La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Teatro crítico universal / Tomo octavo
Discurso IX

Patria del rayo


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§. I

1.Vimos en el Discurso pasado la extraordinaria opinión del Marqués Maffei, que el Rayo no baja de las nubes, antes se forma acá abajo. Ya porque para el sistema, que seguimos en la explicación Filosófica de la tragedia de Cesena, no conducían el examen de esta opinión; ya porque una novedad Filosófica tan exquisita pide tratarse, no por mera incidencia, sino con alguna amplitud, nos pareció formar Discurso aparte sobre este asunto. El Marqués, para las pruebas de su opinión se remite a la Carta escrita al famoso Médico Vallisnieri. Siento mucho no haber visto, ni tener esta Carta. Si alguno de los que leyesen este discurso la tuviere, le ruego encarecidamente me comunique una copia, para hacerle lugar juntamente con las reflexiones, que me ocurrieren en las Adicciones al Teatro. Entretanto, aunque destituidos de este socorro, no dejamos de hallar bastante materia para Filosofar.


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§. II

2. Ciertamente, como se pongan en secuestro las pruebas experimentales (acaso no bien examinadas), que puede haber por la sentencia común, no dudaré de seguir la del Marqués Maffei, porque por discurso Filosófico no pudo alcanzar otra cosa. Que se enciendan varias exhalaciones en los senos de las nubes bien se entiende; pero que encendiéndose allí, bajen a la tierra [215] encendidas, y con el vigor que es menester para hacer los grandes estragos, que ejecutan, es para mí inconceptible. Una exhalación, cuando se enciende, se enrarece; y tanto más, y más prontamente se enrarece, cuanto más violentamente se enciende. Enrareciéndose mucho, se disipa. Todo esto es prontísimo; con que no se puede entender, que la exhalación encendida en el seno de la nube sin desunirse camine el largo trecho que hay de la nube a la tierra; mucho menos que después de andar tanto espacio, llegue a la tierra con la fuerza, que es menester para los graves destrozos que ejecuta.

3. Más. Pregunto: ¿Por qué se ha de encaminar a la tierra, y no hacia arriba, o a los lados? Dícese comúnmente, que porque halla menos resistencia hacia abajo, que hacia arriba, por donde la nube es más gruesa, o tiene más cuerpo. Pero replico que la nube resiste más por donde es más densa; sed sic est, que es más densa por la parte inferior, que por la superior: luego más resiste al movimiento de la exhalación la parte inferior, que la superior. La mayor es clara. La menor se prueba con evidencia física. La densidad es proporcional al peso; sed sic est, que las partes inferiores de la nube son más pesadas que las superiores: luego, &c. Pruébase la menor: porque, según todos los Filósofos, no por otra razón se elevan unas nubes más, otras menos, sino porque aquéllas son más leves, éstas más graves; siendo necesario, que cada nube, o cada porción de una misma nube se eleve precisamente hasta donde su peso está en equilibrio con el del aire; y como el aire, cuanto más arriba, es más leve, o de menos peso, sólo se pueden poner en equilibrio con él las nubes más leves.

4. Si se quiere decir, que hay más cantidad de nubes sobre la exhalación encendida, que debajo de ella, o que desde donde la exhalación se enciende hay más distancia a la superficie superior de la nube, que a la inferior: respondo, que eso no es del caso, porque la exhalación no [216] es agente libre, y dotado de conocimiento, para que advertida de que tiene más camino que andar hacia arriba, que hacia abajo, deja aquel rumbo, y tome estotro por evitar el cansancio. Suponiendo, que la nube es más leve, y por tanto menos resistente al rompimiento por la parte superior, que por la inferior, la exhalación, como agente necesario, romperá por la parte superior. Puesto esto, siempre irá continuando el mismo rumbo, hasta que se consuma, disipe, o sofoque. La razón es, porque en cualquiera punto del espacio, por donde asciende, que se considere, se verifica del mismo modo, que hay menos resistencia a su movimiento por la parte superior, que por la inferior.

5. Más. Supongo, que no todas las exhalaciones se encienden en la parte inferior de la nube; antes algunas, y muchas se encenderán en la superior; esto es, en parte donde haya más volumen de nube debajo, que sobre ellas: porqué, ¿qué motivo hay para pensar lo contrario? Luego éstas por lo menos subirán disparándose sobre la nube, y dando una hermosa representación de fuegos festivos a cualquiera que estuviese en sitio superior, y no muy distante de la nube. Es cierto, que así lo tiene concebido el Vulgo Literario, y aún se dice comúnmente, que es mucho mayor el número de Rayos, que se elevan sobre la nube, que los que descienden. Pero esto se piensa así, sin más fundamento que la común imaginación de que en el fuego el subir es natural, y el bajar violento. Pienso, que ya en otra parte escribí, que el P. Maestro Manzaneda, Dominicano, por observación experimental, me certificó de lo contrario. Este Religioso había habitado algún tiempo en el célebre Convento de nuestra Señora de Peña de Francia, de cuya elevación decía haber visto varias veces nubes tempestuosas, y tronantes inferiores al sitio del Convento, sin que jamás se descubriese hacia arriba Rayo, o Centella alguna; y realmente, si fuese lo que el Vulgo imagina, todos los Rayos volarían hacia arriba; ninguno bajaría, [217] porque la razón de ser natural al fuego subir, en todos milita.

6. Dicen algunos, que el Rayo baja impelido de su propio peso. Mas también esto es difícil de concebir. La exhalación, antes de encenderse, no tiene peso que la obligue a bajar. Si fuese así, todas bajarían antes de encenderse, y no se formaría en las nubes Rayo alguno. Luego que se enciende, no puede tener más peso, que tenía antes. Ninguna materia pesa más, cuando se inflama, que antes de inflamarse; antes todas, o casi todas pesan menos. ¿De dónde vendrá, pues, ese peso que conciben en el Rayo?


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§. III

7. Los que están en la común aprensión de que en el Rayo baja una piedra puntiaguda, y cortada a muchas caras, a quien por esto llaman Piedra del Rayo, fácilmente concebirán, que el Rayo es pesado. Pero de esta común aprensión se ríen los mejores Filósofos. No hay más razón para atribuir un origen, digámoslo así misterioso a las piedras de esta determinada figura, que a las de figura oval, cilíndrica, prismática, cúbica, y esférica, que se encuentran en muchas partes. ¿Y quién no ve, que bajando el Rayo con tanto ímpetu, esa piedra se había de hacer pedazos, o por lo menos deformarse mucho al herir en cualquiera cuerpo? Considérese, que, si una piedra de éstas se disparase del cañón de una escopeta, en cualquiera cuerpo duro, que diese, se destrozaría. Siendo, pues, mucho mayor la celeridad con que se concibe bajar el Rayo, si en él viniese la piedra, ¿no es quimera, que después de herir en un edificio, en un árbol, y aún en la tierra más esponjosa, quedase, no sólo entera, sino tan tersa, y tan bien formada su cúspide, sus caras, y sus esquinas?

8. Monsieur Jusieu, de la Academia Real de las Ciencias, dio en el pensamiento de que estas piedras se hicieron [218] a mano, y con estudio, en aquellos antiquísimos siglos, en que los hombres de varias Naciones no conocían aún el uso del hierro, para, servirse de ellas, como instrumentos para diferentes operaciones mecánicas. Excitole este pensamiento, o le confirmó en él, el saber que los Salvajes de algunas Naciones Americanas, por la misma razón de carecer de hierro, labran piedras de la misma figura, o poco diferente, ya para cuñas, ya para las puntas de las flechas; y tiene su especie de comercio con ellas, vendiéndolas de unas Poblaciones, y Provincias a otras. No se puede razonablemente dudar, que hubo un tiempo que los habitadores de España, Italia, Francia, &c. fueron tan salvajes; esto es, ignoraron tanto las Artes mecánicas, como hoy las ignoran los Americanos de que hablamos. Entonces, faltándoles el conocimiento de la fábrica del hierro, no les ocurría otra materia, ni otro modo de preparar algunos instrumentos mecánicos, que conformar en dicha figura algunas piedras, con la prolija tarea de rozar, y labrar unas con otras. Sea, o no verdadera la concepción, es ingeniosa.

9. Finalmente, supóngase en el Rayo el peso que se quisiere, nunca puede en virtud de él bajar con la celeridad con que se dice baja, ni aún con la décima parte de ella. El P. Dechales con repetidos experimentos halló, que una piedra, dejada caer de lo alto, consume tres minutos segundos en bajar ciento y veinte y tres pies. ¿Cómo se pretende, que el rayo en un minuto segundo (porque tanta celeridad poco más, o menos se le atribuye) descienda de la nube, distante seiscientos pies o más, a la Tierra?


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§. IV

10. Podrá alegarse a favor del descenso del Rayo la experiencia del Oro Fulminante, como en efecto algunos Filósofos ejemplifican uno con otro. Para entender esta objeción, es preciso explicar, qué droga es [219] ésta, y qué efectos hace. Es el Oro fulminante un compuesto de aceite de Tartaro, y Oro, disuelto por la Agua Regia. Mezclánse en un matráz, sobre arena caliente, limaduras de Oro fino, y tres tanto de peso de Agua Regia. Hecha la disolución, se pone en un vidrio con seis tanto de agua común. Echase sobre esta mezcla, gota a gota, aceite de Tartaro, o espíritu de Sal Amoniaco, hasta que cese la ebullición. Reposa la disolución largo tiempo, y el Oro se precipita. Viértese poco a poco, y con mucho tiempo la agua que sobrenada; y después de haber lavado muchas veces con agua tibia el polvo de Oro, se pone éste a secar a calor lento, con que está hecha la manipulación. Una cortísima porción de éste, polvo, puesta en una cuchara de metal, al fuego de una vela, revienta con un estrépito horrendo, semejante al del trueno, y parece que el esfuerzo de la fulminación se hace hacia abajo, rompe la cuchara, y la mezcla se precipita, con el mismo ímpetu que el Rayo.

11. Suele darse también nombre de Oro fulminante, aunque con impropiedad, a otra mezcla, que se hace de tres partes de nitro, de dos de Sal de Tartaro, y una, o dos de Azufre, porque hace el mismo efecto, aunque no tan violento. Mejor la llaman otro Pólvora fulminante. Estos dos ejemplos parece convencen, que una materia inflamada puede dirigir su actividad, y movimiento hacia abajo; y poor consiguiente prueban a favor del descenso del Rayo contra lo que hemos dicho.

12. Respondo, que los experimentos alegados no prueban cosa. Es constante, que ni el Oro, ni la Pólvora fulminante explican su actividad sólo hacia la parte inferior. La razón se toma del grande estruendo que hacen. El estruendo viene del rompimiento del aire. El aire no está debajo de la Pólvora, pues suponemos su contacto inmediato a la cuchara o, paleta donde se enciende, sino arriba, y a los lados. Luego el esfuerzo no es sólo hacia abajo, sino hacia todas partes. Si se quiere [220] decir, que después de romper la cuchara, rompe el aire que está debajo de ella, y este rompimiento causa el estrépito; repongo lo primero, que no siempre rompe la cuchara, y con todo, en ese caso, hace el mismo estrépito. Repongo lo segundo, que también le hace, poniendo inmediatamente sobre las ascuas la cuchara, o paleta, donde no hay debajo de ésta aire alguno, o poquísimo, y ese sumamente enrarecido por el fuego, por consiguiente incapaz de causar con su rompimiento ruido considerable.

13. Las experiencias, que acabo de hacer con la Pólvora fulminante, me han quitado toda duda de que explica su fuerza hacia todas partes. Una porción de ella igual a dos tomaduras de tabaco coloqué, puesta en una laminita de hoja de lata, sobre las ascuas de un brasero. Habiéndose calentado la mezcla hasta un hervor considerable, reventó con estrépito igual al de una pistola bien cargada. Todo el efecto, que hizo en la hoja de lata, fue encorvarla un poco hacia abajo por aquella parte donde estaba puesta la Pólvora. Es constante, que el ímpetu de la Pólvora encendida se proporciona al trueno; y hablando más Filosóficamente, el trueno se proporciona al ímpetu. Por consiguiente, según fue grande el trueno, si el ímpetu se dirigiese sólo hacia abajo, no sólo rompería la hoja de lata, mas aún el brasero en que estaba colocada. Pero toda la lesión, que hizo en la hoja de lata, apenas correspondió a la octava parte de la fuerza, que significaba el estruendo: Luego es claro, que la mayor parte, y mucho mayor del ímpetu, se explicó hacia arriba, y hacia los lados. Hice segundo experimento, inclinando al lado de la Pólvora una ascua, la cual fue arrojada con elevación correspondiente a la inclinación que tenía sobre la Pólvora; esto es, por la diagonal, o poco menos. Lo que prueba con evidencia, que también hacia aquella parte hacía ímpetu la Pólvora, y por consiguiente a todas.

14. De modo, que la objeción, que se nos propone, [221] antes es a favor nuestro. Ello es cierto, que apenas hay otro camino de investigar las verdades físicas, que el de la experiencia. Pero la experiencia, no siendo acompañada de una perspicaz, y casi comprensiva reflexión sobre los experimentos, puede inducir, y de hecho a inducido a muchas opiniones erróneas, como largamente he notado en el Discurso XI del quinto Tomo. Ve aquí que los Físicos modernos, que yo he visto que tocan la especie del Oro fulminante, dan por supuesto el hecho, que sólo dirige su ímpetu hacia abajo, y algunos se quiebran la cabeza sobre dar razón del Fenómeno: tiempo, y trabajo perdidos, que se emplearían bien en asegurarse del hecho.


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§. V

15. Hemos propuesto las razones contra el descenso de los Rayos de la nube a la tierra. Pero por fuertes que sean éstas, como a mí en efecto me lo parecen, si la experiencia reclama en contrario, será preciso ceder a ella. ¿Mas podremos dudar de la experiencia? Temeridad parece, estando, digámoslo así, testificada por todo el Mundo. Antiguos, Modernos, sabios, ignorantes, están convencidos en que el Rayo se forma en las nubes, y de ellas baja a nosotros. ¿Pero el Marqués Maffei, hombre sabio, y discreto, es creíble, que decisivamente negase el descenso del Rayo sin fundamento bastante para juzgar falaz la prueba experimental de la experiencia común? Esta consideración adquiere mayor fuerza, extendiéndola a otro Autor de superior estimación, y nombre.

16. No fue a la verdad, el Marqués Maffei, ni el único, ni el primero, en el dictamen de que el Rayo se formaba acá abajo. Del mismo sentir había sido mucho antes el ilustre Gasendo, aunque el Marqués no le cita, y es creíble que no le hubiese visto; pues a saber que tenía tan gran patrono su opinión, no dejaría de ampararla con su autoridad; aunque puede ser, que en la Carta a Vallisnieri, a que se remite, le haya citado. [222]

17. Gasendo, pues, en el tomo II. de la Filosofía, sect. 3 membr. prior. lib. 2, cap. 5, decide que el Rayo se forma donde hace sentir su furia; aunque concede, que la materia baja de las nubes. Concede también, que muchos Rayos se forman en el aire superior. Pero afirma, que éstos no hacen, ni pueden hacer daño alguno, porque todo el ímpetu de la materia inflamada se ejerce en el sitio donde se enciende, como acontece en la Pólvora. Así como siento carecer de la Carta de Maffei a Vallisnieri, me duelo que Gasendo tratase tan de paso esta materia, que lo que habló en ella, no me presta auxilio alguno para defender su opinión.


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§. VI

18. Realmente toda la dificultad está en responder al argumento, que a favor de la sentencia común se toma de la experiencia; pues por lo que mira a razones filosóficas, dudo se encuentren otras de más fuerza, que las que propusimos arriba. Pero habiendo en el discurso de esta Obra probado eficazmente ser falsas muchísimas máximas, que generalmente se creían fundadas en la experiencia, creo, que esto en alguna manera nos autoriza para dudar de la que se alega a favor del descenso del Rayo.

19. Supongo que hay, y ha habido en todos tiempos muchos, que se dicen testigos oculares del descenso del Rayo desde la nube. Dividiremos a éstos en dos clases: unos, que le vieron caer de nublado distante, y en sitio remoto: otros que le vieron caer cerca, y de nublado vertical. Y desde luego digo, que la testificación de los primeros no hace fuerza alguna. ¿Por qué? Porque aquellas llamas, que se les representan precipitarse de las nubes con una vibración extremamente pronta, ya culebreando, ya con rectitud perpendicular, o no son Rayos, o en caso de que se les pueda dar el nombre de tales, no hacen daño alguno en la tierra. Yo he visto varias veces de noche, o inclinando ya el día, gran multitud [223] de esas llamas, estando el nublado distante de una a dos leguas; y preguntando después a la gente, que tenía el nublado vertical, nadie decía haber visto rayo alguno, ni efecto suyo en la tierra. Sea cual fuere la distinción que hay, o substancial, o accidental, entre el Relámpago, y el Rayo, aseguro, que ésas son llamaradas de Relámpago, y no de Rayo: lo cual se prueba, ya de la experiencia dicha, ya de que estando el nublado en cierta distancia, tantas llamas de ésas se ven, cuantos truenos se oyen. Acaso toda la distinción, que hay entre el Relámpago, y el Rayo, es que la materia de aquel se enciende arriba, la de éste abajo, que aquel no rompe, ni halla que romper, sino la nube, en cuyo seno se enciende; éste rompe, y abrasa la tierra, edificios, plantas, y animales: aquél sólo nos comunica su luz; éste la luz, y el fuego.

20. Opondrásenos, que aunque sean llamas de Relámpago, si es cierto que bajan de la nube a la tierra, ya falsea el argumento que hacíamos arriba contra el descenso del Rayo, fundado en que la exhalación, luego que se enciende, se disipa. Respondo lo primero, que el Fenómeno de que se trata, no prueba real descenso de la exhalación encendida, sí sólo aparente. Esta apariencia se puede explicar de dos maneras. La primera es diciendo, que la exhalación ocupa un largo tracto de aire; y encendiéndose en una parte sucesivamente, aunque con gran prontitud, se va comunicando el fuego a las demás; pero cada parte de por sí se apaga, o disipa, luego que se enciende. En efecto el rapidísimo curso de aquellas exhalaciones encendidas, que llaman Estrellas volantes, no puede explicarse de otro modo; porque lo que dicen algunos, que el viento las mueve, no tiene subsistencia. El viento no puede dar al cuerpo, que mueve, más velocidad, que la que él tiene; y ningún viento el más impetuoso, tiene ni la tercera parte de la velocidad, que comúnmente representa el curso de las Estrellas volantes. Puede explicarse también la apariencia del [224] descenso en la forma que se explica aquella vibración de Rayos, que parecen bajar de la luz de una candela, cuando se bajan los párpados al tiempo de mirarla. Acaso los vapores interpuestos entre la exhalación encendida, y nuestra vista, hace el mismo efecto, que la interposición de los párpados.

{(a): El primer modo con que en este lugar explicamos la apariencia del descenso del Rayo, sin que realmente descienda, se halla confirmado en la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1714, pag. 8, donde después de referir dos observaciones, que sobre el Rayo había hecho el Caballero de Louville: y la consecuencia que sacaba de ellas, añade Mr. Fontenelle: Con esta ocasión se dijo (en la Academia) que la materia inflamada, que forma el Rayo, puede ser en poquísima cantidad al salir de la nube, y encontrar después en el aire mucha cantidad de materia de la misma naturaleza, que sucesivamente irá inflamando; porque es cierto, que el aire está entonces extremamente cargado de exhalaciones sufúreas.
2. Estas últimas palabras pueden servir también a confirmar la opinión, de que el Rayo se forma donde hace el estrago: porque si cuando hay nublado, no sólo en el cuerpo de la nube, mas también en el espacio, que hay entre la nube, y la tierra, está el aire extremamente cargado de exhalaciones sulfúreas, en cualquiera parte de este espacio se pueden encender Rayos. Lo cual puesto, es mucho más natural discurrir, que los Rayos, que acá abajo hacen sentir sus efectos, acá abajo se forman, que el que bajan de la nube.
3. Ibi: Lo que inferimos en el mismo número, que el viento no mueve aquellos meteoros, que llamamos Fuegos, o Estrellas volantes se confirma así mismo con lo que Monsieur de Mairan asegura en su Tratado de la Aurora Boreal, sect. 2, cap. 4, que varios Astrónomos han observado algunos de esos meteoros altos, trece o catorce leguas sobre la superficie de la tierra, en cuya elevación no se hace juicio, que sople viento alguno. Es verdad, que suponiendo los Fuegos volantes en tanta altura, se infiere ser extremamente rápido su movimiento, debiendo hacerse la cuenta de que corre la iluminación muchas leguas en un minuto segundo: por consiguiente parece que no alcanza, para la explicación de este fenómeno, lo que decimos de irse inflamando sucesivamente la materia; no siendo fácil concebir una incensión sucesiva tan pronta, que en el brevísimo tiempo de un minuto segundo alampe la materia, que ocupa [225] tan prolongado espacio de aire. Confieso, que la dificultad es gravísima, y que me veo obligado a dejarla en pie, por no ocurrirme solución, que me satisfaga. Ello es preciso ya, supuesta la altura de los Fuegos volantes hallada por las observaciones expresadas, buscar nuevo rumbo de explicarlos, abandonando todo lo que los Físicos han discurrido hasta ahora sobre el asunto. Acaso este Fenómeno tendrá alguna conexión, o semejanza con el de la Aurora Boreal, y descubierta la causa de éste, se encontrará fácilmente la de aquél, o será la misma en especie, con variación en la aplicación, o en otras circunstancias.}

21. Respondo lo segundo, que si se mira con atención, como yo lo he hecho, se hallará, que estas llamas no se [225] representan siempre bajando. Algunas parecen moverse hacia los lados, paralelas al horizonte; otras despedir alguna radiación hacia arriba; lo que me inclina mucho a que esa diversidad de apariencias provenga de la diversa postura, crasicie, delgadez, raridad, o densidad de las partes del nublado.

22. Respondo lo tercero: el que esas llamas lleguen a tocar la tierra, nadie puede asegurarlo, mirándolas de lejos, porque a la distancia de dos leguas, aunque la exhalación se disipe en la altura de treinta, o cuarenta brazas, parecerá tocar la tierra; mucho más si hay alguna montañuela en medio. Finalmente digo, que en caso que algunas de esas llamas bajen a tierra, llegarán sumamente enrarecidas, de modo que no pueden hacer daño alguno.

23. En cuanto a los que vieron los rayos cerca de sí, tampoco me parece, que su depocición en orden al descenso del Rayo nos obligue al asenso. Acaso en su testificación siempre, o casi siempre entra en cuenta lo que suponen, con lo que ven. Ven al Rayo cerca de sí; y como suponen por la común opinión, para ellos indubitable, que cayó de la nube, dicen que le vieron caer. Considérese, cuan insólito es, que nadie, estando tronando furiosamente, tenga levantados los ojos a mirar aquella parte del nublado, que pende sobre su cabeza. En esta positura era preciso que estuviese, para ver bajar de la nube el Rayo, que cae cerca de él. Ni aún esto [226] bastaría para asegurarse el hecho. El grande, y súbito pavor, que ocasionan el Rayo, y el Trueno, es capaz de confundir, o pervertir en la imaginación la especie, que al mismo tiempo le comunica la vista.

24. Casi generalmente es cierto, que por las observaciones experimentales del Vulgo nada se puede inferir con seguridad. Hacerlas a bulto, sin discernimiento, sin exactitud. Así hemos visto en varias partes de este Teatro falsear infinitas opiniones, que se creían bien fundadas en experiencias comunísimas. Es verdad, que algunos Filósofos se hallaron en ocasiones, en que pudieron observar, y en efecto observaron algo sobre esta materia; pero preocupados de la opinión común, en que no dudaban, no infirieron lo que en parte pudieron inferir contra ella. De esto daré dos ejemplos, los cuales prueban por lo menos, que en el Rayo no es preciso el movimiento hacia abajo, ni envuelve en sí cuerpo alguno, cuyo peso deba precipitarle de las nubes a la tierra.


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§. VII

25. El año de 1718 (como consta de la Historia Acad. de las Ciencias, año de 1719, pag. 22) la noche de 14 a 15 de Abril, fatal por la horrible tempestad, que cayó sobre Bretaña la Baja, y de que dimos noticia en el Tomo V, Discurso V, numer. 36. Monsieur Deslandes, de la Academia Real de las Ciencias, que se hallaba a la sazón en Brest, tuvo la curiosidad de ir a Govesnon, lugar distante legua y media, para informarse de la operación, y efectos de un Rayo, que había destruido la Iglesia de aquel Lugar. Allí supo, que lo primero se habían visto tres globos de fuego, cada uno de tres pies, y medio de diámetro, que habiéndose unido se encaminaron a la Iglesia, y la rompieron a dos pies de altura sobre el suelo, sin romper los vidrios de una ventana grande, que estaba cerca; que al mismo momento mató dos personas de cuatro que estaban tocando [227] las campanas, e hizo saltar hacia arriba el techo de la Iglesia, como lo hubiera hecho una mina.

26. Este suceso nos da a conocer, lo primero, que el rayo no está necesitado al movimiento de descenso; antes puede moverse, no sólo horizontalmente, mas aún hacia arriba, pues el de esta Relación, habiendo dado el primer golpe cerca del suelo de la Iglesia, subió después a volar el techo. Lo segundo, que no está figurado como una llama puntiaguda a manera de arpón, o flecha, como comúnmente se concibe; pues el de la Relación se vio globuloso, así cuando estaba dividido en tres como después de juntarse en uno. Al muy Ilustre Señor D. Fr. Rosendo de Caso, mi compañero un tiempo de estudios, y hoy Abad del Monasterio Claustral de San Victoriano en Aragón, oí, que en un viaje había visto un Rayo muy cerca de sí, el cual también era globuloso. Lo tercero, que no envuelve cuerpo alguno sólido, o duro, a cuyo ímpetu se puedan atribuir los estragos que causa; ya porque éste caería luego por su peso, y no iría a buscar la Iglesia, mucho menos subiría desde el suelo al techo; ya porque, en caso de subir, le rompería sólo una parte, o haría un agujero como una bala.

27. De estas anotaciones se puede inferir con suma probabilidad, que aquellos globos de fuego no bajaron de las nubes, sino que se formaron en el mismo sitio donde se vieron, encendiéndose algunos cúmulos de exhalaciones dispersos en este aire inferior; porque no es conceptible, que unas meras llamas raras, sin mezcla de cuerpo sólido, bajasen de las nubes, sin disiparse antes de llegar a la tierra; mucho menos que bajasen con el ímpetu, y celeridad, que comúnmente se considera en el descenso del Rayo. Antes bien, ni apenas podrían romper el aire hacia abajo, cuando vemos que la llama en cualquiera materia, que se encienda, se dirige hacia arriba, por ser más leve que este aire inferior.

28. La unión de los tres globos considero se haría, o [228] por la incensión de la materia intermedia, o porque el aire que circulaba a todos tres, como más comprimido que la llama, con la expansión de sus muelles los compelió a juntarse.

29. El segundo suceso, que hace a nuestro propósito, es el que refiere Monsieur Mairan, también de la Academia Real de las Ciencias, de una encina hecha pedazos por un Rayo, en que todas las circunstancias del destrozo mostraban, que el Rayo había roto hacia arriba, no hacia abajo. Omitimos la enumeración de las circunstancias, por evitar la prolijidad. Los que tuvieren a mano la Historia de la Academia Real de las Ciencias, podrán verlas al año de 1724, pag. 15.


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§. VIII

30. Estos dos sucesos, las reflexiones hechas sobre ellos, y todo lo demás que discurrimos en la materia, podrán abrir los ojos, y despertar la atención, para hacer fieles y exactas observaciones de aquí adelante; las que hasta ahora no se hicieron, por no haber ocurrido a los que tuvieron ocasiones de hacerlas duda alguna sobre el asunto. Los casos de moverse horizontalmente los Rayos después de introducidos en una Iglesia, o en una casa, son muchos. Yo he oído hartos; y esto basta para borrar la falsa aprensión de que la inclinación propia del Rayo, o por su peso, o por otra causa oculta, es bajar. Yo confieso, que cuando empecé a escribir este Discurso, sólo pensaba dar una leve probabilidad de la opinión de Gasendo, y del Marqués Maffei; pero al paso que fui extendiendo la consideración, y alargando la pluma, fue creciendo en mí la inclinación al asenso: de modo, que ya me parece esta sentencia mucho más probable, que la común.

31. Yo me imagino, pues, que en todo el espacio, que hay desde la tierra a la mayor altura de las nubes, se forman Rayos: unos más arriba, otros más abajo, según que las exhalaciones, de que se forman, están más, [229] o menos altas. No hay motivo para pensar, que todas las exhalaciones inflamables se depositan en las nubes. Así como no todos los vapores ascienden a aquella altura donde vemos las nubes; antes gran porción de ellos queda derramada entre las nubes, y la tierra; lo que se evidencia de la humectación de las piedras, y otras cosas, que están a cubierto, en los tiempos pluviosos, unos suben más, y otros menos, según su mayor, o menor gravedad; ni más, ni menos se debe pensar de las exhalaciones. Unas suben más, otras menos, según su mayor, o menor gravedad las pone en equilibrio, o con este aire más pesado, que tenemos cerca de nosotros, o con otro más leve, que está más arriba.

32. Pero así como no es negable, que en los tiempos nublosos es mucho mayor la cantidad de vapores, que se eleva a altura considerable sobre nosotros, constituyendo aquel cúmulo, que llamamos nubes que la que queda esparcida por acá abajo, porque son muchos más los vapores, que por su levidad están en equilibrio con el aire superior, que los que son de igual peso con el inferior, lo mismo es justo discurrir de las exhalaciones. Es mucho mayor sin comparación el número de las que por más leves suben a la altura en que están las nubes, que las que, por no serlo tanto, quedan cerca de nosotros.

33. Lo que de aquí resulta es, que son mucho más sin comparación los Rayos, que se forman allá arriba, que los que se encienden acá abajo. Aquellos son sin duda tantos, como los truenos. Es imposible; que el estrépito del trueno no provenga del impetuoso rompimiento de alguna exhalación súbitamente encendida: ¿porque qué otra causa se puede discurrir? Todo el estrépito grande viene de un grande, y pronto rompimiento del aire, como nadie duda. Pero no habiendo allá arriba cuerpos sólidos, cuya colisión pueda, rompiendo súbitamente una gran porción de aire, causar el horrendo sonido del trueno, no se puede concebir otra causa de él, que el repentino incendio de algún cúmulo de exhalaciones. [230]

34. Consiguientemente a esto declaramos, que el relámpago, que acompaña al trueno, no es otra cosa, que la luz del Rayo. Considérase comúnmente el relámpago como una iluminación inocente, causada por la incensión de alguna exhalación muy enrarecida, la cual, a causa de la mucha raridad, carece del violento ímpetu del Rayo. No se duda, que haya exhalaciones de esta naturaleza; y tales parecen ser las que hacen la representación de Estrellas volantes, las de los Fuegos fatuos, y otras. Pero las iluminaciones, que acompañan al trueno, necesariamente son efectos de exhalaciones encendidas, que tienen todo el furor del Rayo, a no ser así, no pudieran causar con su rompimiento tan formidable estruendo. No nos hacen daño alguno, porque se disparan lejos de nosotros, como no nos abrasa el incendio por grande que sea, que está muy distante. ¡Pero ay del que estuviese cerca de la exhalación, que encendiéndose, hace aquella iluminación en el horizonte, acompañada del horrible estrépito del trueno!

35. Las exhalaciones, que se encienden acá abajo, son pocas; pero esas son únicamente las que causan los estragos que lamentamos. Acaso el no subir tanto como las otras penderá de estar más cargadas de partículas metálicas, las cuales, así como aumentan su peso, pueden hacer su ímpetu más furioso.


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§. IX

36. Propuesto, y probado así nuestro sistema, resta explicar, conforme a él, dos circunstancias observadas en los Rayos, cuyas causas señalamos en otra parte, siguiendo la sentencia común.

37. ¿Por qué los Rayos con mucha mayor frecuencia hieren los sitios, y edificios elevados, que los humildes? Porque son, como dijimos poco ha, muchas más las exhalaciones, que se elevan a alguna altura, que las que quedan muy abajo. Mas se puede replicar, que siendo así, muchas exhalaciones se verían encenderse en altura [231] igual a las de las puntas de las Torres, sin tocar en ellas; ¿por qué, qué razón hay, para que sólo se enciendan en el aire contiguo a las Torres, siendo sin comparación mayor el espacio vacío, y distante de ellas, que está en igual altura? Respondo concediendo la secuela. Es así, que precisamente serán más las exhalaciones, que se enciendan en el aire distantes de las Torres; pero como de éstas sólo se siente la iluminación, y no el estrago, sólo se apellidan con el nombre de Relámpagos, y se juzgan de naturaleza distintísima de las que hieren los edificios, añado que lo mismo equivalentemente es necesario que suceda, aunque los rayos vengan de las nubes. Es forzoso, digo, que la materia de muchos se consuma; y disipe antes de llegar a la tierra, y en la misma altura, en que están las puntas de las Torres, sin tocar en ellas. Con que así en el sistema común, como en el nuestro, habrá la apariencia de llamas, que nada hieren en alturas poco distantes de la tierra. Acaso la colisión de la materia inflamable contra los Edificios, u otros cuerpos sólidos contribuirá algo a su incensión.

38. ¿Por qué los Rayos hieren más frecuentemente en las Iglesias, o Torres donde pulsan las campanas, que en donde no? Dimos la razón de esto, siguiendo el sistema común, en el Tomo V, Discurso V, num. 31, y la misma, aún con más naturalidad, es adaptable en nuestro sistema. Digo, que si la exhalación, que se enciende, está a corta, o a no mucha distancia de la Torre, es preciso que se mueva hacia a ella. El sonido de las campanas enrarece el aire vecino hasta cierta distancia; a proporción se comprime el aire, que está fuera de aquel término: y aumentándose con la compresión su fuerza elástica, impele la exhalación hacia la Torre, que es donde el aire, por razón de su raridad, hace menos resistencia al impulso. [232]

§. X

39. Una objeción se nos puede hacer, careando lo que decimos en este Discurso con lo que dejamos escrito en el pasado al num. 19. Allí nos mostramos inclinados a que el fuego, que abrasó a la Condesa Bandi, se encendió dentro de su propio cuerpo, y no en el aire vecino, sobre el fundamento de que el fuego encendido en el aire, por no estar comprimido, no podía tener tanta violencia: añadiendo, que por esta razón las exhalaciones, de que se forma el Rayo, se suponen comúnmente comprimidas por la nube que las circunda; lo que parece oponerse a lo que establecemos en este Discurso, de que el Rayo se forma a veces fuera de la nube, sin que por eso deje de tener la violenta actividad, que a cada paso se ve.

40. Respondo, que la prueba citada del num. 19, aunque no es la principal del asunto, sino la que propusimos en el num. 24, no deja de hacer alguna fuerza: lo primero, porque los Rayos, aunque se enciendan acá abajo, siempre están circundados de algo de nube; porque en los tiempos pluviosos, no sólo allá arriba donde vemos las nubes, hay vapores, mas todo el ambiente hasta la tierra está preñado de ellos, y no es otra cosa la nube, que un agregado grande de vapores. Es verdad, que los vapores acá abajo, por no ser tantos, constituyen una nube más enrarecida, que las de arriba, mas que sin embargo puede comprimir algo la exhalación. Lo segundo porque aunque los Rayos, sin ser comprimidos de algún cuerpo circundante, puedan obrar los estragos ordinarios de romper, derribar, volar cuanto encuentran, y aún comunicar el fuego a cuerpos muy dispuestos a la combustión, mas no abrasar un cuerpo humano, reduciéndole a cenizas, que es el caso en cuestión. Así no se vio jamás, que algún Rayo hiciese tal efecto. Esta operación, digo, pide no sólo un fuego de grande actividad, mas también detenido, estable, y no pasajero [233], como el del Rayo: luego es forzoso, en las circunstancias de aquel caso, que se encendiese dentro del cuerpo de la Condesa.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo octavo (1739). Texto tomado de la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 214-233.}


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