La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo cuarto
Carta XXIV

Respuesta a la relación
de un raro Fenómeno ígneo


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1. Muy señor mío: Muy condolido me deja la desgracia de esa pobre viuda, a quien sobre el trabajo de perder una parte de su corta hacienda, se añade padecer la calumnia de que esa pérdida fue ocasionada, y merecida como pena de un pecado suyo. Yo nunca he pensado, que sea necesaria una virtud muy alta para conformarnos con la voluntad del Altísimo en cualesquiera penalidades, por grandes que sean, que derecha, o únicamente nos viene de su mano soberana. Mas cuando interviene en ellas como causa inmediata la malicia, o necedad de los hombres, me parece algo más arduo el ejercicio de la resignación; porque estando tan cerca de los ojos la mano que nos hiere, es muy difícil contener todos los movimientos de la irascible hacia ella.

2. Díceme V.S. que habiendo puesto esa pobre mujer doce piezas del paño basto, que fabrica, y que acababan de venir del batán, en un cuarto bajo, bastantemente húmedo, a pocas horas empezó a sentirse por toda la casa un tufo como de brea, y azufre, sin que se pudiese descubrir de dónde venía, hasta que poniendo por casualidad una moza la mano en la mesa, donde estaba el paño, sintió un extraordinario calor, lo que movió a registrar las piezas, y se halló, que las cuatro del centro estaban quemadas, pero sin lesión considerable las cuatro de arriba, y las cuatro de abajo. Esto sucedió el día 23 de Junio del presente año de 52; y me añade V.S. las cinco circunstancias. I. Que ese día, y el siguiente estuvo el Sol ardientísimo. II. Que las piezas estuvieron [342] tendidas a sus rayos hasta después de mediodía. III. Que estaban muy cargadas de Aceite. IV. Que estaban muy húmedas, cuando se recogieron. V. Que para la maniobra del batán aderezan esos paños con greda.

3. Paréceme, que con no poca advertencia filosófica observó V.S. dichas circunstancias, porque ninguna de ellas es impertinente a la explicación del fenómeno. Sólo hecho de menos la designación del tiempo preciso en que sucedió el incendio; no porque esta circunstancia sirva a la indagación de la causa; sí sólo, porque podría acaso conducir a redargüir la calumnia, o la necesidad de los que impusieron, que la combustión del paño había sido milagroso castigo del Cielo, por haber la Fabricante ejercido en él algún trabajo en el día 24, en que se celebró la fiesta del glorioso Precursor de Cristo: pues si la quema hubiese sucedido dentro de los términos del día 23, ningún lugar quedaba a tan necia conjetura.

4. Pero supongamos; que sucedió el dia 24, o el siguiente. No por eso resta alguna verosimilitud a la impostura: pues para impugnarla, basta lo que V.S. me asegura de la vida cristiana, y piadosa de la Fabricante, de la cual está bien informado, porque vive próxima a su casa. La circunstancia de la religiosa, y ajustada vida de la Condesa Cornelia Bandi, de la Ciudad de Cesena, impidió, que aun el más ignorante Vulgo de aquel Pueblo imaginase haber sido castigo del Cielo, por algún pecado, el mucho más extraordinario incendio en que pereció aquella Señora, y de que dí noticia en el octavo Tomo del Teatro Crítico, Discurso VIII. Pero como de una Señora principal, aunque sea en un gran Pueblo, todos saben cómo vive, siendo notoria la virtud de la Condesa, no había lugar a la sospecha de que su extraordinaria muerte fuese pena de algún delito. Al contrario de esa pobre mujer sólo los más inmediatos vecinos sabrían si vivía bien, o mal; pero a la noticia de todos llegaría su desgracia, por lo raro del suceso, y [343] pareciéndoles, que no podía ser natural aquel incendio, por no haber sido excitado por la vía ordinaria de la aplicación de otro fuego, suponiéndole milagroso, fue natural deslizarse a imaginarle castigo del Cielo. Sabíase, o se sabría luego, que era mujer aplicada al trabajo: hallaron a mano el día festivo del Bautista: la desgracia cayó en cosa de su manufactura: con que tuvieron prontos todos los materiales, que había menester su ignorancia para el temerario juicio que hicieron, de que en la tragedia se le castigó la transgresión del precepto Eclesiástico de no trabajar en día festivo.

5. Años ha que he notado, que no pocas veces la ignorancia de las cosas físicas ocasiona graves errores en las morales, y algo escribí a este intento en el Discurso XI del octavo Tomo del Teatro Crítico. Pudiera escribir entonces, y después acá muchos más; pero la consideración de algunos inconvenientes me detuvo. Muy poca Física es menester para evitar a ese Vulgo el juicio temerario, que ha hecho. Pero aun esa poca Física hay muy pocos que la sepan; porque hay muy pocos, que quieran saberla. ¿Qué más prueba de esto, que el que V.S. viviendo en una Ciudad populosa, recurre a un Filósofo, que vive cincuenta leguas de ella, para lograr en el desengaño de ese Vulgo el consuelo de esa afligida mujer? V.S. como veo en su Carta, tiene todas las luces necesarias para el mismo efecto, pero no le consigue; porque en materias científicas, cuanto puede decirles el más ilustrado Caballero lego, es mucho menos apreciado que lo que jacta el menos instruido Profesor público. Por lo que V.S. fiando a su piedad el fruto, que no puede granjearle su conocimiento, solicita de mí la exposición del fenómeno, para mostrarla a esa gente; porque aunque yo no haré otra que la que V.S. insinúa, mi calificación exterior, acompañada de tal cual crédito, que he adquirido de Filósofo, persuadirá lo que la razón por sí sola no persuadiría. Harélo, pues, debajo del supuesto, que no diré sino lo que V.S. sabe, para que se lo participe a los que lo ignoran. [344]

6. Son innumerables los casos en que se enciende fuego sin la aplicación de otro fuego. Y muchos de estos casos los ve el Vulgo; lo que, si hiciese alguna reflexión, bastaría para suspender, por lo menos, el juicio de si el incendio, que padecieron las piezas de paño, era natural, o preternatural. Pero según el poco uso, que el Vulgo hace de sus potencias perceptivas, parece que no tiene advertencia para observar, ni juicio para reflexionar, ni discurso para inferir.

7. Ve el Vulgo, que hiriendo la llave de la escopeta el pedernal, saltan chispas, con que se enciende la pólvora, sin que allí haya precedido la aplicación de otro fuego. Y para que no atribuya esto a algún misterio escondido en la disposición maquinal del arma de fuego, ve, que lo mismo sucede cuando el azadón con que cava, o la reja del arado, con que hiende la tierra, casualmente dan un golpe fuerte en una piedra. Ve el Vulgo esas llamas fugitivas, que llamamos estrellas volantes, porque en brevísimo espacio de tiempo corren largos tramos de la atmósfera, sin que otra llama prexistente las encendiese. Ve el Vulgo, que del mismo modo espontáneamente se enciende el fuego más violento de todos, el del rayo, o el del relámpago, que es lo mismo; siendo cierto, que aquella luz llamarada de fuego es; conviene a saber, de rayo, que se disipó allá en la altura, donde se formó; de los cuales excede infinito el número al de los que descienden, o se forman acá abajo.

8. Ve, en fin, el Vulgo, o por lo menos lo han visto muchos del Vulgo, y ha llegado a noticia de los demás, que una gran cantidad de heno húmedo amontonada por sí misma se enciende. Y este fenómeno, no sólo es perfectamente semejante, es idénticamente el mismo, o de la misma especie ínfima con el que V.S. me propone; siendo cierto, que no se puede señalar causa alguna del incendio del heno, que no sea adaptable al del paño en las circunstancias que V.S. expone. Tan fácil es encenderse [345] el paño como el heno: húmedo estaba aquél, como éste (a que se añade la humedad del cuarto), y de aquél como de éste, amontonada, y apretada una grande cantidad.

9. He dicho, que es tan fácil encenderse el paño como el heno, porque para mi intento esto basta. Pero realmente, en las circunstancias que V.S. expresa, mucho más expuesto estaba aquél que éste a la incensión. Había estado tendido el paño a un Sol ardiente. Con aquel hervor, que había concebido, se dobló, y recogió. Esta ya es una incensión empezada. El paño estaba muy embebido en aceite, materia tan inflamable, como sabe todo el mundo. También la greda, con que se preparó el paño para el batán, tiene mucho de inflamable, por ser notoriamente bituminosa. Todas estas ventajas tenían las piezas de paño, sobre el montón de heno, para su espontánea incensión.

10. Materia es ésta ocasionada a caer en la tentación de filosofar un poco. Mas dejo de hacerlo, ya por abreviar con esta Carta, para que en el más pronto desengaño de ese Vulgo tenga más pronto el consuelo esa afligida Viuda; ya porque en muchos libros filosóficos modernos se explica cómo se hace la generación del fuego en los mixtos, o por medio de la fermentación, que es lo que compete a nuestro fenómeno, o por el de la percusión, o el de la confricación, que coincide en parte con el de la percusión.

11. Podrá oponérseme para probar, que la combustión del paño fue preternatural, la circunstancia de haberse quemado las piezas de en medio, y no las superiores, ni las inferiores; pues si fuese natural el efecto, a todas se hubiera extendido; porque en todas intervinieron las mismas causas que yo señalo; esto es, la exposición a un Sol ardiente, el aceite, y la greda.

12. Respondo lo primero, concediendo, que intervinieron las mismas causas, pero negando que interviniesen con igualdad todas ellas, mientras eso no se me [346] pruebe, lo que juzgo sea muy difícil. Todas las piezas estuvieron expuestas a un Sol ardiente, pero acaso estarían algunas en sitio donde las hiriesen más los rayos; pues a cada paso experimentamos, que dentro de una cortísima distancia calienta el Sol más, o menos, aun en el mismo punto de tiempo; o ya por estar el cuerpo expuesto al Sol más, o menos vecino a un resistero; o ya porque si el plano del sitio no es perfectamente horizontal, antes tiene altos, y bajos, se reciben en una parte de él más perpendiculares los rayos, que en otras; o ya porque en una parte puede caer algo de sombra de árbol, pared, &c. o ya, en fin, porque la disposición del terreno, y de los cuerpos vecinos puede encaminar por una determinada porción del sitio algún soplo de aura fresca, que corrija el ardor en el cuerpo que la ocupa.

13. Lo mismo digo del aceite, y la greda. ¿Quién podrá asegurar, que estos materiales se distribuyeron con igualdad en todas las piezas, de modo, que no tocase más cantidad a una, que a otra?

14. Respondo lo segundo, que el fresco ambiente del cuarto bajo, que tocaba inmediatamente las piezas superiores, pudo mitigar el ardor de éstas, y lo mismo se debe discurrir de la mesa, respecto de las inferiores; pues la mesa necesariamente habría concebido la misma frescura del ambiente que la circundaba.

15. Creo confirmar poderosamente esta solución con la experiencia de lo que sucede en la rueda de una Carroza puesta en movimiento; que aunque la circunferencia exterior se mueve más rápidamente que la anterior, o cubo de la rueda, que toca inmediatamente al eje, se calienta mucho más ésta, que aquélla; y tanto, que si no hay precaución, pienso, que tal vez se queme; para lo cual no hay otra razón, sino que aunque la parte exterior se confrica con la tierra, y aun más fuertemente que la anterior contra el eje, cuanto es más rápido el movimiento de aquélla, que de ésta, la exterior se refrigera con el ambiente que la toca en la mayor, y mucho [347] mayor parte de su giro, de cuyo refrigerio carece totalmente la anterior, por su continuo contacto al eje.

16. Confirma más mi pensamiento lo que V.S. añade en su informe, que las orillas de las mismas piezas quemadas recibieron mucho menos daño, que lo de dentro. ¿Qué causa más verosímil se puede discurrir, que el que las orillas, como inmediatas al fresco ambiente del cuarto, se refrigeraban con él?

No pienso extenderme más en el asumpto, porque creo, que lo escrito basta para conseguir el piadoso fin, que V.S. solicita; y yo quedaré tan gustoso de su logro, como pronto a servir a V.S. en cualquier otra cosa que me ordene. Nuestro Señor guarde a V.S. muchos años, &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo cuarto (1753). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 341-347.}


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