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§. II

4. Este discurso supone el hecho de que la agua fría es remedio de la hidrofobia; lo cual es muy dudoso, o falso, como veremos. Lo que es cierto es, que los hidrófobos tienen sumo horror a la agua, y que cuando consienten espontáneamente en beberla, o en entrarse en ella, comúnmente sanan. Mas esto no es porque el agua tenga alguna virtud contra aquella enfermedad, sino porque cuando deponen el horror al agua ya está mitigado el mal, pues, o ya sea que la hidrofobia vicia de tal modo el sentido del tacto, que a los que la padecen es molestísimo el contacto del agua, o que induce un particular delirio, por el cual se les representa en el agua el mismo perro que los mordió (porque el que efectivamente vean en ella el perro, o sus entrañas, se debe despreciar como fábula); es claro, que la falta de cualquiera de esos síntomas arguye mejoría de la dolencia, y así se debe suponer está vencida, cuando el hidrófobo pierde el aborrecimiento a la agua. Por lo cual dice bien Lucas Tozzi, que la felicidad está, no en que los hidrófobos beban agua, sino en que quieran beberla.

5. Fortifícame en este sentir el poco aprecio que veo hacen los Autores Médicos, que tratan de la curación de la [3] hidrofobia, del remedio de la agua. Algunos ni memoria siquiera hacen de él. Otros le consideran nocivo, y dicen que el aborrecimiento que los hidrófobos tienen a la agua nace de la natural presensión del daño que les ha de causar. Así Juan Doléo, el cual extiende a todos los líquidos, así el aborrecimiento, como el daño de los hidrófobos. Los que le permiten alguna probabilidad sólo alegan un experimento antiguo, referido por Aecio, de cierto Filósofo mordido por un perro rabioso, que viendo después el perro mismo en la agua del baño, y haciendo reflexión de que aquella representación no podía menos de ser falsa, se arrojó al baño, y sanó. Pero demás que este suceso otros le tienen por falso, un experimento sólo nada prueba en materias de medicina, porque queda pendiente la duda de si la salud se debió al remedio aplicado, o a actividad sola de la naturaleza. Y es verisímil que aquel Filósofo cuando estuvo capaz de hacer aquella reflexión iba reviniendo del delirio: por consiguiente ya el mal se iba venciendo a beneficio de la naturaleza antes de entrar en la agua. Lo que podemos asegurar es, que la escasez de experimentos en esta materia, prueba, o que los Médicos por desconfiar del remedio, no los hicieron; o que, si los hicieron, no fueron favorables, pues sólo se cita uno que lo fue. Gaspar de los Reyes me hace creer esto último, pues dice que hay repetidas experiencias de que la agua no es antídoto de la hidrofobia: Aquam enim, quam tantopere abborrent, veneni huius antidotum non esse saepius expertum est {(a) Quaest. 62.}. Por tanto, sin escrúpulo, podemos contar entre los errores comunes que la agua sea remedio del mal de rabia.

6. Pero demos que del uso de la agua, o en la bebida, o en el baño resulte algún alivio en la hidrofobia: no se infiere que todos los líquidos tengan la misma eficacia. ¿Por qué el agua, y el aire, tan desemejantes en innumerables propiedades, han de convenir en [4] la virtud de curar a los hidrófobos? Es verdad que en algunos Autores Médicos he leído que estos dolientes aborrecen, no sólo el agua, mas también los demás líquidos; pero hablan de líquidos visibles, y potables. Fuera de que, aunque todos los líquidos convengan en ser objeto de la aversión de los hidrófobos, no se sigue por eso que convengan en ser remedio de ellos.

7. El discurso, pues, de aquel docto Médico está oportunamente formado, si se dirige sólo a examinar la causa, en suposición del hecho, de que el soplo violento, y frío aprovecha en la hidrofobia; pero de ningún modo prueba este hecho; el cual yo, por lo que diré abajo, tengo por falso.

8. Mas en caso que fuese verdadero, ¿se seguiría que tienen alguna virtud particular los Saludadores? No por cierto; porque el soplar es común, no sólo a todos los hombres, sino a todos los animales: y así todos podrían ser Saludadores, con la reserva de poseer esta virtud con alguna ventaja los de pecho robusto, que soplan con más fuerza. Pero mucho mejores serían, para curar la rabia, unos fuelles de órgano, o de fragua, que cuantos Saludadores hay en el mundo, pues por buenos bebedores que sean, no han de impeler el ambiente con tanta violencia como los fuelles.


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§. III

9. El que no tienen los Saludadores virtud alguna particular, ni divina, ni natural, ni demoníaca, es fácil de probar. Empecemos por la divina. Para lo cual supongo que sólo en España hay esta especie de Curanderos. Esto consta, lo primero, porque así lo asientan los Autores que tratan de esto. Lo segundo, porque entre los Escritores de Teología Moral sólo los Españoles tocan la cuestión de si el modo de curar de los Saludadores es comprehendido en las observaciones supersticiosas, y vanas. Los demás no hablan de ellos porque no los conocen; o si alguno habla es citando a Autores Españoles, y [5] suponiendo ser nuestros nacionales dichos curanderos.

10. Pregunto ahora: ¿Qué verosimilitud tiene que Dios conceda esta gracia sólo a una Nación, con exclusión de las demás? El Espíritu Santo, que llenó todo el Orbe de la tierra, dispensa sus dones, sin atención a regiones determinadas. Y habiendo de privilegiar especialmente a la Nación Española en la curación de la rabia, ¿es creíble que sólo conceda esta virtud a una gente que no es la más virtuosa; pues está generalmente notada de beber vino con exceso? Bien sé que las gracias gratis datae no están vinculadas a la gracia santificante, o a la virtud personal; pero también sé que la práctica común de la Divina Providencia es repartirlas sólo entre sus siervos. Es común entre los Saludadores decir que el vino les aumenta la virtud. ¿Quién de mente sana asentirá a que la fuerza de una virtud sobrenatural crece con el uso del vino? ¿Cómo es creíble tampoco que Dios sólo conceda esta gracia a gente que hace granjería de ella, violando la regla gratis accepistis, gratis date, que salió de la boca de Cristo hacia los Apóstoles, al darles la gracia curativa de enfermedades? Dirán que reciben algo por vía de limosna, no de paga. Pero aun cuando sea así, el ver que esta gracia sólo reside en gente que necesita de limosna, induce una fuerte sospecha de que es invención para sacarla. ¡Es posible que no hemos de ver algún Caballero, o hombre poderoso Saludador!

11. Las notas que muestran de su virtud, esto es, la rueda de Santa Catalina en el cielo de la boca, y la imagen de un Crucifijo debajo de la lengua, todo es mera impostura: pues bien considerado, no se ve en ellos otra cosa que los lineamientos naturales, o de las venas que concurren debajo de la lengua, o de las prominencias que hay en el cielo de la boca: los cuales ellos, por una imperfectísima alusión, acomodan a su antojo, y el vulgo cree lo que imagina, más que lo que ve. Aunque no niego que con cauterios se puede imprimir en estas partes alguna especial figura; y puede ser que uno, u otro usen [6] de este arte. Pero yo en uno que examiné, y decía tener la rueda de Santa Catalina, no vi otra cosa que dichos lineamientos naturales. Donde se debe también considerar la ninguna proporción que tiene la rueda de Santa Catalina para ser índice de la virtud curativa de la rabia. Esto se conoce ser invención de algún embustero, que advirtió alguna diminuta semejanza entre los lineamientos del cielo de la boca, y la rueda de Santa Catalina, y después se fue propagando a los demás.

12. El Diccionario de la Academia Francesa, tratando de nuestros Saludadores, después de asentar la baza de que son meros embusteros, dice que la imagen de la rueda de Santa Catalina se la imprimen con arte; y yo, como he dicho, fácilmente asentiré a que algunos lo hagan así: a semejanza de otros embusteros, que, según se lee en el mismo Diccionario, hay en Italia, los cuales pretenden tener gracia gratis data, para curar la mordedura de sabandijas venenosas, y para persuadirlo se imprimen la figura de una serpiente. Pero me parece que los que usan de este artificio, es natural que impriman la rueda en otra parte del cuerpo antes que en la boca, por ser aquello mucho menos peligroso, y molesto; y me confirma en este pensamiento el caso práctico que refiere el Doctor Don Francisco Ribera en su Cirugía natural infalible, de un Saludador que tenía dicha rueda en el pecho; y a otro hombre, que también se había metido a Saludador le ofreció imprimírsela también a él por una docena de reales. Oyóselo el mismo Doctor Ribera a este segundo estando examinándole en la Villa de Tornabacas por orden de la Justicia.


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§. IV

13. Que tampoco es virtud natural la de los Saludadores (digo virtud particular) se prueba del mismo principio de no haber Saludadores sino en España. Las virtudes naturales, como consiguientes a la naturaleza específica, son comunes a todos los individuos de la especie. ¿Por qué, pues, la de los Saludadores [7] se ha de limitar a estos pocos hombres? Vemos que todo ruibarbo purga: todo imán atrae el hierro: todo vino embriaga; y la diferencia entre los individuos de cada especie, sólo está en el más, o menos. Así debería ser en la virtud curativa de la rabia, si esta virtud fuese natural.

14. Más creíble se me haría el que todos los hombres de una Nación, o Provincia tuviesen virtud para curar alguna determinada enfermedad, pues esto podría atribuirse a influjo particular del clima. Y así lo que dicen Plinio, y otros de los Psilos, Pueblos de la Libia, cuyo aliento, y contacto es exicial para las sabandijas venenosas, y cura sus mordeduras, aunque lo tengo por fabuloso, por la discordia que noto entre los Autores que tratan de ellos, no me atreveré a condenarlo por imposible. Pero que debajo de un mismo clima, usando de los mismos alimentos, bebiendo las mismas aguas, o por mejor decir los mismos vinos, haya hombres especialmente privilegiados con una virtud tan señalada, y negada totalmente a los demás, no es persuasible.

15. Más: Si fuese virtud natural, ¿por qué había de residir ésta siempre en gente baja? Siendo tantos los Saludadores, ¿cómo no vemos algunos Caballeros que lo sean? Pregunto más: ¿Quién les dice a estos hombres que tienen tal virtud, antes de empezar a ejercitarla? Las virtudes activas, propias de una especie, sólo constan por las experiencias que se hicieron en muchos individuos de aquella especie. Las que son propias de un determinado individuo, sólo pueden constar por experiencias hechas en aquel mismo individuo. ¿Cómo, pues, antes de hacer experiencia alguna saben que son Saludadores? Pues es cierto que la primera vez que se ponen a saludar lo hacen en fe de que tienen aquella virtud.


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§. V

16. Finalmente digo que ni curan los Saludadores por pacto con el demonio. Pruebo lo primero esta conclusión con un argumento legal. De nadie se debe, ni [8] puede creer que tenga pacto con el demonio, sin que haya prueba constante de ello; pero es así que no hay tal prueba respecto de los Saludadores: luego no se debe, ni puede creer que éstos curen por pacto con el demonio. La mayor es clara, porque se haría una gravísima injuria en atribuir al que se supone reo un delito tan atroz sin bastante prueba. La menor también es cierta, y constará manifiestamente de lo que diremos luego, y de la solución de los argumentos.

17. Responderáseme acaso que el pacto es implícito, e ignorado de los que obran con él; los cuales, como gente rústica, no distiguen cuáles prácticas son supersticiosas, y cuáles no. Pero esta solución no há lugar, porque los Saludadores por lo común son examinados, o por los señores Obispos, o por el Santo Tribunal: por consiguiente, si en su práctica hallasen alguna circunstancia supersticiosa los desengañarían, y aun les prohibirían debajo de graves penas el ejercicio. Fuera de esto, ellos mismos saben que se duda si curan en virtud de pacto, porque esta duda se les propone a ellos frecuentísimamente por otros hombres. Por tanto deben consultar a hombres doctos que los desengañen; y si no lo hacen, ya su ignorancia es culpable, y deben ser castigados, como si a sabiendas usasen de pacto. Para no imputarles, pues, tan atroz delito, ya que hemos visto que no curan tampoco por virtud natural, ni divina, no queda otro recurso, sino decir que son unos embusteros, que por la mísera ganancia fingen tener una virtud curativa que no tienen: pues aunque éste también es delito, es mucho menor que el otro: y entre dos delitos desiguales, siendo preciso asentir a uno de ellos, sin más prueba para uno que para otro, la caridad, y la justicia nos obligan a creer el menor.

18. Pruebo lo segundo la conclusión con prueba general, que comprehende también las dos antecedentes. Los Saludadores no curan la rabia: luego es falso que curen ni con virtud sobrenatural, ni natural, ni diabólica. La consecuencia es clara, porque se arguye de la exclusión [9] del género a la exclusión de todas las especies. El antecedente consta de la experiencia. Yo he solicitado noticias de hombres advertidos, y veraces, que asistieron a las operaciones de varios Saludadores, y me aseguraron que jamás les habían visto lograr el efecto pretendido; por lo cual estaban persuadidos a que cuanto dicen de su virtud es droga, y embuste. Dos años ha que un paje del Señor Obispo de esta Santa Iglesia, hoy electo para la de la Puebla de los Angeles, fue mordido de un perro rabioso: fueron llamados dos Saludadores, uno de ellos el más famoso que hay en este Principado: hicieron entrambos sus habilidades. ¿Qué sucedió? Que el enfermo murió rabiando. Es verdad que uno de ellos (acaso haría lo mismo el otro) me consta que dijo que no le habían dejado obrar. Con estas, y semejantes mentiras mantienen su opinión en el vulgo, aunque nunca logren feliz suceso. Noto, que a dicho Paje también se le hizo beber agua sin que sirviese de nada.

19. Del Saludador famoso que he dicho, había yo oído contar que, cuando quería, con un soplo derribaba muerto a cualquier animal rabioso. Ofrecióse tocar yo esta especie en un corrillo, donde se hallaban algunos Caballeros del País, y uno de ellos, que vive lo más del tiempo en una Aldea, me dijo que en una ocasión le había llamado para que, o curase, o matase a una vaca suya, tocada de la rabia. Vino; pero por más que le animaron no se atrevió a entrar en el corral donde estaba la vaca. Lo más que hizo fue entreabrir un poco la puerta, y desde allí soplar, y más soplar, teniendo gran cuidado de cerrar la puerta siempre que la vaca le encaraba, o se quería acercar. Al fin, no aprovechando nada, ni sus soplos, ni sus deprecaciones, se tomó la providencia de matar la vaca de un escopetazo.

20. Otro Caballero de este País, bien enterado de la práctica de los Saludadores que hay en él, me aseguró que su farándula consiste en que cuando los llaman para visitar alguna porción de ganado, o ellos lo hacen de su [10] propio motivo; aunque esté todo sanísimo, y sin sospecha de rabia, señalan tales, o tales cabezas, que dicen están dañadas; sóplanlas, y bendícenlas: reciben su gratificación; y como después el dueño ve que aquellos animales no murieron, cree que debe la vida de ellos a la virtud del Saludador; el cual no hizo otra cosa que levantarles que rabiaban. Pero cuando los llaman para algún animal que manifiestamente está tocado de la rabia, después que inútilmente hacen sus habilidades, dicen que ya llegaron tarde, por estar el veneno apoderado del corazón; que si hubieran sido llamados un día antes, infaliblemente le hubieran curado.

21. El doctísimo Gaspar de los Reyes en su Campo Elysio {(a) Quaest. 24.}, cuenta lo que unos amigos suyos, que estaban en la Cárcel, le refirieron, yendo a visitarlos, de un Saludador que estaba en la misma prisión. Este instaba con importunos ruegos al Carcelero, sobre que le dejase salir un día de fiesta a saludar, y bendecir a la gente que concurría, ofreciendo partir con él el dinero que había de sacar. Los amigos de Reyes le hicieron varias preguntas, y objeciones sobre la virtud de que se jactaba. Al fin le apretaron tanto, que no teniendo que responder, francamente les dijo: Señores míos, Vmds. dicen la verdad; pero como yo no tengo otro oficio de que vivir, me metí a éste por inducción, y consejo de un amigo mío, que se sustentaba con el mismo embuste, y me hallo lindamente; porque con soplar los días de fiesta gano lo que he menester para holgar, comer, y beber toda la semana.

22. El Doctor Don Francisco Ribera en la relación del examen del Saludador, que de orden de la Justicia hizo en Tornabacas, nos da la misma idea de esta gente. Este confesó que se había metido a Saludador, sólo porque su padre, y abuelo habían ejercido este ministerio; añadiendo que no había conocido en sí seña alguna de tener tal gracia: y del contexto de la declaración [11] se colige que no habían tenido más gracia que él su padre, y su abuelo. Preguntado sobre la rueda de Santa Catalina, confesó que no la tenía; pero que su padre decía que la tenía en una parte secreta del cuerpo, aunque nunca se la había visto; y que de su abuelo había oído decir a su padre la tenía debajo de la lengua. Esta variedad no significa otra cosa, sino que a proporción que los sucesos se van acercando a la experiencia, se va deshaciendo, o minorando la mentira. El padre decía al hijo, que el abuelo tenía la rueda debajo de la lengua, porque estaba muerto, y no había de ir a averiguar la patraña a la sepultura. De sí decía que la tenía en una parte secreta del cuerpo, por no mostrarla con pretexto de la decencia: excusa que no podía servirle si dijese que estaba en la boca. En fin, el hijo, como veía que en el estrecho en que estaba puesto se había de averiguar la verdad, en cualquier parte del cuerpo que dijese tenía estampada la rueda, abiertamente confesaba que en ninguna la tenía.

23. El mismo Doctor Ribera, con ocasión del examen que citamos, refiere un chiste sazonado de otro Saludador. Blasonando éste en presencia de alguna gente, no sólo de la virtud curativa, mas también del extraordinario conocimiento que tenía en todo lo que pertenecía al mal rabia, sucedió que atravesó un perro algo abultado de vientre por delante de él. Al instante que le vió dijo a los circunstantes: Aquella perra está preñada, parirá siete cachorros, y los cinco rabiarán. Uno de los que estaban presentes, que conocía muy bien el perro porque era suyo, le dijo: No es perra, sino perro. Nada se turbó por eso el buen Saludador; antes con serenidad repuso: Si es perro, en verdad que va bien harto. Podría alegar otros muchos casos en confirmación de mi intento.


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§. VI

24. Resta desatar dos argumentos por la parte contraria, que son los que mantienen al vulgo, y aun a muchos que no son vulgo, en la opinión común en [12] orden a la virtud curativa de los Saludadores. El primero se toma de la oposición que muchos tienen de los señores Obispos, y Santo Tribunal de la Inquisición. Respondo, que esta aprobación sólo es respectiva a eximirlos del crimen de superstición, que es lo que toca derechamente a aquellos Jueces; y sobre este punto recae el examen. Si tienen virtud curativa, o no, lo dejan a que la experiencia lo diga, y nuestra prudencia nos desengañe. Así como el Santo Tribunal no se meterá con uno que diga que es Médico, y ejerza la Medicina, sin haberla estudiado; tampoco con uno que sin tener virtud para curar alguna determinada enfermedad, diga que la tiene. La razón de todo es, porque no es de su obligación exterminar a todos los embusteros, sí sólo a los supersticiosos, o delincuentes en otra especie de pecado, que los constituya sospechosos en la Fe.

25. El segundo argumento se funda en la vulgar prueba que los Saludadores hacen de su virtud, pisando con pies desnudos una barra de hierro ardiendo, y apagar con la lengua una ascua encendida. Respondo, que si esto prueba algo, prueba que los Saludadores curan por pacto con el demonio: porque, o su resistencia al fuego es solicitada con algunos naturales defensivos, o no. Si lo primero, nada prueba; pues otro cualquiera hombre, usando de los mismos defensivos, resistirá, como ellos, el fuego. Si lo segundo, sólo resta que resistan el fuego, o por virtud divina, o por virtud diabólica. Lo primero no es creíble, porque como advierte el Padre Tomás Sánchez, y con él otros Teólogos, no hay necesidad alguna de que Dios haga este milagro con los Saludadores, y Dios no hace milagros sin necesidad. Aquellos siervos suyos, a quienes dio gracia curativa de las enfermedades, no andaban haciendo frecuentes pruebas milagrosas de que poseían esa virtud. La prueba era el efecto mismo de la virtud. ¿Para qué ha de estar haciendo milagros a cada paso a arbitrio de los Saludadores, porque les creamos que son tales? Resulta, pues, que si gozan algún privilegio [13] contra la actividad del fuego, les viene de pacto, o implícito, o expreso con el demonio.

26. Estáles, pues, bien a los mismos Saludadores el que no los creamos, o el que creamos que son unos meros embusteros, que con artificio simulan la indemnidad del fuego que no gozan; pues entre los dos males de embuste, o pacto con el demonio, harto más cuenta les tiene que los juzguemos delincuentes en aquél, que en éste.

27. En consecuencia de la doctrina expresada del Padre Tomás Sánchez, digo, que si se halláre algún Saludador, el cual se entrare en un horno ardiendo rigurosamente, y después de estar en él un rato, saliere sin lesión alguna, o estando bien encendido le apagare de un soplo, se debe creer sin duda que interviene pacto diabólico, porque ningún remedio, o preservativo natural alcanza a tanto. Pero esto entiendo, que aunque muchos lo cuentan, nadie lo vió. Bien es verdad que, aun cuando llegase el caso, deberá examinarse con mucha sagacidad la experiencia: pues podría intervenir en ella algún engañoso juego de manos. Pongo por ejemplo: Podría tener el horno algún agujero, o por el suelo, o por los costados, por donde al punto de entrar en él el Saludador, o cuando sopla la llama se introdujese por operación de otro, que estuviese de concierto con él, agua fría en bastante cantidad para apagar el fuego, y templar el ardor. Pueden discurrirse muchos modos de ejecutar esto con tanto disimulo, que ninguno de los concurrentes perciba el artificio, si no es muy sagaz. Puede también el Saludador llevar muchos pequeños botijones, o vejigas llenas de agua debajo del vestido, prevenidas de tal modo, que se rompan, o desaten al tiempo de entrar en el horno, y bastará esta invención para librarle, si el fuego no es mucho. Acaso habrá otros juegos de manos para este efecto mucho más sutiles: pues si a mí me ocurren los dichos, sólo con pensar de paso en la materia, es de creer que los que ponen un continuo estudio en engañar el mundo con estas demostraciones, hayan adelantado mucho más. [13]

28. Si es verdadero un caso que refiere el Padre Delrío, citando a Vairo, se colige que hay algún preservativo que defiende del fuego por muy breve espacio al Saludador que entra en el horno. Dice que habiendo entrado uno, otro hombre cerró la puerta del horno, y abriéndole algún tiempo después le hallaron quemado. Aquel infeliz parece se había metido en el fuego, debajo de la esperanza de salir muy presto de él, y confiado en alguna untura que hubiese experimentado eficaz para su defensa por un brevísimo tiempo: lo que se le frustró por la cruel temeridad del asistente. Sea lo que se fuere de este caso, o de otros que se cuentan, vuelvo a decir, que en cualquier experiencia en que el Saludador resistiere el fuego más de lo que permiten todas las fuerzas de la naturaleza, se debe hacer juicio de que interviniese pacto con el demonio. Pero yo le hago de que nadie hasta ahora vió hacer sino las pruebas ordinarias de pisar la barra, y apagar la ascua con la lengua.

29. El pisar la barra del modo que yo, siendo muchacho, lo vi hacer a un Saludador, es cosa facilísima. Con guarnecer las plantas de los pies con cualquier pasta medianamente gruesa, pueden defenderse del fuego aquel breve tiempo que pisan la barra. Mucho más, si la pasta fuere de algunos ingredientes de especial virtud para resistir, o apagar el fuego; y mucho más aún si se añade el que tengan las plantas muy callosas, como es natural que lo procuren, y fácil que lo logren.

{(a) 1. El P. Regnault en el tom. 2. de sus Coloquios Físicos, coloq. 6 dice que los que toman por oficio manejar el fuego, y tenerle en la boca, usan algunas veces de una mezcla de partes iguales de espíritu de azufre, sal amoniaco, esencia de romero, y zumo de cebolla. Refiere también en una nota, puesta al pie de la página, que Richarson, Quimista Inglés, tenía mucho tiempo en la mano un hierro encendido, y sobre la lengua una ascua, permitiendo se la soplasen con unos fuelles.

2. El Diccionario de Trevoux V. Feu, después de decir que en París los años pasados se vieron algunos Charlatanes que comían el fuego, le pisaban, y lavaban las manos con plomo derretido, añade, [15] que el más famoso fue el Inglés Richarson, de quien acabamos de hablar; y que su secreto consistía en un puro espíritu de azufre, con que se fregaban bien las partes que habían de resistir al fuego; porque este espíritu cauteriza de tal modo la piel, que la deja insensible a las violencias de aquel elemento.

3. Pero Dionisio Dodart, Médico Parisiense, que vió hacer sus habilidades a Richarson, en una Carta impresa en el tom. 10. de la Historia de la Academia Real de las Ciencias de Du-Hamel, pretende que sin secreto alguno, por mera habituación, junta con algunas advertencias precautorias, dictadas ya por la experiencia, ya por la razón, podía hacer todo lo que hacía: en comprobación de lo cual trae varias cosas. Lo más fuerte son varios ejemplos de obreros que usan del fuego en sus oficios, como Herreros, Cocineros, Vidrieros, Plomeros, entre quienes se han visto, y ven muchos que hacían tanto, y más que Richarson. Es cosa, dice, muy ordinaria en los Cocineros sacar con la mano un pedazo de carne de la olla hirviendo, y un huevo de la agua en que se cuece. Los que trabajan en plomo sacan a veces del hondo del vaso donde está el metal fundido, una moneda que echan en él los que gustan de verles hacer esta prueba. Añade, que esto es vió muchas veces en los Jardines de Versalles, y de Chantilli. Los Fundidores de caracteres de Imprenta tocan libremente el metal fundido, como esté bien líquido, lo que no se atreven a hacer cuando empieza a fijarse. Los Oficiales de las Herrerías hacen a veces ostentación de tomar en la mano un pedazo de hierro fundido. Dice el mismo Dodart, que una persona de calidad le aseguró haber visto en Polonia un Herrero pisar a pies desnudos una barra de hierro de una a otra punta. Otros experimentos semejantes refiere; y lo que filosofa sobre ello es, que la habituación al manejo del fuego pone el cutis calloso, y deseca los nervios hasta el punto de dejarlos insensibles.}

30. Que usan de alguna pasta, me lo persuaden dos experiencias que oí a testigos de vista. La primera fue de un amigo mío, nada preocupado de la opinión del vulgo, el cual en ocasión de ofrecerse un Saludador a pisar la barra ardiendo, le apostó dos reales de a ocho a que no lo hacía, como le permitiese lavarle antes las plantas de los pies a su gusto. De hecho el Saludador retrocedió, negándose a la prueba con frívolas excusas: con que ninguno de los que estaban presentes dudó de que traía algún defensivo en las plantas. [16]

31. La segunda experiencia no es menos eficaz para probar el asunto. Informándome yo con la mayor exactitud sobre la prueba de pasar la barra encendida, que hizo un Saludador forastero pocos años há en un Lugar de Villaviciosa, distante siete leguas de esta Ciudad de Oviedo, para deducir de sus circunstancias qué juicio se debía hacer, me dijeron algunos de los que se hallaron presentes, que al tiempo de poner los pies en la barra, se sentía bastante estridor, y levantaba mucho humo, el cual se experimentaba extraordinariamente hediondo. De aquí colegí firmemente dos cosas. La primera, que el fuego verdaderamente ejercía su actividad en el cuerpo que tocaba inmediatamente, de que son indicios manifiestos el estridor, y el humo, los cuales resultan de la acción de quemarse alguna cosa, especialmente si es húmeda. Colegí lo segundo, que lo que se quemaba no era la carne, o callos del Saludador: pues éstos no habían de levantar mucho humo, ni el humo sería de hediondez extraordinaria, sino alguna pasta sobreañadida.

32. En uno de los tomos de la República de las letras leí no sé qué composición de masa de muy especial eficacia para apagar prontamente el fuego, en la cual tengo especie entraba un ingrediente muy fétido: No me acuerdo cuál era, ni en cuál de los tomos hallé esta noticia; y no es razón repasar ahora cincuenta y cinco libros para especificarla. Puede ser que aquel Saludador supiese este mismo secreto, y otros sepan otro, o acaso este mismo.

33. En cuanto a apagar con la lengua la brasa, no tengo por muy difícil salvar la apariencia. Teniendo la boca bien húmeda, acercando la lengua a la brasa, en ademán de lamerla, pero sin tocarla efectivamente, y arrojando el aliento hacia la brasa siempre que se hace el ademán de tocarla, me parece que el copioso, y denso vapor que sale de la boca, la humedecerá de modo, que a breve rato se apague. Donde se debe notar también, que la respiración arrojada hacia la brasa, impele a la parte [17] opuesta la actividad del fuego, de modo que no ofende la lengua, aunque se acerque mucho a él. Cualquiera podrá experimentar, que cuando se están soplando unas ascuas, por la parte donde se impele el aire se puede acercar más la mano que cesando el soplo. Sin embargo, he oído decir, que tal vez de esta acción de lamer la brasa sacan los Saludadores sus ampollas en la lengua.


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§. VII

34. Yo no pretendo que todo lo que llevo dicho se reciba como una sentencia definitiva, dada en juicio contradictorio; sí sólo que sirva de precaución para no creer a los Saludadores de ligero, y para que se hagan los experimentos de su ostentada virtud con rigor, de modo que no haya lugar a alguna falacia. Posible es que entre millares haya alguno que tenga gracia gratis data curativa de la rabia, u otra enfermedad; pero esto no se ha de creer a menos que lo acrediten los efectos de la curación, y la vida ejemplar del sujeto. Asimismo es posible que alguno cure por pacto con el demonio; pero tampoco se ha de creer esto de alguno en particular, sin motivos concluyentes. Puede formarse este juicio por el motivo que hemos expresado arriba, del que hiciere rigurosamente, y sin falacia la prueba del fuego; y también del que con sus deprecaciones matare algún hombre deplorado por la rabia: porque ésta es acción moralmente pecaminosa, la cual por consiguiente no puede venir de gracia gratis data.

35. Aquí me pareció advertir también, que es posible, que tal cual Saludador, a vueltas de sus deprecaciones, y soplos aplique algún remedio natural a la llaga, de los cuales se hallan algunos en los libros de Medicina que tratan de la hidrofobia.

36. Advierto últimamente, que no hay cosa más ridícula, ni más vana, que atribuir, como atribuye el vulgo, virtud curativa de la rabia, u de los lamparones, a los que nacen después de otros seis hermanos varones, sin [18] interrumpirse esta serie de generaciones con alguna hembra. En este Principado conocí dos de éstos, y conozco también una señorita enferma de lamparones, a quien tocaron, y bendijeron los dos, sin embargo de lo cual se quedó con su enfermedad, y aun se la fue agravando después. Esto lo deben estorbar los Magistrados Eclesiásticos, y Seculares: porque si no curan, (como es cierto que no curan) es embuste; y si curan, interviene pacto implícito: siendo claro, que aquella circunstancia no tiene proporción alguna, para que a ella esté vinculada virtud ninguna curativa, ni natural, ni milagrosa. Y de este sentir son los Teólogos que tocan este punto.

37. Estando para concluir este Discurso vino a visitarme el Padre Maestro Fr. Bernabé de Uceda, de la Religión Seráfica, sujeto a quien profeso singular amor, y veneración, por su discreción, sabiduría, y virtud ejemplar, cuyos talentos aprovecha más há de treinta años, con gran beneficio de este País, en el Apostólico ejercicio de Misionero. Como este docto Religioso, a causa de su ministerio, ejercitado por tantos años, tiene adquirido un gran conocimiento práctico del mundo, quise saber su sentir en orden a los Saludadores. Respondióme abiertamente, que había conocido a muchos, y todos patarateros. Añadió luego, que Saludadores, y Duendes corrían parejas, porque nunca había hallado verdad alguna ni en uno, ni en otro, y que de los Energúmenos casi podía decir lo mismo; siendo cierto que para uno que hay verdadero, llegan a millares los fingidos. En el Discurso Cuarto de este libro se verá que no hay más probabilidad en la existencia de los Duendes, que en la virtud de los Saludadores.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo tercero (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 1-18.}


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