La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta XXVII

Si es racional el afecto de compasión, respecto de los irracionales


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1. Muy Señor mío: Lo que Vmd. llama curiosidad agradezco yo como favor. Dice Vmd. que entre varias particularidades de mi genio, de que le informaron uno, y otro sujeto de los que me han tratado, a una sola ha dificultado el asenso, por no hallarla correspondiente al concepto, que tiene hecho de mi persona; en consecuencia de lo cual, de mí espera saber la verdad. Digo que esta curiosidad agradezco como favor. Lo uno, porque la contemplo indicio seguro del buen afecto que le debo; siendo cierto, que el gusto de los hombres no se interesa en noticias tan individuales, y menudas, sino respecto de hombres de quienes hacen alguna especial estimación mirando con indiferencia cuanto de esta clase pertenece a aquellos que mira con indiferencia. Lo otro, porque el deferir a mi informe en orden a una noticia, que en caso de ser verdadera, no me la considera Vmd. ventajosa, o favorable, supone en Vmd. un concepto muy firme de mi veracidad. Vamos al caso. Pintaron a Vmd. mi genio tan delicadamente compasivo, que no sólo me conmueve a conmiseración los males, o infortunios de los individuos de la especie humana, mas aun los de las bestias. Y el motivo porque [307] Vmd. dificulta el asenso a esta noticia, es porque ella le representa un corazón afeminado, estando Vmd. hasta ahora en la persuasión de que le tengo muy valeroso, por las pruebas que he dado de fortaleza de ánimo, en la firmeza con que me he mantenido contra tantos émulos como me han atacado, y aun sin cesar me están atacando.

2. Es cierto, señor mío, que mi genio en la propriedad de compasivo es cual a Vmd. se le han pintado. De modo, que no veo padecer alguna bestia de aquellas, que en vez de incomodarnos, nos producen varias utilidades, cuales son casi todas las domésticas, que no me conduela en algún modo de su dolor; pero mucho más, cuando sin motivo alguno justo, sólo por antojo, o capricho las hacen padecer. Cuando advierto, que están para torcer el pescuezo a una gallina, o entrar el cuchillo a un carnero, aparto los ojos por no verlo. Pero esta compasión no llega al que acaso algunos llamarían necio melindre, y otros grado heroico, de conmiseración de meterme a medianero para evitar su muerte. Veo que ésta es conveniente, y así me conformo a que la padezcan. Nunca en los muchos viajes, que hice, usé de la espuela con las caballerías que montaba, sino lo muy preciso para una moderada jornada, y miraba con enojo, que otros por una levísima conveniencia no reparasen en desangrar estos pobres animales. Siempre que veo un muchacho herir sin qué, ni por qué a un perro con una piedra, quisiera estar cerca de él para castigar con dos bofetadas su travesura.

3. ¿Pero esto es ser de corazón afeminado? Nada menos. Dista tanto lo compasivo de lo apocado, que los Filósofos, que más observaron la conexión de unos vicios con otros, hallaron, que el de la crueldad es en alguna manera propria de los cobardes. Y en las Historias se ve, que rarísimo hombre muy animoso fue notado de inhumano; siendo al contrario comunísima en Príncipes cobardes la crueldad.

4. El apoyo de San Juan Crisostomo es soberano a mi intento. Este Santo Doctor fue dotado de una fortaleza sumamente heroica, de una grandeza de ánimo [308] incomparable, que nunca pudieron doblar las iras de la Emperatriz Eudoxia, ni la conspiración de muchos Eclesiásticos, y Seculares poderosos, cuyos desórdenes no cesaba de corregir con toda la valentía de un espíritu Apostólicamente intrépido. ¿Y tenía el Crisostomo por indigna de su gran corazón la misericordia en orden a los brutos? Antes la recomienda como propria de todo hombre virtuoso. Son las almas de los Justos, dice el Santo, sumamente blandas, y amorosas, de suerte, que extienden su genio compasivo, no sólo a los proprios, mas también a los extraños; y no sólo a los hombres, mas también a los brutos. Sunt enim Sanctorum animae vehementer mites, & hominum amantes, non solum erga suos, sed etiam alienos; ita ut hanc suam mansuetudinem etiam ad animantia bruta extendant. (Homil. 29. in Epist. ad Romam.)

5. El ejemplo de otro Santo Doctor de mi Religión; esto es, San Anselmo, no es menos favorable, que la doctrina del Crisostomo. Dio San Anselmo las mayores pruebas del mundo de un valor verdaderamente heroico en la constante resistencia, que hizo a dos Reyes de Inglaterra, Guillermo el Conquistador, y Enrico Primero, en defensa de la Inmunidad Eclesiástica. Pues el Monje Eadmero, compañero suyo, y Escritor de su vida, nos dice, que este Santo tenía unas entrañas tan dulces, y amorosas, que no sólo era de un trato benignísimo con todos los hombres, sin excluir los mismos Infieles, o Paganos, mas se extendía esta benignidad aun hasta las bestias: de que refiere algunos ejemplos. En una ocasión, que viajaba el Santo, una liebre acosada de los perros fue a guarecerse debajo de su caballería, y el Santo se detuvo a protegerla, hasta que logró su fuga. En otra se le vio entristecerse mucho por lo que padecía un pajarillo, con quien jugueteaba un muchacho, teniéndole preso con un hilo, y alegrarse a proporción, cuando vio, que el pájaro, rompiéndose el hilo, había recobrado su libertad.

6. Del Gran Patriarca San Francisco refiere cosas admirables a este propósito el Seráfico Doctor San Buenaventura, [309] como el redimir los corderos, que conducían a la muerte, soltar los peces cogidos en la red, y los pájaros encarcelados en las jaulas. En lo cual, como en otras muchas virtudes, era digno hijo de este Glorioso Santo el Ilustrísimo Señor Don Fray Damián Cornejo, Cronista discreto de su Religión, de quien hago grata memoria, por haberle, siendo yo joven, conocido Obispo de mi Diócesi de Orense; y conocido asimismo su amabilísimo genio, por el cual puedo decir de él lo que la Escritura dice de Moisés: Erat Moyses vir mitissimus inter omnes homines, qui morabantur in terra (Num. 12.). Estando aún este docto, y piadoso varón en el Claustro, sucedió fallecer en el mismo Convento donde él vivía un Padre grave, que por ser muy aficionado al canto de los pájaros, tenía algunos de los de mejor voz colocados en varias jaulas. Pasó a la Celda donde había morado este Religioso, por ser más cómoda, el Señor Cornejo, obtenida para ello la permisión del Prelado; el cual para su recreación tuvo la complacencia de dejarle en ella los pájaros. Pero luego que los vio el Señor Cornejo, mostró condolerse de que aquellas inocentes criaturas, sin haber cometido delito alguno, estuviesen encarceladas; y diciendo, y haciendo abrió las puertas de las jaulas, dejándolos volar; y prefiriendo al deleite de gozar la dulzura de su voz el gusto de que los pajarillos recobrasen su amada libertad. En otra ocasión, siendo aún muy joven, redimió de la muerte cierta bestia, que en algún modo le pareció imploraba su protección, prometiendo pagar su valor (andaba a la sazón a la cuesta) de las primeras limosnas que recogiese, para lo cual suponía le daría licencia su Prelado. Pero sin paga, ni prenda obtuvo su demanda, enamorando al dueño de la bestia con la muestra de su benignísima índole, y singular gracia con que la explicaba.

7. Es para mí certísimo, que este genio conmiserativo hacia las bestias prueba un gran fondo de misericordia hacia los de la propria especie; en lo que me confirma también el Crisostomo, citado arriba, cuando dice, que quien es [310] compasivo hacia un bruto, mucho más lo será respecto de otro hombre: Qui misericordiam exercet in iumentum, magis illam exercebit in fratrem consanguineum.

8. Y al contrario siento, que en un corazón capaz de sevicia hacia las bestias no cabe mucha humanidad hacia los racionales. Ni puedo persuadirme a que quien se complace en hacer padecer un bruto, se doliese mucho de ver atormentar a un hombre. Los Atenienses, que fueron los más racionales de todos los Gentiles, no sólo miraron esto como indicio de genio poco piadoso, mas aun de positivamente cruel. Y así castigaron severamente, según Plutarco, al que desolló vivo un carnero; y según Quintiliano al muchacho, que tenía por juguete quitar los ojos a las codornices. Y el Padre Famiano Estrada (lib. 7. de Bello Belgico) aprueba el dictamen de los que notando, que el Príncipe Carlos, hijo de Felipe Segundo, siendo niño, se deleitaba en matar por su mano, y ver muriendo palpitantes las liebrecitas pequeñas, hicieron concepto de su índole desapiadada, y feroz.

9. Plutarco en la Oración segunda de Esu carnium sospecha, que en las muertes de los brutos se fueron poco a poco ensayando los hombres para matarse unos a otros. Al principio, dice, nadie comía carne; sólo se sustentaban de los frutos de la tierra. Sucedió, que después matando alguna fiera, se tentó a probar aquel alimento. Pasaron luego a hacer lo mismo con algún pez, o ave indomesticable, cogidos en la red. Ya hechos a mirar sin horror la sangre de esas bestias, o enemigas, o nada sociables, tuvieron menos que vencer en ensangrentar las manos en la inocente, pacífica, y doméstica oveja, que en su lana les tributaba el vestido: parando últimamente la costumbre ya inveterada de verter sangre ajena, en enfurecerse contra la de la propria especie: Atque ita crudelitas, illo gustu imbuta, & in illis caedibus prius exercitata, ad ovem, quae nos vestimentis induit, & gallum gallinaceum domesticum progressa est. Et ita sensim colectis viribus ad hominum caedes, neces, & praelia pervenit. [311]

10. Ya se ve que ya no estamos en tiempo de reducirnos a la dieta Pitagórica, o culpar el uso de las carnes en la mesa. Pero me duele, y me indigna ver, que haya hombres tan excesivamente amantes de su regalo, que por hacer un bocado de carne más delicioso, no duden de atormentar cruelísimamente antes de matarle al pobre animal, que les ha de prestar su regalo. Y no quiero decir el modo, porque no lo sepan por mí los que lo ignoran. ¿Y qué diré de las Damiselas, que porque salga un perrillo más donoso, respecto de su ridículo gusto, están ejerciendo con él la tiranía de una rigurosa hambre, y sed por todo un año, y no sé si más; y sobre esto oprimirle la espalda con un peso intolerable, y quebrantarle la nariz, estragando la figura que le dio el Autor de la naturaleza, para hacer objeto de su placer una monstruosa fealdad? ¿Y es éste el sexo blando, dulce, y compasivo? ¡Oh, con cuánto gusto redimiera yo, si pudiese, estos pobres animalejos de tan desapiadada vejación!

11. Debe confesarse, que hay mucha distancia del vicio de mortificar un bruto por algún deleite, que de ello puede resultar accidentalmente, a la sevicia de deleitarse en el mismo tormento del bruto; el cual puede ser tan horrible, v.gr. abrasar vivo a un perro, que algunos Teólogos Morales lo dan por pecado grave, cuando no se hace por otro motivo, que el bárbaro deleite de verle arder. Y yo subscribo sin la menor perplejidad a la opinión de estos Teólogos, por la gravísima disonancia, que hace a la razón tan desaforada barbarie, sin que obste, que el que la padece no es hombre, sino bruto; pues tampoco es hombre el cadáver del hombre, y aun dista más del hombre por Insensible, que el bruto; y con todo, Teólogos de mucha autoridad hallan malicia grave en el furioso ultraje de los cadáveres humanos, como el que practicó Aquiles, arrastrando tres veces el del Hector, atado a su carroza, alrededor de los muros de Troya; o el Egipcio Eunuco Bagoas con su Artajerjes Occo, cuyo cadáver entregó para que le devorasen a una turba de gatos. Por lo menos pienso, que nadie podrá negar, que tales desafueros sean [312] gravemente pecaminosos, respecto de aquellos cadáveres a quienes se daba sepultura Eclesiástica, por más que dichos cadáveres no lo sientan, ni se pueda verificar de ellos, que son hombres.

12. Digo, que hay mucha distancia de hacer padecer un bruto, porque de ello puede resultar por accidente alguna utilidad, o gusto, a la barbarie de deleitarse en el mismo tormento del bruto. Mas aunque la distancia en lo Moral es mucha, el camino intermedio, considerado filosóficamente es algo resbaladizo; siendo cierto, que el objeto que el entendimiento eficazmente representa como útil, fácilmente se hace abrazar de la voluntad como amable.

13. Si Vmd. desea apoyo más alto de mi dictamen, y genio sobre este punto, creo se le puedo dar en las Sagradas Letras. Aquella sentencia de Salomón (Prov. cap. 12.) Novit Justus Jumentorum suorum animas, viscera autem impiorum crudelia, vierten los setenta, Justus miseretur animas Jumentorum suorum; y realmente la contraposición, que en la segunda parte de la sentencia se hace de la crueldad de los impíos, prueba, que el novit de la primera tiene el significado que le atribuyen los Setenta; porque la crueldad no es contrapuesta al conocimiento, sino a la conmiseración.

14. En el capítulo 23 del Exodo manda Dios, que no se cueza el corderillo en la leche de su Madre: Non coques haedum in lacte matris suae. ¿Cuál puede ser el motivo de este mandato, sino la disonancia, que hace a la razón, el que aquel dulce licor, destinado a nutrir el cordero, sirva a disponerle más para que le devore el apetito? Como que, aun con los cadáveres de los brutos, haya lugar al ejercicio de cierta especie de humanidad. Y en el 22 del Deuteronomio se ordena, que el que en un nido hallare la ave con sus pollos, o huevos, aprovechándose de éstos, deje libre, y con vida la madre: Si ambulans per viam, in arbore, vel in terra, nidum avis inveneris, & matrem pullis, vel ovis desuper incubantem, non tenebis eam cum filiis, sed abire patieris. En que los Expositores se hallan algo [313] perplejos sobre el fin a que miró Dios en esta Ley: y hay quienes recurran a algún sentido simbólico; pero me parece que se le puede dar bastantemente literal, diciendo, que en ella quiso Dios dar a entender, que aunque el hombre tiene jurisdicción para usar en provecho suyo de los brutos, esto debe ser con moderación, y no extendiéndose a ser cruel, o inhumano con ellos; de suerte, que se dé algo a la clemencia en ese mismo uso.

15. Advierto a Vmd. que lo que he escrito en esta Carta en ninguna manera comprehende a los Filósofos Cartesianos, los cuales en orden al asunto de ella son gente privilegiada; porque como sólo reconocen los brutos en cualidad de máquinas autómatas, desnudas de todo sentimiento, sin el menor escrúpulo, o el más leve movimiento de compasión, pueden cortar, y rajar en ellos, hacerlos gigote, abrasarlos, aunque sea a fuego lento; bien que deberán usar en ello de dos precauciones, la una de no hacer ese estrago sino en los brutos, que están a su disposición; pues si son ajenos, aunque éstos como meros autómatas no lo sientan, lo sentirán sus dueños: la otra, que no se tomen esa diversión delante de los que no son Sectarios de Descartes, por no moverlos a lástima, o compasión.

Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.

16. Habiendo leído esta Carta, luego que acabé de escribirla, mi amigo el Doctor D. Lope José Valdés, Catedrático de Teología de esta Universidad, sujeto muy veraz, me dio una noticia, que dijo haber leído en un libro poco ha impreso, la cual me fue sumamente agradable, por calificar mi dictamen, y aprobar mi genio compasivo con el soberano ejemplo de nuestros dos Soberanos. Estando el Rey nuestro Señor, y la Reina nuestra Señora, cuando estos dos Príncipes no eran más que Príncipes, en la diversión del paseo, en una salida de Sevilla, hacia la que llaman Torre de San Isidro del Campo, sucedió, que una Paloma herida vino a caer cerca de sus pies. Viendo el Príncipe padecer la inocente avecilla, y que verisímilmente duraría algún tiempo [314] su tormento, porque la herida no era de las más ejecutivas, compadecido de ella, mandó, que al momento acabasen de matarla para dar fin a su dolor. Pero a esto acudió la Princesa, diciendo, que le parecía mejor salvarle, si pudiese ser, la vida, llamando a un Cirujano, que la curase. ¡Oh corazones verdaderamente Regios! ¡Oh noble benignidad, con que se debiera dar en rostro a otros Príncipes, que bien lejos de compadecerse de los afligidos brutos, ni aun se duelen de las angustias de aquellos míseros racionales, que la Providencia colocó debajo de su dominio! ¡Ay de los Vasallos de Reyes, que tienen por parte de la soberanía la inclemencia! ¿Y ay de esos mismos Reyes cuando comparezcan delante de aquel Soberano, que, según la expresión de David, es terrible hacia los Reyes de la Tierra? Ps. 75.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo tercero (1750). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 306-314.}


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