La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta Décimo séptima

Como trata el demonio a los suyos


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1. Muy señor mío: Ofrecí a Vmd. otra Carta consiguiente en el asunto aquella reflexión sobre la malicia diabólica, con que terminé la antecedente. Cumplo ahora la promesa.

2. Si en orden a la multitud, y poder de los Magos se hubiese de hacer concepto por lo que un discurso aparentemente muy bien fundado ofrece a primera vista, nada parecería más razonable, que el juzgar que aquellos confidentes del demonio son muchos, y muy poderosos. No es dudable la ardiente actividad, con que este implacable enemigo nuestro procura la ruina de las almas; por consiguiente tampoco es dudable, que pondrá en ejecución los [170] medios más eficaces para conseguirla; y es igualmente cierto, que el medio más eficaz es brindarlas con la satisfacción de todos sus apetitos. Ahora bien. Esto puede ejecutar por medio de la Magia; conviene a saber, ofreciéndoles, mediante el pacto, asistirlas para el logro de todos sus deseos. Luego así lo ejecutará, o ejecuta.

3. Estoy persuadido a que este discurso es quien fomenta la vana credulidad de tantas hechicerías, y tantos hechiceros; disponiendo el ánimo para dar asenso a las innumerables historietas, y cuentecillos que se oyen, y leen en este asunto, porque los que discurren así, se hacen esta cuenta. El demonio puede, el demonio quiere, luego lo hace. Sólo resta para estorbarlo la resistencia, que puede hallar de parte de los hombres, sin cuyo consentimiento todas sus diligencias sin inútiles. Pero este excepción no quita, que la cuenta, que hacen los crédulos, no salga muy cabal. Es así, dirán, que el consentimiento del hombre es indispensable en este tratado. Y desde luego se concede, que no convendrán en él los más; pero convendrán muchos; esto es, gran parte de aquellos, que siendo agitados de vehementísimas pasiones, no encuentran otro medio de satisfacerlas. Y dado que éstos no constituyan más que la milésima parte de los hombres, hartos hechiceros quedan en el mundo. Por este cálculo España le tocarán más de seis mil.

4. Pero ve aquí que este Discurso, al parecer tan especioso, flaquea por todas partes. Primeramente, lo que supone el poder del demonio está muy lejos de la verdad. Podrá sin duda todo lo que argumento pretende, si Dios no le atase corto. Pero la bondad Divina tiene tirante la rienda a la malicia diabólica. Es el demonio un león rugiente, y feroz, bestia de grandes fuerzas; pero león puesto en cadenas. Si no fuese así, quitaría de repente la vida a todos los hombres, luego que ve que acaban de cometer algún pecado grave.

5. Lo segundo, la notoriedad del hecho manifiesta la falencia de aquel cálculo, de que resultan tantos millares [170] de hechiceros; pues es notorio que no hay tantos, ni con mucho. Todos viéramos los efectos; esto es, muchas hechicerías, si fuese tan grueso el número de los hechiceros. Y yo por mí protesto, que ninguna vi hasta ahora. A que añado, que eso mismo oí decir varias veces a sujetos observadores y veraces.

6. Con todo debo confesar, que este argumento no comprende a todos los crédulos de hechicerías. Éstos se dividen en dos clases, que son los vulgares vulgarísimos, y los semivulgares. Los vulgares vulgarísimos creen, que todo el Mundo, sin distinción de Reinos, Naciones, y Creencias, está lleno de hechiceros; y contra éstos es eficaz el argumento propuesto. Los semivulgares distinguen, diciendo, que a la verdad, entre los que adoran al verdadero Dios hay pocos; pero en las Naciones idólatras muchos. Esto es lo que se lee en varios Escritos, y a estos da fácilmente asenso la razón; siendo natural que el demonio halague, y favorezca con mucha especialidad a aquellos, que mira como muy suyos, como sus alumnos, como sus clientes; a aquellos que le doblan la rodilla, y prestan el culto, que sólo se debe al verdadero Dios. Con estos sus queridos contrae, mediante el pacto, la obligación de asistirlos, de regalarlos, poniendo a su arbitrio todas las comodidades temporales, que apetecen, ya que después de esta vida mortal han de ser eternamente infelices.

7. Este es el punto a que yo quería traer la atención de Vmd. siendo mi pretensión en esta Carta establecer, y probar aquella máxima, con que concluí la antecedente; que el demonio por su malicia rehusa a los hombres, aún aquellas comodidades temporales, que por medio de la Magia podrían adquirir. Esta cláusula me condujo al asunto de esta Carta, en que haré ver, que los que se imaginan que el demonio procura a los Idólatras una vida deliciosa, con la satisfacción de todas sus pasiones, y apetitos, ni conocen al demonio, ni conocen al Mundo. No conocen al demonio, porque la propensión violenta de esta maldita criatura [172] es hacer a los hombres infelices de todos modos; esto es, no sólo en el otro Mundo, más también en éste. No conocen el Mundo, (hablo de aquel conocimiento que da la lectura de las Historias Sagradas, y Profanas); porque si tuviesen este conocimiento, sabrían que efectivamente los que son peor tratados del demonio, son esos adoradores suyos. Ningún bárbaro dueño ejerció tanta crueldad con sus más infames esclavos, como el demonio practica, y practicó siempre con sus devotos. Parece esta ferocísima bestia una sed proporcionada al fuego en que arde; pero no es des de agua, como la del Rico Avariento, sino de nuestra sangre, de que hacer verter tanta en las Regiones donde es venerado como Deidad, que de ella se podrían componer otro Mar Bermejo.

8. Para eso desde la más remota antigüedad introdujo los sacrificios de víctimas humanas; lo que consta de varios lugares de la Sagrada Escritura. Los de Sepharuain quemaban los propios hijos inmolándolos a sus Ídolos: (4. Reg. cap. II) lo que los Maobitas parece también practicaban con su Ídolo Moloch. Y en Isaías, y Ezequiel se ve, que en muchas partes del Gentilísimo había esta horrenda barbarie de obsequiar las falsas Deidades, entregando los infantes a la muerte los mismos que les habían dado la vida. Y aún parece que esta costumbre en aquellos antiquísimos tiempos era general, en atención a que David, y Jeremías, cuando hacen memoria de varias apostasías de los Hebreos hacia la Idolatría, les dan en rostro con la misma brutalidad. El primero en el Salmo 105: Et commixti sunt inter Gentes, & didicerunt opera eorum::: & immolaverunt filios suos, & filias suas daemoniis. El segundo en el cap. 19: Et aedificaverunt excelsa Baalim ad comburendos filios suos igni in holocaustum Baalim.

9. Las Historias Profanas nos continúan las mismas noticias de los tiempos subsiguientes. En la Historia de la Academia Real de Inscripciones, y bellas letras, tomo I. pág. 27. se cita una Disertación del Abad Choisi, en la cual, con testimonios de Manethon, Sanchoniaton, Herodoto, [173] Pausinas, Josepho, Filón, Diodoro Siculo, Dionisio Halicarnaseo, Estrabón, Cicerón, Julio Cesar, Macrobio, Plinio, muchos Poetas Griegos, y Latinos, y algunos Padres de la Iglesia prueba, que los Fenicios, los Egipcios, los Árabes, los Cananeos, los habitadores de Tyro, y Cartago, los de Atenas, de Lacedemonia, los Jonios, todos los Griegos del Continente, y de las Islas, los Romanos, los Escitas, los Albaneses, los Alemanes, los Ingleses, los Españoles, y los Galos; en una palabra, casi toda la tierra estaba inundada de esta cruel superstición.

10. Es verdad, que entre los Romanos eran raros estos sacrificios, y sólo se usaban en ocasiones, y con motivos muy particulares. Pero en compensación les inspiró el demonio otra carnicería mayor, que fue la de los Espectáculos Gladiatorios. Digo que se la inspiró el demonio, porque ¿cómo es posible, que sin influencia especial de este espíritu maligno, en un Pueblo tan racional como el Romano, se tomase por diversión pública, como entre nosotros lo es una Comida, o una corrida de Toros, ver matarse unos a otros centenares de hombres, que a nadie habían ofendido, ni entre sí tenían alguna querella? Y muchos más si se consideran las varias circunstancias.

11. La primera, que respecto de los esclavos esto no era libre, sino que el Magistrado, o el Pueblo obligaba a los que quería al combate. Donde es bien notar, que entre los Romanos eran esclavos todos los prisioneros, que hacían en la guerra. ¡Horrible abuso! Que a unos hombres, que habían nacido libres, sin más delito, que cumplir con la obligación de defender la libertad de su Patria, se redujese a la esclavitud, y esclavitud tal, que los dueños lo eran de su vida, y su muerte, sin más motivo que su antojo.

12. La segunda, que aunque por la institución sólo se usaba de esclavos para esta función sanguinaria, y así se practicó los primeros tiempos, después de se introdujo admitir a hombres libres; siendo muchos los que por estipendio, o por captar gloria de valientes, tal vez por el despecho que [174] les ocasionaba algún gran revés de la fortuna, exponían sus vidas en la arena.

13. La tercera, aunque en la institución, y práctica de los primeros tiempos está se miraba como una pompa fúnebre para honrar la muerte de algunos Varones ilustres, u hombres principales; y aún algunos piensan que era una especie de sacrificio destinado a aplicar los Dioses Manes: después se extendió el uso aún a la muerte de gente privada, como los hijos, o parientes, o amigos del difunto no quisiesen comprar los Gladiatores. Y aún algunas veces el mismo difunto dejaba dispuesto en el testamento, que se honrase su muerte con esta sangrienta pompa.

14. La cuarta, que pasando más tiempo se introdujo, usar de ella meramente por recreación, y festejo; tanto que pocos eran los días festivos principales en Roma, en que no se diese al placer del Pueblo este espectáculo. Y aún llegó a tanto la barbarie, que se celebraban con él algunos convites suntuosos, matándose bellamente los Gladiatores en la misma cuadra, que era teatro de los brindis. Quid credulitati cum deliciis? Quid cum funeribus voluptati? S. Ambros. lib. 3 de Virginibus.

15. Contemplen bien todo esto los infinitos admiradores que hay de la política, y generosidad de los Romanos, en cuyo número no entro yo, ni entraré jamás. ¿Pero qué política, qué generosidad, ni qué humanidad se puede esperar donde reina la idolatría? Son allí mucho más eficaces, permitiéndolo Dios así justísimamente, las sugestiones del común enemigo, el cual de este modo trata a los suyos; esto es, inspirándoles que se truciden como bestias feroces unos a otros; y lo es que es más, infundiéndoles en cierta manera su propio genio de deleitarse con la efusión de la humana sangre.

16. En esta misma conformidad ha procedido hasta nuestro tiempos en los demás Países, donde dominó, u domina la idolatría. En varias partes de la África es servido con víctimas humanas; unas que se le ofrecen voluntariamente, como en el Reino de Casangas; las más, que son por [175] fuerza, como en Riafar, y en los Giachas. En otras partes dictó la Ley de que en la muerte de los Príncipes, y Grandes se maten muchos hombres con el destino de que vayan a servir a aquellos personajes en el otro Mundo. En muchos Reinos de la Asia introdujo la observancia de que, cuando mueren los maridos, las pobres viudas se dejen quemar vivas para acompañarlos, so pena de quedar como una mujeres vilísimas, expuestas al desprecio, ajamiento, y abominación de aquellos naturales. En uno de los Libros de las Cartas edificantes leí, que en una de aquellas Naciones idólatras, donde, o los Portugueses, u Holandeses, (que no me acuerdo, a la verdad, cual de las dos Naciones) tenían una Colonia, habiendo fallecido un Reyezuelo, que tenía muchas mujeres, y mostrándose todas resueltas a morir en la pira; en vano los Cristianos, ofreciéndoles su protección (porque eran allí poderosos) procuraron disuadirlas del destino. Ni una sola pudieron reducir. Tanto ciega el demonio a aquella miserable gente.

17. En el mismo País había reducido en otros tiempos al mismo furor a aquellos famosos Filósofos antiguos Indianos, llamados Gymnosofistas; de los cuales, o todos, o los más dejaban la vida, haciéndose voluntariamente cenizas en una pira: dicen, que por evitar las incomodidades de la senectud, o los trabajos de una prolija enfermedad. Mas como para esto bastaba otra cualquiera muerta menos penosa, creo que por captar el aplauso de un heroico valor, elegían la de fuego. Del Gymnosofista Calano refiere Plutarco en la vida de Alejandro, que se entregó al fuego con gran serenidad a vista de aquel Monarca, y de toda su Corte, cuya sentencia había solicitado el mismo. ¿Para qué la pompa de tantos, y tan ilustres Espectadores, sino para hacer gloriosa ostentación de su magnanimidad? Y en el mismo lugar añade Plutarco el ejemplo de otro Filósofo Indiano, que mucho tiempo después se quemó (según se puede colegir del contexto) en presencia de Julio Cesar.

18. Luciano refiere, como testigo de vista, el caso de un Filósofo Cínico, llamado Peregrino, que con el mismo [176] género de muerte, pero aún con mucha mayor pompa, se hizo víctima de su vanidad. Éste, pocos años antes de padecerla, publicaba a todo el Mundo, que por imitar a Hercules en la muerte, como le imitaba en la virtud, se había de quemar en los inmediatos juegos Olímpicos a vista de toda la Grecia; y así lo ejecutó.

19. A los Bracmanes, o Bramines, y a los Fakirs, (especie de Religiosos Idólatras de la India, aunque también los hay Mahometanos) que se pueden considerar sucesores de los antiguos Gymnosofistas, ya no les inspira el demonio la manía de quemarse vivos; pero en compensación les hace padecer la vida más penosa, y miserable del Mundo, influyendo en ellos la observancia de unas penitencias, o mortificaciones horribles, que exceden mucho a cuanto practicaron los más austeros Solitarios de la Thebaida. El célebre Viajero Juan Bautista Tebernier refiere sobre esto cosas admirables. Hay unos, que en los días más ardientes del Estío, en un suelo arenoso, retostado de los rayos del Sol, desnudos, y fijados solo sobre un pie, se están desde el amanecer hasta el anochecer. Hay quienes clavándose los pies en garfios de hierro, fijados en el tronco de un árbol, se están pendientes allí pies arriba, y cabeza abajo, hasta que el peso del cuerpo, rasgando carnes, venas, nervios, y arterias hace caer el cuerpo a tierra. Hay quienes, haciéndose atar las manos en las espaldas, llevando violentamente los brazos por sobre los hombros, están padeciendo por mucho tiempo inmensos dolores, hasta que en fin enteramente pierden el uso de las manos, y brazos, quedando éstos por el resto de su vida pendientes, como parte inanimadas. Pero su más ordinaria mortificación son prolijos, y severísimos ayunos, con total abstinencia de comida, y bebida, que los reducen a la apariencia de esqueletos.

20. Mas donde el demonio ejerce con mayor crueldad su dominio, que en todo el resto del Oriente, es en el Japón. Allí se saciaría, si fuese saciable, de víctimas humanas, y de mortificaciones horribles. Hay en el Japón varias sectas de Idólatras. Las principales son las de Jaca, del [177] Budso, y de Amida. Especificar en qué se distinguen estas Sectas, y de dónde toman sus nombres, sería aquí muy prolijo, sin ser del caso. Lo que nos importa es, ver cómo es servido de estos miserables el demonio. El P. Charlevoix, que en nueve Tomos escribió la Historia del Japón, en el cap. 13. del primero nos satisface cumplidamente sobre esta artículo.

21. De las Sectas de Jaca, y del Budso, que de la India se comunicaron al Japón, dice lo siguiente: «La doctrina exterior de Jaca halló, sobre todo en estos Isleños, admirables disposiciones para darle curso, y esplendor. No hay cosa en efecto que les parezca difícil, cuando se trata de procurarse una felicidad eterna, y honrar a sus Dioses. De aquí vienen aquellas Escenas trágicas tan frecuentes de toda edad, y de todo sexo, que se dan la muerte a sangre fría, y aún con regocijo, persuadidos a que esto es muy grato a sus Dioses, quienes los recibirán al momento en el Paraíso, sin nueva prueba de su virtud.»

22. «Es cosa comunísima ver a lo largo de las Costas del Mar barcas llenas de estos Fanáticos, (Nota: Estos son de la Secta del Budso) que se precipitan al agua cargados de piedras, o que barrenan las barcas, y se dejan sumergir poco a poco, cantando alabanzas de su Dios Canon, cuyo Paraíso, dicen ellos, está en el fondo del Océano.»

23. Luego habla de los adoradores de Amida, que es la deidad que más séquito tiene en todo el Imperio del Japón en esta forma. «Los Sectarios de Amida, dice, se hacen encarcelar en unas cavernas, donde apenas tienen espacio para estar sentados, y donde no pueden respirar sino por un tubo, que tienen cuidado de conservar. Allí se dejan morir de hambre tranquilamente con la esperanza de que Amida vendrá a recibir su alma al salir del cuerpo. Otros se colocan sobre las puntas de unas rocas altísimas, donde hay minas de azufre, de que a veces salen algunas llamas; y allí están invocando sin cesar la deidad, rogándola que acepte el sacrifico de su vida; y [178] luego que parece alguna llama, tomándola por seña de consentimiento del Dios, se arrojan la cabeza lo primero por aquellos precipicios, en que se hacen pedazos. Otros se tienden en tierra al encuentro de los carros en que llevan sus Ídolos en procesión, para que las ruedas los quiebren los huesos, y estrujen el cuerpo. Otros, finalmente, en las grandes solemnidades, en que es mayor el concurso al Templo, se postran a la entrada, esperando a que cuando sea mayor el aprieto de la gente al entrar, o al salir los pise, y sufoque.»

24. Ya que hemos examinado en orden al asunto las tres partes del Mundo antiguo, Asia, África, y Europa, vamos a ver cómo lo hacía el demonio con los habitadores del nuevo Mundo, mientras permanecieron en la idolatría. Peor aún que con los Idólatras del antiguo. No hay especie de crueldad, que este horrible tirano no ejerciese con aquellos miserables. Las víctimas humanas eran muy frecuentes en aquellas vastísimas Regiones. En el Perú sacrificaban niños de cuatro a diez años por los intereses de los Incas. De suerte, que si el Inca estaba enfermo, para impetrar su salud, o si emprendía alguna guerra para que obtuviese la victoria, se recurría a este abominable sacrificio. Sacrificaban también al mismo fin doncellas, que sacaban de unos Monasterios, donde las tenían encerradas, que también allá sugirió el demonio se fundasen Comunidades de Vírgenes Religiosas para su culto; y en hacerlas quitar la vida inhumanamente, debajo de la engañosa persuasión de que eso convenía para la felicidad del Monarca, explicaba al amor con que miraba a aquellas esposas suyas.

25. Fuera de esto, cuando daban el Penacho al nuevo Inca, que era la insignia de la potestad Regia, como acá el Cetro, o la Corona, sacrificaban doscientos niños de edad que expresé arriba.

26. En el Imperio de Méjico, y Naciones vecinas eran innumerables las víctimas humanas, que se ofrecían a los Ídolos. Es verdad que sólo se sacrificaban los prisioneros de guerra. ¿Pero qué importa? Todos eran comprendidos [179] en el destrozo. Los Mejicanos sacrificaban a los que cautivaban en las guerras con otras Naciones; y éstas recíprocamente sacrificaban los que podían cautivar de los Mejicanos. El P. Acosta, a quien principalmente sigo en estas noticias de la América, por ser el Escritor más autorizado en ellas, dice, que muchas veces se hacían guerra aquellos bárbaros, sin otro motivo que el de hacer prisioneros para sacrificar. Como dijesen los Sacerdotes de los Ídolos, (y lo decían muchas veces) que sus Dioses estaban hambrientos, luego se decretaba la guerra contra tal, o tal Nación; y el empeño principal en las batallas era coger vivos unos a otros, para tener víctimas que matar. De aquí resultaba ser éstas tantas, que hubo ocasión que la suma de los sacrificados en varias partes en un mismo día subió a veinte mil.

27. Creo que no ignora Vmd. que en estos sacrificios había la inhumanísima circunstancia (o por mejor decir esta era la esencia de ellos) de abrirles el pecho a los sacrificados con un cuchillo de pedernal, y arrancarles el corazón estando vivos.

28. En varias Regiones del nuevo Mundo no había, a la verdad, estos sacrificios; pero en esas mismas tenía el demonio otros modos de dar pasto a su sevicia. En unas, por sugestión suya, cuando moría algún personaje principal, se hacía lo mismo que arriba dije de algunas Naciones Africanas, matar muchos de sus más allegados, o por dependencia, o por amistad, para que fuesen a servirlos en el otro Mundo. En otras lo hacían mucho peor con los prisioneros de guerra, que en las Provincias donde los sacrificaban; porque no contentándose con matarlos a sangre fría, les daban la muerte más cruel que podían imaginar; como los hacían los Iroqueses, que atando a sus prisioneros al tronco de un árbol, ya les metían las astillas de cañas entre la carne y uñas de los dedos; ya con materias encendidas los iban tostando en varias partes del cuerpo; ya con sus propios dientes les iban sacando bocados de las carnes, que comían a la vista de aquellos miserables. Y todo [180] esto hacían que durase lo más que se pudiese. En otras, en que no eran tan despiadados con los prisioneros, aunque no igual la crueldad, era mayor el horror; porque los mataban para comerlos, procurando antes cebarlos, y engrasarlos, como acá se hace con las bestias, que nos sirve de alimento.

29. En otras ha inspirado el demonio unas modas, o modos de adornarse igualmente disformes, que dolorosos. Algunos de estos refiere el P. Gumilla en su bella Historia del Orinoco, que si mueven la compasión por trabajosos, excitan la risa por extravagantes. Hay Naciones, donde a las niñas, luego que nacen, les ajustan las madres debajo de las rodillas, y sobre los tobillos, a alguna distancia de ellos, dos fajas, o cintas de torzal de pita, tan fuertes, que les duran toda la vida, y con la comprensión las están atormentando todo el tiempo que crece el cuerpo. El efecto de ellas es abultarse en volumen monstruoso, como una grande bola, la parte de las piernas, que está entre las dos fajas. Y esto tiene aquella gente por cosa de mucha gracia, y donaire. Es gala en muchas partes taladrar las orejas, e ir sucesivamente ensanchando el agujero hasta que cabe por él una bola de trucos. Los Indios Rocones, Nación montaraz de Buenos Aires, al punto que nace la criatura, le rasgan la boca por uno, y otro lado, de modo que las aberturas llegan a las orejas. A la Nación, que llaman de los Entablillados, dieron los Españoles este nombre, porque luego que sale a luz el infante, poniéndole en prensa la parte superior de la cabeza entre dos tablas, la una por la frente, y la otra por el cogote, la dejan ridículamente afilada. Las Indias Achaguas tienen por gala unos grandes bigotes artificiales, que en la niñez les forman sus madres, abiéndoles en la cara con un colmillo del pez Payara, que es agudo como una lanceta, las rayas necesarias, para que los bigotes queden garbosos; y después de enjugar la sangre con cierta tinta ennegrecen aquellas cisuras, con que están hechos los bigotes para toda la vida. Las grasas hediondas, y abominables, con que untándose pretenden [181] dar lustre al cuerpo, y a la cara son comunes a varias Naciones Americanas. Omito otras muchas modas semejantes, que refieren éste, y otros Autores.

30. Finalmente, la horrenda inhumanidad, que practican con los enfermos, ¿cómo podía menos de ser sugerida del demonio? El Padre Gumilla, testigo de vista, dice, que los dejan morir, sin que ninguno de los parientes, y domésticos de la menor seña de sentimiento, o ponga, ni con palabras, ni con obras, la más leve aplicación a su alivio, y consuelo. Todo lo que hacen, es ponerles la comida a mano, la misma de que usan los demás; y que coman, que no, nadie les dice palabra. Con los viejos inválidos parece que proceden del mismo modo, o acaso peor; porque yo le oí al R.P. Mro. Fr. Gabriel de Tineo, que fue Superior de seis Provincias Franciscanas en la América, y hoy reside en esta Ciudad de Oviedo, que viendo a un pobre viejo de aquellos Gentiles enteramente desatendido, y abandonado de sus domésticos mismos, y corrigiéndolos él sobre esta inhumanidad, uno de ellos le respondió secamente: ¿Pues de qué puede servir éste ya en el Mundo?

31. Ve aquí, señor mío, expuesto bastantemente a la larga cómo trata el demonio a los que le sirven, y adoran. Estos son los regalos, que les hace; estos los deleites, y comodidades que les procura. Hagan, pues, otros el aprecio que quieran de esas Relaciones, que en las Naciones Idólatras acumulan tantos, y tantas, que usan para sus fines del pacto que hicieron con el demonio. Yo creo, que como en el pacto dada una de las partes contrayentes pone, o admite las condiciones que quiere, los hombres siempre capitularían con el demonio, que les diese unas grandes felicidades temporales, y el demonio vendría en ello por hacerlos eternamente infelices. ¿Pero vemos esas felicidades temporales entre los Idólatras? Todo lo contrario, como llevo largamente probado en esta Carta.

32. En vano se me opondrá contra esto lo de los Magos de Faraón, los cuales eran Gentiles. En vano, digo, pues yo concedo, que haya hechiceros entre los Idólatras; pero [182] muy raros, y acaso tan raros como entre nosotros. Y aún esto se prueba con lo mismo que nos proponen por argumento; pues el caso de los Magos de Faraones tan raro, que no se encuentra otro semejante en toda la Escritura.

33. Es verdad, que en varias partes de los Sagrados Libros ocurren las voces de Magos, Encantadores, Adivinos, Augures, Ariolos. Pero estas voces más ordinariamente significan cosa muy distinta de lo que nosotros llamamos verdaderos hechiceros. La voz Magos, en varios pasajes de Daniel, y en el cap. 2 de San Mateo, ciertamente significa los Sabios de Caldea, y de otras partes del Oriente. Sabios, digo, en las cosas Astronómicas, y Físicas. Ariolo, o Adivino es voz muy equívoca. Cuando en el Libro de los Números se da este epíteto a Balaan, aunque hay algunos que quieran traerle a mala parte, lo contradice expresamente el texto, que a la letra le manifiesta verdadero Profeta, que habla sólo por revelación Divina: Venit Deus, & dixit ad eum. Dixitque Deus ad Balaam. Venit ergo Deus ad Balaam nocte, & dixit ad eum. En Daniel, Ariolos, Magos, Caldeos, Aruspices, parece se toman por una misma clase de gentes; los cuales, aunque doctos en las Ciencias naturales, mezclaban a ellas algunas vanas observancias, como la interpretación de los sueños. En Isaías, cap. 47, se da el nombre de Augures, o Agoreros a los profesores de Astrología Judiciaria: Stent, & salvent te Augures Caeli, qui contemplabantur sidera, & supputabant menses, ut ex eis annunciarent ventura tibi. Los encantadores propia, y primordialmente eran aquellos, que con ciertas cantinelas ponían inmóviles los áspides, y otras serpientes. Sobre éstos hay una disertación de nuestro Calmet, donde, aunque admite Encantadores mágicos, se inclina a que también cabe en esta materia algún arte natural.

34. Sobre cuyo asunto diré a Vmd. cierta observación mía. Un Caballero de este Principado, por otra parte nada rudo, ni supersticioso, con ocasión de ver caminar una araña por una pared, me aseguró ser experiencia constante, que pronunciando el nombre de mi Patriarca San Benito [183] de modo que ella le oyese, suspendería el curso, quedando inmóvil por un rato. Prontamente se llegó a la experiencia. Él pronunció el nombre de San Benito hacia la araña, y ella se paró. Pero notando yo, que había articulado el nombre del Santo en voz muy fuerte, y sonante, hice juicio de que acaso todo el misterio estaba en que el estrépito de la voz había aturdido algo a la araña. En efecto no era otra cosa; porque habiendo esperado algún tiempo (que no fue mucho) a que la araña se moviese, yo en voz mediana le hice oír el nombre de San Benito, sin que por eso dejase de seguir su camino; pero pronunciando después otra voz profana en tono esforzado, paró en la carrera.

35. De arbitrio semejante a éste podían usar los encantadores. Los que saben la maravillosa curación de los mordidos de la Tarántula por la Música, y otros prodigios de este Divino Arte, podrán discurrir, que los encantadores tenían algunas cantinelas, cuya melodía suspendía, y embelesaba.

36. Sin embargo confieso que muchas veces las voces de Magos, Augures, Maléficos, Aruspices, Ariolos, Encantadores, se toman in mala partem; pero rara vez por los que con propiedad llamamos Hechiceros, sino por los que sin pacto, por lo menos expreso, con el demonio, usan de observancias vanas, y prácticas supersticiosas, cuales hay muchos entre los vulgares, o ignorantes, que profesan la Ley de Cristo, y aún entre algunos, que se precian de Literatos; pero quienes distan infinito de los que con rigor llamamos Magos, o Hechiceros; esto es, aquellos que en virtud de pacto expreso con el demonio obran prodigios raros, como los Magos de Faraón, y acaso la Pitonisa de Saúl. Digo acaso, porque no faltan intérpretes, que a ésta sólo dan el atributo de embustera, diciendo con bastante fundamento en el texto, que para ella fue casual, y no esperada la aparición de Samuel.

37. En fin, señor mío, mi conclusión es, que los supersticiosos, en cuyas prácticas mezcla a veces insensiblemente [184] su acción el demonio, sea por vía de pacto implícito, o de otro modo, pero para cosas de poco momento, en todos Países son muchos. Los operadores de aquellos portentosos mágicos, que con asombro de los oyentes se cuentan en las cocinas, en todos los Países siempre son, y siempre fueron pocos. Dios guarde a Vmd. &c.

ADICIÓN PARA LA IMPRENTA

38. Si alguno notare, que hablando de los Magos rigurosamente tales, que constan de la Escritura, no hago mención de dos, de quienes se habla en los Actos de los Apóstoles, uno llamado Simón, y otro Barjesú, respondo lo primero, que yo en esta materia hago una excepción notable de aquel tiempo, que fue ilustrado con la predicación de Cristo, y de los Apóstoles, respecto de todos los siglos anteriores; y posteriores; como en otra parte hice la misma excepción en orden a la multitud de energúmenos. Es el caso, que entonces era movido el demonio de vivísimos estímulos a travesear, y usar de sus artes en daño de los hombres; y de parte de Dios había un especial y muy alto motivo para permitírselo. Al demonio impelía su furiosa malicia a echar todas sus fuerzas para impedir los efectos de la predicación de Cristo, y de los Apóstoles. Dios se lo permitía, porque por medio de los milagros de Cristo, y de los Apóstoles tenía dispuesto triunfar gloriosamente de todos sus esfuerzos.

39. Respondo lo segundo, que siendo los nombres de Mago, y Magia de tan ambigua significación como expuse arriba, y no exprimiéndose en los Actos de los Apóstoles el grado, o especie de Magia, de que usaban aquellos dos llamados Magos; no parece que hará violencia al Sagrado Texto quien dijere, que estos no eran más que unos agudos embelecadores, que con artificiosas apariencias simulaban grandes prodigios; al modo de lo que referí en la Carta anterior a la inmediata del Abad Brigalier, y la Voisin.

[185] 40. Debe confesarse, que si la Historia de Simón Mago, que se teje de lo que se lee en los Libros de las Constituciones, y Recogniciones Apostólicas, vulgarmente atribuidas al Papa San Clemente, en San Justino Martir, en Clemente Alejandrino, en San Ireneo, San Agustín, Tertuliano, en el Pseudo-Abdias, y otros antiguos, que siguieron a aquellos, es verdadera, dicho Simón fue uno de los mayores Magos del Mundo. San Justino dice, que este hombre hizo tales prodigios en Roma, que los Romanos le tuvieron por Deidad, y como a tal le erigieron estatua con la inscripción Simoni Deo Sancto, que el mismo San Justino dice que vio en Roma. El Autor de las Constituciones Apostólicas, y el Pseudo-Abdias refieren el combate, que entre San Pedro, y él hubo en Roma, que se terminó en ser, con la Oración del Apóstol, precipitado aquel impío de la altura del aire, (adonde, ayudado del demonio, había tomado vuelo, habiendo prometido a los Romanos subir corporalmente al Cielo) y romperse las piernas en la caída, a que se siguió perder luego la vida. En la Prefación Arábiga del Concilio Niceno se da a entender, que tenía una carroza, en la cual le conducían los demonios por los aires: Multa opere magico perpetrabat mira: acinter caetera fecit sibi currum, quo per area a doemonibus ferretur.

41. Sin embargo, en estos Testimonios hallaron tales tropiezos varios Críticos, que se han mantenido dudosos en orden a toda la historia; y aún algunos más resueltos dan los hechos por supuestos. El Pseudo-Abdias ninguna fe merece apud omnes. Los Libros de Constituciones, y Recogniciones pocos los reconocen por producción legítima de San Clemente; o en caso que lo fuesen, no se puede negar, que después se introdujeron en ellos muchos errores, y fábulas. Dicen, que los Padres, que refieren los mismos hechos, los copiaron con buena fe de aquellos Libros, antes que se descubriese la suposición. Al testimonio de San Justino responden, que es de presumir, que el Santo se equivocó leyendo en la epígrafe, Simoni Deo Santo; en [186] lugar de Semoni Deo Sanco. Este Semon Sanco era una Deidad, o Semideidad Sabino, venerada en Roma; de lo cual aún subsisten monumentos en aquella Capital del Cristianismo. En el Monte Quirinal hay una Estatua con esta inscripción: Sancto Sanco Semoni Deo Fidio. Pero lo más fuerte a favor de estos Críticos es, que en el mismo sitio en que San Justino dice vio la epígrafe Simoni Deo Sancto; esto es, en la Isla Tiberina, el año 1574 se halló enterrado un mármol con esta inscripción: Semoni Sanco Deo Fidio sacrum.

42. ¿Pero qué? ¿Las cavilaciones de estos Críticos carecen de solución? En ninguna manera. Demos que los Libros atribuidos a San Clemente sean supuestos. ¿De dónde consta, que los Santos Padres, que dieron aquellos hechos de Simón Mago por verdaderos, no tuvieron para darles asenso otros monumentos que aquellos Libros? Antes se debe suponer de su veracidad, doctrina, y discreción, que hallaron fiadores muy seguros de los hechos expresados; los cuales en la sucesión de tan largo tiempo se perdieron. A los monumentos Romanos de Semon Sanco es fácil responder, que uno, y otro había en Roma: esto es, Estatuas a esa Deidad Sabina, y también a Simón Mago. ¿Y cómo se puede negar, que no carece de temeridad suponer en San Justino, personaje sobre su santidad tan docto, y tan discreto, como acreditan sus excelentes Obras, una alucinación, o inadvertencia tal en materia tan importante, que hizo de ella asunto para improperar a los Romanos en un escrito público su ceguera?

43. Por otra parte el Autor de los Actos de los Apóstoles habla en términos tan enérgicos de la Magia de este Simón, que sin violencia no se pueden entender, sino de Magia propiamente tal. Dice, que con sus Magias había dementado a los Samaritanos, y todos, sin exceptuar alguno, le escuchaban como un insigne Oráculo, llamándole la virtud grande de Dios: Cui auscultabant omnes a minimo usque ad maximum, dicentes: Hic est virtus Dei, quae vocatur magna. Attendebant autem eum propter quod multo [187] tempore Magiis suis dementasset eos. Así doy asenso a que dicho Simón, no sólo era Mago, sino un gran Mago, comparable a los de Faraón, Jannes y Mambres. Creo también, que Barjesú sería Mago propiamente tal, pues usaba el demonio de él, como de Simón, para oponerse a la predicación de los Apóstoles. Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo tercero (1750). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 169-187.}


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