La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Teatro crítico universal / Tomo cuarto
Discurso once

Nuevo caso de conciencia


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§. I

1. La falta de advertencia, ó sobra de ignorancia, aún en lo que más importa, es en el mundo, mucbo mayor de lo que comúnmente se piensa. No sólo los Bárbaros, los estúpidos, la gente del campo, los que no han tenido estudio alguno ignora, ó dejan de advertir verdades pertenecientes a la seguridad de su conciencia que muestra la luz de la razón a la primera ojeada; mas aún muchos que tratan con gente docta, muchos que son tenidos por discretos, muchos que revuelven libros, muchos (digámoslo de una vez) que no sólo los leen, mas también los escriben. Por desterrar esta ignorancia en un caso particular de conciencia que ocurre frecuentemente en la práctica, atendiendo juntamente por otra parte a la utilidad pública, me he movido a escribir este Discurso; en que se manifestará un error muy craso, y tan común que alcanza, como acabamos de insinuar, a algunos, aunque pocos Escritores de libros.

2. Es inconcuso entre los Teólogos morales, y dictado [293] por la razón natural, que el que vende cualquiera cosa, ocultando algún vicio ó defecto notable de lo que vende, peca gravemente (si la cantidad es bastante a constituir pecado grave de hurto), y queda obligado a restituir. ¿Qué hombre de razón ignora esta regla? Tomada así en general, nadie; pero aplicada a una particular materia, digo que la ignoran, ó no hacen reflexión sobre ella algunos Escritores de libros.

3. Son los libros alhajas precio estimables, en quienes aún supuesta la igualdad de volumen y calidad de letra y papel, cabe ser muy desigual el valor intrínseco. Hay libros excelentes, libros medianos, y libros ruines. Hay libros muy útiles, libros algo útiles, y libros totalmente inútiles no se vaya descendiendo por innumerables grados distintos, a quienes corresponden asimismo distintos precios. También se debe advertir, que la utilidad de los libros, para el efecto de reglar los precios, no se mide por la mayor ó menor importancia del fin a que sirve su lectura, sino por la mayor ó menor conducencia al fin, para el cual, hay duda, que para el bien del alma, que es el de suprema importancia, más conduce cualquier pequeño libro que contenga cuatro instrucciones morales, que cuanto escribieron todos los Historiadores, y Poetas profanos. Sin embargo a aquel corresponde un precio bajísimo, y los escritos de estotros valen inmenso dinero. Los Diálogos de Luciano no sólo son inútiles para reglar las costumbres, pero pueden ser nocivos. Con todo son de mucho valor intrínseco respectivamente a su volumen; porque en ellos no se busca el aprovechamiento del espíritu, sino el deleite que produce el gracejo, el cual es supremo en aquel Autor impío. Lo mismo decimos del lascivo Catulo, del torpísimo Petronio. Es precioso aquel por el primor del verso, este por la pureza y delicadeza del estilo. Para eso los compra el que los compra. [294]


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§. II

4. Mucho tiempo ha que resuena por todas partes la justa queja, de que la invención de la Imprenta llenó el mundo de malos libros. Antes, como era tan costoso copiarlos, sólo se trasladaban aquellos que por el juicio de los inteligentes estaban bien calificados. Esta dificultad contenía también a los Escritores; porque los que no se consideraban con los talentos necesarios para serlo, no tomaban la penosa tarea de escribir libros, previendo que sobre no producirles fruto alguno, luego habían de ser sepultados en el olvido. Hoy, que se sacan mil copias en menos tiempo que antes una, y están esparcidas antes que el público haya hecho juicio de la calidad del libro, cualquiera se mete a Escritor, sobre seguro de extender su nombre por todo un Reino, y con la esperanza de adquirir con infinitos ignorantes utilidad y aplauso. De aquí viene la inmensa copia de Autores, los cuales (usando de las palabras de Erasmo): Implent mundum libellis, non jam dicam nugalibus, quales ego forsitan scribo; sed ineptis, indoctis, maledicis, famosis, rabiosis,; & horum turba facit, ut frugiferis etiam libellis suus pereat fructus. (Erasm. in Proverbium festina lente)

5. No hay duda que muchos de estos, ó por total falta de conocimiento, ó por un grande exceso de amor propio, se imaginan que son muy buenos sus escritos. Pero como no todos los padres están tan preocupados de la pasión, que les parezcan hermosos sus hijos cuando son feos, no faltan Escritores que conozcan las imperfecciones de sus obras; y que son a veces tan grandes, que las hacen indignas de la pública luz. Si se me opusiere, que faltándoles el discurso necesario para escribir con acierto, también les faltará para conocer los defectos de lo que escriben: respondo, que para lo segundo se necesita mucho menos talento que para lo primero. Un Pintor, aunque sea de los más inhábiles, conoce los defectos de esta pintura, y los primores de aquella, sin que por eso acierte a evitar estos defectos, ni imitar aquellos primores.


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§. III

6. Hablando, pues, de los que conocen los defectos de sus escritos, ve aquí que nos hallamos en el caso propuesto. Un Escritor inhábil, destituido de ingenio, estilo, y erudición, imprime un libro inútil y le expone en venta pública, señalando el precio a proporción del volumen, igual aquel por lo común al precio en que se vende el libro más excelente, salvo que este haya venido de las Naciones extranjeras. Digo, que peca gravemente, y está obligado a la restitución. La razón es clara; porque el libro (como suponemos) tiene defectos notables, los cuales el Autor no sólo no manifiesta, antes positivamente los oculta, pidiendo por él el precio correspondiente a un libro bueno: luego por la regla propuesta arriba peca gravemente, y está obligado a restituir.

7. Responderáse acaso, que los defectos del libro no son ocultos sino manifiestos, pues se conocen pasando por él los ojos; y así no está el Escritor obligado a decirlos. Pero contra esta respuesta está lo primero, que al comprador no le dejan leer el libro antes de comprále, sino una u otra plana; y para enterarse de los defectos que tiene sería menester leerlo todo; y aún sucede, que no basta leerlo una vez sola. Lo segundo, que muchos, y los más que compran libros, no son capaces de conocer su valor; y así a cada paso oímos celebrar como excelentes, algunos libros muy despreciables.

8. Responderáse lo segundo, que es lícito vender cualquiera género en el precio tasado por el Príncipe: por consiguiente será lícito vender el libro según la tasa que en nombre del Príncipe puso el Real Consejo. Ni esta solución aprovecha, porque la tasa del Príncipe supone la bondad, y pureza del género: por esto aunque el Príncipe tase el trigo a veinte reales, el que vendiere a aquella tasa el trigo viciado ó mezclado con tierra, no dejará de pecar gravemente, y quedará obligado a restituir.

9. Responderáse lo tercero, que para eso antes de imprimir [296] interviene el examen de los Censores deputados por el Consejo, y el Ordinario, los cuales cuando aprueban el libro, le califican por bueno. Este efugio no es menos vano que los antecedentes; porque los Censores no aprueban el libro, sino respectivamente a que no contiene cosa alguna contra las Regalías del Príncipe, ó contra la Fe, y buenas costumbres; lo cual no prohibe que en otros asuntos esté atestado de disparates. Ni el que los Censores frecuentemente aplaudan el libro en un todo, debe hacer fuerza a nadie: ya que esto se tiene por una especie de urbanidad precisa: ya porque para aprobar la obra en lo que no conduce a los expresados capítulos, no tienen comisión ni más autoridad que otro cualquier particular: ya porque frecuentemente sucede que los Censores no han tenido estudio alguno sobre las materias que contiene el libro: ya en fin, porque sería trabajosísimo el examen que es necesario para hacer concepto cabal de un libro; pues siendo uno de sus mayores defectos, ó el mayor de todos, la falta de fidelidad ó legalidad en alegaciones ó citas, se vería precisado el Censor a la insufrible tarea de revolver infinitos libros, y examinar con gran reflexión el contexto. ¿Y cuántas veces no hallaría los libros, por más que los buscase, ni en su librería, ni en las ajenas?

10. Es, pues, indubitable, que ni la tasa del Consejo, ni la aprobación de los Censores regula el precio del libro; y así esto queda a cuenta de la conciencia del que lo vende. Aunque se debe advertir, que la tasa del Consejo obliga a que no se venda sobre el precio señalado; pero se deberá rebajar de este cuanto correspondiere a la inferioridad de su valor intrínseco. Tal también puede ser el libro, y tales son algunos, que se debe rebajar todo; esto es, que no se puede recibir por ellos precio alguno, por ser del todo inútiles en orden al fin para que se compran.


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§. IV

11. Aún no lo dije todo. Puede suceder que el que vende el libro, no sólo quede obligado a restituir [297] todo su importe, pero mucho más, si la restitución es posible. La razón es clara; porque puede ser el libro, no sólo totalmente inútil, sino nocivo; en cuyo caso resulta de parte del vendedor la obligación, no sólo de restituir todo el precio recibido, mas también de resarcir el daño que ha causado, como es doctrina de los Teólogos con Santo Tomás, 2, 2, quaest. 77, art. 3, hablando en términos generales.

12. Que hay libros, no sólo inútiles sino nocivos en todo género de materias, es fácil de demostrar. Cualquier error en materia práctica que se persuada en un libro, es pernicioso. En Teología Moral (pongo por ejemplo) es perjudicial a la conciencia: en Medicina a la salud: en Jurisprudencia a la hacienda: en el Arte militar puede destruir un Ejército: en la Náutica una Armada: en Agricultura una cosecha; así de todo lo demás. Esto es claro; pero aún en materias puramente teóricas ocasionan sus daños los malos libros. Hagamos manifiesto esto con un ejemplo.

13. Sea un libro que no contiene sino especies históricas, pero que refiere como verdades algunas fábulas, y no es legal en las citas. Cómprale un hombre de corta erudición, el cual cree que todo lo que refiere es verdad, y que los Autores que cita, dicen puntualmente aquello para que los alega. Sucede después, que en una conversación, ó en un escrito usa de aquellas especies, y cita los mismos Autores que halló citados: lo que resultará de aquí es, que los que ignoran con buena fe bebió en una fuente viciada, le tengan por mentiroso y falsario; y los que lo saben le juzguen nimiamente crédulo, que es lo mismo que mentecato. Conque el que le vendió el libro, no sólo le hizo la injuria de llevarle el dinero mal llevado, mas también la de arriesgar su crédito. ¿Es por ventura metafísico este caso? Tan físico y tan práctico es, que está sucediendo cada día.


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§. V

14. A la verdad yo no extraño los yerros involuntarios que se estampan, por muchos que sean. [298] Hay sujetos de tan angosto espíritu, que no sólo no son hábiles para escribir, pero ni aún conocen su inhabilidad. A estos debemos tolerarlos caritativamente, porque proceden con buena fe. Hay otros, que no dejan de conocer que les falta, ó genio ó erudición, ó uno y otro para sacar una obra al público; los cuales, sin embargo de advertir el corto mérito de sus producciones, y que careciendo ellos de los talentos necesarios, no pueden ellas menos de ser muy defectuosas, las venden si pueden, al precio correspondiente a los mejores libros. Estos pecan gravemente, como se ha probado, y están obligados a restituir, ó la parte del precio que excede del valor intrinseco del libro, ó todo el precio, si el libro es totalmente inútil; ó además de restituir el precio resarcir el daño, si el libro es nocivo.

15. Pero los peores de todos son aquellos que con total voluntariedad y conocimiento llenan un Escrito de defectos notables, como son razonamientos sofisticos, noticias fabulosas, citas falsas. ¿Y es posible, que haya genios de tan mal temple en la República literaria? Y como que los hay. Dios nos libre de que uno que no tiene talentos para Escritor, quiera acreditarse de tal. El medio que elige, es impugnar a algún Autor conocido, y que ha adquirido alguna fama. Pónese a escribir sobre este asunto; y para llenar un librito, ó un cuaderno no hay inepcia, fruslería, ni puerilidad que no acumule. Introduce en vez de argumentos, trampantojos. Tuerce el sentido a las cláusulas del Autor que impugna. Mete las noticias que le hacen al caso, aunque no estén justificadas. Alega Autores, cuyo contexto no entendió, ó de intento ha querido viciar. Imprime esta bellísima obra: engalánansela con los perendengues que la ponen en cabeza y frente dos Aprobantes de su confidencia: que los que escriben en la Corte fácilmente logran este amaño, solicitando la remisión para sujetos ó de inclusión suya, ó émulos del Autor impugnado, y a quienes ya de antemano mostró la obra. Para añadirla el sonsonete de unas coplillas donde se diga que es un Sol, un Fénix, &c. no faltan dos Versistas mendicantes que están rabiando por [299] ver impresos, a costa ajena sus décimas y sonetos. Adornado de este modo su librejo, le saca al público, y le vende como puede.

16. ¡Válgame Dios, y cuántos daños hace este hombre! Sácales inicuamente el dinero a muchos pobres que piensan hallar en aquel libro la piedra Filosofal, y sólo encuentran después, como los Alquimistas, ceniza y carbón. Hace de más a más, que sean tenidos por unos mentecatos, cuando llega la ocasión de que delante de gente erudita vierten como suyo, ó aplauden como ajeno lo que leyeron en el libro. Dejo aparte la injuria que hacen al Autor que impugnan, cuando procuran desacreditarle contra lo mismo que sienten. ¿Contra lo mismo que sienten? ¿Puede creerse, que suceda esto alguna vez? ¿Será juicio temerario? No, sino palpable experiencia. Pudieran señalarse casos, y pruebas.

17.No dudo que entre los Escritores ineptos es grande el número de los que, con error invencible, tienen buena opinión de sí mismos, y de sus obras. Dichosos hombres por cierto, faelices errore suo, como nunca llegue a ellos el desengaño; pero si viene, aunque tarde, son harto dignos de compasión, porque al mismo tiempo que despiertan de tan dulce sueño, carga sobre su conciencia un peso intolerable. Obraron con buena fe el vender sus Obras, y así no pecaron entonces; pero al punto que conocen su poco ó ningún valor, están obligados a restituir. Esta también es doctrina común. Si el vendedor (dice Santo Tomás, 2, 2, quaest. 77, art. 2) ignora los defectos de la cosa que vende, no peca cuando vende, porque sólo comete injusticia material; pero luego que lleguen a su noticia, está obligado a compensar el daño (esto es restituir) al comprador.

18. El caso del desengaño es corriente, cuando el Escritor, después de vendidos algunos ó todos los ejemplares de su Obra, ve la desestimación que hacen de ella los hombres de erudición y capacidad. Lo mismo digo cuando por escrito, ó de palabra se le han manifestado con evidencia los errores ó defectos de ella; y aunque [300] esté tan encaprichado de su mérito, ó tan ciego del amor propio, que no por eso desista del errado concepto que antes tenía, no por eso se exime de la obligación de restituir; porque en estos casos el error es vencible y culpable.


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§. VI

19. Hasta ahora hemos hablado del fraude que pueden padecer los compradores de libros en la calidad de ellos. Resta decir (usando de la división que hace Santo Tomás tratando en general de los defectos que hay en las ventas) del que pueden padecer en la cantidad y en la especie.

20. Un libro puede fingirse mayor de lo que es (esto es engañar en la cantidad), ó imprimiendo en papel basto y grueso, ó usando de caracteres de Imprenta muy crecidos; ó en fin, dejando los folios flojos y sin batir en la encuadernación. Estos dos últimos engaños son los que más frecuentemente se practican; y en el primero de los dos es donde más se interesan los Escritores: por una parte ahorran de trabajo, porque con poco manuscrito sacan un impreso de bastante cuerpo; y por otro ahorran de dinero, porque al Impresor pagan mucho menos por componer los moldes.

21. El engaño en la especie se comete cuando el contenido del libro no corresponde al asunto que en el título se propone. Esto puede ser en todo ó en parte: si es en el todo, está obligado el vendedor a restituir todo el precio; si en parte, puede ser esta tan pequeña que se repute por materia leve: siendo porción mayor, se debe por lo menos restituir la cantidad correspondiente a ella. La razón de todo esto es, porque se engaña al comprador en la especie del género que se vende. En el título le prometen un asunto, y en el cuerpo del libro le dan otro.

22. Hay muchos modos de engañar en los títulos de los libros. Señalaremos los tres principales. El primero es el que acaba de expresarse, cuando en ellos se finge asunto diferente del que se trata. En el libro Charlataneria [301] Eruditorum, se cuenta de un Médico de Lipsia, que sacó a luz un impreso con el título: Jus publicum. ¿Quién debajo de esta inscripción no esperaría un amplísimo Tratado de Jurisprudencia? Nada contenía el libro sino unas Conclusiones Médicas sobre el dolor de Cabeza. Y aunque también esto se expresaba en la frente del impreso como explicación del título, no obviaba el engaño, porque en las Gacetas suele ponerse el título a secas, sin el aditamento que le explica. No ha mucho tiempo que en Madrid se imprimió un libro con este gran título: Historia, ó Magia natural, ó Ciencia de Filosofía oculta, con nuevas noticias de los más profundos misterios y secretos del Universo visible, &c. ¡Qué brindis tan eficaz para que los curiosos acudiesen como moscas! Sin embargo, no hay cosa en todo el libro que no sea comunísima, y se encuentre en otros infinitos. Lo principal es, que apenas se halla en él cosa que corresponda al título. Divídese en seis Tratados: en el primero se dice algo, y eso poco, de la Magia en común: en el segundo se trata de la tierra, de su magnitud, división de las Regiones tenidas por inhabitables, &c. en el tercero, del Paraíso Terrenal: en el cuarto, de la tierra: en el quinto, de los campos, valles, y bosques de la tierra: en el sexto y último, de los metales, y algunas piedras de la tierra. ¡Qué contentos quedarían después de la lectura los que le habían comprado debajo de la esperanza de hallar en él arcanos inauditos para ejecutar mil cosas prodigiosas!

23. El segundo modo de engañar es poner títulos vagos que no determinan el asunto, ó suenan comprender mucho más de lo que realmente se trata en el libro. Habrá año y medio que salió a la luz un pequeño impreso, cuyo título se puso así en la Gaceta: Juicio particular sobre el Juicio Universal. ¿Quién adivinaría por la inscripción qué materia se trataba en él? Unos juzgaban que tenía por objeto el discretísimo Tratado del Juicio final, sobre la Astrología judiciaria que escribió el Doctor Martínez: otros, que era algún discurso místico sobre uno de los [302] cuatro Novísimos: otros suspendían el juicio, y nadie daba en el intento del Autor. ¿Qué mucho, si lo que contenía el impreso era precisamente la impugnación de una máxima, estampada en el segundo Tomo del Teatro Crítico, envuelta en algunos dicterios contra su Autor? No debió dar lumbre esta inscripción a secas; y así, dentro de pocos días se repitió en la Gaceta el llamamiento, con la adición de contra el Teatro Crítico Universal. Este es el anzuelo literario de esta Era. El que no puede escribir otra cosa, ó aunque estuviese escribiendo toda la vida no ganaría un cuarto, con hacer que suene que su obra es contra el Teatro Crítico, vende a buen precio cualesquiera porque la expresión general de ser aquel impreso contra el Teatro Crítico significaba una impugnación común contra el contenido de los dos libros, que ya habían salido a luz; siendo así que todo lo que se impugna en aquel escrito no ocupa media plana en el segundo Tomo.

24. Pareció después el Belerofonte literario, título altisonante, inscripción horrísona, que puede espantar los niños, mejor que el coco y la marimanta. ¿Y qué había debajo de tan portentoso epígrafe? No más que una querellita con un Médico de Córdoba, por quítame allá esas pajas.

25. El tercer modo de engañar con los títulos es formarlos de modo que aunque en alguna manera expresan el asunto, pero le expresan con un género de magnificencia fastuosa, que da una grande idea de la Obra; como la Arte universal de Raimundo Lulio: Crisol de la Teología Moral: Farol de las Ciencias: Prodromo de todas las Ciencias, y Artes: Cirugía infalible: Teatro Délfico contra el Teatro Crítico: Antiteatro, y otros innumerables. Comúnmente la grandeza afectada de los títulos se busca con estudio para despachar a sombra de ella los escritos más despreciables. ¿Pero qué otra cosa es esto, sino engañar al público en materia grave? Es, pues, sin duda, que todos estos llevan el dinero mal llevado, y quedan obligados estos llevan el dinero mal llevado, y quedan obligados estos llevan el dinero mal llevado, y quedan obligados a la restitución. No dudo que a todos, o los más que [303] hasta ahora cayeron en este defecto, les absuelve por lo menos de pecado grave su inadvertencia; pero no les absuelve de la obligación de restituir, siéndoles posible, después de intimada esta doctrina.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo cuarto (1730). Texto tomado de la edición de Madrid 1775 (por D. Blar Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 292-303.}


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