No ocurriéndome prologizar este Tomo, te daré, Lector mío, en vez de Prólogo, una instrucción de no leve importancia. En el Discurso XI, num. 47, digo, que los que comulgan, o celebran el Santo Sacrificio de la Misa, pueden seguramente escupir, o gargajear, como haya entera seguridad de que ninguna Partícula de las especies Sacramentales ha quedado en la boca. Pero me faltó advertir, que esta seguridad (por lo menos en cuanto a las especies del Sanguis) no la hay por un buen rato, de lo cual he hecho una observación experimental. Así, siendo sentencia de muchísimos Teólogos (creo que los más), que el Cuerpo, y Sangre de Cristo se conservan aún en las partículas minutísimas, y insensibles de las especies Sacramentales, hasta que se corrompen, es menester proceder en esta materia con muchísima cautela. Ya llegará ocasión de explicar yo mi dictamen sobre aquella opinión Teológica. Por ahora no es menester más que lo dicho.