creeré jamás. [66] No conozco al P. Flandes, ni le había oído nombrar, por lo menos no me acuerdo, hasta que con ocasión de este Librejo se puso su nombre en la Gazeta. Pero habiendo sido Provincial en una Religión que tanto abundan de hombres Doctos, debo suponer que él también lo es, y con alguna distinción. Por consiguiente juzgo inverosímil que sea suya una tan estrafalaria impugnación. Y aun cuando la impugnación fuese tolerable, no me atrevería yo a atribuírsela; porque esto de procurar el nombre de Autor sin más coste que el impugnar a otro, es proprio de los pobretones de la República Literaria, que sólo vestidos de andrajos salen a la plaza; es ser Autor al baratillo: porque aun para impugnar medianamente basta mucho menos que mediana habilidad.

88. Este es mi sentir; y si Vmd. no fuere por ahora del mismo, espero que con el tiempo lo sea en vista de nuevas, y más claras pruebas que le daré de que el P. Flandes no puede ser el Autor de esta Obra. Entretanto suplico a nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo tercero (1750). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 27-66.}


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