La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta XXV

Ingrata habitación la de la Corte


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1. Muy Señor mío: Supone V.S. y supone bien, que me sería fácil dejare este País, y fijar mi habitación en la Corte, si lo desease. En consecuencia de lo cual, admirándose de que no lo solicite, y ejecute, me pregunta, ¿por qué quiero vivir en este retiro? A lo que, siendo yo Escritor de profesión, pudiera satisfacer con la sentencia de Horacio:

Scriptorum chorus omnis amat nemus, & fugit Urbes.

2. Porque al fin, aunque el Pueblo, que habito, no puede decirse desierto; respecto de una Corte, poco desdice de soledad. Pero más me cuadra la respuesta lacónica, de que quiero vivir en este retiro, porque quiero vivir.

3. De un hombre ilustre, llamado Similis, que fue Prefecto del Pretorio en tiempo del Emperador Adriano, refiere Xifilino, que habiendo hecho voluntaria demisión de aquella Magistratura, se retiró a la campaña, donde [265] vivió siete años de persona privada, y viendo al fin de ellos acercársele la muerte, hizo este epitafio para que se le pusiese en el sepulcro: Aqui yace Similis, que murió de una edad muy larga; pero sólo vivió siete años. Miraba aquel Romano la vida Aulica como un estado, que más tiene de muerte, que de vida, y del mismo modo la miro yo.

4. En el derecho Civil los esclavos son reputados por muertos: Servi pro nullis habentur, dijo el Jurisconsulto Ulpiano; y en otra parte el mismo: Servitutem mortalitati fere comparamus. ¿Y qué es la vida Cortesana, sino una mal disfrazada esclavitud? Compónense las Cortes de los que gobiernan, y de los que pretenden. Y considero, que hay una recíproca esclavitud de unos a otros. Los pretendientes son esclavos de los gobernantes, y los gobernantes de los pretendientes. Aquéllos, porque ni aun de su propria respiración son dueños, debiendo compasarla, según supersticiosamente adivinan, sea más grata al Idolo que veneran: éstos, porque, por más que los opriman, sufoquen, angustien las importunidades de los pretendientes, se ven por mil motivos precisados a sufrirlos, como el más vil esclavo al más imperioso dueño. De suerte, que parece que una misma cadena, atando a unos con otros, ata a unos, y a otros. Y sea norabuena cadena de oro la que aprisiona a los que mandan; otro tanto será más pesada: lo que sucedió a la infeliz Reina Zenobia, que padeció mucho más que los demás esclavos en el triunfo de Aureliano, porque iba ceñida con cadena de oro, y los demás sólo de hierro.

5. Hágome cargo de que, puesto en la Corte, no me aprisionaría una, ni otra cadena, porque mi demérito me aleja tanto del riesgo de mandar, como mi genio del de pretender. Pero temo otra, que acaso no sería menos pesada que aquéllas. Esta es la que me echaría a cuestas la importunidad de los preguntadores, y con que me atarían, no sólo el cuerpo, mas también el alma. La tal cual aceptación, que han logrado mis escritos, ha impreso a muchos un concepto de mi ciencia muy superior a la realidad [266] de ella, pensando que sé mucho más de lo que sé, y aun tal vez más de lo que nadie sabe. Considerándome, pues, como que podría satisfacer todo género de dudas, lloverían sobre mí consultas a todo momento. Con que me vería precisado a estar al poste todo el día, ejerciendo un Magisterio sumamente laborioso sin sueldo alguno.

6. De esto hice experiencia el año de 28, que me detuve en Madrid un mes, y todo él estuve, sin intermisión, padeciendo esta impertinencia. Y era cosa de ver las cuestiones extrañas, y ridículas, que me proponían algunos. Uno, por ejemplo, dedicado a la Historia, me preguntaba menudencias de la Guerra de Troya, que ni Homero, ni otro alguno antiguo escribió. Otro, encaprichado de la Quiromancia, quería le dijese qué significaban las rayas de sus manos. Otro, que iba por la Física, pretendía saber qué especies de cuerpos hay a la distancia de treinta leguas debajo de tierra. Otro, curioso en la Historia Natural, venía a inquirir en qué tierras se crían los mejores tomates del mundo. Otro, observador de sueños, quería le interpretase lo que había soñado tal, o cual noche. Otro, picado de anticuario, se mataba por averiguar qué especies de ratoneras habían usado los antiguos. Otro, que sólo era apasionado por la Historia moderna, me ponía en tortura para que le dijese cómo se llamaba la mujer del Mogol: cuántas, y de qué naciones eran las mujeres, que el Persa tenía en su Serrallo. Digo, porque V.S. no tome esto tan al pie de la letra, que, o éstas, u otras preguntas tan impertinentes, y ridículas como éstas venían a proponerme algunos. Si cuando no había dado a luz más que dos Libros padecía esta molestia, qué sería ahora, cuando los Libros se han multiplicado; siendo natural, que por la mayor variedad de materias, que en ellos toco, me atribuyan mayor extensión de ciencia para resolver todas sus dudas, por extravagantes que sean? ¿Y esto sería vivir?

7. Me ocurre ahora, que los Filósofos definen la vida actual movimiento ab intrinseco, diciendo, que el viviente es el que se mueve ab intrinseco, de tal modo, que este [267] movimiento no se haga por determinación de otro agente distinto, ita ut motus ille ex alterius determinatione non sit; y aunque algunos proponen otras definiciones, casi todas, en cuanto a la substancia, vienen a coincidir a lo mismo. Si tomamos esta definición en sentido algo lato, hallaremos, que habiendo tantos millares de habitadores en las Cortes, son muy pocos los vivientes que hay en ellas, porque son pocos los que se mueven, sino por determinación de otro agente. Los pretendientes, que son tantos, se mueven por el impulso, ya activo, ya atractivo de los que miran como agentes de su fortuna. Estos están distribuidos en varios grados, en que sucesivamente van trayendo unos a otros. Los inmediatos al Príncipe se mueven por la atracción del Príncipe, y esos mismos atraen a otros, que son pretendientes, respecto de ellos, y de este modo va bajando la atracción, y el movimiento hasta los ínfimos. De modo, que en las Cortes se ve una representación del sistema Newtoniano del Universo, en que con la virtud atractiva los cuerpos mayores ponen en movimiento a los menores; y tanto más, cuanto es mayor el exceso, y menor la distancia. Y como en las Cortes están tan inmediatos los Grandes a los pequeños, es mucho mayor el movimiento que dan aquéllos a éstos, que el que pueden dar a los pequeños, que están alejados por las Provincias. De aquí viene verse a cada paso sujetos, que viviendo lejos de la Corte, no los mueve, o mueve poco la ambición a pretender; y transferidos a la Corte, la cercanía de los mayores los agita fuertísimamente. ¿Y qué sé yo si a mí me sucedería lo mismo? En todo caso, bonum est non hic esse; mayormente cuando, aunque no me moviesen por este camino, no me dejarían reposar por el que insinué arriba, y acaso por otros; siendo verisímil, que no sólo me inquietarían los curiosos como erudito, mas tal vez también los pretendientes como medianero.

8. Pero aunque todo lo dicho basta por sí mismo para hacerme displicente la habitación de la Corte, mucho más me la hace odiosa por una como necesaria resulta que tiene; [268] y es, que donde hierven las pretensiones, hierven ciertas especies de vicios, con quienes tengo especial ojeriza: La hipocresía, la trampa, el embuste, la adulación, la alevosía, la perfidia. Aborrezco la hipocresía, no sólo por razón, mas aun por instinto; o llámase, si se quiere, antipatía. Y nadie podrá negarme, que donde concurre una multitud de pretendientes, concurre una copiosa turba de hipócritas. ¿Qué es un pretendiente, sino un hombre, que está pensando siempre en figurarse a los demás hombres distinto de lo que es? ¿Qué es sino un Farsante, dispuesto a representar en todo tiempo el personaje que más le convenga? ¿Qué es sino un Proteo, que muda de apariencias, según le persuaden las oportunidades? ¿Qué es sino un Camaleón, que alterna los colores, como alternan los aires? ¿Qué es sino un ostentador de virtudes, y encubridor de vicios? ¿Qué es sino un hombre, que está pensando siempre en engañar a otros hombres? Es verdad, que son muchos los que le pagan en la misma moneda; esto es, aquellos mismos que busca como arquitectos de su fortuna. El miente virtudes, y a él le mienten favores. El va a engañar con adulaciones, y a él le engañan con esperanzas.

9. Este es el comercio más válido, y casi general en las Cortes. Esta es la moneda que en ellas circula sin cesar. Moneda falsa; pero ninguna más corriente. No sólo corre, vuela; propriamente moneda de soplillo, porque toda es aire. Es un tráfico de embeleco, en que con comisiones engañosas se compran benevolencias aparentes. De una, y otra parte intervienen promesas vanas. El poderoso hace esperar beneficios, y el dependiente agradecimientos.

10. Pero de quienes se hallan al fin más burlados los pretendientes, no es de los que mandan, sino de ciertos faranduleros, que hay en las Cortes, a quienes creen, que tienen introducción con los que mandan. Estos son unos vilísimos estafadores, hambrientas harpías, sedientas sanguijuelas, que a los pobres incautos que de las Provincias acuden allí a sus pretensiones, a poco que se descuiden, les chupan hasta la última gota de sangre: y al mismo tiempo [269] que les persuaden, los harán bien recibidos en Palacio, insensiblemente los van llevando al Hospital. Y lo más admirable en esto es, que haya algunos tan neciamente crédulos, que se dejan persuadir a que son capaces de levantarlos a mejor fortuna, los que no aciertan a mejorar la propria: necedad que coincide con la de aquéllos, que creen que son dueños del secreto de la Piedra Filosofal: unos vagabundos, que apenas tienen lo necesario para librarse de la hambre. Sin embargo, no falta quien espera que le granjee cuatro mil ducados de renta, quien no puede adquirir para sí cuatrocientos; o que le introduzca en el gabinete, quien no se atreve a subir a la antesala.

11. Mas todo lo dicho es nada en comparación de lo que pasa entre los mismos pretendientes, sobre el empeño de desembarazarse recíprocamente unos de otros. El que ve a su lado un concurrente, que puede disputarle la plaza, a que él mismo aspira, ¿qué máquinas no mueve para desbaratarle? Todas sus acciones acecha, y aun se adelanta a adivinarle los pensamientos. Estudia toda su vida, desde el nacimiento hasta la hora presente. Indaga quiénes fueron sus padres, y abuelos, por si en su genealogía puede encontrar nota, que le infame. Por medio de algún tercero procura indagar sus secretos para hacerlos públicos, poniéndoles a la margen las más odiosas interpretaciones. Consulta si puede a sus mayores enemigos, tomando de ellos los informes de vita, & moribus. No hay escondrijo que no examine, ni noticia que no apunte, de cuántas pueden servirle para echar a perder su reputación. ¿Y esto para qué? Para verterlo por sí, o por sus emisarios en calles, plazas, y paseos.

12. No dudo yo, que hay muchos pretendientes timoratos, y honestos, que buscan su fortuna por medios permitidos. Doy que la mitad de ellos sean de esta clase. Siempre quedan fuera de ella los bastantes para llenar la Corte de chismes, e incomodar con ellos casi todas las conversaciones, aun las que se ejercen en los más solitarios retiros; porque los pretendientes todo lo andan. [270]

13. Todo lo que hasta aquí he expuesto me enfada en la habitación de la Corte. Pero aún no he expuesto todo lo que me enfada. Falta una partida de gran consideración. Yo no sé si lo influye la Corte, por ser Corte, o si por vía de contagio se comunica en la Corte. Hay un vicio de los pretendientes, que se ha hecho común, y como trascendente aun a los Cortesanos, que no son pretendientes. Hablo de las expresiones fingidas de amistad, o cariño. Si se cree lo que en esta materia se oye en la Corte, se juzgará, que aquella vecindad se compone de los genios más bellos, más dulces, y más sociables del Mundo. Digo lo que ví muchas veces. Encuéntranse dos personas en la calle, o en el paseo, sin más conocimiento de uno a otro, que el preciso para saludarse. ¿Y se contentan con saludarse? Nada menos. Recíprocamente se esmeran en las más expresivas protestas de una cordialísima amistad, o un amor muy fino. Y esto no pocas veces se practica entre personas, que no sólo se miran con una perfecta indiferencia, mas aun con positivo desafecto. Ví algunos de estos encuentros en ocasiones que yo acompañaba a este, o aquel sujeto de bastante carácter; y en que, después de los más tiernos requiebros de parte a parte, luego que se separaban, el sujeto a quien yo hacía compañía, en confianza me manifestaba, que el otro, a quien había requebrado, era uno de los que más le enfadaban en la Corte. No dejaba yo de significarle cuánto extrañaba, y aun cuánto me desplacía un defecto tan grave de sinceridad. Pero a esto se me respondía, que ése era el estilo de la Corte. Será, según esto, replicaba yo, el estilo de la Corte el dolo, la simulación, y el embuste. No, me respondía, que aquello se tomaba por mera ceremonia, que nada significaba; y así, ni el otro le creía las expresiones de amor, que le había hecho, ni él al otro las suyas. ¿Pues si esos requiebros de nada sirven, reponía yo, por qué no hablan unos hombres a otros, como se deben hablar los hombres, y no como hablan los Jovenetos a las Damiselas? Porque éste es el estilo de la Corte, se me volvía a responder. [271]

14. Sin embargo, yo con algún escrúpulo quedaba de que esta respuesta no era más sincera, que las ternuras cómicas, que acababa de oír a los dos fingidos enamorados. Y me inclinaba bastantemente a pensar, que recíprocamente tiraban a engañarse, y acaso cada uno quedaba satisfecho de que había engañado al otro. Mucho tiempo ha tengo observado, que una de las más comunes simplezas de los hombres, es tener a los demás por simples. Todos los mentirosos por hábito padecen esta simpleza; pues sólo en la confianza de la corta capacidad de los oyentes pueden esperar ser creídos, aun cuando las mentiras carecen de toda verisimilitud. En la materia en que estamos, se ve esto claro. ¿En qué puede fundar un hombre la esperanza de ser creído, cuando a otro hombre, a quien no debe servicio, o beneficio alguno, le dice, que le ama finamente, sino en el concepto, que ha hecho, de que el tal es sumamente inadvertido?

15. No niego yo, que también fuera de las Cortes hay los vicios, que he representado como proprios de las Cortes, porque los hombres en todas partes son hombres; pero mucho más infrecuentes, porque son mucho más infrecuentes las ocasiones, y los motivos. Como las Cortes son los Teatros, donde la fortuna principalmente reparte sus favores, o aflige con sus desdenes, también en ellas principalmente la condición humana influye la envidia, la emulación, el odio, la detracción, el embuste, las amistades fingidas, las alevosías verdaderas, los despechos, las desesperaciones, y otros mil desreglados afectos, que a quien, como yo, nada espera, o solicita en la Corte no puede menos de ocasionar mucho enfado. Nuestro Señor guarde a V.S. muchos años, &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo tercero (1750). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 264-271.}


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