La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Teatro crítico universal / Tomo séptimo
Discurso octavo

Toro de S. Marcos


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§. I

1. Notorio es a toda España el culto (si se puede llamar culto), que al glorioso Evangelista S. Marcos se da en su día en algunos Lugares de Extremadura; aunque el modo con que se refiere es algo vario. Puede ser que la variedad no esté precisamente en la relación, sino en el hecho; esto es, que en diferentes Lugares de aquella Provincia, en orden a una, u otra circunstancia, sea la práctica diferente. Lo que comúnmente se dice es, que la Víspera de S. Marcos, los Mayordomos de una Cofradía instituida en obsequio del Santo, van al monte, donde está la vacada, y escogiendo con los ojos el Toro que les parece, le ponen el nombre de Marcos; y llamándole luego en nombre del Santo Evangelista, el Toro sale de la vacada, y olvidado, no sólo de su nativa ferocidad, mas aun al parecer de su esencial irracionalidad, los va siguiendo pacífico a la Iglesia, donde con la misma mansedumbre asiste a las Vísperas solemnes, y el día siguiente a la Misa, y Procesión, hasta que se acaban los Divinos Oficios; los cuales fenecidos, recobrando la fiereza, parte disparado al monte, sin que nadie ose ponérsele delante. Entretanto que está en la Iglesia, se deja manejar, y hacer halagos de todo [201] el mundo, y las mujeres suelen ponerle guirnaldas de flores, y roscas de pan en cabeza, y astas. Hay quienes dicen, que acabadas las Vísperas, se vuelve al monte, y el día siguiente vuelven por él para la Misa; pero la voz más común es, que no hace más que dos viajes, uno de ida, y otro de vuelta. A alguno, o algunos oí decir, que no el Mayordomo de la Cofradía, sino el Cura de la Parroquia, vestido, y acompañado en la forma misma, que cuando celebra los Oficios Divinos, va a buscar, y conjurar el Toro. También un testigo ocular me dijo, que en un caso en que él se halló presente, el Toro estaba recogido en un corral, y de allí fue a sacarle el Cura, vestido, y acompañado, como hemos dicho; aunque por más conjuros que hizo, el Toro no quiso obedecerle.

2. Para lo substancial del asunto, estas variedades son de ninguna importancia. El hecho de cualquier modo es prodigioso, y uno de los más aptos que pueden ocurrir, para excitar la doctrina de Teólogos, y Filósofos en el examen de la causa. Hasta ahora se miró esta cuestión como privativamente propia de la Teología; mas ya veremos, que también debe tener en ella su parte la Filosofía.


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§. II

3. En cuanto a la mansedumbre del Toro, tres inspecciones puede tener el hecho, según tres diferentes causas, que se pueden considerar influyen en él; la primera de milagroso, la segunda de supersticioso, la tercera de natural. Si Dios, en atención a los méritos del Evangelista, y ruegos de sus devotos por sí solo, sin interposición de alguna causa segunda, doméstica la fiera, es el suceso milagroso; si lo hace el demonio en virtud de pacto implícito, o explícito con los que intervienen en la obra, es supersticioso; si con algún medio, contenido en la esfera de la naturaleza, y proporcionado al efecto se logra éste, es natural.

4. Los que mantienen este rito, y los que habitan los lugares donde se mantiene, lo reputan, o quieren se repute milagroso. Alegan a este fin algunos prodigios, que Dios [202] repite anualmente para gloria suya, y honor de sus Santos, como la licuación de la Sangre de S. Jaunario, al ponerla presente a su Cabeza: lo que refiere S. Gregorio Turonense de una Iglesia de España, donde había una Piscina, que el día de Sábado Santo todos los años se llenaba milagrosamente de agua; y lo que se cuenta sucedía en la India, mientras estuvieron los naturales dentro del Gremio de la Iglesia, que todos los años en el día de Santo Tomás Apóstol tomaba el Sacerdote, que había de celebrar la Misa, un ramo de palma en la mano, el cual no sólo al momento florecía, mas también brotaba racimos de uvas, que en un instante maduraban, y de ellas exprimidas se sacaba el vino, que servía en el Sacrificio del Altar. Alegan también, como específicos para el asunto, el caso de Daniel, conservado sin lesión en el Lago de los Leones, por haberles Dios mitigado la ferocidad: y los muchos, que la Historia Eclesiástica refiere de amansarse las fieras más crueles a la vista de los Mártires, que los Gentiles exponían a su furor, para que los despedazasen.

5. A estos ejemplos, y otros semejantes, que comúnmente se citan a favor de aquel rito, añadiremos aquí otro caso sin comparación más propio; y tanto, que se puede decir idéntico con el de la cuestión. Refiérelo nuestro Cronista el Maestro Yepes en la Centuria tercera de su Crónica al año de Cristo 715, escribiendo la vida de S. Juan, Monje Benedictino del Monasterio de Santa Hilda en Inglaterra, y Arzobispo de York. Dice, que todos los años, para celebrar la fiesta de este Santo, buscaban los naturales los Toros más feroces que podían hallarse, los cuales atados con fuertes maromas, llevaban a la Iglesia donde estaba su sepulcro. Allí les quitaban las prisiones, y todos quedaban mansos como ovejas.


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§. III

6. No tengo noticia de otros Autores, que hayan tocado esta cuestión, más que el Maestro Fr. Juan de Santo Tomás, Tomo VI, quaest. 7, Expositiva: los PP. Salmanticenses, Tomo V, Curs. Moral, tract. 21, cap. 11, [203] puntc. 12: el P. Tomás Hurtado, Tomo I, Resolut. Moral, tract. 5, cap. 4, resolut. 26, y muy de paso el P. Carlos Casnedi de la Compañía de Jesús en el Tomo V de su Crisis Teológica, disp. 13, sect. 1, §. 3, núm. 35.

{(a) A los Autores citados en este número, que tocaron la cuestión del Toro de S. Marcos, añadimos ahora al P. Leandro, citado por Gobat, tom. 3, núm. 953, el cual (Leandro digo) condena como supersticiosa aquella práctica, aunque añade, que a los que ejercen aquel rito, excusa de pecado mortal la buena fe, y la tolerancia de los Párrocos.

Con todo, nos mantenemos en la opinión, que hemos estampado de que en aquella obra, ni interviene milagro, ni pacto diabólico, sí que es puramente natural. Y nos confirman en esta opinión dos reglas, que entre otras da el P. Gobat, siguiendo a otros Autores, para distinguir las cosas, que son efectos de la Naturaleza: los que son de Dios obrando milagrosamente; y los que son del demonio. La primera regla (cuarta en la serie de las que propone el P. Gobat) es, que cuando hay duda si el efecto producido proviene de causa natural, o de causa demoníaca, o mágica, antes se ha de adscribir a aquélla, que a ésta. La segunda (quinta en la serie de Gobat) que cuando hay duda si algún efecto proviene de Dios, o del demonio, antes se ha de presumir que es del demonio, que de Dios; sino en caso, que la gran santidad del operante, u otros urgentísimos indicios, persuadan lo contrario.

De la combinación de las dos reglas resulta necesariamente, que si el caso es dudoso hacia todas tres partes; esto es, se puede dudar si el efecto es de Dios, o del demonio, o de causa natural, se debe atribuir antes a esta última, que a la primera, ni a la segunda. Este es el caso del Toro de San Marcos.

No me parece importuno noticiar aquí lo que me escribió el Reverendísimo P. José Francisco de Isla; de la Compañía de Jesús, siendo Predicador del Colegio de Santiago; esto es, que hallándose en conversación con el Ilustrísimo Señor D. José de Yermo, Arzobispo entonces de aquella Metrópoli, poco después de haber salido a luz mi séptimo tomo, y haberle leído su Ilustrísima, este Prelado aprobando mi impugnación del rito del Toro de S. Marcos, le añadió: Que siendo él Obispo de Avila, los habitadores de un Pueblo de aquella Diócesis habían querido introducir en él la solemnidad del Toro el día de aquel Santo Evangelista, y su Ilustrísima se lo prohibió.

La tolerancia de otros Prelados nada prueba a favor de aquel rito; pues en varios casos dicta la prudencia permitir algunas cosas absurdas, por evitar mayores inconvenientes: y es natural se encontrasen éstos en el empeño de retraer al Pueblo de la continuación de un rito, que [204] contempla como canonizado por la antigüedad de la costumbre; y que por consiguiente acaso miraría la prohibición como un injusto atropellamiento de su derecho posesorio.}

7. El Maestro Santo Tomás, alta, y resueltamente pronuncia, que aquel rito es supersticioso. Efecto (dice) es de encantamiento aquella mansedumbre del Toro: religión supersticiosa, que no se debe aprobar, sino improbar. No es culto de la piedad cristiana, sino abuso de superstición execrable, que en algunos será acaso por su ignorancia redimible; mas en aquellos, a quienes no excusa la ignorancia absolutamente intolerable.

8. Pruébalo este gran Teólogo; lo primero, por el modo, y práctica del rito. Elegir el Toro, que se ha de conducir, ponerle el nombre de Marcos, llamarle con este nombre, todo suena a superstición, y todo está muy lejos de la gravedad, y majestad propia de los prodigios Divinos, o verdaderos milagros. Lo segundo, por la inconducencia para los fines que Dios se propone en la ejecución de los milagros verdaderos, que son la confirmación de la Fe, o la recomendación de la santidad de alguna persona. Nada de esto interviene en el caso de la cuestión. La Fe está altísimamente radicada en aquellos Pueblos donde hay esta práctica; y por otra parte nunca se dice, que por los méritos, o súplicas de alguna persona de señalada virtud amanse Dios la fiera, sino que de parte de los hombres precisamente precede el ceremonial establecido. Lo tercero, por el inconveniente de la resulta. Dios no hace, y mucho menos continúa los prodigios, que bien lejos de promover su gloria, sirven al estorbo, y profanación del culto divino. Esto resulta de la introducción del Toro en el Templo, y asistencia en él mientras duran los Divinos Oficios. La gente mira más al Toro, que al Sacerdote, y Altar: o por mejor decir, en el Toro pone toda la atención: muchachos, y muchachas están en continuados juguetes con él: con esta ocasión, todo el Templo incesantemente resuena con risadas; y no pocas veces el Sagrado pavimento se ensucia con las inmundicias del bruto.

9. Ultimamente (y es la prueba más fuerte) alego un [205] Rescripto del Papa Clemente VIII al Obispo Civitatense, que le había consultado sobre este rito, con el motivo de estar comprehendidos en su Diócesis algunos de los Lugares donde se celebraba la fiesta de S. Marcos en el modo dicho. El tenor del Rescripto es como se sigue:

10. Venerabilis Frater, exponi nobis nuper fecisti, apud nonnullos istius Dioecesis Civitatensis Populos inolevisse abusum quemdam in festo Sancti Marci Evangelista, quo die Taurus quidam ferocissimus publice ad Missam, & Processionem a vicinis perducitur, Marci nomine, candelam, & panem in cornu gestans, magno sane cum divini honoris, & animarum periculo, cum ipsemet belluae a foeminis presertim, ac reliqua Vulgi multitudine, quasi e Coelo a Deo, vel a Sancto Marco ad Processionem Missae, veneratio, ac Divinus Cultus tribuatur. Ad quod periculum, quoniam haec scandala atque incommoda accedunt, primum Gentilica illa superstitio affinis, ac simillima Idololatriae, deinde etiam mortis discrimen, tum divinae virtutis, ac miraculi cujusdam eflagitatio in mansuefaciendo animali natura sua feroci, praeter foedissimas Templorum conspurcationes, turbarumque inter Divina Officia excitationes, & risus per omnia Ecclesiarum loca disolutos. Tu propterea pro tua in Deum pietate, ac Pastorali vigilantia abusum praedictum, tanquam a Religione Christiana alienum, tollere, atque abollere desideras. Sed cum homines illi plus nimio, & contra quam Christianos decet, nefandae superstitioni suae indulgentes, appellationibus, & inhibitionibus violenter se tueantur, ac defendant; nobis humiliter supplicari fecisti, ut in praemissis providere de benignitate Apostolica dignaremur. Nos igitur Fraternitatis tuae solertiam, & Religionem summopere in Domino commendantes, de Venerabilium Fratrum nostrorum sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalium Congregationis Sacrorum Rituum sententia, supradictum abusum, tanquam Ecclesiasticae pietati, necnon etiam Sacro Ritui adversantem, & detestabilem iis in Locis, in quae hujusque irrepsit, funditus tollendum atque abolendum esse statuimus, & ordinamus, ac Fraternitati tuae per praesentes committimus, ac mandamus, plenam, & amplam super hoc tibi facultatem concedentes, ut abusum praedictum ex onmibus, & quibuscumque Locis tuae Civitatensis Dioecesis, appositis juris, & facti remediis, aliisque Ecclesiasticis Censuris, & poenis tollere, [206] ac funditus abolere, omni, & quacumque oppositione, recursu, & inhibitione postpositis, & rejectis auctoritate nostra cures, & cum effectu. El Papa condena aquella práctica por los tres capítulos de Supersticiosa, de Escandalosa, y de Indecente. ¿Qué más se ha menester? Causa finita est, utinam finiatur error.


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§. IV

11. A los ejemplares propuestos a favor de la opinión benigna, es fácil la respuesta, diciendo, que aun permitido, que la semejanza material de aquellos casos al nuestro sea mucho mayor de lo que es, como el demonio es mono de la Deidad, y procura siempre para engañar a los hombres contrahacer los prodigios divinos, no es mucho que en sus obras se encuentre la semejanza dicha con los verdaderos milagros; pero quedando siempre por otra parte bastante distintivo para nuestro desengaño, ya en el modo, ya en el fin, ya en las resultas. Si el modo es indecoroso, o ridículo; si no aparece fin competente; si de la ejecución resulta indecencia, profanación de lo sagrado, o perjuicio al Culto Divino, resueltamente diremos, que la obra no es milagrosa, por más que mirada a bulto se parezca a otras que lo son. Todos estos caracteres hallamos en la fiesta del Toro de S. Marcos. Luego, &c.

12. Sólo de parte del fin se nos podrá replicar con el símil de la sangre de S. Januario. Ni allí interviene la recomendación de santidad excelente de alguna persona, ni la necesidad de confirmar la Fe en los ánimos de los espectadores, pues la Fe no menos radicada está en la Ciudad, o Reino de Nápoles, que en Pueblos de Extremadura, donde se hace la fiesta del Toro. Luego por dicho capítulo no se debe condenar esta práctica como supersticiosa.

13. Respondo lo primero, que acaso en el Reino de Nápoles hay alguna necesidad de aquel milagro. No se duda de que aquel Reino sea muy Católico; mas si en lo interior de sus individuos es tan general la verdadera creencia, [207] como en los de nuestra Extremadura, se puede dudar muy racionalmente. Sabido es el caso del Ateísta Lucilio (o como él se llamaba, Julio César Vannini) quemado como tal en Tolosa el año de 1619. Este impío era natural del Reino de Nápoles, y había estudiado en la misma Ciudad de Nápoles. No hacemos asunto de que haya un Ateísta en un Reino, para inferir la necesidad de confirmar en él la Fe con milagros; ni tomamos por ese lado la Historia del miserable Vannini, sino por la circunstancia de que, estando próximo al suplicio, confesó, que al mismo tiempo habían salido doce sujetos de Nápoles (el uno de ellos) a predicar furtiva, o cautelosamente el Ateísmo por toda Europa. En verdad, que si Nápoles dio de un golpe un Apostolado como éste, no parece que es ocioso en aquella Ciudad el milagro de la licuación de la sangre de S. Januario.

14. Respondo lo segundo, que la Ciudad de Nápoles, por su grandeza, por su opulencia, por ser una de los más nobles miembros del florentísimo Reino de Italia; y en fin, por el gran concurso de Extranjeros, que la frecuentan, está muy a la vista de todas las Provincias heréticas de Europa. Así el milagro, que todos los años se repite en ella, aun cuando respecto de los Naturales sea inconducente, se debe reputar absolutamente importantísimo, porque se extiende su noticia autenticada con la mayor certeza a toda Europa. Esta utilidad no podría resultar, ni esperarse de un milagro ejecutado en unos Lugares obscuros de Extremadura, donde sólo por un accidente arribará algún Hereje, en ocasión que sea testigo del prodigio.

15. Respondo lo tercero, que el hecho de la transitoria mansedumbre del Toro en cualquier Lugar (aun dentro de Londres, o de Amsterdam) sería inútil para confirmar la Fe; pues teniendo esa obra tantos visos de supersticiosa, hallarían los Herejes muy a mano la solución, para evadirse del argumento que con ese prodigio se les hiciese, diciendo, que no era prodigio Divino, sino diabólico. Ciertamente Dios nunca ha confirmado la Fe con milagros [208] equívocos, que no tienen más apariencia de ser efectos de su absoluto poder, que de serlo de la astucia diabólica, o de la industria humana.

16. Ultimamente respondo concediendo, que ocultársenos el fin, que Dios puede tener en la pacificación del Toro, no es por sí solo argumento suficiente para negar que sea milagrosa. ¿Cuántas veces, aun dentro de la esfera de la naturaleza, vemos los efectos, ignorando los fines? ¿Por qué no sucederá lo mismo en las obras milagrosas? Es sacrílega osadía del hombre presumir, que puede apurar todas las miras de la Providencia. Así este argumento se ha de tomar unido con las demás circunstancias. Las que intervienen en la pacificación del Toro, son de tal carácter, que aun cuando se pudiese discurrir un fin importantísimo en ella, nunca se debería tener por milagrosa. Poner a un bruto el nombre del Santo, es un abuso irreligioso sobre ridículo; la indecencia que resulta en el Templo, y turbación del Divino culto, es una profanación detestable. Así, aunque nos quieran decir los que mantienen ese rito, que de él resulta encenderse más la devoción del Santo, y que ése es el fin, que Dios mira en la ejecución del prodigio, es en vano; porque Dios no quiere, ni puede querer, que la devoción de un Santo se promueva por un medio en que interviniese la profanación de su nombre, de su Templo, y de su culto.

17. Acaso los defensores de la opinión benigna, ahora que les dimos noticia de lo que sucedía en el sepulcro de San Juan Arzobispo de York, harán más pie sobre este hecho, que sobre todos los demás, que hasta ahora se alegaban. En efecto, parece idéntico con el del Toro de San Marcos; y casi todo lo que se opone a éste, para reputarle supersticioso, se puede revolver contra aquél. Yo, hablando con franqueza, no hallaría inconveniente en decir lo mismo de uno, que de otro. ¿Qué aprobación Pontificia tiene a su favor el hecho de Inglaterra? ¿Qué consentimiento de la Iglesia Universal le patrocina? Pero la verdad es, que como sólo sabemos el suceso muy por mayor; ignorando [209] las circunstancias, no se puede formar juicio seguro. Acaso las imprecaciones, que precedían, eran en todo conforme a la pureza, y decoro de la Religión. Acaso se tomaban todas las precauciones necesarias, para que no se siguiese indecencia alguna en el Templo. Acaso importaría testificar con ese prodigio la santidad de aquel insigne Varón, no bastantemente conocida aun de aquellos Pueblos. Por consiguiente faltando en aquel caso todas las señas de supersticioso, se debe reputar milagroso: esto en caso de no ser puramente natural, sobre lo cual discurriremos abajo.


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§. V

18. Los PP. Salmanticenses siguen la sentencia del Maestro Santo Tomás, con no menos firmeza que él. Los fundamentos que alegan, son los mismos. Sólo añaden la noticia de dos circunstancias del hecho, que también exhalan un pestífero olor de superstición. La primera es, que a veces el Toro no obedece al llamamiento del Mayordomo de la Cofradía, en cuyo caso, los del Pueblo dan por sentado, que el Mayordomo es de prosapia Judaica. La segunda, que acabadas las Vísperas, conducen los Cofrades al Toro por las calles, y le hacen entrar en las casas del Lugar. Sucede, que el Toro resiste entrar en esta, o aquella casa, o porque ve algún objeto, que le espanta, o por capricho, originado de alguna, entre innumerables causas incógnitas, que pueden influir en ello; porque ¿quién averiguará la impresión, que el encuentro de varios objetos puede hacer en su imaginativa? Pronuncian luego, como si lo hubiesen oído a un Oráculo, que a aquella casa, o habitadores de ella, amenaza alguna próxima calamidad. ¿Cómo puede esto dejar de ser comprehendido en aquella especie de superstición, que llaman Observación vana los Teólogos?

19. A testigo ocular oí cosa semejante a lo que dicen los PP. Salmanticenses, del caso en que el Toro no obedece al Mayordomo de la Cofradía. En un lugar poco distante de Zamora, estaba el Toro en un corral, de donde fue a sacarle [210] el Cura revestido, y con todo el aparato de Iglesia (ya arriba advertí, que la práctica en diferentes Lugares es algo diferente); pero aunque le llamó repetidas veces con el nombre de Marcos, el Toro no respondió sino con bufidos, y ademanes de acometer. En fin, no siendo posible reducir el Toro a que fuese a gozar la fiesta, se levantó en el Pueblo el rumor, de que su resistencia provenía de que el Cura estaba en pecado mortal.

20. Diráseme acaso, que estas necias, y supersticiosas máximas del Vulgo son accidentales, y extrínsecas al hecho principal, y así puede éste ser milagroso, aunque el Vulgo peque, o delire en aquellas vanas observaciones. ¿Pero qué hombre prudente se acomodará a creer, que Dios todos los años, y en varios lugares, repite un milagro, de que el Vulgo tan torpemente abusa?


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§. VI

21. El P. Tomás Hurtado se esfuerza a justificar aquella práctica. Su fundamento único es, que la costumbre inmemorial de ella motiva una presunción legítima de que no es supersticiosa. Porque cómo es creíble, dice, que una práctica supersticiosa se conservase tanto tiempo en Pueblos Católicos, viéndolo los Prelados Eclesiásticos, tolerándolo los Señores Inquisidores? Hácese cargo del Breve de Clemente VIII, y procura quebrantar su fuerza, diciendo, que no fue expedido ex certa scientia, & motu proprio, sino en virtud de súplica, e informe del Obispo Civitatense, en cuya Diócesis acaso se practicaban los abusos, que expresa el Breve; y en fin, que sólo obligará éste en los Obispados donde está recibido.

22. Pero todo esto es flojísimo. Las presunciones fundadas en la tolerancia no han lugar, cuando las razones, que prueban ser la obra ilícita, son tan eficaces, como las propuestas. Los Superiores, y Jueces tienen a veces motivos muy poderosos para tolerar, y de hecho toleran prácticas, y usos de su naturaleza damnables, como veremos abajo, refiriendo el sentir del P. Casnedi. La fuerza del [211] Breve Pontificio por ninguna vía se puede eludir, por haber sido expedido por informe, y consulta del Obispo Civitatense; pues de ese modo no tendrían fuerza cuantos Rescriptos de Papas hay en el cuerpo del Derecho Canónico, los cuales no son otra cosa, que respuestas a consultas de varios Prelados, suponiendo el hecho en nada discrepante del informe de estos. No porque sólo en la Diócesis Civitatense hubiese los abusos, que expresa el Breve, pues es notorio, que los mismos hay en todos los Lugares donde está introducida la Fiesta del Toro de San Marcos. No, en fin, porque el Breve no esté admitido; porque la no admisión sólo despoja de su valor a los Decretos de mera Disciplina: mas en ningún modo a los Breves Doctrinales, y Dogmáticos, que declaran si tal acción es lícita, o ilícita, y así lo entienden todos los Teólogos, y Canonistas. Es claro, que si el Papa define, que una práctica es supersticiosa, el que sea la definición verdadera, no depende de que el Breve se admita, o no se admita; siendo verdadera, la práctica realmente será supersticiosa; y lo sería del mismo modo; aunque el Papa nunca lo definiese.

23. Acaso tuvo todo esto presente el P. Tomás Hurtado, al acabar de escribir sobre el punto; pues concluye diciendo, que en todo caso se ha de estar a la Decisión Pontificia; y que lo que él ha alegado a favor de aquella costumbre, sólo lo dijo con ánimo de disputar, no porque ésta sea sentencia: Cui {(a) Brev. Clem.} standum est sine tergiversatione: ex enim quae adduxi in confirmationem, & defensionem consuetudinis, disputandi gratia intelligantur. Así no se lisonjeen los que mantienen aquella práctica, de que tienen este Teólogo a su favor.


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§. VII

24. Finalmente el P. Casnedi, tratando el importante asunto de que la Iglesia, y sus Pastores lícita, y prudentemente toleran varios abusos, introducidos en algunos [212] Pueblos, entre los abusos tolerados señala el del Toro de San Marcos, diciendo, que aunque en España se permite, en otras Regiones se tiene por supersticioso. Esto es lo mismo que decir, que el dictamen común le juzga tal, y el Autor, sin la menor perplejidad, se agrega a él.

25. En efecto la tolerancia (único escudo con que se protege la costumbre del Toro de San Marcos) es una defensa tan débil, que al más leve impulso se hace pedazos. Son innumerables los ejemplares de abusos tolerados. El citado P. Casnedi refiere uno, cuya permisión debe admirar mucho más, que la del Toro de S. Marcos. En la Ciudad de Lisboa hay mucha devoción a S. Cornelio; pero en esta devoción se ha mezclado un culto irrisorio, supersticioso, sacrílego, y detestable. Este es la ofrenda de unos cuernecillos (supongo serán, ya de cera, ya de plata, &c. según la voluntad, y medios de cada uno, pues el Autor no expresa la materia), que le presentan al Santo Mártir los que en alguna necesidad imploran su auxilio. A que se añade la circunstancia agravante de estar el Pueblo en la persuasión, de que los que no ofrecen los cuernecillos, nada logran; pero los que hacen esta ofrenda, consiguen cuanto pretenden. Esto pasa, esto se tolera en Lisboa, un Pueblo tan numeroso de extremada policía, a la vista de un Arzobispo, de un Tribunal de Inquisición, de gran multitud de hombres doctos; en fin, como dice el P. Casnedi, a los ojos de todos: In oculis omnium. Habla el Autor de que lo sabía con toda certeza; porque aunque Milanés por nacimiento, vivió en Lisboa mucho tiempo: allí fue Calificador de la Suprema, y allí imprimió su Crisis Teológica el año de 1719. ¿Qué diremos a esto? Que la prudencia política no menos resplandece en lo que tolera, que en lo que corrige: y que no sólo la Providencia divina, mas también la humana tiene sus permisiones misteriosas, cuyos motivos son justos, pero arcanos. [213]


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§. VIII

26. Hemos propuesto lo que dicen sobre el asunto los cuatro Teólogos citados, y confirmado, o impugnado lo que nos pareció digno de confirmar, o impugnar en ellos. Pero después de visto, y considerado todo, hallamos, que los que hasta ahora controvirtieron esta materia, casi enteramente dejaron fuera de la cuestión una parte principalísima de ella, u omitido en el examen un punto dignísimo de examinarse. Ya arriba, núm. 2, advertimos, que hasta ahora se miró esta cuestión como privativamente propia de la Teología. En esto está el defecto de los que hasta ahora la trataron; porque, como también notamos en el mismo lugar, debe tener en ella su parte la Filosofía.

27. Explícome. La admirada mansedumbre del Toro de San Marcos sólo se ha mirado a dos luces. Unos la contemplan milagrosa, u obra inmediata del Altísimo, sin intervención de alguna causa segunda. Otros supersticiosa, u obra del demonio, mediante pacto implícito, o explícito. Uno, y otro pertenece a la Teología: falta mirar si puede ser natural, y esto es lo que toca a la Filosofía.

28. El Maestro Santo Tomás asomó a examinar este punto: asomó, digo, porque sobre tratarlo compendiariamente, sólo le tocó por la parte que a mi parecer menos importa, o que menos hace al caso. Sobre eso tiene el defecto de suponer el hecho con todas las circunstancias, que le adjudican los Naturales del País, que quieren que sea milagroso. Lo que este Autor inquiere es, si con la aplicación de alguna cosa natural, como piedra, o hierba, o licor, &c. se puede inducir aquella transitoria mansedumbre en el Toro: y resuelve, que no; no porque niegue, que haya tal virtud en algunas cosas naturales, sino porque en las circunstancias del hecho se hace manifiesto, dice, que no obra tal virtud natural. ¿Qué circunstancias son éstas? Dos: la una, que sólo en el día, o fiesta de San Marcos se puede amansar el Toro; y si fuese por causa natural, en [214] otro cualquiera día haría efecto. La otra que los naturales no usan de otro medio para amansarle, que de la invocación del nombre de San Marcos.

29. Pero ambas circunstancias justísimamente se deben revocar en duda; pues no nos constan, sino por la deposición de los que se interesan en publicar, que el efecto de amansarse el Toro es milagroso. Ya se ve, que estos referirán el hecho circunstanciado de modo, que no pueda atribuirse a causa natural. ¿Qué necesidad hay de creerlos sobre su palabra? Mayormente habiendo fuertes razones de dudar en contrario, como veremos más abajo.


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§. IX

30. Si hay, pues, algún medio natural para amansar el Toro por aquel espacio de tiempo, que es menester para completar la fiesta, de modo, que acabada, recobre su natural ferocidad, ese medio se podrá practicar ocultamente por ministerio del Vaquero, y en lo exterior usar la zalagarda de que la invocación de S. Marcos, y llamamiento del Mayordomo hacen todo el negocio.

31. Eliano dice, que los Toros se amansan atándoles la rodilla diestra con una faja. Pierio Valeriano refiere, que en tiempo de Clemente VII un Griego, delante de todo el Pueblo Romano, redujo a la mansedumbre de oveja a un ferocísimo Toro, atándole por la rodilla con una pequeña cuerda, y conduciéndole después a su arbitrio por toda la Ciudad. Grillando refiere lo mismo de otro Griego (acaso sería el mismo) también en Roma en tiempo de Adriano VI. Es verdad, que Grillando, hombre propenso a atribuir a Magia los efectos, cuyas causas naturales ignoraba, dice, que la cuerda con que ató al Toro, estaba fabricada con Arte Mágica. No me acomodo a creer, que hubiese Mago tan tonto, que osase darse a conocer, o sospechar tal a toda Roma; mas tampoco salgo por fiador de este secreto de naturaleza. Puede ser que su ejecución pida algunas circunstancias, y precauciones, que Eliano no explica, ni el Griego querría propalar, por no vulgarizar el secreto. [215]

32. Dioscórides, tratando de la planta llamada Onagra, dice, que el agua en que ha estado en infusión la raíz de esta planta, bebida de bestias fieras, las mitiga, y amansa. Puede discurrirse, que en aquellos Pueblos donde se festeja a S. Marcos con el Toro, se sepa algún secreto de estos, y se use de él.

33. Mas si creemos al famoso Doctor Laguna, el secreto de que usan, ya está averiguado; a lo menos él lo refiere como hecho constante, en que no pone alguna duda. Comentando a Dioscórides en el lugar citado, después de confirmar con autoridad de Teofrasto la propiedad, que Dioscórides atribuye a la Onagra, y advertir, que esta planta tiene un olor fuerte vinoso, prosigue así: Tiene tanto vigor el vino, y tanto participa de vinosa natura, que a los mansos, y muy flemáticos animales, enciende, y hace furiosos; a los bravos, y furibundos, resfría, y domeña, templándolos con un dulce sueño. Y así en algunas partes la víspera de San Marcos suelen tomar un ferocísimo Toro, y emborracharle con el más fuerte vino que hallan, no dándole a comer, ni beber otra cosa; de suerte, que por esta vía le reducen a tanta mansedumbre, y blandura, que el día siguiente los niños, y las doncellas le llevan asido con cordoncitos, y trenzas hasta la Iglesia, adonde el borracho animal, mientras los Oficios se dicen, se está todo cabeceando, y cayendo a pedazos de sueño, y se deja poner mil candelas en los cuernos, y en los hocicos, al cual dos días antes de aquella fiesta, el diablo no se le parará delante, ni se atreverá persona a esperarle dos horas después, en siendo ya cocido, y digesto el vino: la cual mudanza tan súbita suele atribuir el simple Pueblo a milagro.

34. En la gravedad, y juicio del Doctor Laguna no se hace creíble, que diese esta noticia en tono de cierta, sin haberla adquirido de buenos originales. Estudió algún tiempo en Salamanca, lugar oportuno para informarse, por la vecindad a los Lugares de Extremadura, donde se hace aquella fiesta.

35. No por eso disimularé dos objeciones, que pueden proponerse contra esta noticia. La primera, que si se embriagase [216] el Toro en el grado, que dice el Doctor Laguna, no podría caminar del monte, donde está la Vacada, al Lugar, y pasearse por las calles: pues necesariamente caería a cada paso, o por mejor decir, no podría moverse. La segunda, que, según se dice comúnmente, el Toro recobra la fiereza al punto mismo de acabarse la Misa; y es moralmente imposible, por no decir algo más, que ése sea siempre el punto, o momento crítico, en que se termina la borrachera del Toro.

36. Respondo, no obstante, que todo se puede componer, rebajando por una parte algunos grados a la embriaguez del Toro, como la propone Laguna; y por otra a la noticia común la momentánea determinación de tiempo, en que el Toro recobra la fiereza. Es posible, que el vino amanse al Toro, sin ministrársele en tanta cantidad, que le haga perder el tino, y los que andan en este manejo, tendrán tanteada la dosis. Acaso también lo que se dice de la súbita alteración del bruto al acabarse la Misa, se deberá entender con la extensión de una, dos, o tres horas. Los que refieren como prodigiosa alguna cosa, que no lo es, siempre ponen las circunstancias de modo que lo parezca. Posible es, que sean de este número, y añadidas a la realidad del hecho, la repentina mitigación del Toro al sacarle de la Vacada, y su repentina irritación al concluirse la Misa.

37. Yo estoy enteramente persuadido a que todo lo que sucede con el Toro de S. Marcos, es efecto de la industria de los hombres, y no milagro del Altísimo, ni obra del demonio. Puede ser, que en uno, u otro Lugar se practique lo que dice Laguna. Puede ser también, que en uno, u otro Lugar se logre la ejecución con el secreto que enseña Eliano, y usaba el Griego en Roma, u otro equivalente. Mas por lo común tengo asentido a que el manejo, que hay en esto, todo consiste en hábito, y enseñanza del Toro. ¿Qué dificultad hay en que el Vaquero a algunos Novillos desde tiernecitos los habitúe a seguir pacíficamente a quien les haga tal, o cual seña, mucho más al mismo Vaquero, cuando se la haga? Estos años pasados en Auñón, Lugar de la [217] Alcarria, un Vaquero tenía enseñado a un Toro, que había comprado en el estado de Novillo, a acudir mansísimo a él, siempre que le mostraba levantada la falda anterior del coleto, porque solía darle sal en ella. Fuera de esta circunstancia, era tan feroz, como el que más. No ha mucho tiempo, que en las vecindades de Jerez de los Caballeros un Sacerdote habituó a otro Toro, a admitir freno, y silla, y dejarse montar; de modo, que se servía ordinariamente de él en sus viajes, y en las calles de Jerez le vieron caballero en su Toro muchas veces: dócil siempre el bruto en la presencia de su amo: en perdiéndole de vista era tan intratable como los demás Toros; aunque últimamente le quitó la vida al pobre Sacerdote, en ocasión que éste quiso apartarle de una Vaca, prevaleciendo sobre el hábito contraído, el furor del incendio lujurioso.

38. Excuso alegar otros ejemplos, que pudiera, en prueba de que los Toros son capaces de disciplina, porque creo, que nadie me negará esta verdad. Siendo así, ya se ve cuán factible es, que un Vaquero desde tiernecitos habitúe a algunos Novillos a seguirle, al hacerles tal seña, o a otro cualquiera que se la haga, a echarse al suelo, cuando se les haga otra seña diferente, y aun a ser dóciles, y mansos con todo el mundo.

39. Basta la manifiesta posibilidad de que esto pueda hacerse así, para creer, que efectivamente así se hace. La razón es crítica, y filosófica: siempre que algún efecto, sin inconveniente, o repugnancia alguna, se puede atribuir a causa ordinaria, y natural, no se debe recurrir a causa preternatural. En el caso presente ocurre causa ordinaria, y natural, cual es la expresada industria humana: luego no se debe discurrir en causa preternatural; esto es, o la absoluta Potencia divina, o el influjo diabólico.

40. Mucho tiempo ha que estoy en el concepto de ser lo más verosímil, que con el medio últimamente expresado, más que con otro alguno, se logra la ostentada mansedumbre del Toro de S. Marcos. Mas como no siempre lo más verosímil es lo verdadero (multa falsa sunt probabiliora [218] veris), determiné informarme de si en el hecho correspondía a la verosimilitud la realidad. Para este efecto escribí a un Maestro Salmantino de mi Religión, no menos conocido de todos por su doctrina, que celebrado por su exquisito juicio, y perfecta sinceridad, el cual más ha de veinte años habita en aquella Ciudad; pareciéndome, que en tanto tiempo de vecindad a algunos de los Pueblos donde hay la celebridad del Toro, no dejaría de oír una, u otra vez hablar de ella a testigos fidedignos. Escribile, digo, preguntando, ¿qué sabía de la materia? Su respuesta (dejando otras cosas, que contenía la Carta, y no son del intento) fue literalmente como se sigue: Cuanto al Toro de S. Marcos, en dos ocasiones oí hablar a dos testigos oculares. Uno de ellos, que era Prior de Zarzosillo (este es un Priorato de la Casa de San Benito de Valladolid, vecino a Ciudad Rodrigo) dijo había visto un Toro, que era un Buey manso, y que lo llevaban con tanto cuidado, y prevención, que era imposible hiciese mal a nadie. El otro, que era un Colegial Mayor muy íntimo mío, y que había ido a ver el prodigio, preguntándole lo que le había parecido, me dijo lo juzgaba patarata, y que creía lo criaban manso desde becerrillo, con que me confirmé en mi dictamen, &c.

41. Siendo este el medio de que se usa, se entiende bien cómo pudieron acaecer en aquella fiesta las irregularidades, que algunas veces se han notado de no obedecer el Toro al llamamiento, o enfurecerse inopinadamente, ya en el Templo, ya en la Procesión. De lo primero arriba referimos un ejemplar. De lo segundo, tenemos noticia de dos. Uno, arribado pocos años ha en la Villa de Almendralejo, sita entre Mérida, y Jerez, donde yendo ya en la Procesión, se alteró súbitamente el Toro, acometió a las andas en que iba la Imagen de S. Marcos, las echó a tierra; y rompiendo por medio de la gente, aunque sin hacer daño a nadie, se escapó. Otro refieren los Padres Salmanticenses, sin señalar el Lugar: este fue más funesto, porque el Toro mató, o hirió gravemente a muchos de los asistentes.

42. Estas desigualdades penden sin duda, ya de estar [219] más, o menos bien disciplinado el Toro, ya de mayor, o menor destreza, y precaución de los que corren con esta maniobra. En el Lugar de Almendralejo sucedió aquel desmán la primera vez, que por imitar a otros Lugares, se animaron a hacer la fiesta del Toro. Es de creer, que como novicios, no estaban bien instruidos, en el manejo, ni el Toro, o Buey lo estaría.

43. Aun estando el Toro bien doctrinado, puede tal vez suceder una desgracia, por la fuerte impresión que puede hacer en su imaginativa algún objeto, o inusitado, o desapacible, que le irrite. Tal color, tal movimiento, tal figura, presentados a los ojos del Toro, súbitamente le pueden conturbar de modo, que rompa con cuanto tiene delante. Con el Toro, de quien se dijo arriba, que acudía como una oveja a tomar la sal en la falda del coleto del Vaquero, usaba éste la precaución de quitarse antes la capa, porque si teniéndola puesta cualquier ondada de aire la moviese poco, o mucho, se alteraba el Toro extraordinariamente. A unos conmueve un objeto, a otros otro, según el vario mecanismo de su cerebro; y apenas habrá Toro, por muy disciplinado que haya sido, que a todas las especies de objetos insólitos se esté inmóvil.

44. El que la práctica del rito, en cuanto a esta, o aquella circunstancia, en distintos Lugares sea algo diferente, proviene sin duda del distinto hábito en que imponen al Toro. En una parte llamándole le sacan de enmedio de la vacada, porque a esto le han habituado. En otra le traen antes con el modo ordinario a un corral del lugar, y de allí le llaman, porque le han habituado a estotro.

45. Que acabados los Oficios parta el Toro para el monte, puede provenir de una de dos cosas: o de alguna seña, que le hagan, y que él aprenda como aviso de que van a herirle, lo cual es naturalísimo, si antes le dispusieron para esto, hiriéndole siempre que le hacían aquella seña; o que efectivamente le hieran con algún rejoncillo, sin que los circunstantes lo entiendan.

46. Mas se debe advertir, que aunque sentamos, que [220] la mansedumbre del Toro de San Marcos es obra puramente natural, y en que no se mezcla el demonio; no por eso eximimos aquel rito, y fiesta de supersticiosa. En esto convenimos con los Teólogos citados. El pecado de superstición, tomado genéricamente, en dos diferentes especies. La una consiste en dar culto religioso a quien no se debe; la otra en darle a quien se debe, pero con el modo que no se debe. La primera se comete, dando culto a cualquier criatura, como si fuese Deidad; la segunda, dando a Dios, o a sus Santos un culto vicioso, prohibido, desordenado, o indecente. A esta segunda especie de superstición se reduce la fiesta del Toro de San Marcos, como queda probado arriba, y consta del Rescripto Clementino. Para esto no quita, ni pone, que la mansedumbre del Toro sea puro efecto natural. La torpeza, indecencia, y disonancia del culto subsiste siempre, y así se debe reputar éste supersticioso.

47. Inclínome asimismo a que la mansedumbre de los Toros conducidos al sepulcro de San Juan, Arzobispo de York, también era natural. El Cronista Yepes dice, que los llevaban atados con maromas. Es verosímil que los ciñesen, y apretasen de modo, que la tortura les hiciese perder la fiereza. Y si los ceñían por muslos, y piernas, es posible, que llegasen tan lastimados al Templo, que aun quitadas las ligaduras, se moviesen con mucho trabajo, y la ineptitud para el movimiento se interpretase extinción de la ferocidad.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo séptimo (1736). Texto tomado de la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 200-220.}


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