![]() | Proyecto Filosofía en español Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764 |
Teatro crítico universal /
Tomo octavo
Discurso X
Paradojas médicas
1. En los Discursos V, y VI del Tomo I, en el cuarto del VI, y en otras partes, hemos propuesto varias Máximas Médicas, a quienes, por ser contra la común opinión, se puede dar el nombre de Paradojas. Pero han restado muchas, de las cuales unas fueron fruto de nuevas reflexiones, otras no tuvieron cabimiento en los lugares señalados: por lo cual las agregaremos en este Discurso: con advertencia de que en la mayor parte de ellos no proponemos nuestro dictamen como cierto, sí sólo como probable. Los Profesores de espíritu libre, y desembarazado de preocupaciones, podrán examinar, que ascenso merezcan. Del Vulgo de Médicos Gregarios, y Cartapacistas no nos da cuidado el que sientan esto, o aquello. Especialmente, así en este asunto, como en todos los demás pertenecientes a la Facultad Médica, veneraré el juicio de los dos Congresos sapientísimos de España, la Academia Regia Matritense, y la Regia sociedad de Sevilla. Advierto, que Miguel Luis Sinapio, Médico Húngaro, compuso un libro debajo del mismo título, que doy a este Discurso: Paradoja Médica. No juzgue el Lector, que porque convenimos en el título, es una misma la doctrina. Este Autor es un Declamador [234] vano, de mucha charlatanería y poca solidez; y sólo en lo que ha copiado de otros habla con algún fundamento.
Paradoja primera
No hay curaciones radicales
2. La promesa de curas radicales, que no pocas veces andan en la boca de los Médicos, es una magnificencia afectada del Arte, una fanfarronada de la Medicina. Muchas veces vi prometerlas; ninguna ejecutarlas. Supongo, que cura radical se dice respectivamente a los achaques, que llamamos habituales, cuyo carácter distintivo de los actuales es afligir en distintos periodos al sujeto, dejándole libre en intervalos considerables de tiempo. Digo en intervalos considerables, por no incluir en la línea de achaques habituales una terciana, o una cuartana, que sólo dejan aliviado al paciente uno, o dos días.
3. Achaque habitual es, pongo por ejemplo, un dolor de muelas, que de tiempo a tiempo repite, como dos, o tres veces al año. Será cura actual del dolor aquélla, que aplicada, o repetida en cada determinado insulto, quite, o mitigue el dolor; y cura radical, la que usada sólo una vez, de tal modo estirpe aquella habitual disposición del sujeto para el dolor de muelas, que éste no le repita Jamás: porque esto es propiamente quitar la raíz de la dolencia, de donde viene la denominación de cura radical.
4. Este género de curación es el que jamás he visto. No negaré su posibilidad, pero sí su existencia, salvo que tal vez se logre por mera casualidad. La razón es porque para conseguir de intento cura radical, son menester dos cosas; la primera, que el Médico conozca determinada, y específicamente la raíz del mal; la segunda [235], que conocida ésta, sepa, qué instrumento es apto para arrancarla. Pienso que nunca llega el caso de que el Médico conozca, ni lo uno ni lo otro. No lo primero, porque la raíz del mal es aquella íntima disposición del sujeto, para que en él se produzca la causa de la dolencia; y esta íntima disposición enteramente huye la penetración del Médico.
5. Para que nos entendamos, pongamos ejemplo en la pasión habitual de vahidos de cabeza. Pregúntole al Médico, que quiere curarla radicalmente, ¿cuál es la raíz de este achaque? Tan lejos está el pobre de conocerla, que aún de la causa próxima está dudoso: lo que se hace evidente de la variedad de sentencias, que hay en esta materia. Doy, que la causa sean vapores, que de ésta, o aquélla parte, de tales, o tales humores, ascienden al cerebro. Pregunto más: ¿Por qué esos humores se engendran en Juan, y no en Pedro? O si se engendran, ¿por qué no despiden los mismos vapores al cerebro? O si los despiden, ¿por qué no producen el mismo efecto? Para responder, es preciso recurrir a una disposición, que hay en Juan, y no en Pedro; pero disposición oculta, de quien se ignora, no sólo la especie, o esencia física, mas aún el nombre. Esta es la causa radical: luego el Médico la ignora.
6. Pero démosla conocida ¿sabrá curarla? Digo, que no. Si acaso esa disposición es particular organización, o conformación del cerebro, ¿qué remedio? Si es la anchura de los conductos, por donde los vapores suben al cerebro, ¿cómo se estrecharán? Si es la nativa textura, o particular mixtión de los humores, de que se compone la sangre, ¿qué haremos? Mas no apuremos tanto. Demos por ahora salvo conducto a la vulgaridad Galénica de las intemperies, y consintamos en que se acuse, como autora del mal, la intemperie cálida, o fría de ésta, o aquella entraña. ¿Cómo curará el Médico esta intemperie? Esto es; ¿cómo templará el calor, v. gr. de alguna entraña, de modo que quede templada para siempre? [236] Pues esto es menester para curar radicalmente la intemperie. Yo bien sé cómo he de refrescar a un hombre, que está caliente, o cómo he de calentar a uno, que está frío. Pero el modo de refrescarle, de suerte, que después siempre se conserve fresco, o calentarle de suerte, que siempre se conserve después caliente, totalmente lo ignoro.
7. Responderáseme acaso, que la conservación se puede lograr con el beneficio de un régimen conveniente. Pero repongo lo primero, que he visto mil veces al enfermo habitual observar exactamente el régimen prescrito por el Médico, sin que por esto dejase de serlo. Repongo lo segundo, que aún dado el caso de que el régimen prohiba toda recaída, si es menester para esto continuar siempre el régimen (como sin duda afirman los Médicos) eso mismo prueba evidentemente, que no hay cura radical, o que nunca se quita la raíz: pues quitada ésta, no es menester método particular de vida para librarse de la pasión. Infinitos no padecen ese achaque sin observar el régimen, que prescribe el Médico; y no por otra cosa no padecen el achaque, sino porque carecen de la raíz del achaque: luego si aquel que le padece le quitase el Médico la raíz, sin método particular quedaría indemne para siempre. Repongo lo tercero: si el régimen es, como parece debe ser, contrariamente opuesto a la intemperie, que se quiere remediar, y el régimen se debe siempre mantener, se infiere con evidencia, que la raíz enemiga siempre subsiste; porque extirpada ésta, ocioso es el uso del contrario: así como, muerto el enemigo, ocioso es estar contra él con las armas en la mano. [237]
Paradoja II
Si la Gota es incurable, todas las fluxiones reumáticas lo son
8. El origen de la Gota está en la sangre. Lo que fluye a las articulaciones, y causa los dolores podágricos, es un humor acre, llámese suero, o llámese lympha, o jugo nutricio viciado, que existe en la masa sanguinaria; y desprendiéndose de ella a tiempos, va a ejercer su tiranía en las junturas de manos, o pies. Este humor excrementicio de la sangre, dicen, proviene de las malas cocciones. Es fijo, que el que tuviese un arcano eficaz para purificar la masa sanguinaria, de modo que jamás contrajese este vicio, o bien rectificando las cocciones, o contemperando aquel humor acre, que resulta de ellas, curaría la Gota. Y no por otra causa la Gota es incurable, sino porque no se ha descubierto remedio para librar la masa sanguinaria de aquel vicio.
9. Pues ve aquí, que en toda la fluxión reumática habitual hallamos la misma dificultad. El mismo origen tienen éstas que la Gota, y del mismo modo acusan en ellas los Médicos las viciosas cocciones. Toda la diferencia está en la parte afecta. Para curarlas es menester preservar la sangre de aquel humor vicioso, sea el que se fuere, que desciende de ella en las fluxiones a ésta, o aquella parte. No habiendo remedio para esto, no le hay para curar las fluxiones. Y si le hay para curar las fluxiones, le hay para la Gota; porque siendo uno mismo el principio, es preciso sirva el mismo remedio.
10. En efecto, hasta ahora no he visto hombre acosado de fluxiones reumáticas, que sanase jamás. Lo que sí he visto muchas veces, es mudar de término, o parte afecta: lo que en la gota con emplastos repelentes se puede también conseguir pero se abstienen de ellos los [238] Médicos por el riesgo de que el humor, retrocediendo, se encamine a parte donde haga mayor daño; lo que yo tal vez vi suceder por la imprudencia de un Médico. Aún sin solicitarlo con remedios, se muda a veces la fluxión de las articulaciones a otras partes, o de otras partes a las articulaciones.
11. De esto tengo en mí mismo una insigne experiencia. El Invierno que comprendió los últimos meses del año de 12, y primeros del año de 13, padecí muchos, y a veces vivos dolores en las articulaciones de los pies. Nunca antes los había padecido en dichas partes; y pasado aquel Invierno, por muchos años, y aún puedo decir, que hasta ahora no experimenté tal cosa; exceptuando, que de algunos a esta parte siento tal vez unas punzadas transitorias, que duran no más que un momento en las mismas articulaciones. La causa verisímil de los dolores de Gota, que padecí aquel Invierno, fue haber hecho en el Estío, y Otoño antecedentes muchos paseos violentos a pie, de modo, que las más tardes caminaba, ya legua y media, ya dos, a paso muy acelerado. Es natural pensar, que el violento, y repetido ejercicio del paseo, laxando los ligamentos de las articulaciones, las dejasen dispuestas a recibir el humor fluyente, cuya introducción resistirían, estando más apretados.
12. Esta misma experiencia me certificó más, de que un mismo humor es el que fluyendo a las articulaciones, constituye la Gota, y fluyendo a otras partes, obtiene el nombre de fluxión reumática. En aquel Invierno no padecí las ordinarias fluxiones al pecho, y a otras partes de que frecuentemente soy infestado. ¿Qué se puede discurrir, sino que el humor mismo, que ordinariamente fluye a otras partes, se determinó entonces a las articulaciones de los pies por la falta de resistencia, o por la debilidad de ellas, causada del mucho, y violento ejercicio? De aquí se confirma más nuestra Paradoja; pues siendo el mismo humor, si hay medicina para disipar, o [239] para impedir la generación del que ocasiona las demás fluxiones reumáticas, esa misma, disipando ese humor, o impidiendo su generación, curará la gota; y si la cura de ésta hasta ahora no se ha hallado, tampoco de aquéllas.
13. Estoy presintiendo la acusación, que muchos me pondrán, del desconsuelo, que con esta paradoja, y la antecedente ocasiono a todos los enfermos habituales, desesperándolos del remedio. Pero de esta acusación tengo mucho que defenderme. Lo primero digo, que antes los achacosos habituales me deben estar agradecidos, porque les ahorro mucho dinero, y mucha molestia, excusándolos de la compra, y uso de remedios inútiles. Lo segundo, que no represento imposible, o quimérica la curación radical de las enfermedades habituales; sólo siento, que hasta ahora no se ha descubierto. Lo tercero, que, aunque no haya cura radical, probablemente se puede lograr un equivalente de ella en la continua aplicación de algún remedio, que prohiba todos los insultos.
14. Realmente parece, que la proporción pide para achaques habituales remedios habituales; y acaso, si los Médicos hubiesen dado en esta máxima, mucho tiempo ha hubieran hallado remedio para la Gota. Pero pienso, que a Médicos, y enfermos les sucede en la solicitud de la curación lo que a los Alquimistas en la pretensión de la riqueza. Muchos de los que siguen la vana esperanza de la Piedra Filosofal, aplicando continuamente su industria, y trabajo a otros medios, pudieran hacerse ricos; pero, por buscar un breve trabajo para serlo, nunca llega el caso de que lo sean. Así los enfermos, que sujetándose a la molestia de un remedio continuado, acaso lograrían la salud, por querer curarse de golpe, o por el atajo con una medicina de pocos días, nunca se curan.
15. Favorece mi opinión una Observación de Sidenhan. El uso de la leche para la curación de la Gota ha sido muy proclamado. A unos aprovechó, a otros no. Sidenhan, haciendo reflexión sobre esta desigualdad, da [240] por regla inviolable, que el que se quiera sujetar a esta dieta, ha de hacer resolución fija de observarla toda la vida. Esto propiamente es oponer a achaque habitual remedio habitual. Todo lo demás es andar por las ramas.
16. Un remedio nuevo, o por lo menos nada vulgarizado, pondré aquí contra la Gota, en quien fundo no poca confianza. Leíle en las Memorias de Trevoux del año de 1718, tom. 2 pag. 156, como una de las observaciones contenidas en las Efemérides de la Academia Cesarea Leopoldina. El remedio es lavar los pies todos los días, teniéndolos una hora en agua tibia. Cítase la experiencia de un Caballero Alemán, que con este continuado uso no fue más molestado de la Gota. Yo añado para confirmación de lo que oí a un Caballero muy fidedigno, del Almirante Inglés Wager, bien nombrado en España. Éste, a los cuarenta años de edad, se hallaba ya muy molestado de la Gota, y a riesgo de verse muy presto también totalmente impedido. Tomó el arbitrio (no sé por consejo de quien) de tomar baños de agua tibia cada tercer día, lo que continuó toda su vida. El efecto fue librarse enteramente de la Gota, de modo, que en la edad septuagenaria se conservaba perfectamente sano, y con el manejo de todos sus miembros muy expedito. Advierto, que el baño del Almirante no era limitado a los pies y piernas, sino general de todo el cuerpo. Este remedio, si es eficaz para la Gota, lo será también, por lo que hamos dicho, para toda fluxión reumática, si es que todas (como yo pienso) penden de humores acres, salinos, o ardientes.
Paradoja III
Consultas a Médicos ausentes, casi todas inútiles
17. Muévenme a afirmarla varias razones. La primera, porque rarísima vez el Médico consultado forma el mismo juicio en virtud de la Consulta, que [241] hiciera visitando al enfermo. Esto he observado muchas veces en Médicos, que después de noticiados de la enfermedad por oídas, pasaron a ver al enfermo. Y de mí puedo asegurar, que habiendo ido a ver a muchísimos enfermos, de cuyo estadio se me había hecho relación, varié, o en todo, o en parte, el concepto que había hecho por la antecedente noticia.
18. La segunda, porque es rarísimo el caso, en que el que forma la Consulta observe todo lo que debe observar. Hay mil cosas que notar en un enfermo, como saben los Médicos doctos, y entre ellas no pocas, que a los menos reflexivos parecen de ninguna consideración, siendo en realidad de mucha monta. Un Médico indocto, un mal Cirujano, que hacen la Consulta no notan, mas que algunas generalidades: el pulso, la orina, si come, si duerme, si duele la cabeza, &c. Con una relación tan diminuta no puede hacerse debido concepto de la enfermedad. Véase esto claramente en las visitas de los Médicos sabios, y atentos a su obligación; a los cuales, después que el enfermo, los asistentes, el Cirujano, y aún el Médico cotidiano, si le hay, dieron su informe, le restan muchas cosas que notar, y muchas preguntas, y repreguntas que hacer.
19. La tercera, porque aún las mismas cosas, de que informan los sentidos, no a todos se representan de un mismo modo: lo que a cada paso se experimenta. De dos que han visto al enfermo, uno dice, que estaba muy extenuado; otro, que no: uno, que la lengua estaba muy encendida; otro, que no tanto: y así de los demás. En tanto grado es cierto esto, que si son siete, u ocho los que vieron al enfermo, apenas sucederá jamás, que estén en todo acordes: lo que proviene ya de la mayor, o menor atención, ya de la más, o menos clara perspicacia del sentido común.
20. La cuarta razón procede sólo en orden a las enfermedades agudas. En estas de hora a hora suele variarse el dictamen del Médico; porque ya se agravan, ya se [242] minoran los síntomas, ya desaparecen unos, ya aparecen otros. ¿De qué servirá, pues, en tales casos consultar a un Médico, que dista seis, u ocho leguas del enfermo? Llegará la receta, cuando ya acaso, no sólo sea inútil sino nociva.
Paradoja IV
Es error insigne procurar la curación de toda fiebre
21. Los Médicos vulgares (se ha de entender, que regularmente sólo con éstos hablo) miran siempre a la fiebre como un enemigo, con quien no sólo jamás es lícito hacer paces, mas ni aún pactar treguas. Así, luego que conocen febricitante al enfermo, para quien son llamados, todas sus ideas se dirigen a combatir aquel enemigo. ¡O, cuantos estragos ocasiona este error! No digo en esto cosa que no hayan advertido antes que yo algunos Médicos. Ya Hipócrates dejó notado en varios lugares, que diferentes enfermedades, o incurables, o de difícil curación, como Epilepsia, Apoplejía, Convulsión, Tetano, Afonía, dolores de Hipocondrios, se curan sobreviniendo fiebre.
22. No sólo la fiebre en muchos casos no se debe impedir, mas en varios casos se debe solicitar. Famosa es la sentencia de Celso: Quos ratio non iuvat, temeritas sanat, cum circunspecti hominis sit quandoque ferem accendere. Y me acuerdo de haber leído, que Hipócrates, y Galeno dictan, que en los afectos de cabeza, y de los nervios, con torpeza, y dificultad del movimiento, conviene excitar fiebre. Yo dijera, que son muchos más los casos en que se debe excitar, porque son muchos más los casos en que es utilísima, si es verdadero el Aforismo de Sydenhan, como para mí sin duda lo es: Febris est instrumentum naturae, quo partes impuras a puris secernat {(a): Pag. mihi 35.}. Y del mismo sentir es el insigne Etmulero [243] in Tentam. Urumant. §. 22. Naturae ergo, dice, opus est omnis febris ad totius animalis aeconomiae integritatem restaurandam per coctionis beneficium institutum. Son innumerables los casos en que la fiebre es convenientísima. Así aquel celebrado práctico en muchas partes enseña, que se debe promover la fermentación, encendiendo más la fiebre, cuando está muy remisa, y sólo se ha de procurar reprimir, cuando arde muy furiosa.
23. Una reflexión me persuade eficazmente, que las fiebres son por la mayor parte benéficas; y es, que, permitiéndolas seguir su curso, hasta que espontáneamente se disipan, dejan al sujeto, no sólo en igual, sino en mejor disposición, que la que gozaba antes de la fiebre: más alegre el ánimo, más expedito el discurso, más vivo el apetito, más tranquilo el sueño. Esta es prueba evidente de que no hizo daño al sujeto, antes provecho; y por consiguiente, bien lejos de ser nociva, fue benéfica. Todo enemigo, al retirarse del territorio, donde entró a ejercer su saña, deja las cosas en peor estado que las halló. ¿Si la fiebre las deja mejoradas, no es delirio imaginarla enemigo, y tratarla como tal?
24. El mismo Sydenhan compara la fermentación, que mediante la fiebre se hace en la sangre, a la que tienen el vino, y la cerveza en el tonel: y dice, que ni más ni menos que estos licores, se purifican, y mejoran con la fermentación; como al contrario, si se suspende la fermentación abriendo el tonel, se destruyen. Así la sangre se purifica con la fermentación febril; y suspendida ésta con la sangría, o con otro remedio intempestivo, se vicia, y empeora.
25. Bien considerado todo esto, ¿quién no detestará la imprudencia, o ignorancia de aquellos Médicos, que contra toda fiebre tocan al arma, y con todas sus fuerzas se aplican a la expulsión de ella, como de un huésped alevoso, que sólo intenta la ruina del domicilio, donde se aloja? ¡O cuántos males, o cuántos homicidios ocasiona este bárbaro procedimiento! Aquellos [244] viciosos humores, que mediante la fermentación febril se habían de segregar de la sangre, detenidos en ella por la intempestiva suspensión de la fiebre, adquieren mayor acrimonia, más alto grado de malignidad, con que después ponen al enfermo en mayor peligro. Acaso de este error proceden las más de las recaídas; y verisímilmente la razón principal, porque las recaídas son más peligrosas, que las caídas, es la señalada, de que los humores viciosos detenidos adquieren mayor malignidad; aunque también es causa coadyuvante la debilidad, que halla en el sujeto la recaída.
26. Yo protesto, que a muchos febricitantes disuadí, ya de la sangría, ya de otros remedios, que los Médicos prescribían, sin que jamás, ni ellos, ni yo tuviésemos motivo para arrepentirnos. Debe suponerse, que esto sólo lo hacía en los casos, en que claramente conocía ser la fiebre benigna; pues cuando la conozco maligna, o dudo si lo es, jamás me entrometo en estorbar la acción del Médico, sí sólo en proponerle a éste lo que me parezca más probable; y es, que se espere hasta descubrir camino. Es el caso, que aún en las fiebres, que llaman malignas, es verisímil, que no se debe acusar la fiebre, sin la causa de ella. Acaso el destino natural de toda fiebre sólo es expurgar la sangre; pero a veces sucederá, que encendiéndose demasiado, por el continuado intenso influjo de la causa morbífica, disipe todo lo espiritoso, que hay en ella, en cuyo caso acarreará la muerte, si a tiempo no se mitiga. [245]
Paradoja V
La Dieta, y curación precautoria de los convalecientes, superfluas
27. Para que no nos equivoquemos, se debe advertir, que la Paradoja procede de Convalecientes, que verdaderamente lo son, y tienen legítimas señas de tales. Yerran torpísimamente en esta materia, no sólo los asistentes, mas también frecuentemente los Médicos. En viendo cesar la calentura, y el dolor de cabeza, u otro cualquiera que acompañase la fiebre, declaran la enfermedad totalmente vencida, y al enfermo en estado de convalecencia. Sucédeles lo mismo que a los Capitanes ignorantes, o inexpertos, que en el desembarazo de un combate, no distinguen entre los que es huir vencido el enemigo, o retirarse cautelosamente a una emboscada. Es así, que muchas veces la que se juzga convalecencia, no es más que un disimulo alevoso, una retirada sagaz, una suspensión traidora de los combates de la enfermedad, para salir después, como de una emboscada, a descargar con más furia sobre el pobre paciente. Aunque esto puede provenir de diferentes causas, ninguna, a mi parecer, más ordinaria, que el error del Médico, que con intempestivos remedios suspendió la fermentación, cortando la fiebre; porque los humores depravados, cuyo movimiento se interrumpió, adquiriendo con la detención, como se dijo arriba, más alto grado de acrimonia, vuelven a suscitar después más intensa, y maligna fiebre, que, cayendo sobre unas fuerzas postradas, no es mucho ocasione el último estrago.
28. Esta falta de discernimiento entre la convalecencia verdadera, y aparente, fue quien introdujo la escrupulosa observancia, con que se procede en orden a los [246] convalecientes. La práctica común es purgarlos, para extirpar, dicen, las reliquias de la enfermedad: ministrarles aquellos alimentos, que se juzgan más propios de enfermos, que de sanos; y aunque estén rabiando de hambre, cercenarles cuanto pueden la cantidad. Digo, que en la convalecencia verdadera todo ese cuidado es superfluo, y el convaleciente sin esas precauciones proseguirá en su mejoría, hasta lograr perfecta robustez. Pero antes de pasar adelante, es preciso señalar el distintivo, o distintivos característicos entre la convalecencia verdadera, y aparente.
29. Las señales seguras de convalecencia verdadera, aunque acaso se pudieran observar algunas más, se pueden reducir a tres: apetito vivo de la comida, ánimo alegre, y continuado aumento de fuerzas. Resueltamente afirmo; que en el convaleciente, en quien se notaren estas circunstancias, no hay que temer recaída. Si alguno me dijere, que la vio en uno, u otro sujeto dotado de esas circunstancias, permitiéndole que no suponga una experiencia que no tiene, por mantener su tesón a costa de la verdad, lo que a cada paso sucede; le responderé, que esa no fue recaída, sino nueva, y distinta enfermedad, inducida, o por alguna causa externa muy poderosa, o por algún exceso insigne. Supongo, que un convaleciente es capaz de enfermar de nuevo por cualquiera de aquellas causas, por las cuales enferma un hombre, que se hallaba muy sano, y robusto. ¿Pero esta será recaída? De ningún modo: porque la recaída es una repetición de la enfermedad antecedente, ocasionada de la misma causa morbífica, que en todo, o en parte quedó contenida en el sujeto.
30. La carencia de las tres señales, que hemos notado de convalecencia verdadera, es la seña legítima, y segura de la que es puramente imaginaria. Por más que se haya ausentado la fiebre, y el dolor de cabeza, u otro cualquiera, que acompañase la fiebre, si el apetito está descaído, el sujeto melancólico, y las fuerzas [247] no se van recobrando continuadamente, no hay que imaginar convalecencia verdadera. O el enfermo recaerá, o padecerá aún por muchos días un género de indisposición, y languidez, entre tanto que la materia morbífica (que quedó dentro) se vaya digiriendo poco a poco.
31. Puede servir de aditamento a las señales, que notamos, la observación del semblante, y los ojos. El color del rostro, aunque descaído, pero limpio, y claro: el modo de mirar, aunque no vigoroso, pero alegre, y dulce, son buenos testigos de que la convalecencia es verdadera. Pero la observación de estas señas pide genio en el observador, y cierta especie de tino mental, faltando el cual, por más que se le instruya, está a peligro de errar. Como al contrario, el que le tuviere, por la mera contemplación de los ojos regularmente acertará en el pronóstico, no sólo en el estado de convalecencia, mas aún en el de la enfermedad.
32. Suponiendo, pues, que por las señas propuestas se conozca, que la convalecencia del enfermo es verdadera, digo, que es ociosa la purga, y otra cualquiera curación precautoria, como también estrecharle mucho en la dieta. Dicen, que la purga es conveniente, para exterminar las reliquias de la enfermedad. Pero lo primero replico, que en la convalecencia verdadera no hay tales reliquias; si las hubiese, habría también los efectos de ellas: por lo menos el apetito sería algo diminuto, comparado con el que hay en tiempo de sanidad; y bien lejos de eso, es más vivo. Esta imaginación de reliquias provino de no distinguir la convalecencia verdadera de la aparente. Como en ésta suceden las recaídas, y éstas se juzgan provenir de reliquias de la primera enfermedad, en el dejo de toda enfermedad concibieron reliquias remanentes. Replico lo segundo, que aunque hubiese tales reliquias, sería excusada la purga. Si la naturaleza fatigada de dolores, pervigilios, angustias, tuvo vigor bastante para vencer, y ahuyentar el grueso, [248], digámoslo así, del enemigo, ahora que está más despejada, y animosa, ¿no tendrá sobradas fuerzas para expeler unos míseros dejos del contrario? Replico lo tercero: O ese poco humor vicioso está incocto, o cocido; si incocto, no se debe purgar, según el Aforismo Hipocrático: Concocta medicari oportet, non cruda. Si cocido, ¿qué dificultad tendrá la naturaleza en expelerle? Ella sin auxilio alguno, y aún sin la menor fatiga, expele la materia de un gran catarro, luego que la cuece. Replico lo cuarto: Si un poco de humor vicioso, que haya quedado en el cuerpo, a quien se quiere dar nombre de reliquias de enfermedad, pide purga, no hay hombre que no deba estar purgándose continuamente; porque ninguno hay de sangre, y humores tan puros, que no tenga mezclado algo de excrementicio; y si le hubiese, por eso mismo debería medicarse, si hemos de estar a la otra máxima Hipocrática: Habitus Athletarum, qui ad summum bonitatis pertingit, periculosus est.
33. Las razones mismas, que reprueban como superflua la purga, sirven para impugnar como ociosa la estrecha dieta. Digo estrecha, porque alguna dieta en todos tiempos, y estados debe haberla; pero no es menester más dieta en el tiempo de convalecencia, que en el tiempo de sanidad, cuando no ha precedido achaque alguno; y si me apuran, diré, que ni aún tanta. La experiencia constante es, que, según es mayor, o menor el apetito, se cuece, y digiere más, o menos. Si el apetito está lánguido, se cuece, y digiere poco; si valiente, se cuece, y digiere mucho más. Ni puede ser otra cosa, atendida la harmonía, que hay entre las facultades del cuerpo humano.
34. Si se me opusiere la debilidad de los convalecientes, digo, que esa debilidad no es del caso de la cuestión. Está un convaleciente débil para correr, para tirar la barra, para levantar un gran peso; mas no para cocer, y digerir los manjares. Si lo estuviese, también estaría flojo el apetito. Ni la primera debilidad infiere la segunda [249]. El que hizo todo el ejercicio corporal, que permiten sus fuerzas, sin que llegue al exceso de perjudicar la salud, está débil para continuar el mismo ejercicio, u otro de la misma línea, mas no para cocer, y digerir el alimento; antes bien, como entonces come con más gana, cuece, y digiere mejor.
35. La observación experimental, así en mi persona, como en otras, me ha mostrado lo mismo que llevo dicho. He visto muchos convalecientes, con legítimas señas de tales, que ni se repugnaron, ni obsern3=&u=http://www.ard.com.ar/nivel2.asp%3Fn1=ilu&fs=true&b=MSIE&x=702 1 1 1 0 0 18046854 0 0 420 /stats/count.asp?w=1152&h=864&c=32&r=http://www.ard.com.ar/nivel2.asp%3Fn1=pac&u=http://www.ard.com.ar/partes.asp%3Fn2=eti&fs=false&b=MSIE&x=686 1 1 1 0 0 18046526 0 0 372 /stats/count.asp?w=1024&h=768&c=32&r=http://www.ard.com.ar/&u=http://www.ard.com.ar/manuales.asp&fs=true&b=MSIE&x=1378 1 1 1 0 0 18048754 0 0 372 /stats/count.asp?w=1024&h=768&c=32&r=http://www.ard.com.ar/nivel3.asp%3Fn2=var&u=http://www.ard.com.ar/partes.asp%3Fn3=pro&fs=false&b=MSIE&x=925 1 1 1 0 0 18044480 0 0 372 /stats/count.asp?w=1152&h=864&c=32&r=http://www.ard.com.ar/partes.asp%3Fn2=xtr&u=http://www.ard.com.ar/max.asp%3Fpic=203_17.jpg%26ruta=internet/clipart/extras/%26num=203&fs=true&b=MSIE&x=416 1 1 1 0 0 18046977 0 0 372 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52. Pero aunque la regla de Celso, a primera vista, parece muy racional, por dos capítulos la considero defectuosa. El primero es, que la tolerancia de la Diarrea no se debe proporcionar al número e días que dura, sino a la cantidad de la evacuación, la cual en mucho menos tiempo puede ser mucho mayor; y mucho más cuidado debe dar una Diarrea muy impetuosa, que dure cuatro días, que otra algo lenta, que dure siete. El segundo es, que si la regla se debe entender, como es natural, de una Diarrea, media entre la impetuosa, y lenta, como es la de siete, u ocho deyecciones en cada [257] veinte y cuatro horas, estrecha demasiado el Autor el tiempo de la tolerancia; pues en esta medianía la he visto infinitas veces durar quince, y veinte días, y a veces más, sin riesgo alguno del paciente.
53. Si se me opone, que también se ven casos, en que Diarreas menos porfiadas llevan a los pacientes a la sepultura: Respondo lo primero, que es menester saber si son Diarreas coliquativas, de las cuales no es la cuestión. Respondo lo segundo, que en esta objeción se comete el error de tomar la no causa por causa. No es lo mismo morir un sujeto, que padece Diarrea, que morir de Diarrea, o por la Diarrea. En esta casa vi perecer catorce años ha el mozo más robusto, y sano, que había en ella (el P. Fr. Juan de la Puente) a ocho días de Diarrea, sin mucha repetición de deyecciones. ¿Mas cómo he de creer, que murió en fuerza de la Diarrea, habiendo visto muchos, que en más crecida edad, y con muchos menos fuerzas sobrellevaron duplicada, y triplicada evacuación? En aquel, y semejantes casos, se debe creer, que no la Diarrea, sino potra causa oculta, es la que mata, y del mismo modo matará, aunque se ataje la Diarrea, la cual verisímilmente es efecto de la misma causa, pero efecto inconexo con la vida, o con la muerte del paciente.
54. Confirma eficazmente esta conjetura la experiencia de un Músico de esta Iglesia, que poco más ha de dos años, habiéndole venido un fluxo de vientre, sin enfermedad previa, y sin que pasase de siete, u ocho las deyecciones, a pocas horas murió; lo que no podía ser en fuerza de la Diarrea, aunque ésta fuese coliquativa. A poco tiempo después murió un Caballero de esta Ciudad (Don Fernando Inclán) con tres días de Diarrea, en que tampoco las deyecciones fueron muchas.
55. Respondo lo tercero, que he tenido noticia de algunos casos, en que quedé con bastante, y bien fundada sospecha, de que los pacientes no murieron por la Diarrea, antes por haberla el Médico atajado. Cuán [258] verisímil, y aún necesario es, que esto suceda algunas veces, se conocerá contemplando, que cuando la naturaleza, por hallarse muy agravada de algún humor nocivo, solicita su alivio por medio de una copiosa Diarrea, si ésta se ataja, detenido aquel humor, puede corromper todos los jugos laudables del cuerpo, y por consiguiente acarrear la muerte.
56. ¿Pero qué diremos en el caso, en que dejando correr libremente la Diarrea por veinte, o treinta, o cuarenta días, últimamente muera el paciente? Digo lo primero, que ese caso, no habiendo otra cosa más que simple Diarrea, nunca le he visto. Digo lo segundo, que el enfermo, que estuviese en esa infeliz disposición, morirá también, y acaso más presto, si se le atajare la Diarrea. La razón es, porque el suceso propuesto no puede provenir, sino de que hay causa adentro, que sucesivamente va viciando, o corrompiendo todos los humores del cuerpo, en cuyo caso, que los humores se evacuen, que no, morirá el enfermo; y más presto, a mi parecer, no evacuándose: de modo que la evacuación nunca es causa de la muerte, por consiguiente la Diarrea nunca debe atajarse, ni capitularse como enfermedad. Exceptúo el caso metafísico, u quizá imposible, de que abundando en el cuerpo una gran copia de humores viciosos, de golpe, y al mismo tiempo se precipitase toda, la cual no dudo ocasionaría una muerte pronta, como sucede al hydropico, si de una vez le sacan el suero viciado que tiene: lo cual juzgo provendría, no de la copia de espíritus disipados, como comúnmente se discurre, sino de que tan copiosa, e impetuosa evacuación precisamente desordenaría mucho de los sólidos, de donde, y por donde se derivase.
57. Lo que más ordinariamente engaña en las Diarreas a enfermos, asistentes, y Médicos, son los síntomas. Frecuentemente en los que padecen Diarrea se nota mucha inapetencia en la comida, intensa sed, grave melancolía, notable descaecimiento de las acciones [259] de todos los miembros, el color del rostro perdido, tristísimos los ojos. Como este complejo de síntomas por lo general es de mal agüero, en las Diarreas a todos asusta mucho. Sin embargo digo, que la Diarrea es excepción de regla, en orden a este general pronóstico, como me lo han persuadido innumerables observaciones. Así, siempre que visito a cualquiera, que está en la disposición expresada, bien lejos de confirmarle en su susto, le doy la enhorabuena del favor que debe a la Naturaleza en tan saludable evacuación, y le disuado de hacer toda medicina. Esto he exceptuado infinitas veces, sin que ninguna se arrepintiese el paciente de haber aceptado mi consejo.
58. En esta Ciudad hizo bastante sonido lo que pasó en caso semejante con Don Eusebio Velarde, Canónigo de esta Santa Iglesia. Fui a verle en ocasión, que casi enteramente estaba desconfiado de vivir. Había quince días, que padecía. Dos Médicos le asistían, que no cesaban de recetar. La Diarrea prodeguía. En medio de ser naturalmente de gran vivacidad, su descaecimiento era grandísimo, la tristeza mucha, la inapetencia notable. Procurando yo esforzarle, y persuadirle, que carecía de todo riesgo, noté, que lo que daba más cuidado, era la inapetencia, pareciéndole, que no pudiendo nutrirse, por la repugnancia grande que tenía a cuantos alimentos le presentaban, últimamente se rendiría por desfallecimiento. Preguntele, si la repugnancia era generalísima, o acaso le había quedado apetito a algún manjar, fuese el que se fuese. Respondiome, que únicamente apetecía torrezno; pero se lo prohibían los Médicos, como perniciosísimo. No importa, le dije: coma Vmd. entretanto que le apetezca, no sólo al mediodía, mas aún a la mañana, y a la noche, y no admita más medicina. Habiéndole ya persuadido (lo que es difícil cuando el consejo favorece al apetito), le añadí: Ya que Vmd. está resuelto a hacer lo que le he dicho, le encargo muy encarecidamente, que no diga palabra a los Médicos de [260] que come torrezno; porque tantas, y tales cosas le dirán, que le disuadirán de ello. Puntualmente, como se lo intimé, lo ejecutó, y dentro de cuatro días estuvo bueno. Y no ocultaré aquí la ignorancia de uno de los Médicos, que el día siguiente, a mi vista, viendo que el enfermo no quería más medicina, le notificó, que tratase de hacer testamento.
Paradoja IX
Son muchos más que se piensan, los males que vienen de inflamación interna
59. ¡Que pocas veces veo quejarse a los Médicos de inflamaciones internas! No sólo rara vez consienten en que las hay, mas aún rara vez les ocurre la duda de su existencia. Sin embargo es preciso que sean frecuentísimas, y que provengan de ellas, o en ellas mismas consistan muchísimas indisposiciones, que los Médicos atribuyen a otras causas.
60. Para enterarse de esta verdad, basta observar dos, o tres cosas. La primera, que apenas hay parte alguna en todo el cuerpo donde no se pueda formar inflamación. Ésta no es otra cosa, que una estagnación de la sangre en los vasos más angostos, o sanguíneos, o linfáticos, la cual no por otra cosa se detiene en ellos, sino porque la mucha estrechez de los vasos por la parte hacia donde se hizo la propulsión, no da lugar al éxito del licor. Esto es, los poros por donde debiera salir el licor, son de menor magnitud, que las partículas del licor. Acaso sólo la parte globulosa de la sangre, o por lo menos principalmente ésta, es la que hace las inflamaciones. Lo que se puede probar, lo primero por el intenso color rubicundo, que se nota en todas las inflamaciones, pues este color es propio, y nativo de los globulillos de la sangre; de modo, que separados éstos [261] nada queda de este color en todo el resto de partes de la masa sanguinaria. Lo segundo, porque los glóbulos, como sólidos, son más aptos a estancarse, que las partículas del licor, de su naturaleza más movibles. Lo tercero, porque los glóbulos, aunque muy menudos, son de mucho mayor tamaño, que las partículas mínimas del licor: y así es más natural, y fácil concebir en aquellos, que en estos la imposibilidad del éxito por la angustia de los poros. Como, pues, no hay parte alguna, ni externa, ni interna en todo el cuerpo, por donde no estén ramificados infinitos vasos menores, o mínimos, que son las últimas propagaciones de los mayores, en todas partes, o casi todas, se pueden formar inflamaciones. Así lo decidió también el famoso Boerhave, que hablando de la inflamación, dice: Ergo eius sedes omnis pars corporis.
61. La segunda cosa, que se debe observar, es, que en cualquiera parte exterior del cuerpo, a la cual fluya humor acre, causa inflamación, mayor, o menor, según es mayor, o menor, o la cantidad, o la acrimonia del humor fluyente. Ya suceda esto, porque el humor, royendo en las entradas de los vasos menores, las haga más capaces, para que por ellas puedan introducirse los glóbulos sanguíneos, o por otra especie de mecanismo, en que se puede discurrir con variedad, juzgo la regla dada tan general, que con dificultad admitiré alguna excepción.
62. Puestas estas dos observaciones, se viene a los ojos, que en las partes internas deben ser frecuentísimas las inflamaciones. Hacia todas ellas tiene libertad para fluir el humor acre. Todas son capaces de inflamación; por consiguiente puede en ellas el humor acre hacer el mismo efecto que en las externas: luego se debe discurrir, que son comunísimas las inflamaciones internas en los que abundan de humores acres.
63. De aquí infiero, que cuando el enfermo se queja de dolor en alguna determinada parte interna, debe por la [262] mayor parte inclinarse el Médico a que procede de inflamación, y abstenerse de purgantes; pero con mucha mayor razón, cuando el paciente es comúnmente infestado de fluxiones acres vagas. Si un sujeto, pongo por ejemplo, ya padece fluxión a los ojos, ya las narices, ya la boca, ya las fauces, ya a las extremidades hemorroidales, y así a éstas, como a otras partes externas donde cae la fluxión, las inflama, debo hacer juicio, no habiendo prueba clara en contrario, que cuando se queja de dolor en alguna parte interna, procede de aflujo de humor acre, que inflama aquella parte.
64. En vista de esto, parece preciso condenar, como error pernicioso, la práctica de aquellos Médicos, que purgan en los catarros, o fluxiones reumáticas al pecho. Si en otras muchas ocasiones, en que la fluxión venía al sujeto a ésta, o aquella parte externa, siempre se la inflamaba, ¿qué juicio debo hacer, sino que ahora que cae al pecho, también en él causa inflamación?
65. Dejo a la consideración de los Médicos doctos, si lo que decimos de la inflamación, se podrá extender a otras especies de tumores; lo que a mi parecer se puede hacer con bastante probabilidad; pues no veo razón, porque cualquiera especie de tumor, que se forma en una parte externa, no pueda formarse en una interna, congregándose en ella la materia propia, o introduciéndose la disposición específica de cualquiera tumor. ¡Cuán verisímil es, que infinitas indisposiciones, que los Médicos achacan a causas diferentísimas, provengan de tumores de varias especies, que se forman en diferentes partes internas! ¿verisímil dije? No sino muy cierto; pues innumerables veces ha descubierto esta verdad la disección de los cadáveres, a cuyo propósito se hallan muchos casos en la Historia de la Academia Real de las Ciencias. [263]
Paradoja X
Falso el adagio Cognitio morbi, inventio est remedii
66. No sé quien fue autor de esta sentencia. Pero sé que la invención, de que habla, es por la mayor parte invención. Si la máxima fuese verdadera, cuanto más conocidos los males, serían más curables, por la regla: Sicut se habet simpliciter, ad simpliciter, ita magis ad magis. Y lo contrario sucede comunísimamente; pues son más conocidos, cuanto más agravados; y cuanto más agravados son menos curables. La gota, la fiebre pestilente, el cancro, la apoplejía, la hectica, la hydropesia, pstisica confirmadas, y otras innumerables enfermedades, son muy conocidas; y con todo, o absolutamente incurables, o de rara, y dificultosísima curación.
{(a): Es oportunísima para demostrar más la falsedad del adagio Cognitio morbi, inventio est remedii, una observación de Mr. de Fontenelle: Una enfermedad, dice, que está en los líquidos, y éstas son las más ordinarias por la mayor parte no es conocida; y no por eso deja de curarse. Otra, que provendrá del desorden el la construcción de algunas partes sólidas, será conocida perfectamente, y no habrá remedio para ella. Así ni el conocimiento perfecto de los males da motivo para esperar su curación, ni la falta de conocimiento motivo para desesperar. {(*): Hist. Academ. Año 1712, pag. 25.} Véase lo primero claramente en una terciana regular. Esta es una enfermedad de las más curables; pero en q
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