La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Teatro crítico universal / Tomo primero
Discurso XI

Años Climatéricos


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§. I

1. Pitágoras, después de haber soñado que transmigraban de cuerpo en cuerpo las almas, logró que transmigrasen de alma en alma sus sueños. De sus dos grandes dogmas, el de la transmigración de los espíritus, y el de la misteriosa fuerza de los números, el primero se comunicó, y propagó hasta el día de hoy a muchos de los pueblos orientales: el segundo cundió sin sentirlo a algunos filósofos de todas sectas.

2. En esta supersticiosa física, que al número atribuye la potestad que no tiene, se funda el común error de constituir fatales todos los años septenarios, a quienes se da el nombre de climatéricos, y vale, o significa lo mismo que escalares, o gradarios.

3. Materia de risa es ver las observaciones, y discursos con que algunos autores quieren persuadir la poderosa actividad de el número septenario. Ponderan que los planetas son siete, siete también los metales, siete pies el término de la humana estatura, siete meses el tiempo de la perfecta formación del feto. Todo esto, que aunque fuera cierto, nada probaría, es muy dudoso. Los planetas se puede decir que son más que siete, contando los satélites de [233] Júpiter, y Saturno, que tienen tanto derecho para ser llamados planetas, como Mercurio, y Venus; fuera de que a los cometas los tienen por verdaderos planetas algunos grandes astrónomos; y de este modo sube mucho más el número de los planetas. Los metales, dicen muchos naturalistas, que no son más que seis; para lo cual descuentan el estaño, juzgándole un mixto de plata y plomo. La estatura humana no está circunscrita en la magnitud de siete pies; porque muchos hombres pasaron de esa raya. En cuanto al tiempo de la perfecta formación, o maduración del feto, para lograr la pública luz, si se habla del regular, son, no siete, sino nueve meses; si se comprehende también el irregular, o extraordinario, admite toda la extensión que hay desde los cinco meses hasta los diez, u once, pues para todo este tiempo hay ejemplos.

4. Marco Varron, por otra parte autor gravísimo, fue tan nimio, o tan pueril en discurrir a favor del septenario, que penso esforzar su autoridad, sacando al teatro los siete sabios de Grecia, las siete maravillas del mundo, las siete solemnidades de los Juegos Circenses, y los siete capitanes destinados a la conquista de Tebas. Todo esto, y mucho más que pudiera juntarse de septenarios, no necesita impugnarse con otro argumento, que la reflexión de que para cualquiera otro número que se aprehenda, se hallará igual serie de ejemplos, ya en la Historia, ya en la Naturaleza. Ni se debe hacer más aprecio de los fútiles discursos, prolijas y arbitrarias combinaciones, con que Macrobio en el sueño de Scipion pretendió dar alguna verosimilitud a esta fantasía, y que excuso referir, porque fatigan la atención sin halagar la curiosidad.

5. Todas estas observaciones fantásticas de los números, sobre vanas, son perniciosas: pues de aquí se dedujeron tantas supersticiones prácticas, en que para varios usos, especialmente en la Medicina, se atribuye especial virtud, ya al número ternario, ya al septenario, ya al novenario, generalmente al número impar; por lo que dijo el gran Poeta: Numero Deus impare gaudet. [234]


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§. II

6. Algunos de los climateristas ya se desvían de la superstición, y se acercan al parecer a la naturaleza probando la fuerza de los años climatéricos con la experiencia de algunas mutaciones insignes, que arriban al hombre, discurriendo por todos los años septenarios de su edad. Dicen que en el primer septenario después del nacimiento caen los dientes, y se perfecciona la locuela. En el segundo sale el bozo, y se hace el hombre apto para el matrimonio. En el tercero se perfecciona la barba, y toma el cuerpo todo el aumento de longitud que ha de tener. En el cuarto cesa el incremento también en cuanto a la latitud. En el quinto llegan a su último auge las fuerzas corporales. En el sexto se termina el estado, o entera conservación de ellas, y se mitiga el ardor de la concupiscencia. En el séptimo se consuma la prudencia, cuya integridad se conserva hasta el octavo. En el nono se nota sensible decadencia en ella. En el décimo se hace visible la maturidad para la muerte en innumerables rudimentos de la corrupción. De este modo prueban, a su parecer, que la naturaleza en estas mutaciones está apuntando, como con el dedo, la insigne fuerza de los años septenarios, o climatéricos.

7. Pero este argumento, por cualquiera parte que se mire está lleno de nulidades. Lo primero: si la eficacia intrínseca del número fuera causa de las mutaciones dichas, sucederían las mismas respectivamente en todos los animales; porque el número septenario de los años el mismo es en su entidad en el hombre que en los demás, y así había de ser el mismo en la virtud; lo cual es contra la experiencia; pues la aptitud para la generación, el estado de las fuerzas, el término de la vida, tienen ya más largos, ya más breves plazos en diferentes brutos, sin arreglarse a la serie de los septenarios. Lo segundo: la mujer se considera apta para el matrimonio a los doce años; y así, faltando aquí el septenario, se alterará en lo restante [235] toda la serie. Lo tercero: ni en los hombres se arreglan las mutaciones expresadas a los septenarios. El bozo, en los más, no apunta hasta los quince, o diez y seis años de edad. El rostro en muchos se llena de barba, y crece el cuerpo a la debida altura antes del veinte y uno. Todo el aumento de fuerzas se logra en todos antes del treinta y cinco. La misma objeción se puede hacer en todo lo demás. Lo cuarto: en esta cuenta no se hace computo de los nueve meses que el hombre está en el claustro materno; y debiera hacerse, según buena razón, si para señalar años climatéricos hubiese razón alguna: pues el hombre a pocos días después de su generación empieza a vivir, según las observaciones de los médicos, aunque Aristóteles retarda algo más la animación. Lo quinto: si las mutaciones observadas en los cinco climatéricos primeros probasen algo al intento, probarían que esos climatéricos son faustos, y propicios; no infaustos, o adversos, como comúnmente se piensa, porque las mutaciones señaladas son a mejoría, o aumento del hombre, no a diminución, o decadencia.


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§. III

8. Aunque el vulgo solo señala por climatéricos los años septenarios, entre los autores que trataron de esta materia hay tanta variedad, que ella sola es una gran prueba de que fundó esta opinión el antojo, y la conserva la inadvertencia. Los que añaden a los septenarios los novenarios, son muchos; en cuya sentencia, no sólo de siete en siete años, más también de nueve en nueve, se van repitiendo peligros a la vida. Este aditamento de climatéricos tuvo por fundador a Censorino, citado por Salmasio. Marsilio Ficino, sin hacer caso de los novenarios, añade a los septenarios los cuartos intermedios, en que es de notar la grave inconsecuencia de este autor. Porque la razón en que funda el que los septenarios sean peligrosísimos, es, porque cada año séptimo corresponde al séptimo planeta, que es Saturno, astro melancólico, de malos influjos; y caminando por esta vereda, los años cuartos [236] intermedios habían de ser los más saludables, porque corresponden al cuarto planeta, que es el Sol, astro el más favorable a la vida de cuantos giran el Cielo.

9. Claudio Salmasio dice, que todas estas cuentas van erradas, y lo prueba con la autoridad de Julio Firmico, y otros astrónomos antiguos; en cuya sentencia los climatéricos no proceden por septenarios, ni por novenarios, ni por otro algún orden de números constante en todos los individuos; sí que cada uno tiene su serie de climatéricos diversa, según el Signo, y parte del Signo que correspondió a su nacimiento. Para esto dividen cada signo en tres porciones, que llaman Decanos, con que siendo treinta y seis los Decanos, por ser doce los Signos, viene a haber treinta y seis órdenes de climatéricos distintas. Pongo dos ejemplos. El que nace en el primer decano de Aries tiene ocho años climatéricos; conviene a saber, el cuarto de su edad, el noveno, el duodécimo, el veinte y uno, el treinta y tres, el cuarenta y nueve, el cincuenta y dos, el sesenta y cuatro, y el setenta y cuatro. El que nace en el segundo decano del mismo signo de Aries, tiene doce años climatéricos; esto es, el segundo, el séptimo, el trece, el diez y nueve, el veinte y cuatro, el treinta y dos, el treinta y nueve, el cuarenta y uno, el cincuenta y dos, el sesenta y seis, el setenta y uno, y el ochenta y seis. A este modo se van variando los climatéricos por todos los demás signos, y decanos, sin hacer cuenta de septenarios, o novenarios. ¿Qué se infiere de tanta variedad, sino que todo lo que se dice de años climatéricos es una algarabía sin rastro de fundamentos?

10. La misma oposición hay en cuanto a la fuerza, o actividad de los climatéricos. Comúnmente sólo se les atribuye potestad para hacer mal, de modo que las mutaciones que acaecieren en ellos, sean siempre perniciosas. Pero no faltan autores, que haciendo paralelo entre los años climatéricos de la edad, y días críticos de las enfermedades, al modo que estos son indiferentes, para que las mutaciones que arriben en ellos, sean para mejoría, o para [237] peoría, la misma indiferencia establecen en los años climatéricos. La opinión que reina en el vulgo es, que en los climatéricos peligra la vida sólo en virtud de alguna alteración del temperamento que produzca dolencia de cuidado. Salmasio dice, que esto es contra el sentir de todos los antiguos; y que en los años climatéricos, no sólo peligra la vida por los principios intrínsecos que pueden producir enfermedades; mas también por cualesquiera externos, y fortuitos accidentes, como de naufragio, herida, precipicio, &c. Non solum igitur interna corporis mala, sed etiam externa annorum sunt climactericorum {(a) Salm. de Ann. Climact. fol. mihi 14.}. Y poco más adelante enseña, que no solo tiene en los años climatéricos sus tropiezos la vida, mas también tiene sus escollos la fortuna, amenazando en ellos, no menos que los amagos de la parca, los reveses de la suerte: Non enim vitae tantum pericula ad climactericos pertinent, sed & fortunarum, & dignitatum.

11. Algunos con Enrico Ranzovio extienden la jurisdicción de los climatéricos a los mismos cuerpos de los Imperios, o Repúblicas, queriendo que en ellos estén más arriesgadas a mutaciones, o decadencias; aunque como por lo común son de mayor duración los Imperios que los individuos, señalan a aquellos períodos más prolijos, siguiendo el mismo orden de los septenarios. El número de setenta años, que consta de diez septenarios, le juzgan muy climatérico, fundándolo en el ejemplo del cautiverio de Babilonia, que duró ese espacio de tiempo, y en el vaticinio de Isaías de que duraría el mismo espacio la desolación de Tiro. Pero señalan por el más riguroso climatérico para los Imperios el año 594, que consta de siete septuagenarios. Todo esto se dice porque se quiere decir. Y los dos ejemplos de la Escritura probarían antes que el año septuagenario es feliz, y fausto, pues en él recobro su libertad el Pueblo de Israel, y Tiro se restableció en su antigua felicidad. La sentencia más seguida es, que solo los [238] individuos están sujetos a la potestad de los climatéricos, no las ciudades, reinos, o repúblicas. Aun cuando los climateristas estuviesen muy convenidos entre sí, tendrían poco derecho para ser creídos. ¿Cuánto menos estando en tantos capítulos tan discordes?


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§. IV

12. La experiencia está asimismo contra su opinión. Yo tomé el trabajo de computar los años de vida de trescientos sujetos, de quienes se sabe por las historias el año de su nacimiento, y el de su muerte. Y hecha después la regla, que llaman de proporción, no hallé que correspondiesen aun en su tanto más muertes en los septenarios, y novenarios que en los demás años. De un P. Jesuita leí en las Memorias de Trevoux, que en la ciudad de Palermo, por los libros de las parroquias hizo el mismo cómputo sobre muchos millares de hombres, y al ajustar la cuenta, halló lo mismo que yo.

13. Alegan los climateristas un corto catálogo de hombres famosos, que murieron en años climatéricos. Pero aunque el catálogo fuese más largo, nada probaría: porque siendo los años climatéricos muchos, y contándose los hombres famosos por millares, sería menester una especial providencia de Dios para que muchos no cayesen en los septenarios, o novenarios. Fuera de que de algunos, que cuentan muertos en los climatéricos, no hay cosa cierta. De Aristóteles dicen que murió a los sesenta y tres años de su edad, que muchos juzgan ser el más riguroso climatérico, porque consta del número siete multiplicado por nueve; pero Eumelo, citado por Diógenes Laercio, dice que murió a los setenta. De Platón dicen que murió a los ochenta y uno: gran climatérico también, porque resulta del número nueve multiplicado por sí mismo. Pero Ateneo dice que murió a los ochenta y dos, y Neantes citado por Laercio, dice que a los ochenta y cuatro.

14. Alegan también el símil de los días críticos de las enfermedades, que asimismo proceden por septenarios. [239] Pero lo primero, el asunto es incierto. Grandes médicos dan por mal fundada la observación de los días septenarios para las crises: y hallan que en cualesquiera días suceden estas con tanta regularidad como en los septenarios. Aún está en opiniones desde qué punto se ha de empezar a hacer la cuenta. Unos quieren que sea desde el primer insulto de la enfermedad, o desde que se empieza a sentir alguna indisposición. Otros desde que hay fiebre manifiesta. Otros desde que la fiebre rinde el enfermo, aún reluctante, a la cama. Entre el primero, y el último término pasan muchas veces alguno días. ¿Cómo, pues, la experiencia nos puede mostrar que los septenarios son críticos, si el que es septenario en una opinión, en otra es quinto, o sexto, octavo, o noveno? De aquí es que frecuentemente los médicos, viendo que la crise no vino en el día que antes contaban por septenario, varían la cuenta para hacerle septenario, que quiera que no. Y de esto he visto mucho.

15. Lo segundo digo, que aunque algunos médicos atribuyen la potestad de los días críticos a la virtud oculta del número septenario, estos son muy pocos. Los más recurren a otras causas, la cuales no intervienen en el período septenario de los años, como a los movimientos, y fases de la Luna.

16. Finalmente respondo, que la observación de los días críticos discrepa en muchas cosas de la de los años climatéricos, y así no puede hacerse argumento de paridad de aquellos a estos. En los días críticos el cuarto es índice del séptimo. En los años climatéricos nadie dice tal cosa. Los días críticos son indiferentes al bien, y al mal. A los años climatéricos los da la sentencia común por determinadamente infaustos. En los días críticos, desde el sexto crítico, que se cuenta a los cuarenta días de enfermedad, se prosigue la cuanta, no de siete en siete, sino de veinte en veinte: en los años climatéricos quieren que se siga siempre constantemente la cuenta por septenarios, y novenarios. Omito otros muchos capítulos de disparidad. [240]


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§. V

17. Otro argumento, aunque en nadie le he visto, hallo que puede hacerse a favor de los años climatéricos, en cuanto prueba absolutamente la oculta actividad de determinados números para algunos efectos. Esta comúnmente admitido, y dicen que observado, que las ondas del mar de diez en diez aumentan su ímpetu, de modo que la onda que se cuenta décima en el orden, es mucho más impetuosa que todas las antecedentes; y así a ella se atribuyen comúnmente los naufragios: por lo que cantó Ovidio en el de Ceix: Decimae ruit impetus undae. Y no pudiendo esto provenir de otro principio que de la escondida fuerza del número decenario, no hay por qué obstinarnos en negar la virtud a determinados números en algunas determinadas materias.

18. Lo que a esto puedo decir es, que yo hice muy de espacio la experiencia puesto a las orillas del mar, por ver si en esto había alguna correspondencia fija, y ninguna hallé; sí que las ondas eran muy desiguales en la vehemencia, sin guardar orden alguno en el número. Unas veces era más impetuosa la tercera, otras la cuarta, la quinta, y así discurriendo por todos los demás números. Así que en esto, como en otras muchísimas cosas, se creen en la naturaleza los misterios que no hay; porque tal vez lo que al principio fue ilusión, o fantasía de un hombre solo, por no interesarse nadie en examinar la verdad, poco a poco va conquistando el común asenso.

{(a) Tan firme estoy en la persuasión de que es vanísima, y carece de todo fundamento la observación de los años climatéricos, que habiendo, cuando escribo esto, entrado en uno de los más rigurosos climatéricos, según la opinión vulgar, que es el de sesenta y tres, por resultar de la multiplicación de nueve por siete, estoy serenísimo, y sin el menor susto por lo que mira al climaterismo; y es cierto que si llego al de sesenta y cuatro, o sesenta y cinco, que no son climatéricos, contemplaré entonces mi muerte más cercana que la considero ahora. Cuanto la edad fuere mayor, tanto el año será más climatérico.}


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo primero (1726). Texto tomado de la edición de Madrid 1778 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 232-240.}


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