La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo cuarto
Carta XVII

Que en varias cosas pertenecientes al régimen para conservar, o recobrar la salud, es mejor gobernarse por el instinto,
que por el discurso


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1. Muy señor mío: Son tantas las pruebas que tengo del amor que siempre he debido a Vmd. que está por demás la nueva, que ahora me da, mostrándome en la Carta, que acabo de recibir, la cariñosa atención con que mira mi salud; pues veo el cuidado que a Vmd. debe este objeto, en lo que reprehende mi descuido sobre el mismo. Y no dudo de que el que dio a Vmd. noticia de este descuido lo hizo movido del mismo celo. Pero hay mucho que enmendar en el informe; el cual claudica, no por falta de [204] veracidad, sino de conocimiento en el informante. Digo a Vmd. que soy con exceso goloso en orden a todo género de fruta, y verdura. Niego la golosina, y el exceso. Niego también que mi gusto se extienda a todo género de las dos clases. Soy aficionado a buena fruta, y hortaliza. Y por decirlo en una palabra, soy aficionado a todo lo que comúnmente se tiene por buen gusto, carne, pescado, fruta, verdura, lacticinios, &c. no negándome con escrúpulo, o melindre a algún género de comestible, atendiendo, empero, a la oportunidad de la hora, a la cantidad del manjar, y a las fuerzas del estómago. Sigo la regla de Cornelio Celso, que siempre me pareció buena: Nullum cibi genus fugere, quo populus utatur. Aunque esto se debe entender con la excepción de aquel alimento, que a éste o aquel individuo una experiencia constante haya mostrado que les es dañoso.

2. Aun sin esperar el prolijo informe de la experiencia, un natural presentimiento basta para discernir entre el alimento útil, y el nocivo. Los sentidos del gusto, y el olfato hacen para este efecto el oficio de espías del estómago. Esto, antes que yo, lo dijo Francisco Bayle en su Curso Filosófico: Noxii enim cibi, innoxique, exploratores sunt odoratus, & gustus. Lo que ofende al paladar nunca es grato al estómago. Etmulero, en sus Instituciones Médicas, capit. 4, sienta, que por el apetito, o el aborrecimiento de tal, o tal manjar se conoce cuál aprovecha, y cuál daña, y da la razón física de esta máxima.

3. Este natural pensamiento, que nos dan nuestros sentidos de lo que nos ha de aprovechar, u ofender, es lo que llamo yo, y con toda propiedad instinto; y es de la misma naturaleza que el que apellidamos con este nombre en los brutos. Ellos no raciocinan, o entienden como nosotros, pero nosotros sentimos como ellos. Negar al hombre toda percepción interior de los objetos, que no se haga sino mediante el discurso, supone la ignorancia de que nuestra alma, no sólo ejerce en nosotros la superior función de inteligente, mas también la [205] inferior de sensitiva. El niño recién nacido, no con más reflexión, o conocimiento aplica el labio a chupar la leche materna, que el cachorrillo, o el cabritilo a la de la perra, o de la cabra. Al ver en un violento, e imprevisto amago el riesgo de ser heridos, según la diversa disposición que hay en nosotros, o acudimos a reparar el golpe con la defensa, o a evitarle con la fuga, sin más advertencia que aquella con que el bruto hace lo uno, y lo otro. Sin algún uso del discurso llevamos la mano adonde un cinife nos pica, o apartamos el pie de un guijarro en que tropieza.

4. Si se me dice que aun en el orden de los objetos materiales hay cosas, cuya conveniencia, o desconveniencia se ha de explorar por la razón, porque no alcanza a ello el instinto; repongo para compensación, que también hay otras en que nos dirige el instinto, y nos descamina el discurso. Y de eso hay mucho en lo que toca al régimen. Los Médicos nos dicen mil cosas de las cualidades de los alimentos, para ajustar la cuenta de si aprovechan,o dañan. Y apenas hay enfermo que no pregunte al Médico, ¿qué ha de comer, y beber? Como también, apenas hay Médico que no responda a la pregunta, prescribiendo esto, y prohibiendo aquello. ¿Y qué puede saber de esto el Médico? La conveniencia, u desconveniencia de la comida, y bebida, así en el estado morboso, como en el sano, es respectivo al particular temperamento de cada individuo, que al Médico comúnmente le es incógnito; exceptuando unas pocas generalidades, que significan poquísimo, v.gr. si es caliente, o frío, seco, o húmedo. Y por lo menos me atrevo a asegurar, que cualquiera enfermo, si se deja de preocupaciones, puede saber por la experiencia, y por el instinto, en orden a su particular, más que saben todos los Médicos del mundo.

5. ¿Pero esto mismo que yo propongo aquí no lo saben los Médicos de superior entendimiento? Sin duda. Acuérdome de que estando recien entrado en esta Ciudad [206] mi estimadísimo amigo el Doctor Don Gaspar Casal, que hoy cuida de la salud de nuestro Rey Don Fernando el Justo, y de la de su Regia Esposa, llegó a él un vecino de dicho Pueblo a preguntarle (porque estaba ya a la vista la Cuaresma), ¿si le haría mal el pescado? A lo que él, con la gracia que le es tan natural, le respondió: Eso puede Vmd. saberlo, y yo no. Refiriómelo el mismo consultante; y lo más gracioso del caso fue, que lo traía para prueba de que el Médico nuevo (así le nombró) no sabía palabra. Tanta es la ignorancia de la mayor parte de los hombres.

6. Escandalizará a muchos lo que dije poco há, que el examen, o informe que se toma del temperamento, no más que por las generalidades de si es caliente, o frío, húmedo, seco, muy poca luz puede dar al Médico para dirigir el régimen; escandalizará, repito a muchos; porque apenas se oye hablar de otra cosa, cuando se trata de la diversidad de temperamentos. ¿Pero qué nos dejó escrito Hipócrates en orden a esto? Léase su libro de Veteri Medicina, y allí se verá el poco aprecio que hace de esas cuatro cualidades, así para el bien, como para el mal, en comparación de otras innumerables, que hay en nuestros cuerpos de mucho mayor eficacia que aquellas: Inest enim in homine (dice), & amarum, & salsum, & dulce, & acidum, & acerbum, & fluidum, & alia infinita, omigenas facultates habentia, copiamque ac robur.

7. De lo dicho se infiere, que es no sólo falsa, mas bárbara la máxima que he oído a muchas personas de que aquello que mejor nos sabe es lo que más daño nos hace. Si esto fuese verdad, sería consiguiente que Dios erró notablemente la fábrica del cuerpo humano, dando en su propio temperamento un apetito natural, que le conduce a su ruina. Generalmente se observa lo contrario en la conducta del Autor de la Naturaleza. Porque la falta considerable de alimento es nociva a todos los animales, a todos da en los casos que padecen esa falta, en aquella sensación interna que llamamos hambre, el apetito [207] de la comida. Porque la nimia sequedad los destruye, les da en la sed el apetito de la bebida, haciéndoles por lo mismo la comida, y la bebida sapidas, o gratas al paladar, y al estómago. Porque la nimia fatiga quiebra las fuerzas del cuerpo, ocurre a este daño aquel natural apetito que hace entonces dulces el reposo, y el sueño. Porque a diversas especies de animales convienen diversas especies de alimentos, a cada una da Dios inclinación a aquel que le es conveniente.

8. El expresado error puede venir de uno de dos principios: el primero es una especie de siniestra observación, que en diferentes materias influye otros muchos errores. Tal sujeto, que en tres, o cuatro ocasiones en que comió, o bebió cosas de su gusto, se halló algo indispuesto, aunque la indisposición fue de la misma especie de otras que padeció otras veces, sin la circunstancia de haber usado de la misma comida, o bebida; por no hacer reflexión sobre esto, le queda estampado en la imaginación, que de lo que comió, o bebió le vino el mal. El segundo principio es la preocupación de aquellos a quienes otros han inspirado esta errada máxima; y sin experimentar novedad alguna después que comieron, o bebieron muy a su gusto, entran en la fuerte aprehensión de que sienten lo que no sienten, o lo que la misma viveza de la aprehensión les hace sentir. Dejo aparte el que tal vez puede provenir el mal, no de la comida, y bebida gratas al paladar, sino de que por ser tan gratas se excedió en la cantidad.

9. Añado, que Hipócrates está tan declarado contra este error, que abiertamente afirma, que la comida, y bebida gratas al gusto, aunque sean de algo peor cualidad, se deben preferir a las de mejor substancia, que no son tan gustosas: Paulo deterior, & cibus, & potus, verum iucundior, melioribus quidem, sed iniucundioribus [208] praeferendus est. Esto se entiende escrito para los que prefieren la autoridad de Hipócrates a toda razón, y a toda experiencia, que a mí más fuerza me hacen la razón alegada arriba de que se seguiría de aquella errada máxima el absurdo de que Dios erró la fábrica del cuerpo animado, y la experiencia, conforme a la misma razón, que la autoridad de cuatro, o seis Hipócrates.

10. Esto no quita que haya uno, u otro sujeto de extraordinaria temperie en el paladar, en el estómago, u otra entraña, por la cual, fuera de la regla común, le ofenda lo que es más de su gusto. ¿Qué regla general hay que no tenga alguna, o algunas excepciones? Yo no hallo más dificultad en que haya uno, u otro de irregular intemperie nativa en las entrañas, que el que haya uno, u otro de conformación irregular, o monstruosa en los miembros, aunque uno, u otro contra, o fuera de la intención de la naturaleza, cuyo curso turba algún accidente extraño.

11. No faltará quien diga, que fiar la elección de comida, y bebida al instinto, es seguir la conducta de los brutos. ¿Para qué nos dio Dios otra luz muy superior a la que ellos tienen; esto es, el discurso, sino para que sirva a nuestro gobierno? A lo cual digo, que el que en esta materia sigue el instinto, fía su dirección a otra más segura guía que la del discurso; esto es, al impulso del Autor de la naturaleza. ¿Qué importa que la luz del discurso sea de naturaleza superior, si es incierta, vacilante, como se ve en las opuestas opiniones de los Médicos sobre el modo de alimentarlos? Acaso porque es más luz que la que pide la materia, deslumbra más que alumbra: que es lo que dice Ovidio en el caso de Faeton:

Suntque oculis tenebrae per tantum lumen obortae.

12. Acaso por ser luz superior es desproporcionada para dirigirnos en cosas de naturaleza muy inferior a la suya. En la indigencia de alimento convenimos [209] perfectamente con los brutos; porque esta indigencia no es de la naturaleza racional, sino de la animal. Así las almas separadas no necesitan de alimento alguno. Acaso por eso pedirá para su gobierno aquella luz inferior, que es propia de la naturaleza animal. Mas esto no se debe entender de modo que carezca de todo uso la luz de la razón en orden a este objeto. En mi propio experimento el que tiene, que es aquella refleja persuasión de que en orden a este fin debo seguir el rumbo que me señala el instinto; y esa misma luz superior me presenta las pruebas de que es acertada esta conducta. Supongamos (y valga lo que valiere este símil): supongamos, digo, que yo tengo más entendimiento que el Zapatero de quien me sirvo para calzarme. ¿Por esa superioridad de mi razón natural me meteré a dar reglas al Zapatero (a quien supongo bien instruido en su Arte) para la construcción de los zapatos? En ninguna manera. No es ése el servicio que debo esperar de mi entendimiento en ese caso; antes por el contrario, la advertencia refleja de que esas reglas están dentro de la esfera del conocimiento del Zapatero, y no del mío, conforme a aquella máxima, unicuique in sua arte credendum est. No hay hombres en el mundo que tantos yerros pronuncien, o cometan como aquellos, que, porque Dios les dio habilidad para alguna ciencia, o arte superior, en todo lo que es inferior a ella dan con satisfacción su voto, y quieren que su voto se siga.

13. Finalmente, lo que vemos es, que los brutos, por más brutos que sean, no yerran su régimen, como a cada paso los hombres. No faltará quien me oponga, que a una mula, o caballo le da un torozón, si, siguiendo su apetito, se harta de agua fría muy de mañana. Sí, por cierto: y no ignoro el chiste del Médico, que, pasando un arroyo muy temprano, dejó a su caballo beber lo que quiso, fundado en la axioma, quod sapit nutrit; y muriéndosele luego de un torozón, en un libro donde estaba escrito aquel aforismo, puso a la margen [210] de él: Fallit in equo. ¿Mas por qué sucede esto? Porque en tantas cosas apartan a estos animales de aquel camino por donde los lleva la naturaleza, que formando (así se dice comúnmente) otra naturaleza de la costumbre, les daña la que dejando siempre comida, y bebida a su arbitrio, los aprovecharía. ¿No se sabe, que aunque tal especie de alimento sea el más conforme a la naturaleza de un hombre, o de un bruto, si por muy largo tiempo se hizo a otro de diversas, y aun opuestas calidades, la mudanza repentina a aquel que exigía, dejada a sí sola la complexión nativa, hace notable daño, y así es menester ir volviéndole a él muy poco a poco? Es decisiva en este punto la experiencia de los caballos, y mulas, que se crían en los montes Americanos; que, comiendo, y bebiendo, sin otra regla que su apetito, los caballos procrean mucho más, y las mulas salen más robustas, y andadoras que las que se crían en los Pueblos. Lo mismo se observa en el ganado vacuno.

14. En orden a los enfermos, algo perplejo estoy sobre si su régimen se debe fiar al instinto como el de los sanos. Muéveme a la duda el que como en el estado morboso está alterada la temperie del cuerpo, puede también estar fuera del debido tono aquella sensación en que se explica el instinto, de lo cual no hay ilación forzosa al estado de sanidad. Sin embargo, algunas observaciones me inclinan a que también en el morboso se debe consultar el apetito. Sábese que algunos deplorados convalecieron, porque en la última extremidad, desesperando ya de su mejoría, les dieron, para consuelo suyo, lo que mostraron apetecer con ansia en el discurso de la enfermedad, y se les había negado antes, por considerarlo perjudicial el Médico. Sé de tres sujetos de mi Religión, retirados del umbral de la muerte, dándoles a beber bastante porción de vino, por el cual, durante toda la dolencia, habían estado suspirando. Otros mejoraron con un largo hausto de agua, que les ministró algún piadoso, por dar a su sed ese deseado alivio. [211]

15. En los tiempos pasados se practicaba con los febricitantes el tiránico rigor de ministrarles con suma escasez el agua, aunque estuviesen rabiando de sed; y aun a mí me alcanzó esa barbarie en unas tercianas, que padecí siendo niño, y en que por espacio de un mes me martirizaron con seis sangrías, y una sed intolerable; sucediendo al mismo tiempo, que un labrador vecino, que adoleció del mismo mal, y luego que le acometía la terciana se iba a echar junto a una fuente donde a su placer se saciaba de agua, absteniéndose juntamente de todo remedio, no padeció más que cuatro accesiones. Mientras duró esta barbarie, que fue larguísimo tiempo, creo murieron más enfermos de sed, que de cuantas pestilencias hubo en algunos siglos. Después se ha ido corrigiendo este error, de suerte, que ya hay ahora Médicos, que en muchas fiebres tienen por conveniente ordenar larga cantidad de agua. Y hoy corre por toda la Europa la fama de un Capuchino de Malta, que hace milagros con la agua fría de nieve. Leilo; pero no me acuerdo de cómo la administraba.

16. Ni es de omitir la experiencia de lo que varía el apetito en el tránsito del estado de salud al de enfermedad. Minórase entonces el apetito de la comida, porque conviene comer menos, y tanto más se minora, cuanto la enfermedad es más grave; de suerte, que la naturaleza apunta, como con el dedo, la máxima hipocrática del victu tenuisimo, conveniente en este caso. Suele entonces proponer el apetito, cuando no se extingue casi totalmente, otro, u otros manjares diversos de aquellos que se apetecían en el tiempo de salud. Sujetos nada aficionados a los caldos, no quieren otra cosa entonces sino caldos, y yo soy uno de ellos. Es verdad que muchas veces son fastidiosos a los febricitantes. ¿Mas qué? Porque en los caldos se verifica también la doctrina de Etmulero, hablando de los febricitantes: Que las carnes, así como les son ingratas, les son también nocivas. Carnes sicuti ipsis ingratae sunt, ita etiam noxiae. No sólo [121] Etmulero, antes otros graves Autores disuaden todo uso de la carne. Déjese entonces al enfermo la elección de otro líquido que no le sea odioso. El gran Boerhave propone por el alimento más útil en las fiebres los fluidos aptos a excitar el apetito.

17. Veo bien que raro Médico querrá dejar enteramente el alimento del enfermo al arbitrio de su apetito. Yo me contentaré con que sea consultado, y atendido éste con gran preferencia a la máxima vulgar de aprobar, o reprobar los manjares por las cualidades que se imaginan en ellos. Conocí en Madrid a Don Juan Tornay (creo que ya en otra parte escribí lo que voy a decir), Médico muy discreto, que a una Señora, después de fatigada por otros con varias medicinas, y reducida por consejo de ellos, después de conocerlas todas inútiles, a la ordinaria dieta del pucherito; pero que de un modo, y otro iba caminando a la última extenuación; porque supo de ella que a todo alimento tenía suma aversión, exceptuando ensalada cruda, la cual apetecía con gran ansia, no sólo lo permitió, mas le ordenó que usase de ese alimento, entretanto que perseverase el mismo apetito, y sin otro remedio la convaleció perfectamente.

18. Lo mismo que de la comida, y bebida digo de otras cosas, que los enfermos, contra toda razón, dejan totalmente al arbitrio de los Médicos, v.gr. admitir conversación, o evitarla: a los principios de la convalecencia levantarse de la cama: acostarse a tal hora: pasear tanto, o cuanto dentro del cuarto. Todo esto está muy fuera de la ciencia del Médico, y muy dentro del instinto del enfermo; el cual, sin discurso alguno, reconoce en sí mismo cuándo, cuál, y cuánta conversación le será cómoda, cuándo la quietud de la cama le es gravosa, viendo al mismo tiempo, por la animosidad que experimenta, la utilidad que le provendrá de hacer algún ejercicio: y en la decadencia de aquella animosidad, o principio de fatiga, cuándo debe pasar del ejercicio al reposo. [213]

19. No faltarán quienes propongan, como argumento de mucha fuerza, contra todo lo que llevo dicho, los ejemplares de muchos sanos, que, alimentándose, según aquella inclinación de lo que yo llamo instinto, enfermaron; y de infinitos enfermos, que, haciendo lo mismo, empeoraron, o murieron. Pero les preguntaré a los que están satisfechos de esta objeción, ¿de qué saben que por eso enfermaron los sanos, y emperaron los enfermos? ¿Ni de qué pueden saberlo? ¿No enferman, y empeoran innumerables de los que observan con la mayor exactitud el régimen, que les prescribe el Médico? Supongo que por lo común, si hay una disposición muy ocasionada a la enfermedad, o a la muerte, aun con el régimen más oportuno no se superará este interior enemigo; pero juzgo que también por lo común se le aumentarán las fuerzas, si el régimen es contrario al que inspira el instinto.

20. Así yo, señor mío, dicha regla sigo, y seguiré por más que me digan los celosos de mi salud, cuyo afecto estimo sin aprobar el dictamen. Y es cosa graciosa, que los mismos que saben que voy caminando a la edad octuagenaria, anden discurriendo si me hace daño esto, aquello, lo otro, sin acordarse de las dos cosas únicas, dignas de consideración en esta materia, que son el temperamento, y la edad. Desde la juventud empecé a padecer fluxiones reumáticas, que se debe suponer se fueron haciendo más graves, y más repetidas, a proporción que fueron creciendo los años. Estrecheme un tiempo por largo espacio a la dieta que veía más comúnmente aprobada, que me mortificaba no poco, y aprovechaba nada; y temiendo hacerme un enclenque ridículo, como veía suceder a otros escrupulosos dietéticos, dejé aquel rumbo, y tomé el que sigo de más de cuarenta años a esta parte. Tal vez, cuando en una, u otra conversación, sobre el capítulo de mi régimen, alguno, contra mi propia experiencia, se empeña en persuadirme, que tal alimento de que uso me hace daño, entre enfado [214], y gracejo suelo decir, que yo debo de ser el hombre más estúpido del mundo; pues siendo adagio común, que más sabe el necio en su casa, que el cuerdo en la ajena, tan subida de punto es mi necedad, que cualquiera sabe más de mi casa, que yo propio. Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo cuarto (1753). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 203-214.}


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