La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo cuarto

Prólogo


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Mi intento principal, Lector mío, en este que llamo Prólogo, y tú puedes apellidar como quisieres, es presentarte algunas, ya Anotaciones, ya Correcciones sobre ciertos puntos particulares de mis Escritos, y son los que se siguen:

Tomo I del Teatro Crítico

Disc. VI núm. 6. Tratando de la división de la cantidad del alimento en las distintas partes del día, se omitió una advertencia importantísima al régimen de los ancianos, que es dividir el alimento, que necesitan, en muchas pequeñas porciones, que tomarán en intervalos de tiempo poco distantes, v.gr. de dos a dos, u de tres a tres horas. Esta es doctrina, que dictó, y practicó el célebre Boerhave, cuya autoridad equivale a la de muchos doctísimos Médicos.

Disc. XIV, núm. 42. Habiendo yo en este lugar manifestado mi displicencia sobre las introducciones de los Violines en la Música de las Iglesias, ví después, que nuestro SS. P. Benedicto XIV, en la Carta Circular que, con ocasión del próximo Jubileo Romano, dirigió a los Prelados del Estado Eclesiástico sobre algunos puntos pertenecientes al culto divino, haciendo memoria de este dictamen mío, se insinúa inclinado al opuesto, mirando el uso de los Violines en la Música eclesiástica como cosa indiferente, que sin deformidad puede admitirse, y omitirse sin inconveniente. Por lo que, en atención al profundísimo respeto que debo, no sólo a la supremacía [XXIX] de su Dignidad, mas también a las altas ventajas, que reconozco en su elevado juicio, y doctrina; las cuales, aun cuando se considerase como un mero Doctor particular, le darían un derecho indispensable a que yo rindiese al suyo mi dictamen: así lo ejecutó, retractando gustoso lo que escribí sobre este punto.

Disc. XVI, núm. 136. Fue equivocación decir, que el caso de la célebre Sitti Mahani era reciente, siendo cierto, que ya tenía la antigüedad de un siglo cuando lo escribí.

En el mismo Disc. núm. 149, por inadvertencia escribí, que en aquel texto del Génesis sub viri potestate eris, no estaba claramente decretada la sujeción de la mujer al varón. En efecto, casi todos los sagrados Intérpretes, dice el célebre Calmet, vierten el Hebreo diferentemente de la Vulgata, substituyendo a la expresión sub viri potestate eris, la de ad virum tuum desiderium tuum. Estas son las voces del P. Calmet: Omnes fere nostri interpretes Hebraicum textum vertunt ad virum tuum desiderium tuum. Como la Vulgata, aun después de definida su autenticidad por el Tridentino, fue dos veces corregida, la primera de orden de Sixto V, la segunda de Clemente VIII, y aun éste en el Prólogo de su corrección advierte, que, no obstante ella, restaron en la Vulgata algunas expresiones que podían mudarse; quedó lugar a que los Expositores trasladasen uno, u otro lugar del Hebreo con alguna diferencia de la Vulgata. A que se debe añadir, que gravísimos Teólogos, que asistieron al Concilio Tridentino, como Vega, Diego de Payva, Salmeron, fueron de sentir, que la declaración del Tridentino, en orden a la autenticidad de la Vulgata, fue [XXX] solo difinitiva, en cuanto a que esta versión está exenta de todo error in rebus Fidei & morum, mas no de erratas introducidas por incuria en cosas insubstanciales: y Vega testifica, que al Cardenal de Santa Cruz, Marcelo Corvino, uno de los Presidentes del Concilio, oyó decir, que ésta había sido la mente de los PP. en aquella declaración. Pero todo esto es inútil para salvar la solución, que doy en aquel número, a la objeción propuesta en el antecedente; pues, aun cuando discrepe de la Vulgata el Hebreo, en cuanto a aquellas palabras sub viri potestate eris, literalísimamente conviene con ella en las que se siguen inmediatamente & ipse dominabitur tui. Y así está fuera de toda duda, establecida en aquel texto, la sujeción de la mujer al varón.

Ibid. núm. 150. Que aun perseverando el estado de la justicia original, tendría el varón dominio civil, y económico sobre la mujer, es sentencia expresa de Santo Tomás 1 p. q. 92, art. 1, a la cual me conformo.

Tomo IV del Teatro Crítico

Disc. X, núm. 41. Aquí, siguiendo al P. Acosta, describí el paso del Marañón, que llaman el Pongo, como que allí las aguas de aquel gran Río de golpe se precipitan de una gran altura, de modo que no se puede navegar aquel paso, sino despeñándose. Supongo, que así se lo refirieron al P. Acosta, pero siniestramente, según la relación, que poco há dio a luz Monsieur de la Condamine, de la Academia Real de las Ciencias, que el año 43 pasó el Pongo, y navegó el Marañón por espacio de mil leguas: no hay allí salto, o caída sensible de la agua, sí sólo un curso rapidísimo [XXXI] de ésta, por lo mucho que se estrecha entre dos altas peñas, que con sus revueltas ponen el Bajel en gran peligro de hacerse pedazos contra ellas. Antes de entrar el Río en aquel estrecho tiene doscientas y cincuenta toesas de ancho, que hacen algo más que seiscientas varas Castellanas; y no más de veinte y cinco toesas en parte del estrecho; de que se puede colegir cuán extraordinario será en aquel sitio el ímpetu de la corriente. Esto, y no más es el paso del Pongo, voz que en la lengua del Perú significa Puerta.

Tomo V del Teatro Crítico

Disc. VI, núm. 45, y siguientes. Lo que aquí he escrito sobre la posibilidad de restablecer los sofocados, aun pasado algún considerable tiempo, se confirma poderosamente con una noticia, que la Gaceta de Madrid del día 17 de Abril del presente año de 1753 nos dio en el párrafo de Londres, la cual es como se sigue: «Un hombre sofocado de las exhalaciones, que arrojaba el carbón de tierra, que encendió en una mina, se creyó muerto realmente: los ojos tenía fijos, la boca abierta, todo el cuerpo frío, y no se le sentía movimiento alguno en el corazón, ni en las arterias. Un Cirujano, llamado Guillelmo Tasaek, imaginando podía volver a la vida por un medio que parece extraordinario, aplicó fuertemente su boca a la de este hombre; y tapándole al mismo tiempo las narices, le sopló con tanta fuerza, que le infló el pecho, continuando este ejercicio, sintió seis, o siete fuertes latidos en el corazón. El pecho recobró su elasticidad, y en breve tiempo se manifestó sensible el pulso. Visto esto, abrió la vena al pretendido difun- [XXXII] to cuya sangre salió luego gota a gota, y un cuarto de hora después corrió libremente. Entonces el Cirujano le frotó el cuerpo, y el enfermo recobró una hora después el conocimiento, y se retiró a su casa enteramente bueno».

Supongo que como el efecto es el mismo, que la sofocación proceda de vapor mental, que de sumersión, que de cordel a la garganta, también a todo es aplicable el mismo remedio. Pero en esta materia te enterarás, Lector, más ampliamente leyendo la Carta que hallas en este Tomo sobre el abuso de acelerar mucho los Entierros. Y con su lectura podrás suplir en alguna manera una falta considerable, que noto en la relación del caso de Londres, que es no expresarse en ella el representarse muerto hasta su curación; pero de la circunstancia de que ya el cuerpo estaba frío, se debe inferir, que habían pasado algunas horas.

Tomo VII del Teatro Crítico

Disc. VIII. A las causas naturales, que en este Discurso conjeturo pueden intervenir para suspender el uso de la ferocidad del Toro en la fiesta del Evangelista San Marcos, se puede añadir otra, que acaso es la única verdadera. Oía a persona digna de toda fe, que tenía bien explotada la materia, que todo el misterio de la transitoria mansedumbre del Toro consiste, en que, poniéndose delante de él cuatro mozos de los más robustos del campo, le ocultan los objetos que están enfrente, lo cual le constrista, y acobarda. Esto juzgo naturalísimo, y pienso, que también al hombre, y acaso a todos los demás animales [XXXIII] quebranta el ánimo la obscuridad, u accidental privación de la vista. Es de discurrir, que tal cual vez que el Toro se desmandó, provino de algún descuido en esta sagaz providencia. Acaso a ella se agrega otra alguna de las precauciones, que en aquel Discurso he indicado.

Tomo I. de Cartas

Carta XIX. Escribí en ella lo que leí en las Memorias, que cito de la Academia Real de las Ciencias, sobre el modo, con que las arañas pasan de un tejado a otro. Leí después, que hay Filósofos, que dicen han observado, que las arañas tienen algo de vuelo, y mediante él hace este tránsito. No lo juzgo imposible. Si el cuerpo de la araña, respectivamente a su volumen, es muy leve, podrá sostenerse en el aire, sirviéndole de alas, u dígase, de remos para navegar en este elemento sus largas, y delicadas piernas.

Tomo III. de Cartas

Carta XVIII. Habiendo escrito, o significado en este lugar, que yo era el primero que había dado en el pensamiento de que el aire por sí solo podía servir de sustento a un viviente, me avisó un sujeto, que ya en ese pensamiento me había precedido Monsieur de Fontenetes, Regente de la Facultad Médica de Poitiers, citado por el Marqués de San Aubin en el Tomo VI del Tratado de la Opinión, edición tercera, corregida, y aumentada, part. 1, cap. 1. Yo sólo tenía la edición primera de esta Obra, que consta no más que de seis tomos, en la cual no hay tal especie. Supe que tenía la tercera, que comprehende siete, el P.M. [XXXIV] Fr. Isidoro Rubio, Abad al presente de nuestro Colegio de San Salvador de Celorio, dentro de este Principado, a quien pedí me enviase el Tomo citado, y de hecho hallé en él la noticia de que Mons. de Fontenetes atribuyó al aire virtud nutritiva. Pero también hallé, que su modo de opinar, sobre fundarse en una prueba debilísima, o por mejor decir, en un supuesto falso, es muy diverso del mío. El querer que el aire, como tal elemento, distinto de los vapores, o varias partículas de otros cuerpos, que vaguean en él, pueda servir de alimento. Yo supongo lo contrario, y sólo concedo esa facultad a varios jugos alimentosos, que exhalan al aire las plantas, que exhalan las carnes, que exhalan los peces, que exhalan los vinos, que exhala la misma tierra. Lo cual pruebo concluyentemente, a mi parecer, en los núm. 19, 20, y 21.

Así confieso, que Mons. de Fontenetes, antes que yo, dijo más que yo en orden a la facultad nutritiva del aire; pero no dijo lo que yo. Su paradoja es más extraordinaria, que la mía, pero yo probé la mía, y él ninguna probabilidad dio a la suya.

Tomo IV de Cartas

En la que trato de los Polvos de Aix, proponiendo la conjetura, o sospecha que tengo de que la amplísima, y especial virtud, que su Autor atribuye a dichos Polvos, en caso de ser verdadera, no proviene de la específica calidad del purgante, sino de la mucha cantidad de agua, que se administra sobre él, y que acaso otro cualquiera purgante, añadiéndole este auxilio, hará todo lo que hacen los Polvos de Aix; traje al propósito la noticia que me dio un Caballero [XXXV], el cual estuvo algunos años en Roma, de que en aquella Capital es comunísimo ordenar los Médicos largar pociones de agua sobre cualesquiera purgantes. El testigo, que cito, es por todas sus circunstancias muy calificado. Pero pude citar otro mucho más oportuno para el asunto, y dejé de hacerlo por falta de ocurrencia. Más oportuno digo para el asunto, porque fue Médico, y Médico célebre, y ejerció muchos años la Medicina en Roma. Este es el doctísimo Lucas Tozzi; el cual, en el primer Tomo de sus Obras, lib. 4, Aphorism. 19, dice así: Usitatissimum est Medicis Romanis largissimas aquae gelidae potiones commendare his, qui catharticum assumpserunt. El mismo pasaje más a la larga había citado años há en el Tomo VIII del Teatro Crítico, Discurso X, núm. 168. Ahora sólo exhibo las palabras conducentes al presente asunto.

Y es muy de notar, que al mismo tiempo, y muchos años después que tenían esta práctica los Médicos Romanos, proseguían nuestros Médicos Españoles en abrasar, y matar de sed a los pobres enfermos, purgados, y no purgados. Parece que de algunos a esta parte ya cesó esta barbarie, sino en todos los Médicos, en los más.

También quiero adviertas, Lector, que la práctica de los Médicos Romanos no se limita en los días de purga a una corta, o moderada porción de agua; antes se extiende a una cantidad muy grande, como claramente significa la expresión largissimas aquae potiones; y así coincide adecuadamente este precepto Médico con el del Doctor Ailhaud.

Ya al principio te insinué bastantemente, Lector mío, que no tengo las Anotaciones, y Correcciones, que aquí te presento, por materia muy propia de lo que [XXXVI] se llama Prólogo. ¿Pero eso qué importa? Nada. La materia comunísima de los Prólogos son recomendaciones directas, o indirectas, que hacen de sus Obras los Autores a los Lectores. ¿Y de qué sirven esas recomendaciones a éstos, o a aquéllos? Creo que son inútiles a unos, y a otros. Alabe el Autor cuanto quiera, como vulgarmente se dice, sus agujetas. El Lector no toma por regla de su dictamen esos elogios. Y obra en eso con acierto; ya porque no debe hacerle fuerza el informe de quien es interesado en hacerle favorable; ya porque el juzgar de los Escritos, que la Imprenta comunica a todos, es de derecho propio del Público, y ese Público le constituyen los Lectores.

¿No sería mucho más honesto, y juntamente más útil (por lo menos para los Lectores) en aquellos razonamientos preliminares, a quienes se acomoda el nombre de Prólogos, tomar el rumbo contrario; esto es, que el Autor, en vez de jactar al Público sus aciertos, le manifestase sus yerros? Sin duda. Pero este tiene dos grandes dificultades. La primera, que el Autor los conozca; la segunda, que aun conocidos los confiese. El no conocerlos por la mayor parte carece de toda culpa. Cuando algún afecto vicioso no es complice en la ceguera, queda en los términos de ignorancia invencible, porque nadie puede extender su reflexión más allá del término de la capacidad, que Dios le ha dado. No confesarlos el que los conoce, siempre es inexcusable; porque un Escritor debe desengañar al Público de los errores, que su interior, o ignorancia, o inadvertencia le ha ocasionado. Yo así lo hice siempre, en cuanto pude alcanzar. Yo pienso, que nada he perdido de estimación por ello. [XXXVII]

Bien sé, que algunos de los muchos, que no son capaces de conocer el genio de un Autor por sus escritos, imaginan, que yo me he empeñado de probar muchas opiniones particulares, no por juzgarlas verdaderas, sino por ostentar ingenio en la prueba de extrañas paradojas. Protesto a todo el mundo, que he estado siempre muy lejos de esa pueril vanidad. Protesto, digo, a los presentes, y a los venideros (y quisiera verme obligado a confirmarlo con juramento), que nunca he escrito cosa alguna opuesta a mi interior dictamen. Siempre fue en mi sentir verdadero lo que propuse como verdadero; dudoso lo que propuse como dudoso; falso lo que propuse como falso. Estoy firme en que es una feísima torpeza en un Escritor público escribir cosa alguna contra lo que siente. El mentir, aun de un particular a otro, nunca puede dejar de ser vileza. Mentir a todo el mundo, como lo hace un doloso Escritor público, es lo sumo a que en materia de mendacidad puede llegar la infamia. Mucho más, si se considera, que él miente por medio de la prensa, cuanto es de su parte no sólo engaña a los que existen de presente, mas aun a toda la posteridad.

Lector mío: como mis años, y mis achaques me hacen sumamente verosímil, que este sea el último libro, que pueda presentarte, permite, que como por vía de despedida use, hablando contigo, de aquellas palabras de S. Pablo, escribiendo a su discípulo Timoteo: Cursum consummavi, fidem servavi. Llegué al término de mi carrera Literaria, habiendo observado constantemente en cuanto he escrito la buena fe, que debía como Cristiano, como Religioso, y como hombre [XXXVIII] de bien. Esta misma protesta tengo determinado repetir delante de buenos testigos, cuando vea se acerca mi última hora; juntamente con otra de mayor importancia, si el Altísimo se dignare de conservarme el uso de la razón en su santa gracia hasta aquel término. Vale, & ora pro me.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo cuarto (1753). Texto tomado de la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas XXVIII-XXXVIII.}


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