La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta XXI

Del Sistema Magno


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1. Muy Señor mío: Escríbeme Vmd. que, habiendo leído mi Carta antecedente en un congreso, donde había dos, o tres sujetos algo noticiosos de los nuevos Inventos Físicos, y Matemáticos, uno de ellos dijo a Vmd. [232] deseaba mucho saber mi dictamen en orden al que llaman Sistema Magno; pero preguntándole Vmd. qué es lo que llaman Sistema Magno; no quiso dar otra respuesta, sino que a mí me podría pedir la explicación. Acaso no será temeridad conjeturar, que él no podría darla, pudiendo ser uno de aquellos, que habiendo cogido al vuelo tal cual voz facultativa, la vierten en la conversación, como con misteriosa reserva de todo lo que está comprehendido debajo de su significado, siendo así, que apenas saben el significado de la voz. Como quiera diré a Vmd. qué es lo que llaman algunos Modernos Sistema Magno, y qué fundamento tiene este magnífico ideal edificio.

2. La idea del Sistema Magno es hija legítima de la del Sistema Copernicano; pero idea de incomparablemente mayor grandeza, y majestad, que la que le dio el ser. Después que los Copernicanos se familiarizaron bien el concepto de que el Sol inmóvil es centro común de las revoluciones de todos los Planetas, en cuyo número incluyen el Globo, que habitamos, sin hallar inconveniente en la forzosa resulta de la inmensa distancia de las Estrellas Fijas a nosotros, que dije en la pasada, fue fácil, y natural dar en el pensamiento de que cada una de las Estrellas Fijas es un Sol, como el que luce sobre nosotros, de igual resplandor que el que nos alumbra. El que son en alguna manera Soles; esto es, Astros que resplandecen con luz propria, como el Sol, y no mendigada de éste, como los demás Planetas, es innegable. Y su aparente pequeñez en ningún modo prueba, que cualquiera de ellas no sea tan grande como nuestro gran Luminar; pues este mismo gran Luminar colocado en aquella inmensa distancia de nosotros, en que los Copernicanos ponen las Fijas, parecería pequeñísimo.

3. Establecida ya en las Estrellas fijas el resplandor, y grandeza de soles, les ha parecido a los Modernos Copernicanos, por lo menos a muchos, supremamente verisímil, que cada una sea centro de la revolución de varios Planetas, [233] como nuestro Sol; y este complejo de cada uno de aquellos Soles con sus Planetas venga a ser un Mundo, u Orbe tan grande como el nuestro. Llamo nuestro en esta hipótesis el que se termina en aquel gran círculo, dentro del cual está nuestro Sol con todos sus Planetas, y el inmenso Eter, que llena tan vasto espacio. Este nuestro Mundo, a beneficio de los Astrónomos Modernos, recibió de un siglo a esta parte un aumento de tal magnitud, que le hizo más de doscientas veces mayor, que nos le representaban los Astrónomos Antiguos, y de hecho a los que no son Astrónomos los asombra, como monstruosa, la prodigiosa extensión que les dan los que lo son. Pienso, que entre los ignorantes de las observaciones Astronómicas modernas los más oyen con irrisión, que el Sol dista de nosotros treinta y tres millones de leguas, y Saturno trescientos. Más racionalmente proceden los que dudan, pretendiendo que esto no puede saberse; y si cuando dicen esto, sólo quieren excluir verdadera Ciencia, o Demostración Matemática, dicen bien, porque en efecto no hay prueba de ello, que se pueda llamar demostrativa; pero hay tales pruebas, que han persuadido a todos los grandes Astrónomos, que hay las distancias dichas; lo que no harían, si ellas no fuesen muy fuertes. Y en fin, invenciblemente persuade la recta razón, que nunca (o por lo menos rarísima vez) convienen todos los grandes hombres de cualquiera facultad en alguna máxima, que no sea verdadera.

4. Pero ve aquí, que cuando se oía, o con desprecio, o por lo menos con una especie de asombro, esta grande extensión del Orbe Planetario, nos traen la novedad de que todo este grande Orbe viene a ser una parte mínima, y como insensible del Universo. En la antecedente dije, que al Padre Ricciolo, famoso Astrónomo, no pareció inverisímil, que haya dos millones de Estrellas. ¿Qué viene a ser por este cómputo nuestro Orbe respecto del Universo? No más, que una millonésima parte suya; esto es, como una nada. [234]

5. Y con todo, aún no hemos llegado a un término donde se pueda fijar el discurso; porque ¿cómo se puede saber, que el número de las Estrellas no sea mucho mayor, que el que conjetura el Padre Ricciolo? Lo que se sabe es, que luego que se inventó el Telescopio, y se empezó a usar de él en orden a los Astros, se descubrieron muchísimas Estrellas, que antes no se veían; y al paso que se fueron perfeccionando más los Telescopios, y se hicieron mayores, sucesivamente se fueron descubriendo más, y más. Como este instrumento puede ir recibiendo más aumentos de perfección, sin que llegue al mayor grado posible de ella, pueden irse descubriendo a proporción más, y más Estrellas, sin que jamás quedemos asegurados de que no haya otras, que aún no se ven. Y aun cuando el Telescopio arribase a la última perfección posible, en ninguna manera se puede inferir de ahí, que con él se vean todas las Estrellas existentes, así como no podemos asegurar, que en ese caso se vea con él una pulga a distancia de dos leguas.

6. Diráme Vmd. que esas Estrellas, que sólo se ven con los mayores, y mejores Telescopios, y con más razón las que sólo se verán con otros Telescopios mucho más aventajados que todos los que hay ahora, precisamente son muy pequeñas; por consiguiente no se les puede atribuir, como a Soles, la gran prerrogativa de verse circundados de Planetas, y ser centro de otros tantos Orbes como el nuestro. Respondo, que de la menor visibilidad de esas Estrellas no se infiere la pretendida pequeñez, sí sólo su mayor distancia de nosotros. Es poco conforme a la razón pensar, que todas las Estrellas están en igual altura. Pues todos los demás Astros distan con suma desigualdad de nosotros; lo mismo es justo pensar de las Estrellas: y éste es el dictamen de Casini, y otros célebres Astrónomos; los cuales por su menor magnitud aparente regulan su distancia; y por consiguiente a las Estrellas de la sexta magnitud juzgan seis veces más distantes de la Tierra, que las de primera magnitud. [235]

7. Antes de pasar adelante, entre Vmd. conmigo en un cómputo. El Sol, según los Astrónomos Modernos, dista de la Tierra treinta y tres millones de leguas. Según Casini, la Estrella Sirius, de primera magnitud, y verisímilmente la mayor de nuestro Hemisferio, dista de la Tierra cuarenta y tres mil veces más que el Sol, que viene a ser más de cuatro millones de millones de leguas. Las de sexta magnitud distan seis veces más; con que su distancia es más de veinte y cuatro millones de millones. ¿Y hemos cerrado la cuenta con esto? De ningún modo, porque las Estrellas de sexta magnitud se ven a ojo desnudo; esto es, sin intervención del Telescopio. ¿Cuánto más distarán las que no se ven sin este instrumento? Entre éstas, cuánto más, y más, las que necesitan para hacerse visibles de más perfectos Telescopios? ¡Océano inmenso, en que ni el discurso, ni la imaginación divisan orilla alguna!

8. ¿Pero hay inverisimilitud alguna en esta portentosa magnitud del Universo? Ninguna encuentro, exceptuando la parte que tiene en ella el Sistema Copernicano; quiero decir, en la enorme distancia, que da a las Estrellas de parte de la tierra. Pero quítese de ésta cuanto se quiera: como cuanto se cercenare de la parte de acá se puede compensar de la parte de allá, pues no se nos pone delante término alguno, siempre queda la magnitud del Universo muchos millares de veces mayor, que la que los que siguen el Sistema vulgar han concebido, y en ella un objeto digno de nuestro asombro.

9. Digno, digo, de nuestro asombro; pero más digno del concepto que debemos hacer de la grandeza, y poder del Artífice Soberano. Es cierto, que Dios pudo estrechar, o alargar el Mundo, hacerle mayor, o menor, como quisiese. Pero juntamente dicta la razón, que sin motivo bastante no le designemos término alguno; antes bien le concedamos toda aquella extensión, por grande que sea, que nos insinúan algunas apariencias. Estas están de parte que las Estrellas Fijas, son otros tantos Soles, y que su mayor, o menor aparente magnitud proviene de su [236] mayor, o menor distancia de nosotros; y de aquí resulta, por la reflexión hecha arriba, aquella prodigiosa extensión del Universo, que dije entonces.

10. Y para que Vmd. no dificulte entrar en tan noble idea le advierto, que ésta se puede mantener, sin dependencia del Sistema Copernicano, sólo con admitir la verisímil suposición de que las Fijas son otros tantos Soles; lo que puede ser muy bien, aunque la Tierra esté quieta, como nosotros la ponemos. Sólo se ofrece con ello la enorme distancia respecto de nosotros, y respecto de todo el Cielo Planetario, en que es preciso colocarlas, en la cual ocurren dos inconvenientes. El primero, que es forzoso concebir en ellas un movimiento, sin comparación, más rápido, que el que tendrían mucho menos elevadas: El segundo, que parece absurdo admitir entre el Cielo Planetario, y las Fijas un espacio inmenso vacío de todo cuerpo. Mas a lo primero se puede responder, que al movimiento en general no le repugna ningún grado de velocidad, y así se les puede conceder a las Fijas cuanta se quiera. A lo segundo respondió Mr. de Fontenelle en su Tratado de la Pluralidad de Mundos, que aquel espacio le ocupan los Cometas. Y a la verdad, admitida la opinión dominante entre los Modernos de que los Cometas son Astros criados en el principio del Mundo, los cuales giran por círculos Excéntricos a la Tierra extremamente grandes, y sólo en una muy pequeña parte de ellos se nos acercan lo bastante para hacerse visibles, porque sólo con una muy pequeña parte cortan alguna porción del Cielo Planetario; se sigue necesariamente, que aquel grande espacio, interpuesto entre el Cielo Planetario, y las Fijas sea la habitación de los Cometas. ¿Pero quién quita que haya en aquel espacio otros muchos cuerpos de diferentes especies, y bastantemente grandes, aunque no los veamos? No los vemos por lo mucho que distan de nosotros; así como por esta razón no vemos los Cometas, sino mientras giran por aquella pequeña parte del círculo, que cortando el Cielo Planetario, se nos acerca algo. [237]

11. Pero volvamos a los Copernicanos. Estos, por lo menos muchos de ellos, después de establecida en las Fijas la grandeza, y resplandor de Soles, dan, ya que no por cierto, por sumamente verisímil, que cada una sea centro de la revolución de varios Planetas, como nuestro Sol; y este complejo de cada uno de aquellos Soles con sus Planetas venga a ser un Mundo, u Orbe tan grande como el nuestro. Considerando después, que un Mundo enteramente desierto, y vacío de habitadores, se puede tener por un absurdo tan grande como el mismo Mundo, asintieron a la población de todos estos Mundos. Digo asintieron, porque los demás no hicieron más que seguir la voz de uno, que dio en el pensamiento de poblar todo el Universo. ¿Pero cómo pobló los otros Mundos? Colocando en cada uno de ellos un Globo Terráqueo como el nuestro, el cual esté habitado de varios vivientes, con exclusión de ellos en todo el resto de aquel grande espacio. No se contentó con tan poco. Pero es de advertir, que ni se contentó con tan poco respecto de nuestro Orbe, antes en la contemplación de éste le nació la grande idea de llenar de vivientes todos los demás Mundos.

12. En el Tomo 8 del Teatro, Discurso 7, §. 9, escribí, que algunos Filósofos antiguos fueron de opinión, que todos los Planetas, sin excluir al Sol, están habitados de hombres, y brutos, como nuestro Globo; y que a esta opinión, ya sepultada en el olvido, u despreciada por muchos siglos, la hizo revivir en el siglo décimoquinto el piísimo, y doctísimo Cardenal de Cusa, aunque sólo por modo de sospecha, o conjetura. Pero ni la autoridad de este grande hombre, que en efecto la tenía muy grande en toda la Iglesia, fue capaz de darle curso alguno; y así se sepultó segunda vez, mirándola todos los Filósofos, que se siguieron, sólo como un especioso sueño, hasta que salió a luz (no sé si a fines del siglo pasado, o principios del presente) El coloquio sobre la pluralidad de Mundos del célebre Bernardo Fontenelle. Este raro genio, que aun a [238] las materias más espinosas, y secas sabía dar una gracia, y amenidad incomparable, en dicho Escrito esforzó, cuanto cupo en su grande ingenio, la opinión de que los Planetas son habitados: mas con la precaución de mezclar de tal calidad la jocosidad urbana con la agudeza Filosófica, que quedó el semblante del Escrito entre risueño, y serio; de modo, que se puede dudar si escribió con ánimo de persuadir, o sólo de divertir. El efecto fue, que logró con algunos lo primero, y con todos lo segundo. Los que se persuadieron, juzgaron al mismo Fontenelle persuadido, y no sin fundamento. Era una novedad peligrosa para su Autor, y así pedía prudencia publicarla, de modo, que le quedase el recurso de decir, que había hablado de chanza. Pero es de advertir, que ni el Autor, ni los que le siguen tienen, o pretenden en esta materia más asenso, que el que exige una racional conjetura; no ignorando, que en ella es totalmente imposible la certeza.

13. Dejó Fontenelle sin habitadores al Sol, pareciéndole absolutamente inhabitable; y no sé por qué: pues no repugna, que entre las criaturas posibles haya vivientes, que tan naturalmente se conserven en el Fuego, como los peces en el Agua. Si Dios no hubiera criado aves, ni peces, tendría el común de los hombres por tan inhabitables estos dos Elementos, como el del Fuego; y tan imposible se presentaría, que el Agua no ahogase a sus habitadores, como que el Fuego no abrasase a los suyos. A los demás Planetas da habitadores de temperamento correspondiente al clima, digámoslo así de cada Planeta. Pongo por ejemplo. Los habitadores del Planeta Venus, que están más próximos al Sol, que nosotros, por consiguiente reciben de él mucha más luz, y calor; son más vivos, ardientes, apasionados, y venéreos, que los habitadores de la Tierra. Los de Mercurio, que es más vecino al Sol que Venus, de tanta vivacidad, que viene a ser locura: gente incapaz de reflexión, que obra en todo por movimientos súbitos, e indeliberados. Muy al contrario los de Saturno que dista del Sol diez veces más que la Tierra, [239] extremamente melancólicos, perezosos, y tardos, que no se ríen jamás, y tienen que pensar un día entero para responder a la pregunta más fácil, v.g. si se han desmayunado. A este modo van discurriendo en todas las demás cosas, proporcionando todo a las circunstancias de cada Planeta.

14. Viendo el Autor poblado de esta suerte nuestro Mundo, desde Saturno levantó la consideración a las Estrellas; y contemplando en ellas otros tantos Soles, le pareció un desperdicio indigno de la Sabiduría del Criador, que produjese tantos, tan grandes, y tan bellos cuerpos sólo para que nos diesen una tenuísima luz, cuando con criar una segunda Luna, o hacer la que tenemos doblado mayor, nos daría más luz que la que recibimos de las Estrellas. En cuanto al beneficio de los influjos no tuvo por qué detenerse, porque éstos ya los halló enteramente desacreditados por muchos de los Filósofos, que le precedieron. Esta reflexión, junta con la fuerza de la analogía de aquellos Soles con el nuestro, le indujo al pensamiento de que cada uno de ellos podría ser muy bien, como estotro, centro de la revolución de otros Planetas, y Planetas también habitados: porque ¿para qué un Sol todo entero, y tantos Soles, si no iluminan, ni fomentan cada uno dentro de su Orbe un buen número de vivientes? Añádese, que parece mucho más razonable pensar, que Dios esparciese por todos esos Orbes un número prodigioso de criaturas, que le alaben, y sirvan, que el que coartase este beneficio al Globo que habitamos, que viene a ser como un nada, respecto de la inmensidad del Universo, siendo cierto, que es mucho menor el Globo Terráqueo comparado con el todo del Universo, que el más menudo grano de arena comparado con todo el Globo Terráqueo.

15. A esto se redujo lo que Mr. de Fontenelle, más circunstanciado, y difuso, dicen en su Tratado de la pluralidad de Mundos; y esto es a lo que hoy se da el nombre de Sistema Magno, que tiene ya bastantes Sectarios en las Naciones.

16. La gran dificultad, o la única que hay contra él, [240] viene de parte de la Religión; porque en lo Físico, y Metafísico ninguna hallo. En el lugar citado arriba del Teatro dije, que la habitación de los Planetas es posible, y cabiendo en la posibilidad, como la materia no es capaz de observación, o examen, no cabe argumento alguno contra la existencia. Pero hacia la Religión tiene el Sistema unas esquinas que parece que la rozan.

17. ¿Pregúntase lo primero, de qué especie, o especies son esos habitadores de los Astros? El Cardenal de Cusa decía que hombres, sin otra diferencia de nosotros, que la mayor estatura. Pero esto tiene contra sí lo que dice San Pablo, Actor. cap. 12, que todos los hombres descienden de Adán: Fecitque ex uno omne genus hominum. Mr. de Fontenelle, más cauto, después de confesar la imposibilidad de que los habitadores de los Astros tengan el mismo Padre común que nosotros, añade, que sería embarazoso en la Teología admitir hombres, que no desciendan de Adán: Il seroit embarrassant dans la Theologie, qu`il y eut des homes, qui ne descendissent de lui (Adán). Acaso tuvo presente el Texto, que acabo de alegar, u otros equivalentes. Resuelve, pues, que no son de nuestra especie los habitadores de los Astros. ¿Pues qué son? Responde, que absolutamente lo ignora, y así se abstiene de caracterizarlos en alguna manera.

18. Mucha indeterminación es ésta para quien tenía tan fértil inventiva; y si yo me hallase en la plaza de Mr. de Fontenelle, algo respondería de positivo, echando mano de lo verisímil a falta de lo cierto. Diría lo primero, que los Astros están poblados de substancias racionales, y irracionales: lo primero, porque el fin, que se nos ofrece más digno de Dios para poblarlos, es multiplicar criaturas que le adoren, y alaben: lo segundo, por analogía a lo que pasa en nuestro Globo, siendo lo más natural, que en los demás, como en éste, haya susbtancias irracionales, destinadas al uso, y servicio de las racionales.

19. Diría lo segundo, que esas substancias intelectuales no son puros Espíritus, sino mezclados, o unidos con la [241] misma materia. Luego hombres me dirán. Resueltamente niego la consecuencia. Es de entendimientos estrechamente limitados pensar, que no pueda haber substancias compuestas de materia, y espíritu, que no sean de nuestra especie. Yo al contrario juzgo, que entre las posibles hay innumerables, que convienen en el género con nosotros, mas no en la especie. De los puros espíritus hay innumerables especies en la sentencia de Santo Tomás, que en cada individuo constituye especie aparte. Son innumerables también las que hay de substancias puramente materiales. ¿Qué dificultad hay en que suceda lo mismo en las mixtas? Más: Son asimismo innumerables los vivientes, que conviniendo en la razón común de irracionales, constituyen diferentes especies. ¿Por qué no habrá también diferentes especies, que convengan en la razón común de racionales? Mas dentro de la línea de Espíritus, totalmente independientes de la materia, hay distintas especies. ¿Por dónde se puede, ni aun levísimamente conjeturar repugnancia alguna en que las haya dentro de la línea de Espíritus dependientes de la materia?

20. ¿Pero si son posibles, se me dirá, distintas especies de substancias mixtas de Espíritu, y Materia, como de substancias totalmente materiales; pero qué no produjo en nuestro Globo algunas de aquéllas, como produjo muchas de éstas? Este reparo es enteramente fútil, porque igualmente se puede formar sobre cuanto Dios dejó de hacer, pudiéndolo hacer. ¿Es por ventura de nuestra facultad reglar la conducta de Dios, o apurar los designios, que pudo tener en hacer esto, y no aquello?

21. Más: Si en materia tan superior a la humana inteligencia es lícito franquear la puerta a la conjetura, yo me imagino en la producción de una única especie de criaturas intelectuales, en medio de tantas materiales, un designio de buen orden, y harmonía. Esto, digo, fue constituir una especie de Monarquía en la República Natural de nuestro Globo Terráqueo. Las Repúblicas Políticas se componen de muchos individuos de la misma especie: la natural, [242] de que hablamos, de muchas especies distintas; y como en las Repúblicas Políticas, que se componen sólo de muchos individuos, si son Monárquicas, son muchos los individuos que obedecen, y sólo uno el que reina: así, habiendo de constituirse el Gobierno Monárquico en la República Natural, que consta de muchas especies, lo que corresponde es, que sólo haya una especie que domine, y todas las demás sirvan, y obedezcan. Aquélla es la racional, éstas las irracionales.

22. Lo mismo, debajo de la hipótesis en que procedemos, se puede conjeturar en orden a la población de los Astros; esto es, que en cada uno haya una especie dominante, y muchas sirvientes: aquélla compuesta de espíritu, y cuerpo: éstas adecuadamente materiales; pero aquélla distinta específicamente del hombre: éstas distintas asimismo específicamente de todas las que acá vemos.

23. Ha visto Vmd. lo que es el Sistema Magno. O mejor diré, que ha visto lo que no es; porque haciendo justicia, todo esto no es más que un agradable sueño, un gran edificio en el aire, un mundo ideal, una obra de pura imaginación, una ostentosa pintura a que yo he añadido tal cual pincelada; una insigne máquina, que sólo tiene ser, como dicen los Lógicos, objective in intellectu. Y en mi juicio no pueden evitar la nota de temerarios los que pretenden, aun por vía de conjetura, darle alguna realidad. Es sin duda posible todo ello en la forma que se ha dicho; pero de la posibilidad a la existencia hay la infinita distancia, que media entre la nada, y el ser. En orden a la posibilidad podemos tomar por guía el discurso: en orden a la existencia sólo el Sentido, o la Revelación; y ni uno, ni otro nos da la más leve seña de esa multitud de Mundos. No el sentido; pues aunque vemos las Estrellas, no vemos que son Soles; o si vemos que son Soles, no vemos que sean centro de la revolución de otros Planetas; y mucho menos, que ni aquellos Planetas, caso que los haya, ni los nuestros sean habitados. Pensar que sea prueba legítima de la existencia de otros Mundos, y de otros vivientes [243] en ellos, el que no habiéndolos serían inútiles aquellas innumerables lumbreras, que los modernos llaman Soles, es una insolencia del discurso; como si Dios no pudiese tener en su creación otro motivo que el que a nosotros nos ocurre, o como si el humano entendimiento pudiese apurar, que no hay en la latitud de la posibilidad otro motivo, que aquel que él imagina. Más racional, y más religiosamente discurriría quien dijese, que Dios crió esa gran multitud de Soles; primariamente para exponer ese ostentoso espectáculo a la contemplación de los Bienaventurados, como un aditamento insigne de su gloria accidental; y secundariamente para nuestra utilidad, ya por la luz que nos comunican, ya por servir con su discurso, como un reloj inalterable, a distinguir las horas de la noche, ya en fin, por dirigir nuestros viajes por Mar, y Tierra.

24. Por lo que mira a la revelación, bien lejos de favorecer ésta el Sistema Magno, le contradice. Lo primero, porque no sólo no hay en toda la Sagrada Escritura alguna seña, o vestigio de él, mas en ella se habla siempre de Angeles, y Hombres, en un tono, que da bastantemente a entender, que no hay otras criaturas intelectuales en el Universo. Lo segundo, y principal, porque los textos, que alegué en la Carta pasada contra el Sistema de Copérnico, militan del mismo modo contra el Sistema Magno; el cual, de tal modo tiene por basa, o cimiento el de Copérnico, que sin él es imposible subsistir.

Tiene Vmd. con qué satisfacer al sujeto, que le indujo a preguntarme por el Sistema Magno; y yo quedo con la complacencia de haber satisfecho a Vmd. cuya vida guarde Dios, &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo tercero (1750). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 231-243.}


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