La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Ilustración apologética
Discurso primero

Voz del pueblo


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1. Entra en este Discurso el Sr. Mañer condenándome el que haya confundido la Voz del Pueblo con la Voz común, y usando promiscuamente de estas dos expresiones, como equivalentes la una a la otra. Porque dice, que la Voz del Pueblo es la que se considera dimanar de todo el Pueblo, comprehendiendo todas las Jerarquías, Nobles, y Plebeyos, Eclesiásticos, y Seculares; pero voz común es la que subsiste sólo en la plebe. Así lo define el Sr. Mañer por su propia autoridad: quien ignoramos que la tenga, para darnos leyes en materia de lenguaje, y despojar las voces de las significaciones recibidas. La expresión Voz común a cada paso se usa, para significar el consentimiento del todo de la República, sin excepción de clases. Y así, si uno dice: Entre los Españoles es voz común, que el cuerpo de Santiago está en Galicia; nadie entiende, que se atribuye este sentir sólo a la plebe de España. Ya entiendo de dónde vino la equivocación del Sr. Mañer. Vio que la expresión Estado común significa el villanaje, y por aquí quiso regular la expresión Voz común; sin advertir que el adjetivo común (como otros muchos) significa con más, o menos limitación, según el substantivo a que se aplica. Pregúnteles a los Lógicos, si por razón común entienden sólo los predicados, que convienen a los entes vulgares; y a los Políticos, si por utilidad común entienden únicamente el interés de los Plebeyos. [2]

2. De aquí pasa a impugnar el asunto de nuestro Discurso. ¿Y cómo lo hace? Probando que algunas veces la voz del Pueblo es acertada. ¿Y eso quién se lo niega? Pruébenos que lo es siempre, si quiere probar algo. Yo pruebo, que la voz del Pueblo no es voz de Dios: porque ésta no puede errar, y aquella yerra muchas veces. Decir contra esto, que algunas veces acierta el Pueblo, es llenar papel, dejando intacta la dificultad.

3. Pero a vueltas de esto, que nadie le niega, dice algunas cosas, que es preciso le nieguen todos. Número 7 dice, que luego que murió el Angélico Doctor, le canonizó por Santo la voz del Pueblo, con tantas aclamaciones, que siete meses después de su dichoso tránsito le cantaron Misa del Común de Confesores los Monjes del Monasterio de Fossanova: lo que dio por bien ejecutado cincuenta años después el Papa Juan XXII en la Bula de su Canonización. Perdone el Sr. Mañer, que tal suceso, ni se aprueba, ni aún se hace mención de él en la Bula de Canonización. Leíla toda con mis propios ojos. El Sr. Mañer debió fiarse de los ajenos: que entre ocho Tertulios, que conspiraron contra mí en la formación del Anti-Teatro, había mucho de que echar mano.

4. Ibidem: cuando dice, que a Santo Tomás le canonizó la voz del Pueblo, o habla de un Pueblo particular, u de la Iglesia universal. Lo primero supone el error teológico, de que la voz de un Pueblo particular sea suficiente para Canonización, aunque puede ser previa disposición para ella. Lo segundo, aunque fuese verdad, no es del caso: pues la voz de la Iglesia universal, asiento con expresión positiva en aquel Discurso, que es infalible.

5. Número 10 dice, que S. Roque es tan antiguo como la peste. ¡Buena cronología es! Según esta cuenta fue S. Roque coetáneo a Moisés, pues en tiempo de éste hubo peste en Egipto, como consta del capítulo 9 del Éxodo. Acaso habría otras pestes antes; más esta es la primera de que tenemos noticia.

6. Ibidem dice, que S. Roque fue canonizado solamente por la voz del Pueblo. S. Roque fue canonizado por la voz de [3] la Iglesia universal, como puede verse en el P. Ribadeneira; y esto no es del caso: porque aquí no disputamos si la voz de la Iglesia universal es voz de Dios; antes esto católicamente lo creo, y positivamente lo afirmo en aquel Discurso, número 25. La cuestión es de un Pueblo particular, u de una Provincia de una Región, &c.

7. Número 11 me impone, que yo tengo por infalible la voz del Pueblo, en lo que toca a mi aplauso, cuando en el Prólogo del segundo le doy las gracias por lo que ha favorecido a mi primer Tomo. No sé con qué ojos lee el Sr. Mañer mis escritos. Lo contrario consta evidentemente del mismo pasaje, que cita; pues allí digo que la aceptación, que debo al Pueblo, no nace de mi mérito, sino de mi fortuna. Si la voz del Pueblo en la calificación de mis escritos fuese infalible, supondría necesariamente el mérito; pues el que califica rectamente, aprueba lo que merece ser aprobado.

8. Número 12 dice, que el difunto Czar de Moscovia hizo embajada en persona a diversas Cortes de Europa. No hay tal cosa. El difunto Czar Pedro visitó algunas Cortes de Europa, mas no como Embajador: pues esta voz significa al que es enviado por otro, cuya persona representa; y al Czar nadie le cometió, ni pudo cometer tal embajada. Si se me responde, que aunque no fue Embajador en realidad, tomó el carácter, y apariencia de tal, también es falso: porque aquella embajada (que en realidad fue puramente aparente) la puso en cabeza del Generalísimo Fort, del Virrey de la Siberia, y del Canciller del Imperio. A estos tres revistió el Czar del carácter de Embajadores, tomando para sí precisamente el de Gentil-Hombre, que los acompañaba para visitar incógnito las Cortes. Y en esta equivocación suya se funda Mañer para condenar, como equívoca una expresión mía.

9. Número 17: Aquella expresión mía, no he visto, que alguno de aquellos Escritores Dogmáticos, &c. quiere que signifique, que he visto todos los Escritores Dogmáticos, que prueban la evidente credibilidad de nuestros misterios. Sentido absolutamente repugnante; siendo imposible, que [4] nadie los vea todos, aunque ande peregrinando por el mundo únicamente a ese intento. En el mismo número alega un testimonio de S. Agustín, citándole de este modo: En el Symb. serm. 3 ad Cathec. cap. 13. Aquí hay, no uno sólo, sino muchos yerros. El primero, porque S. Agustín de Symbolo ad Cathecumenos no procede por sermones, sino por libros. Lo segundo, porque siendo cuatro estos libros, ninguno llega a trece capítulos, sino el segundo; y en éste no hay el testimonio que se alega, sino en el cuarto, cap. 10. Lo tercero, porque el texto se cita truncado, y es su sentido muy diferente del que le da Mañer, como se hará patente a quien leyere todo el contexto.

10. En el mismo número cita de S. Basilio, epist. 71, estas palabras: Reliqua vero Ecclesia, quae orbis finibus usque ad fines Evangelium accepit. En la epístola 71 de San Basilio, que tengo presente, no hay tales palabras. Puede ser que en la edición, que vio Mañer, u el que le ministró la especie, estén colocadas con otro orden las Epístolas. Pero quedo con algún escrúpulo, porque la gramática del texto alegado es defectuosa, y no veo el yerro enmendado en la fe de erratas.

11. En el mismo número 17 cita al P. Felipe de Señeri. El nombre de Pablo, y no el de Felipe, vi en la frente de todos sus escritos. Pero esto pase, que es fácil equivocarse en un nombre; si bien que el Sr. Mañer en cosas más menudas me repara, para tener con que abultar su escrito. Y sepa de camino, que en lo que se dijo del elefante blanco, se equivocó Bengala con Siam, por la vecindad de los dos Reinos. Es cierto que en Bengala adoran al elefante blanco, aunque en Siam sólo le dan culto político. Esto segundo ya lo averiguó el Sr. Mañer, pero le faltaba saber lo primero. Si quiere testimonio de ello, véalo en el Sr. Jovet, Historia de las Religiones, tom. 3, pág. 239.

12. Por lo que mira al empeño de defender, que es buena prueba de la verdad de una Religión el tener más séquito que otras en el mundo, ¿quién no ve la absurdísima consecuencia que se sigue? Esto es, que antes de la Venida de Christo, y aún muchos años después que vino, sería verdadera [5] la Religión, que daba cultos a Júpiter, pues tenía esta falsa Deidad mucho más séquito en el mundo, que el Dios verdadero: éste ceñido a un puño de tierra en la Palestina; y aquél adorado en casi todo el ámbito del orbe.

13. Sobre lo que dice el Sr. Mañer de Savonarola, remítesele al Prólogo del tercer Tomo del Teatro Crítico, y se le exorta a que, cuando haya de citar un personaje del carácter del Sr. Marqués de Abrantes, se asegure mejor primero, para no imputarle una especie totalmente quimérica.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 1-5.}


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