La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Cartas eruditas y curiosas / Tomo quinto
Carta XVIII

Descubrimiento de un nuevo remedio, para el recobro de los que,
aún estando vivos, o en los casos, en que puede dudar si lo están,
tienen todas las apariencias de muertos


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1. Muy Señor mío: Con no poca complacencia leí lo que Vmd. me escribe, de haberle parecido uno de los asuntos más útiles, que yo he dado a luz, lo que en el Discurso VI del V Tomo del Teatro Crítico, y en la Carta XIV del Tomo IV de las Eruditas, y Curiosas, estampé, representando los horribles inconvenientes, que muchas veces resultan de acelerar, más de lo que se debiera, el dar sepultura a los cadáveres humanos, o juzgados tales. Digo, que lo leí con no poca complacencia: por confirmarme esto en el dictamen, que mucho ha tengo formado del buen juicio de Vmd. y el mismo concepto, en orden a la utilidad de aquella parte, o dos partes de mis Escritos, me han manifestado otros sujetos de muy acreditada capacidad. Sobre que especialmente tengo presente, lo que años ha me dijo el Ilustrísimo Señor Don Pedro de la Torre, hoy Obispo de Ciudad-Rodrigo [316] siendo Penitenciario de esta Santa Iglesia de Oviedo. Me hacía este docto Eclesiástico el honor de frecuentar bastantemente mi Celda, y tenía comúnmente por diversión el leer, o hacerme leer a mí, lo que actualmente estaba escribiendo, o recientemente acababa de escribir. Sucedió esto, entre otras muchas ocasiones, cuando yo había fenecido el expresado Discurso VI del V Tomo; y dándome la norabuena de haber tratado un asunto tan importante, prorrumpió en la ponderación, de que cuando yo no hubiese escrito otra cosa, que aquel Discurso, merecía un eterno agradecimiento de parte de todo el género humano.

2. Pero, Señor mío, ¿qué hacemos con que Vmd. y algunos otros de buen juicio hagan este concepto, si la multitud, de quien pende en esta materia, como en casi todas, el modo de obrar, obedece siempre ciegamente la tiranía de la costumbre? Luego que en este Pueblo, que habito, apareció en mi Tomo IV de Cartas, y le leyeron casi todos los que sabían leer, fueron muchos los que testificaron de varios casos recientes, en que, o fueron sepultadas personas vivas, imaginadas muertas, o por algún impensado accidente se libraron de tan calamitosa tragedia. Con todo, en la práctica común no se hizo aquí novedad; de modo, que aun habiendo ocurrido uno, u otro de aquellos particulares casos, que yo, siguiendo la doctrina de Paulo Zaquías (Tomo V del Teatro Discurso VI, num. 44) propongo, que se puede formar razonable duda de si el sujeto está vivo, o muerto, se procedió al entierro con la acostumbrada celeridad. Uno de estos casos es la caída de alto. Mas el tener yo escrito esto, de nada le valió a un pobre Cantero, que habiendo en la fábrica del Hospicio de esta Ciudad caído de una corta altura, entre cinco, y seis de la tarde, sin herida, fractura, o dislocación alguna, por lo menos considerable, el día siguiente fue enterrado a las diez de la mañana, lo que sería demasiada prontitud, aun en el caso de fallecimiento de una enfermedad ordinaria. Voy a tratar del [317] punto, sobre que Vmd. me consulta.

3. Díceme Vmd. que habiendo notado, que en los dos lugares, en que discurro sobre esta materia, propongo, no uno solo, sino distintos remedios para restituir las acciones vitales a los que debajo, no obstante la apariencia de muertos, no hay certeza de que realmente lo estén; desea saber cuál de esos remedios es más seguro, o más probable. A que respondo, sin responder; esto es, que tampoco yo lo sé, porque ni hice experiencia alguna, ni vi hacerla. Pero sin experiencia propia, o hecha a mi vista, tengo cierta noticia, de que en los casos, que referí en la Carta novena del segundo Tomo, num. 1, y 2 del Ciego de Pamplona, y la Niña de Estella de Navarra, fue eficaz la receta, que copié del insigne Medico Lucas de Tozzi en el Disc. VI del Tom. V, num. 46.

4. Mas ya que no puedo satisfacer a Vmd. con otra cosa cierta en la materia más que la dicha, supliré en alguna manera esta falta, participándole un nuevo remedio de mi invención, valga lo que valiere, persuadido, sin embargo de su probabilidad para algunos de los casos de la engañosa apariencia de muerte.

5. Meditando yo alguna vez el caso, que en la Carta XIV del IV Tom, num. 24, referí del vecino de Avilés, que conduciéndole a la sepultura, se recobró por el accidente de darle en la cara un golpe de agua que se vertía de un tejado; este suceso me ocasionó la reflexión, de que acaso el agua, cayendo con ímpetu sobre el rostro de un sujeto, tan profundamente desmayado, que parezca muerto, tendrá alguna especial, aunque inexplicable virtud, para restituirle enteramente las sensaciones. El caso de Avilés da motivo, no solo para conjeturarlo, mas aun para admitirlo como más que probable; pues según la relación, allí no intervino otro algún excitativo a quien poder atribuir el recobro. Es verdad que éste algunas veces se ha logrado sin impulso alguno externo, por la mera disposición interior de la máquina. Pero haber sucedido el recobro en el momento inmediato al impulso del [318] agua, induce una fuerte presunción, de que éste fue causa de aquel. Es cierto, que en otras materias, cuando hay secuela inmediata de una acción a otra, no siendo clara la inconexión de aquella con ésta, se hace comúnmente el juicio de que ésta fue causa de aquella, aunque otras veces suceda lo mismo sin intervención de esta causa, v. g. la acción de vomitar, muchas veces sucede en virtud de causas internas, o por la mera disposición de la máquina. No obstante lo cual, si el vómito viene inmediatamente después de la acción de introducir en las fauces una pluma bañada con aceite, todo el mundo hace juicio, que ésta fue causa del vómito.

6. Tampoco se puede negar, que muchas veces concurre uno, y otro: v. gr. poniendo ejemplo en la misma materia, hay a veces causa interna, que inclina al vómito; pero de tan corta actividad, que por sí misma sola no le obraría, y le obrará ayudada de alguna causa externa como la introducción de la pluma, o los dedos en las fauces, o bien un golpe con la mano en la parte exterior del estómago, de que resulte alguna sensible conmoción en esta entraña.

7. Aun cuando en el caso de Avilés la impresión del golpe de agua en la cara del que llevaban al entierro, no fuese más que causa parcial cooperante a la disposición interna para su recobro, pudiendo esperarse en otros algunos casos la concurrencia de igual disposición interna; será en ellos estimable, sobre todos los tesoros del mundo, la aplicación del agua en la forma dicha. Solo resta examinar, si la influencia, o total, o por lo menos parcial de la agua para tan precioso efecto, sea una mera imaginación desnuda de toda verosimilitud; o bien pueda considerarse este pensamiento, como en algún modo fundado en razón.

8. Lo primero, no puede decirse, ni hay hombre en el mundo capaz de probar concluyentemente la repugnancia, o física, o metafísica, de que el agua produzca dicho efecto. Convengo en que tampoco se puede demostrar, [319] por lo menos a priori, lo contrario. Convendré asimismo en que es difícil asignar el modo, con que el agua produce, o puede producir tal efecto. Pero esto nada obsta a mi intento; porque son infinitas las cosas, en que las experiencia nos muestra la independencia, que tales, o tales efectos tienen de tales, o tales causas; sin que toda la Filosofía del mundo pueda descubrir el cómo, y el por qué del influjo de éstas en ellos, sin que de esto dude alguno de los verdaderos Filósofos.

9. Si se admite lo segundo; esto es, que la aplicación del agua, en el modo dicho para el fin que se pretende tenga algún fundamento, o probabilidad, siendo el efecto a que se aspira de tanta importancia; esto basta para que se estime altamente este descubrimiento. En el amplísimo almagacén (o llámese Gazofilacio) de las Recetas Médicas, apenas pasan de tres, o cuatro los remedios, que se pueden llamar ciertos, quedándose todos los demás en la línea de probables, o dudosos. Sin embargo, el mundo aún éstos admite como precios estimables; añado, que aún comprendiendo entre ellos los que en varios casos son positivamente nocivos: ¿quién duda, que la purga, y la sangría han hecho, y hacen innumerables homicidios? Con todo, al Boticario se paga la purga, al Sangrador la sangría, y al Médico la receta de uno, y otro.

10. Pero yo pretendo, que la aplicación de la agua en la forma expresada, no es como quiera remedio probable para recobrar lo que están en deliquio, sino en tal alto grado de probabilidad, que se puede reputar absolutamente cierto, como que está apoyado en una frecuentísma experiencia. ¿Qué cosa hay más común, que el uso de este remedio para el recobro de todos los que pro algún accidente perdieron el sentido? Ni será respuesta a esto el decir, que la experiencia frecuentísima solo nos muestra, que el socorro del agua es útil en los deliquios, o desmayos leves, que son los ordinarios; mas para los fuertes, en que se representan enteramente exitinguidas [320] todas las facultades, no hay tal experiencia común, antes bien solo se alega un experimento único; esto es, el que he noticiado de la Villa de Avilés. Digo, que esto no satisface; porque aunque no se muestran repetidos experimentos de la utilidad del agua en esos accidentes más fuertes los hay multiplicadísimos, de que cuando una causa, aplicada en corta cantidad, o movida con leve impulso, hace algún efecto, aunque corto; aplicándose en mayor cantidad, y con mayor impulso, a proporción dentro de la misma línea, obra mayor efecto. Un cuerpo de corto volumen, y levemente impelido, hará con el choque corta impresión en otro cuerpo; pero de esto mismo se infiere, que la impresión será mayor, a proporción que sea mayor el volumen, y el impulso del cuerpo chocante. En los medicamentos ve todo el mundo, que cuando se aumenta la dosis, se aumenta el efecto.

11. Ahora pues. En la agua para el efecto de recobrar los accidentados, no solo se ha de hacer cuenta de la mayor, o menor cantidad, en que se administra, mas también del mayor, o menor impulso, con que se aplica. En los deliquios ordinarios se usa de la poca agua, que puede recoger una mujercilla en la mano, y el impulso no mayor, que el que le puede dar su poca fuerza. Pero en el caso de Avilés la agua fue mucha, porque fue el chorro, que vertía una canal maestra, y el impulso fuerte, porque se derribaba de un tejado de más que mediana altura. Ví la casa varias veces, y estuve también dentro de ella a pagar una visita, que me hizo el dueño. Del mismo modo se debe usar de ella en los deliquios, en que se representan enteramente extinguidas todas las facultades. Y aun en los accidentes ordinarios ha mostrado la experiencia, que la poca agua, de que se usa, obra más, o menos prontamente, según el mayor, o menor impulso, que se le da. Mas no por eso apruebo la práctica de los que toman el agua en la boca, para arrojarla, por medio de un soplo violento, con mayor fuerza, porque aunque el mayor impulso aumenta su eficacia, [321] se disminuyen esta considerablemente por la tepidez que le comunica el calor de la boca. En los Molinos se ve, cuanto más fría está el agua, tanto más rápido movimiento al rodezno. En consecuencia de lo dicho, soy de parecer, que cuando por medio de la agua se procure el recobro de un deliquio fuerte, no solo se use de mucha cantidad de agua, y se arroje con el más vigoroso impulso, mas también se use de la agua más fría, que se pueda.

12. Si Vmd. me pregunta cómo, o por qué el agua, una cosa tan simple, y de cualidades tan poco activas, produce este maravilloso efecto; llanamente respondo, que no lo sé. Algo he meditado en la materia, sin hallar cosa que me satisfaga. ¿Mas esto qué importa? ¿Sabe por ventura algún Filósofo, por qué el ruitarbo purga, por qué el opio adormece, por qué el vino embriaga, por qué la quina cura las fiebres intermitentes, el mercurio el mal venéreo, &c.? Los Filósofos de mera apariencia dirán, que sí; los que realmente lo son, dicen, que no. Aquellos, como superficiales, se contentan con cualesquiera vanas cavilaciones: éstos quieren razón sólida, que firme el asenso; y no hallándola, se contentan con lo que les muestra la experiencia, única guía en el intrincado laberinto de la Física, y la Medicina. Y no tengo más que decir sobre el asunto, que valga el trabajo de escribirlo. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo quinto (1760). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 315-321.}


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