La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764

Apología del Escepticismo Médico

Apología del Escepticismo Médico,
escrita por el Rmo. P. M. Fr. Benito Jerónimo Feijoo, Benedictino,
Catedrático de Teología en la Universidad de Oviedo, &c.


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Videte ne quis vos decipiat per Philosophiam, & inanem fallaciam.
Pauli ad Colossens. cap. 2.

1. Estos días llegó a mis manos un libro intitulado: Centinela Médico-Aristotélica contra Scépticos, su Autor Don Bernardo López de Araujo y Ascárraga; cuyo intento es impugnar el que se intitula: Medicina Scéptica, escrito por el Dr. D. Martín Martínez, uno y otro Médicos de los Reales Hospitales de la Corte; y el Dr. Martínez también Honorario de su Mag. en su Real familia, y Socio de la Academia de Sevilla.

2. Había yo leído la Medicina Escéptica y algún otro escrito del Dr. Martínez, admirando (como creo les sucede a todos los que han estudiado algo) el sutilísimo ingenio, solidísimo juicio, y admirable erudición de este Autor, prendas a que junta en grado ventajoso la elegancia, claridad, y gracia en el estilo. Viendo, pues, ahora en la Obra de su antagonista (que verdaderamente más es antípoda suyo en las dotes del espíritu, que en las opiniones de la Escuela) todo lo contrario, apenas pude contener mi admiración de que ingenios pigmeos se empeñen en combatir gigantes. [204]

3. Todo aquel libro es un tejido de dicterios, atribuyendo al Dr. Martínez los epítetos de necio, loco, ignorante, y otros igualmente decorosos en cada página (lo que a mí me servirá de disculpa, si contra mi genio, y costumbre tratare con alguna aspereza a Araujo en este escrito). Y no menos se nota a cada paso la ineptitud de los argumentos, que aun no arriban a paralogismos: continuación de supuestos falsos en la doctrina del Autor impugnado: ignorancia grande de la misma Escuela que defiende: digresiones lejos del intento: citas fuera del asunto: afectación pueril de una erudición trivial, trayendo con violencia lo más vulgarizado de las Poliantéas: el estilo bajo, aunque con inútiles esfuerzos de culto quiere tal vez levantarle del suelo: las voces impropias, el método desordenado, y la expresión embarazada y confusa.

4. Notable es el daño, que en la República Literaria ocasionan semejantes impugnaciones, sirviendo de embarazo para sus adelantamientos a los hombres doctos a quienes se oponen; los cuales en sacudirse de estos despreciables estorbos, desperdician parte del tiempo que útilmente consumieran en enriquecer el Orbe con otros escritos: así como a un ejército arreglado le retardan marchas, y atrasan operaciones las repetidas invasiones de desordenados voluntarios, aunque tan inferiores en las fuerzas: y por otra parte llenan de errores a la ignorante juventud, la cual desnuda aun de capacidad para decidir de la calidad de los libros, prefiere frecuentemente a las fuentes claras de doctrina estos inmundos charcos, con cuyo cenagoso licor se obstruyen de tal calidad las mentales vías, que no hay después aperientes eficaces para limpiarlas, haciéndose cada día el mal más irremediable por más envejecido.

5. Demás de este gravísimo daño que a todos toca, funda la Obra de Araujo un particular resentimiento a los que seguimos la Escuela Aristotélica, viendo tan mal defendida en ella la doctrina de nuestro Maestro, que quien no se instruyere por otros libros de los fundamentos que hay para seguir a Aristóteles, con preferencia a otros Filósofos, dará sin duda la sentencia a favor de éstos; sucediendo a [205] este Autor lo que al mal Abogado, que hace perder la hacienda a la parte que tenía mejor causa.

6. No discurro que moviese a Araujo para este arrojo alguna pasión de envidia a los aplausos que el Dr. Martínez logra entre los eruditos, por más que la amarguísima hiel, y destemplanza de dicterios con que escribe, lo arguya, siendo éstas las señas que dio Ovidio de aquel villano afecto: Pectora felle virent, lingua est suffusa veneno. Met. lib. 2; sino la ansia de hacerse famoso, impugnando a un hombre celebrado: medio inicuo, que para conseguir gloria mucho ha tenía inventado la malicia, y que logra felizmente no pocas veces, por lo menos en aquel poco tiempo que tardan los sabios, que son pocos, en desengañar a los ignorantes, que son muchos.

7. Pero haya sido el que se quisiere el motivo, vamos a la Obra. Lo primero que en ella noto, es, que el Autor faltó enteramente a la promesa, y al intento. Había ofrecido en el Prólogo atacar el libro del Dr. Martínez, y defender la doctrina Aristotélica. Ni uno, ni otro hace, ni aun lo emprende: pues sólo se estrecha a las nueve hojas de la Introducción de Martínez, en las cuales ninguna doctrina particular de Aristóteles se impugna: sólo se expone el asunto y el modo de tratarle: explica el Hipocrático, en qué sentido se aplica al epíteto de Escéptico, y discurre por los varios capítulos por donde puede errarse el juicio físico de las cosas, que se funda en las especies sensibles. En los varios Diálogos que componen el cuerpo de la Obra de Martínez, hay muchos y terribles argumentos contra las doctrinas Aristotélicas que se van tocando en ellos. Aquí no llegó, ni aun a darles vista siquiera Araujo, contentándose con ir puerilmente glosando la Introducción. Y así cumplió tan exactamente con la obligación en que se puso, como cumpliera un Capitán empeñado en la conquista de alguna Ciudad, si no hiciera más que registrar de lejos los muros, y dar una vuelta por el campo. Este libro, pues, podría darle alguna reputación al Autor con aquellos lectores que sólo son capaces de entender y decir que Araujo sac&onJ+vz8Yyvib l5cn1uky1UGx2+0vzGgYjUan09nY2BiMPK4ulXnz5jH13FtrrAgiUn7Tpk2jHqGKDh06hAb4 sbi4WGSOCcbW3K1bt1OnThUWFrpcLqfTmZ+fX1JSUlxcXFBQ8OeffyYlJYmYKyoqUhSlsbFR EzqgIAb9CI8NLyJJ0q1bt2w2GwRiMpngYxgMBqvVWllZydVDBsSW8Of3+61Wq9lsnjhxYkFB gcvlcrlcxcXFTqezqKiopKTk7NmzRUVFotMSGxvr8XjEyN0rpNBVuHN1Amg+yPvmnLvdbmR0 Cb5ABlIALceDYYOKUQuwxZbt9/t37NhhNpvFMxfNIpjcnYaGBjHtLMuy2+0ePny46Cy+8847 6BejhRVB2FUUpbq6murfw8PDNY6mRqlTvv2zzz4TJaaJi9MvhB65aTH++vXrSQuQD7Bq1Spq LDKBQIqLi+kRGNPi2DBsNAgPD6dbu3fv5v9PPDlIDV4FF6p4KT1L7nB9ff38+fPpuARkl5mZ qWEYrIPz8/MJfNSjaCx6vd6TJ09yYfE0i2BaA81mE8rLyzt16mQwGGAWM8ZSUlIqKiow66Wl pWIQigtpEUISa+q5sqBojMFgiIiIuHr1Kr2IuCyfPn3KBWeRC5EERKkB5bNnz5L3ifRn586d YXkHHzyRZRkly6IVJxb70yDpLXC3d+/eVMfyaikU5+Ru3bq1ZcuWyspKEWe86cEBroJ76tSp kBQkmJaWpjH7gnUwdnCaTo3lLfrgLSOY+KONWAKBVXfkyBFAkED8xRdfYFKRWeQC4gcMGKDT 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Mandale un mail a Ricardo a t-knos@velocom.com.ar y pedile que te suscriba. Poné en el Asunto (subject): Quiero el T-knos Ya! - Promo MMUG ____________________________________________________ dibuja en flash mejor la flecha y la mano y a la mierda solucionado. >From: Nico >Reply-To: ** La Sala del Flash del MMUG -ar ** >To: ** La Sala del Flash del MMUG -ar ** >Subject: [Flash] cambiar cursores en tiempo de ejecucion >Date: Thu, 22 Apr 2004 21:49:20 -0300 > >T-knos by INFOmail / Interfase: >Teknología con una sonrisa. Mandale un mail a Ricardo a >t-knos@velocom.com.ar y pedile que te suscriba. >Poné en el Asunto (subject): Quiero el T-knos Ya! - Promo MMUG >____________________________________________________ > >HOLA a todos.... >bueno... es justamente lo que esta en asunto... >Estoy armando un CD con mi curriculum.... y programe de forma muy sencilla >el cambio de cursores dependiendo del comportamiento del mouse...Por >ejemplo... >en cada boton..... >rollOver..... una manito >rollOut....... una flecha >drag...... bla bla > >Anda perfecto... pero los movimientos del cursor del mouse quedan muy >pesados!!!! (LENTOS) >Es raro... poque es muy sencillo lo que hice... >Les tiro las lineas de codigo... >-------------------------------------------- >Tengo un MC en un frame de la linea de tiempo que tiene como nombre de >instancia "mc_cursores" >en el MC.... tengo este codigo > >onClipEvent (load){ > Mouse.hide(); >} > >onClipEvent (mouseMove){ > this._x = _root._xmouse; > this._y = _root._ymouse; > updateAfterEvent(); >} > >Luego desde cada boton que yo desee hago referencia en cada comportamiento >del mouse al cursor que corresponda.... >Por ejemplo... en uno de los botones tengo esto..... > >on (rollOver){ > _root.mc_cursores.gotoAndStop("hand"); /// manito >} >on (rollOut, dragOut){ > _root.mc_cursores.gotoAndStop("arrow"); /// flechita >} > > >Y como veran... en el MC llamado "mc_cursores" tengo las imagenes de cada >cursor en frames distintos... >cada uno con su etiqueta correspondiente. > >Las imagenes que uso como cursores son JPG de 25 x 28 pixeles. > >Espero que puedan ayudarme.... Gracias de antemano > >Nico > > > >____________________________________________________ >La Sala Flash del MMUG-ar - http://www.mmug-ar.com.ar/salas/flash/ >Preguntas frecuentes de Flash - http://www.mmug-ar.com.ar/flash/faq/ >Reglamento de las listas - http://www.mmug-ar.com.ar/salas/mandamientos/ >Para cancelar ingrese a su página personal - >http://www.mmug-ar.com.ar/miembros/ >Soporte Salas: http://www.mmug-ar.com.ar/soporte.asp _________________________________________________________________ Charla con tus amigos en línea mediante MSN Messenger: http://messenger.latam.msn.com/ ____________________________________________________ La Sala Flash del MMUG-ar - http://www.mmug-ar.com.ar/salas/flash/ Preguntas frecuentes de Flash - http://www.mmug-ar.com.ar/flash/faq/ Reglamento de las listas - http://www.mmug-ar.com.ar/salas/mandamientos/ Para cancelar ingrese a su página personal - http://www.mmug-ar.com.ar/miembros/ Soporte Salas: http://www.mmug-ar.com.ar/soporte.asp . =1&key=rorro&donde=mensaje&orden=asc 1 1 1 0 0 18004323 0 0 4203 /postp12869.html 1 1 1 0 0 18007463 0 0 14368 /pelambres/foro.asp?session=56996171&q=Colegios&id=2&cod=1 1 1 1 0 0 18006856 0 0 13339 /pelambres/foro.asp?session=56984386&q=Colegios&id=3&cod=1 1 1 1 0 0 18004067 0 0 509 /count.asp?w=1024&h=768&c=24&r=http://www.google.cl/search%3Fhl=es%26ie=UTF-8%26oe=UTF-8%26q=icono+en+barra+de+direcciones%26btnG=B%25C3%25BAsqueda+en+Google%26meta=lr%253Dlang_es&u=http://www.zone-web.com.ar/articulos/open_art.asp%3Fcod=53&fs=false&b=MSIE&x=0|413|800a000d|Type_mismatch:_'response.redirect' 1 1 1 0 0 18015596 0 0 16591 /pelambres/foro.asp?session=57116524&cod=10&q=Colegios&id=1 1 1 1 0 0 18015588 0 0 16026 /pelambres/foro.asp?session=57116306&q=Colegios&id=2&cod=1 1 1 1 0 0 18008761 0 0 509 /count.asp?w=800&h=600&c=16&r=http://mx.search.yahoo.com/search/mx%3Fp=contador+de+visitas%26ei=UTF-8%26n=10%26fl=0%26x=wrt%26meta=all%253D1&u=http://www.zone-web.com.ar/articulos/open_art.asp%3Fcod=29&fs=true&b=MSIE&x=177|413|800a000d|Type_mismatch:_'response.redirect' 1 1 1 0 0 18007152 0 0 14752 /pelambres/foro.asp?session=56991659&cod=14&q=Colegios&id=1 1 1 1 0 0 18008422 0 0 15629 /pelambres/foro.asp?session=57005263&cod=2&q=Colegios&id=1 1 6 6 0 0 18004058 0 0 52015 /pelambres/escribir.asp?session=56941945&q=Colegios&colegio=1&foro= 1 1 1 0 0 18008849 0 0 509 /count.asp?w=800&h=600&c=32&r=http://www.zone-web.com.ar/articulos/filtro.asp%3Fcod=1%26key=PHP&u=http://www.zone-web.com.ar/articulos/open_art.asp%3Fcod=3oacute;gicas, ¿cuánto más las Filosóficas, con quienes únicamente se mete el Dr. Martínez?

49. No por eso pretendo yo aprobar cuanto en oposición de la Filosofía de Aristóteles se ha dicho hasta ahora por los Filósofos Modernos. Sé, que sin salir de la Filosofía, se pueden fabricar sistemas peligrosos para la Teología. Y de hecho en el Cartesiano encuentro algunos Scilas y Caribdis, pues de su idea de la materia constituida por la extensión, asentando como asienta Descartes que adonde quiera que se imagina extensión la hay realmente, se infieren, a mi parecer, la existencia de la materia ab aeterno, y la infinidad del mundo; ambos errores contra la Fe. Y negando universalmente toda forma accidental, son de dificultosísima explicación los dogmas Teológicos en materia de gracia, por más que en esto haya trabajado agudísimamente el Padre Maignan con sus secuaces, quienes responden con más felicidad a la objeción de los accidentes Eucarísticos. Con todo no me meteré en censurar el sistema de Maignan, diferente en muchas cosas del Cartesiano, pues hasta ahora no le ha condenado Tribunal alguno. También la constitución puramente maquinal de los brutos, sobre ser impersuasible a la razón y al sentido, padece gravísimas dificultades en la Escritura, e induce por cierto rodeo a algún peligro de asenso a la mortalidad del alma racional. Aquella duda universal, aunque pasajera, que pide Descartes por preámbulo a su Filosofía, tiene mal olor; y genios hallará dispuestos a hacer asiento en ella, y una vez introducida, de huéspeda [228] de la razón pasará a señora. En fin (omitiendo otros reparos) aquella absoluta repugnancia de la aniquilación que asienta este Filósofo, disminuye mucho el Poder soberano. Pero en aquellas cuestiones que no tienen conexión alguna con los dogmas, podrá cada uno sentir como quisiere, y seguir, o abandonar a Aristóteles como se le antojare.

50. El Sr. Araujo es de aquellos Aristotélicos cerrados, de quienes aunque Aristotélico también, y tan gran Filósofo como Matemático, el Jesuita Dechales se mofa con gracia, lib. 2 de Magnete, prop. 8, diciendo que están tan enfurecidos contra la Filosofía Corpuscular, ut solo nomine corpusculorum exhorrescant. Yo convengo en que la Filosofía de Aristóteles como más abstracta, y (digámoslo así) más espiritualizada, es también más oportuna para el uso de la Teología; bien que para este fin reconoció S. Agustín más propia, por más elevada, la de Platón, lib. 8 de Civitat. Dei, cap. 11. Pero para examinar la naturaleza sensible, creo que las reglas mecánicas son más acomodadas, y las ideas abstractas serán siempre, como hasta ahora lo han sido, inútiles; porque según el célebre dicho de Bacon de Verulamio, natura non abstrahenda est, sed secanda. Y si los Aristotélicos encuentran en los corpusculistas rígidos algunos tropiezos para los dogmas católicos, acuérdense que sobre este capítulo más tuvo que expurgar Aristóteles, que Descartes.

51. Santo Tomás hizo sapientísimamente con el Príncipe de los Peripatéticos, lo que el Santo Tribunal de la Inquisición ejecuta con los Libros útiles, pero en alguna parte viciados, borró lo nocivo y aprovechó lo útil. Antes que Santo Tomás viniese al mundo padeció Aristóteles la misma fortuna, y aun peor que hoy Descartes. Los PP. de la primitiva Iglesia miraron la Doctrina Aristotélica con notable ojeriza, considerándola enemiga de la Católica. El año de mil doscientos y nueve, quince años antes que naciese Santo Tomás, se juntó en París un Concilio contra Amalrico, que en la Doctrina de Aristóteles fundaba algunos perniciosos errores: y por los PP. del Concilio fueron condenados, [229] y mandados quemar los Libros de Aristóteles, imponiendo pena de excomunión a cualquiera que los tuviese, o leyese. Cesario, y Roberto, Monje Antisiodorense, dicen que la lectura de la filosofía Aristotélica fue prohibida sólo por el espacio de tres años. Poco después fue condenada su Metafísica por una Asamblea de Obispos, en tiempo de Filipo Augusto, el año de 1215. El Cardenal del título de S. Esteban, Legado de la Santa Sede, confirmó las mismas prohibiciones, permitiendo sólo la lectura y enseñanza de la Dialéctica de Aristóteles el año de 1231. El Papa Gregorio IX prohibió enseñar la Física y Metafísica de Aristóteles, hasta que fuesen revistas, y corregidas.

52. En este infeliz estado halló Santo Tomás a Aristóteles al dar los primeros pasos en la carrera de las letras. Y al modo del advertido Caudillo que halla más ventajas en traer a su partido a los enemigos, que en destruirlos, concibió un proyecto digno de su generoso y alto talento, que fue traer a Aristóteles al bando de la Doctrina Católica, y hacer que militasen debajo de las banderas de la verdad las armas que antes servían al error. No sólo algunos Herejes se abroquelaban con la Doctrina de Aristóteles, pero también los Mahometanos, entre quienes, por la solercia de su traductor y comentador Averroes, había cogido gran vuelo el Estagirita, en la Escuela de Córdoba, y hacían con sus sutilezas guerra a nuestros Santos Misterios. Y de hecho los Arabes se habían hecho como depositarios de los escritos de Aristóteles, y de sus manos los recibimos los Católicos. Conociendo, pues, Santo Tomás (como observó el Cardenal Palavicino Hist. Concil. Trident. lib. 5 cap. 14) que en cualquiera Reino domina aquella Religión que es patrocinada de los hombres eminentes en sabiduría; y viendo la alta reputación que entre los enemigos de la Fe se había adquirido Aristóteles, con religiosa y admirable política aplicó el singularísimo ingenio, y superior luz de que el Cielo le había dotado, a hacer a Aristóteles de nuestra parte, depurando su Filosofía de todos los errores; de modo que pudo servir de basa a aquel admirable harmonioso sistema de [230] Teología Escolástica que debemos al Doctor Angélico.

53. Es cierto que la Filosofía moderna, como más pegada a la naturaleza sensible, no puede lograr tan superior uso; pero por el mismo caso que está alejada de los Divinos Misterios, se considera más vecina a las cosas materiales, y por tanto más apta para registrar de cerca sus fenómenos. Los Aristotélicos desde la alta atalaya de sus abstracciones metafísicas miran de lejos, y sólo debajo de razones comunes la naturaleza de las cosas, con que están bien distantes del conocimiento real y físico de ellas. Y aunque los modernos no nos hayan dado hasta ahora el hilo con que se pueda penetrar seguramente este laberinto, al fin dan algunos pasos hacia la puerta de él, como dice el P. Dechales, insigne Aristotélico, y que supo de una y otra Filosofía cuanto cualquiera otro hombre de éste y del pasado siglo. Pondré sus palabras, porque contienen un acertado documento para Araujo, y otros de su humor: Rident communis philosophiae sectatores recentiorum, ut vocant commenta. Jure id facerent, si aliquid dicerent. Sed dum ipsi nihil explicant, & principiis universalibus insistunt, alios ulterius progredi aequo animo patiantur. Lib. 2 de Magnete, prop. 9.

54. Yo quisiera que se moderara aquella ciega veneración de la antigüedad, tan dominante en algunos, que a los antiguos los consideran como Deidades, a los modernos como bestias; y ni a unos, ni a otros (que es lo que debieran) como hombres. Pero aun con más razón se debiera extirpar el indiscreto amor de novedades reinante en otros, para quienes la Doctrina se hizo cosa de moda, y nada les agrada sino lo que empezó a decirse ayer. Aquéllos obstinadamente repelen; éstos ciegamente abrazan cuanto dicen los modernos; y uno y otro exceso, como notó el Gran Canciller de Inglaterra, son dos grandes estorbos para los progresos de las Ciencias: Reperiuntur ingenia alia in admirationem antiquitatis, alia in amorem, & amplexum novitatis effusa. Pauca vero ejus temperamenti sunt, ut modum tenere possint; quin aut quae recte posita sunt ab Antiquis convellant, aut ea contemnant, quae recte afferuntur a Novis. Hoc [231] vero magno scientiarum, & Philosophiae detrimento sit; cum studia potius sint antiquitatis, & novitatis, quam judicia. Nov. Org. scient. lib. 1, num. 56. Pero no se puede negar que hay más riesgo en abrazar inconsideradamente las nuevas opiniones, que en defender obstinadamente las antiguas. Sean algunas de éstas norabuena, o inútiles, o falsas. Examinadas ya por infinitos sapientísimos Católicos, estamos libres de que nos induzcan a algún error contra los dogmas canonizados: seguridad que no puede haber en las nuevas opiniones, si luego que nacen se permite indistintamente a sabios, y a ignorantes estudiarlas, y defenderlas. En esto hubo tanto exceso en Francia, luego que Descartes dio a luz su nuevo sistema, que a Ludovico Desclache, célebre Aristotélico, inventor de las Tablas Filosóficas, le abandonaron casi todos sus Discípulos por ir a estudiar la nueva Filosofía.

55. No pienso que haya de ser ingrata esta digresión a los genios amantes de la verdad. Y volviendo a coger el hilo, juzgo que concluyentemente ha demostrado el sumo despropósito del Libro de la Centinela, en alegar el Breve Demissas preces, para probar que el Dr. Martínez defiende Doctrina condenada por la Iglesia. Pero ¿qué extraño yo, que el Autor de dicho Libro no haya penetrado la intención, y fuerza del Breve, cuando veo, que ni aun gramaticalmente supo construirlo? Erroribus damnatis Augustinianae, & Angelicae Doctrinae nomen obtendi. Construyó, que el nombre de la Doctrina de S. Agustín, y el Angélico Doctor se encubra, u ofusque con los errores rechazados. Esto dependió de no saber qué significa el verbo obtendo, obtendis, siendo, en su legítimo sentido, aquella cláusula invectiva contra los Herejes que osan colorear excusar o patrocinar sus errores con el nombre de la Doctrina Agustiniana, y Angélica. Pero mucho más desatinadamente está traducida aquella otra cláusula: Pergite porro Doctoris vestri opera Sole clariora sine ullo prorsus errore conscripta, quibus Ecclesiam Christi mira eruditione clarificavit, inoffenso pede decurrere. Increíble se hará a quien no viere el Libro de [232] Araujo, que siendo este latín tan claro, tan torpemente le haya errado la construcción. De este modo le traduce: Proseguid, pues, id adelante, obras de vuestro Doctor más claras que el Sol, escritas sin el más mínimo error, con las cuales aclaró con maravillosa erudición que la Iglesia de Cristo corre sin tropiezo. En aquella cláusula habla su Santidad, no con las Obras de Santo Tomás, sino con los PP. Dominicanos, como se evidencia de ella, y de su contexto. ¿Y quién no ve que es un desatinadísimo romance: Id adelante, obras de vuestro Doctor? El inoffenso pede decurrere, que se refiere a los PP. Dominicanos (exhortándolos a que prosigan sin tropiezo en leer, y estudiar las Obras de Santo Tomás), lo refiere Araujo a la Iglesia de Cristo, diciendo, que ésta corre sin tropiezo. Opera vestri Doctoris, que en la oración es acusativo de decurrere, lo hace Araujo nominativo de pergite. Y los mismos errores de construcción se continúan en la segunda parte de esta cláusula. Fuera de esto, todo el Breve está traducido con extrañísima impropiedad, y confusión.

56. Si según Araujo no puede ser Médico quien no sabe la Dialéctica y Física: quien no sabe Gramática, ¿qué podrá ser? Y no digo más.

57. ¡Pues qué cosa tan graciosa es ver a un Médico, con sólo este carácter, entrarse por la Teología como por su casa, y echar en tono magistral decisiones de treinta suelas! Había escrito el Dr. Martínez, que las verdades reveladas engendran en nosotros fe, no ciencia. Y al leer esto Araujo, arrugando sin duda la frente, y extendiendo los brazos, prorrumpió en esta decisión total. No me suena bien esta proposición. Pues sepa, Sr. Dr. que esta proposición, que a v.md. le suena mal, a Santo Tomás le sonó muy bien. Enseña el Santo 2,2. quaest. 1, art. 5 exprofeso, que son incomponibles Fe, y ciencia acerca de un mismo objeto. Y en la solución al tercer argumento dice que la existencia de Dios, por ser demostrable por razón natural, no puede ser objeto de la Fe, ni pertenece a ella sino praesupositive. Y aún más le digo, Sr. Dr. la proposición de Martínez, en el sentido en [233] que él la profiere, no sólo suena bien, sino que es de Fe. Habla el Dr. Martínez del hábito, o acto propio de las verdades reveladas, que éstas engendran o causan como objeto suyo, y a quienes aquellos se terminan. Esto es evidente, pues dice que engendran Fe, y la Fe sólo la causan en el hábito, y acto propios, que tienen por objeto las mismas verdades reveladas. Pues este hábito, y este acto es de Fe que no pueden ser científicos, o tener razón de ciencia; pues S. Pablo dice ad Hebr. cap. 11, que la Fe es argumentum non apparentium, y así envuelve esencialmente la obscuridad incomponible con la clara luz del conocimiento científico. Con que venimos a parar, Sr. Dr. en que es una proposición de Fe la que no le suena bien. Pero no se asuste, que yo, como conozco la gran sinceridad con que dijo esto y otras cosas, no le he de delatar al Santo Tribunal.

58. Si yo hubiese de censurar todo lo que es reprehensible en la Obra de Araujo, sería preciso hacer otro libro tan grande como el suyo (que es la mayor ponderación), pues no hay página en todo él, que no tenga bastante que corregir. Pero lo menos remisible es aquel casi continuo torcer el sentido a lo que dice el Dr. Martínez: en lo cual, aunque las más veces yerre por equivocación, algunas es cierto que peca de malicia. Pondré por ejemplo la primera nota, o acusación que hace a su contrario.

59. Empieza Martínez su introducción de este modo (hablando el Galénico): Nuestro famoso Valles, para estímulo de su aplicación, tenía sobre su mesa este aviso. Si quiere vivir largo tiempo, no le pierdas. Yo a su ejemplo he procurado me naciesen estas canas, más de la edad que he aprovechado, que de la que he vivido. No hay cosa más torpe (decía Séneca) que un antiguo viejo, que no tiene otra prueba de haber vivido mucho, que la edad. Larga es la vida, si está empleada, &c.

60. Este contexto no permite dudar del sentido verdaderamente moral, en que aplica Martínez y entiende el dicho de Valles. Pues ve aquí que el Dr. Araujo le levanta el testimonio de que le entiende materialmente, como que [234] el Dr. Martínez le trae para apoyo de que el mucho estudio, real y físicamente alarga la vida, y hace vivir más número de años: y prolijamente se pone a probar que los muy aplicados a las letras están más sujetos a enfermedades, y acortan el número de sus días. ¿Pues no es más claro que la luz del día, que Martínez no toma el dicho de Valles en el sentido que Araujo le achaca? ¿No está diciendo inmediatamente el Galénico (que es quien habla allí), que el estudio le ha anticipado las canas? Luego no siente que la mucha aplicación a las letras alarga materialmente la vida. La sentencia de Séneca que luego cita: Larga es la vida, si está empleada, ¿no evidencia el verdadero sentido, en que toma aquel dicho de Valles el Galénico? ¿Pues cómo Araujo le hace tan injusto cargo? Vuelvo a decir, que esto no puede ser efecto de ignorancia, o falta de inteligencia. Y de aquí puede conocer cualquiera, cuanto se debe deferir a la buena fe de este Autor.

61. Otras veces (y son las más) toma al revés, por falta de inteligencia, lo que dice el Dr. Martínez. Así sucede en una alucinación que se puede contar entre las capitales del Libro, porque muy frecuentemente se sirve de ella para argüir a su contrario de inconsecuencia. Pondera el Dr. Martínez la dificultad de conocer físicamente las cosas; porque cuanto físicamente conocemos, es por especies sensibles, y las especies sensibles, son por muchos modos, falaces. Dice en otra parte que los Escépticos dan razón de las cosas, creyendo a los sentidos y observación; y los Dogmáticos, no sólo creen lo sensible, y lo observado, sino lo que les parece se sigue por racional consecuencia; y que las más veces engaña, si va desnudo de autopsia, o propia observación.

62. Entre estos dos lugares halla evidente contradicción Araujo, porque parece que en el uno se dice que no se ha de dar crédito a las especies sensibles, siendo éstas por muchos modos, falaces; y en el otro, se pretende arreglar el conocimiento de las cosas por ellas, creyendo únicamente a los sentidos y a la observación. Deduce también de la combinación de los dos lugares, que los Escépticos van descaminados, [235] porque se gobiernan por las especies sensibles (que son falaces) creyendo a los sentidos y observación: y los Dogmáticos proceden con acierto, porque con sus racionales consecuencias rectifican las observaciones, y desvanecen las falacias de los sentidos.

63. Entendió según esto Araujo, que la mente del Dr. Martínez, en el segundo lugar que citamos, sea que se ha de creer a los sentidos groseramente y sin reflexión alguna, ni uso de discurso para descubrir sus falacias, y rectificar las observaciones. Ya se ve que lo entendió así; porque si no, no le notara de inconsecuente, ni infiriera lo que infiere. Pues que lo entendió mal, es claro. Porque el Dr. Martínez, después que dice que las especies sensibles son por muchos modos, falaces, va discurriendo por los varios modos que tienen de engañarnos, señalando hasta catorce, y descubriendo con muchas reflexiones sólidas y agudas, las falacias de los sentidos, para que sobre su simple informe no precipitemos el juicio. Y de aquí se deduce también, que cuando condena en los Dogmáticos el asenso que dan a las conclusiones que a su parecer se infieren de la observación, por consecuencia racional no excluye el uso de reflexión y discurso en el manejo de las experiencias; sino aquella velocidad, con que muchos Dogmáticos (si no todos) precipitan el asenso, deduciendo de una experiencia mal examinada, una conclusión. En esto pecaron mucho los antiguos, al paso que los modernos de cuyo bando está Martínez, proceden con más circunspección, apurando más las observaciones, cotejando los fenómenos, y examinando unas experiencias por otras.

64. Explicaránme algunos ejemplos (y discúlpeseme si soy en esto algo prolijo, porque es la materia importante). En la cuestión de si hay esfera elemental del fuego, extendida por todo el cóncavo del Cielo de la Luna, los antiguos hasta el tiempo de Cardano procedieron con precipitación, infiriendo de una experiencia sola, y ésa mal examinada, la existencia de aquella esfera. Vieron el continuo conato de la llama en subir, hasta que se disipa, y sin más examen [236] concluyeron, que esto nacía del ansia con que el fuego va a buscar su esfera. Los modernos más atentos, conocieron la futilidad de esta ilación, registrando con más reflexión la experiencia que la fundaba; porque observaron lo primero, que generalmente entre cuerpos de desigual levedad, o gravedad, si hallan abierto el camino al movimiento, siempre el más leve sube sobre el que lo es menos, sin necesitar para esto de tener arriba esfera propia que le llame; y así sube el humo, sin que haya arriba una esfera propia del humo. Suben las exhalaciones, suben los vapores sin parar, hasta que llegan a aquel punto donde el aire, siendo ya más leve que este inferior que respiramos, ya por menos oprimido del superior, ya por menos mezclado con las partículas de otros elementos, y de los mixtos, quedan en equilibrio con él en cuanto al peso, no pudiendo ninguno de los dos cuerpos protrudir o impeler al otro más arriba; porque para esto era necesario que fuese más pesado que él, contra lo que se supone. Lo mismo se experimenta en los licores de sensible desigualdad en cuanto al peso. El aceite se está quieto en el suelo del vaso; y si echan otro licor más pesado que él en el mismo vaso, va subiendo; y tanto más, cuanto más licor echaren, según la capacidad del continente; no porque haya arriba alguna esfera de aceite, sino porque siendo el otro licor más pesado que él, llevándole su peso hacia abajo, empuja hacia arriba el aceite, el cual queda sobre el licor, por ser más leve que él, y debajo del aire, por ser más pesado que el aire. Lo mismo que al aceite con el agua, sucede al espíritu de vino rectificado con el aceite, por ser aquél mucho más leve. No es, pues, necesario para que la llama suba, que mire arriba a su elemento, sino que el ambiente que la circunda, como más pesado, la obligue al ascenso.

65. Observaron lo segundo, que un carbón encendido no sube, aunque tiene la forma de fuego; y esto no tiene solución en el sentir de aquellos Filósofos que no admiten en el carbón encendido otra forma substancial, que la del fuego: no habiendo lugar a la disparidad que señalan entre el [237] carbón, y la llama, diciendo que aquél es pesado, y denso, ésta leve, y rara; porque aunque esto es verdad, no es compatible con los principios de los que dan esta respuesta; pues si, según los Peripatéticos, la raridad, y levedad son propiedades de la forma substancial de fuego, y la materia del carbón, y la llama es específicamente una, que no tiene diferentes propiedades; o por mejor decir, no tiene ninguna, deberá ser igualmente leve, y raro uno, que otro. Y también es bien difícil la solución que dan otros Peripatéticos, diciendo que el carbón encendido conserva la forma substancial de leño, envolviendo en sus poros las partículas de fuego, así como el hierro encendido. Digo que es harto difícil esta solución en la sentencia común, que da a la forma de ceniza por sucesora de la forma de fuego, como a la cadavérica de la viviente. Luego si el carbón todo se hace ceniza, todo fue fuego antes. No sucede así en el hierro encendido, pues sacudida la llama se ve que retiene su antigua forma. Observaron lo tercero, que un fuego invisible sin luz, ni pábulo, es una quimera, o por lo menos un misterio que no se debe creer sin que Dios lo revele, o alguna razón concluyente lo persuada; y bien lejos de eso, es débil o ninguno el argumento en que se funda esta esfera imaginaria. Por estas razones muchos insignes Aristotélicos niegan la esfera del fuego, en tanto número, que Mastrio, aunque la defiende, confiesa que ya son más los que en esta cuestión siguen a Cárdano, que a Aristóteles, tom. 4 Philos. disp. 4, ad lib. de Coelo, quaest. 2, art. 1. Y los Astrónomos universalmente tienen por fantástica esa esfera.

66. En este ejemplo se ve cómo los antiguos usando de la decisión dogmática sobre una experiencia sola, mal entendida, fundaron un teorema falso, deduciendo precipitadamente lo que a su parecer se infería de ella por racional consecuencia; pero los modernos, manteniéndose sobre las reglas de una prudente Escéptica, miraron y remiraron aquel fenómeno, combinándole con otros experimentos de lo que acaece en el encuentro de los demás cuerpos líquidos de peso desigual, y de lo que sucede en el mismo fuego [238] cebado en materia sólida; y esto fue usar de autopsia, o propia observación, para no caer en el error.

67. Y no omitiré aquí, que aunque los Autores que defienden la esfera del fuego, se cubren con la autoridad de Aristóteles, es tan insubsistente este patrocinio como el impugnado argumento, de lo cual haré evidencia. Los lugares que se citan de Aristóteles, son el primero, lib. 4 de Coelo, cap. 2, & 3: el segundo, lib. 4 de Coelo, cap. 4; y el tercero, lib. 1 Meteor. cap. 4. En el primer lugar habla Aristóteles, no del fuego elemental, sino de la materia celeste a quien a veces da el nombre de fuego: de lo cual se convencerá quien leyere con atención aquellos dos capítulos, y especialmente la última parte del cuarto. En el segundo lugar no dice palabra de tal esfera del fuego; sólo afirma y prueba que el fuego es el más leve de todos los elementos, porque en cualquiera parte del aire que se coloque la llama, se mueve hacia arriba. El último lugar, que es donde podía buscar algún patrocinio la sentencia que defiende la esfera del fuego, es donde Aristóteles manifiestamente la degüella; pues dice abiertamente, que aquel cuerpo colocado entre el aire, y último Cielo, aunque se acostumbra llamar fuego, no lo es, y que sólo se le dio ese nombre por ser un cuerpo caliente, y seco. Pondré sus palabras, para que a nadie quede rastro de duda: Ergo in medio, & circa medium id habetur quod gravissimum atque frigidissimum, idemque discretum est, terram dico, & aquam. Sed circum haec, & illa quae iisdem ipsis proxima cohaerent. Tum aerem, tum id quod ex consuetudine ignem vocamus poni affirmamus, ignis tamen non est, cum ille sit caloris redundantia, & quasi fervor quidam. ¿Quiérenlo más claro? Prosigue: Verum oportet intelligere partem elementi terrae circumfusi, qui aer dicitur, quique a nobis etiam ita appellatur, humidam calidamque esse, quoniam vapores mittit, ipsiusque terrae aspirationes continet; superiorem autem partem calidam, & siccam: Natura enim evaporationis statuitur humor, & calor; aspirationis calor & siccitas: Evaporatio etiam facultate est tamquam aqua: aspiratio perin ac ignis. ¿Quién no [239] se admira a vista de esto, que en las Escuelas constantemente se dé a Aristóteles por Autor de la esfera del fuego, creyéndolo unos sin examen, porque otros lo dijeron sin reflexión?

68. El segundo ejemplo pondré en la cuestión de si es posible vacío el Universo. En esta disputa se pueden ver claramente los diferentes modos que hay de filosofar. El primero, de aquellos que sin consultar la naturaleza deciden en materias físicas por la preocupación de sus ideas. El segundo, de los que de una experiencia sola, mal entendida, deducen una conclusión filosófica, que a su parecer se siguen por racional consecuencia. Y el tercero, de aquellos que suspenden el asenso, hasta que una sutil y sólida reflexión sobre varios experimentos los determine a formar dictamen.

69. El primer papel hacen aquí los Cartesianos, quienes sobre sus falsas ideas de que el constitutivo de la materia es la extensión, y que donde quiera que se imagine extensión la hay realmente: concluyen que es absolutamente repugnante el vacío, de tal calidad, que le es imposible a Dios aniquilar o secar el aire que hay entre cuatro paredes, sin introducir al mismo tiempo otro cuerpo. Su fundamento es decir, que en este espacio siempre inevitablemente se imagina extensión; y porque ésta es una idea innata que no puede engañar, se sigue que verdaderamente la hay. Luego siendo la extensión constitutivo de la materia, haga Dios cuanto quisiere, y cuanto pudiere, siempre habrá materia entre las cuatro paredes. Qué consecuencias se sacan en lo físico, cuando se funda sólo en la preocupación de las propias ideas el discurso, se puede ver en lo absurdo de esta opinión, pues de ella se sigue que el espacio imaginario, es espacio real; esto es, que todo está lleno de materia, porque en cualquiera parte de él se imagina extensión; y por consiguiente, que el mundo es infinito, sin que aproveche a Descartes decir, que no es infinito, sino indefinito: pues éstas son voces, y nada más; porque indefinito es aquello que tiene términos, pero indesignables; y a aquella materia inmensa no sólo no se pueden señalar términos, sino que [240] verdaderamente no los tiene, según la opinión de Descartes: lo cual se evidencia, de que en aquel espacio mismo que se concibe restante, después de los términos indesignables, se imagina extensión, y por consiguiente hay materia. Síguese también de esta opinión, que la materia es ab aeterno; porque en el mismo espacio que hoy ocupa el mundo, concibe antes de su creación, extensión; y esto retrocediendo sin límite por aquel tiempo imaginario que precedió a la formación del Universo; luego mil años, un millón, un millón de millones, &c. antes que Dios criase al mundo, había materia en este mismo espacio.

70. Los Aristotélicos antiguos, del ascenso del agua en la bomba coligieron la imposibilidad natural del vacío, no hallando otra causa a que atribuir el movimiento espontáneo del agua hacia arriba, contra la natural inclinación que tiene por su gravedad, sino al horror que tiene la naturaleza al vació, por cuya razón, cediendo de su inclinación propia en obsequio del bien público del Universo, sube el agua a llenar aquel espacio que desocupa al retirarse el émbolo. En esta opinión se precipitó el juicio, por fundarse el discurso en una experiencia sola tomada a bulto, y sin examinarla en varias circunstancias, como era necesario.

71. En fin, a la diligencia de los modernos en repetir sus experimentales observaciones, variando de muchos modos las circunstancias, debemos el desengaño de que no el horror del vacío, sino el peso del aire (y en algunos experimentos también su virtud elástica) es quien determina el agua al ascenso. No se me escandalicen mis Aristotélicos, cuando oyen que el aire es pesado, como ya he visto suceder a algunos; pues Aristóteles lo enseña muy de asiento lib. 4 de Coelo, cap. 4. Y lo prueba con la experiencia de que el pellejo inflado pesa más que vacío. ¡Ojalá se estudiara bien este gran Filósofo! que así se viera cómo muchas cosas que nos dan los modernos por nuevamente descubiertas, ya él las dejó advertidas.

72. Que no es, pues, el miedo del vacío quien llama arriba al agua, se demuestra con las experiencias siguientes: [241] Usando de un tubo muy largo, como de cuarente pies, o más, cerrado por una extremidad; el cual se llene de agua; y después se vuelva, sin que el agua se vierta, hasta colocar el orificio patente en la superficie del agua de un estanque, u de un barreñón, bajará el agua del tubo hasta la altura de treinta y tres pies, donde se quedará suspensa. Si la experiencia se hiciere con el mercurio, no subirá éste, en cualquiera tubo que sea, más de dos pies, y tres dedos. Si los tubos se inclinan, cuanto más se aparten de la perpendicular, tanto más capacidad de ellos ocuparán, así el agua, como el mercurio; pero sin pasar jamás el agua de la altura perpendicular de treinta y tres pies, ni el mercurio de la de dos pies, y tres dedos.

73. Ahora se arguye así: Si el agua, o el azogue subieran sólo por estorbar el vacío, moviéndolos el bien público de la naturaleza contra su natural inclinación, al volver el tubo quedarían elevados hasta su mayor altura, ocupando toda la capacidad del tubo; y usando de una bomba de la altura sobredicha, irían continuando el movimiento hasta arribar a la eminencia para ocupar toda la concavidad, y estorbar en ella el vacío; porque idem manens, idem semper est natum facere idem. No sucede así: luego no es el horror del vacío quien llama los líquidos hacia arriba. Más: o aquel espacio, que resta desde la altura de treinta y tres pies, adonde llega el agua, hasta la extremidad superior del tubo, queda vacío de todo cuerpo, o no. Si lo primero, ya el vacío es naturalmente posible, y no le tiene la naturaleza el horror que se dice: si lo segundo, cualquiera cuerpo, que se diga que ocupa aquel vacío, ese mismo podrá ocupar toda la concavidad del tubo, y excusar al agua, que suba contra su natural inclinación en la bomba ni un dedo sólo; y cuando se vuelve el tubo, caerá toda la agua que ocupa el tubo; porque si pudo entrar algún cuerpo en la parte superior, y por eso bajó el agua aquellos siete pies primeros, como lo restante del tubo no está más cerrado, podrá entrar en todo él: con que no tendrá el agua motivo para quedarse suspensa en la altura de treinta y tres pies, como ni el mercurio [242] en la de dos pies, y tres dedos. Otros muchos argumentos se hacen sobre estas, y otras experiencias.

74. La causa, pues, del asenso de estos líquidos es el peso del aire, el cual, gravitando sobre el agua, o azogue del estanque, o vaso donde se pone el tubo, impele el líquido hacia arriba, no pudiendo entonces contrapesar, o resistir aquella fuerza la columna de aire colocada en rectitud sobre el tubo; porque al subirse, o estando retirado el émbolo, ya no gravita sobre el líquido contenido en el cañón. Por esto sube el agua a treinta y tres pies, y el azogue a dos pies, y tres dedos; porque tanto peso tiene esta altura en el azogue, como aquella en el agua, y así se equilibra el peso de la agua con el aire en treinta y tres pies de altura, y el del azogue en dos pies, y tres dedos. Ni pueden subir de este término, porque llegando a estar equilibrado el peso del aire con el de los dos líquidos, no tiene ya fuerza para hacerlos subir más. Supongo sabido, para inteligencia de esta materia, que los líquidos comunicantes entre sí, o contiguos, se equilibran a proporción de su peso específico, combinado con la altura de la columna, y no con el grueso de ella. Y así en dos tubos comunicantes, de los cuales el uno fuese mil veces más ancho que el otro, se equilibraría una libra de agua en el menor con mil libras de agua en el mayor, y quedarían en la misma altura.

75. Que el peso del aire, y no otra causa, determina los líquidos al ascenso, se demuestra más, porque constantemente observan la regularidad de subir más, o menos, a proporción del menor, o mayor peso de los mismos líquidos. La agua sube con el exceso que se ha dicho sobre el mercurio, porque otro tanto exceso hace el mercurio en el peso al agua. El vino sube (como observó Robervallio) algo más que el agua, porque es algo más ligero. El ingeniosísimo Matemático Mons. Paschal, bien conocido en el mundo por su libro de las Cartas Provinciales, habiendo hecho experiencia con el mercurio a la falda de un altísimo monte, llamado por los Franceses Le puits de Doume, sito junto a Claramonte, después en la tercera parte, o poco menos de [243] su altura, y al fin en la cumbre, halló, que a la tercera parte de la altura del monte subía el mercurio un dedo menos, y en la cumbre tres dedos menos que en la falda. Lo cual no puede atribuirse a otra causa, que al menor peso del aire, a proporción que se iba subiendo, ya por ser menor la columna que gravita, ya por estar menos oprimido del superior: otros dirán, que por más puro. Omito mucho más que se podía decir sobre esta materia, y la solución de algunas objeciones de poco momento, porque no es mi ánimo tratar esta cuestión más de lo que pide el presente asunto.

76. Ni por eso los modernos asientan la posibilidad del vacío; sólo pretenden que su imposibilidad no se prueba con la experiencia dicha: y de hecho, ella es tan débil para probarla, que algunos con ella misma han querido probar, que el vacío es naturalmente posible; lo cual fundan de este modo: Si un tubo, como de cuatro pies, bien sellado por una extremidad, después de llenarle de mercurio, se cierra con el dedo por la extremidad abierta, hasta colocarle sobre un vaso lleno también de mercurio, y entonces se abre el orificio, baja el mercurio por el tubo, hasta quedar en la altura de dos pies, y tres dedos; en cuyo experimento parece, que el espacio restante del tubo queda vacío de todo cuerpo. Los Cartesianos responden con su materia sutil, que penetra prontamente todo cuerpo, por sólido que sea, y así se entra sin detención por los poros del tubo a ocupar aquel espacio. Otros acuden al aire, o espíritus vaporosos, encarcelados en el mercurio, que desprendiéndose de él cuando desciende, y capaces por la dilatación de ocupar mayor espacio, llenan lo que resta hasta la altura del tubo. Como quiera que sea, el Jesuita Dechales en el lib. 1. de la Statica prueba con ingeniosa solidez, que aquel espacio del tubo no está vacío de todo cuerpo. Porque lo que con el calor se arrara, y con el frío se condensa, es algún cuerpo, o substancia: pues que allí hay rarefacción, y condensación, se demuestra, porque calentando la parte superior del tubo, baja algo más el mercurio, y enfriándola sube. Luego se arrara, y comprime aquel espacio, y por consiguiente hay [244] allí algún cuerpo; y de este experimento infiero también, que el cuerpo que ocupa aquel espacio, no es la materia sutil Cartesiana, porque ésta es incapaz de rarefacción, y condensación, siendo ella, según sus defensores, la que ocasiona la rarefacción en los demás cuerpos, metiéndose en sus poros, y la condensación, saliendo de ellos (que de este modo explican los Cartesianos la condensación, y rarefacción); y así sería menester que subiese otra materia más sutil, para que aquella se arrarase, admitiéndola en sus poros, o excluyéndola se condensase: contra lo que se supone de ser suma su sutileza.

77. He discurrido en este asunto no más que lo preciso para mostrar la variedad con que proceden en las cuestiones físicas los Filósofos, según la variedad de sus aplicaciones, y genios. Pues aquí se ve, que unos discurren sólo según las ideas a su arbitrio establecidas: otros, consultando muy superficialmente la experiencia, por precipitar la ilación, yerran el aserto; y otros, en fin, más cautos miran, y remiran la naturaleza en sus fenómenos, suspendiendo el asenso, hasta que experiencias reiteradas los relevan de toda duda. A estos últimos llama el Dr. Martínez Escépticos; a los primeros, y segundos Racionales, y Dogmáticos. Si aplica con propiedad estas voces, será cuestión de nombre; porque Escépticos es lo mismo que dubitativos, de la voz Scepsis, que significa duda; y como los Dogmáticos Médicos en las Escuelas están tan lejos de la duda, que establecen muchos axiomas inconsideradamente en sus Tentativas, los cuales pone en duda el Dr. Martínez; por eso no impropiamente aplica a su Obra el nombre de Escéptica; porque expone dudas, de las cuales están muy lejos los Escolásticos Dogmáticos; pero sea la voz como quisiere, en la substancia no se le puede negar, que hace bien en ponerse contra los primeros, y segundos, de parte de los terceros. Y con esto quedan explicadas aquellas cláusulas del Dr. Martínez; sobre que, por no entenderlas Araujo levantó tanta polvareda.

78. Pero quiero ya dejar en paz a Araujo, terminando [245] la crisis de su libro, aunque tenía impulsos de decir algo también sobre aquellos insípidos cuentos, y desgraciados chistes, con que salpica la Obra toda. Déjase conocer, que quiso Araujo imitar a un gran genio de esta Corte, cuyas Obras críticas se han hecho plausibles en toda España, no menos por su saladísimo gracejo, que por su incomparable erudición, y singular energía en el estilo; que fue lo mismo que apostárselas al Sol una linterna, o querer seguir los vuelos del águila un avestruz. Recójase Araujo al sagrado de sus silogismos, tales cuales se los deparase su poca, o mucha Dialéctica; v.gr. como el que propone al núm. 439. donde ningún término de la mayor se halla en la menor, ni en la consecuencia alguno de las premisas, procurando trampear con armatostes lógicos la falta de conocimiento en las materias de que se trata; y déjese de escritos críticos, que piden otra gracia, otra profundidad, otra agudeza, otra erudición, y aun otra sinceridad.

79. Y por cerrar con llave de oro este escrito, le concluiré con una alta reflexión del Divino Valles, a favor del Escepcticismo Filosófico: Explicando este doctísimo hombre en el cap. 64 de su Filosofía Sagrada (donde se declara verdaderamente Escéptico en orden a las cosas Físicas) tres textos del Eclesiastés. El primero del cap. 1: Proposui in animo meo quaerere, & investigare sapienter de omnibus, quae fiunt sub sole. Hanc occupationem pessimam dedit Deus filiis hominum ut occuparentur in ea. El segundo del capítulo 3: Cuncta fecit bona in tempore suo, & mundum tradidit disputationi eorum, ut non inveniat homo opus, quod operatus est Deus ab initio usque ad finem. El tercero del capítulo 8: Et intellexi quod omnium operum Dei nullum possit homo invenire rationem eorum, quae fiunt sub sole, & quanto plus laboraverit ad quaerendum, tanto minus inveniet: etiam si dixerit sapiens se nosse, non poterit reperire. Explicando (digo) Valles estos textos, colige de ellos dos verdades. La primera, que el deseo de adquirir el conocimiento físico de las cosas, y de sus causas, es natural, como índito por el mismo Autor de la naturaleza. La segunda, que por más que los [246] hombres trabajen a este fin, jamás podrán lograr dicho conocimiento.

80. Pero pónese después esta objeción, que está saltando a los ojos. Si al hombre le es imposible alcanzar ciencia de las cosas naturales; ¿para qué le infundió Dios el apetito de conseguirla? y da a ella dos respuestas. La primera, es, que dio Dios este apetito al hombre, para que, dedicado a esta ocupación honesta de investigar las causas naturales, evitase la ociosidad y otras ocupaciones criminosas.

81. La segunda es más plausible, y la que hace a nuestro intento. Dice, que tan lejos está la imposibilidad de conocer las cosas naturales de hacer inútil la ocupación de investigarlas, que antes de esa misma imposibilidad le resulta al hombre una utilidad suma. ¿Y cuál es? El que sobre esta basa forma el discurso un argumento concluyente de que hay otro mundo, otra vida, otra bienaventuranza que la presente. Lo cual se convence de este modo: El apetito de conocer con toda claridad las cosas naturales es natural, como cada uno en sí propio experimenta; y como sea evidente, que el apetito natural no puede terminarse a cosa absolutamente imposible, se sigue con la misma evidencia, que este conocimiento, que se busca, es absolutamente posible. Luego no pudiendo alcanzarse en esta vida mortal, y en esta elemental esfera que habitamos, precisamente hay otra vida inmortal, y otra región superior adonde se puede conseguir esa ciencia, que anhelamos: Cum enim homini (hable el mismo Valles) sit scientiae de natura appetitus naturalis, talis vero appetitus non possit esse impossibilium, constat eum talem scientiam consequi posse omnino. Quare si in hac vita, ac sensuum horum ministerio non potest, fit ut illum maneat vita alia beatior, in qua a perpetua, qua in hac torquetur siti, sit satiandus, cum scilicet apparuerit gloria Dei.

82. Esta utilísima consecuencia sacan los Escépticos, insistiendo en sus dudas, que ciertamente importa más que cuantas ilaciones hacen en materias físicas los Dogmáticos; y esto aun cuando con ellas adelantarán algo, o mucho en el conocimiento de las cosas naturales; pues más vale dar un [247] paso con el desengaño hacia el Reino de la gracia, que conquistar con el discurso todo el Imperio de la naturaleza.

83. Debajo de esta reflexión de Valles pondré otra mía, del mismo orden en cuanto a la utilidad; y es, que los Escépticos Físicos están más dispuestos a rendir el asenso a las verdades reveladas. Conociendo la insuficiencia de su discurso para alcanzar las cosas naturales, están más distantes de presumirse con capacidad de decidir contra la realidad de los misterios: bien saben que mucho más lejos está lo sobrenatural, que lo natural de su comprehensión; y así si su razón no puede registrar los fondos de la naturaleza, menos podrá los senos de la gracia. A cada uno le está diciendo su propia reflexión lo que a Tales Milesio su criada cuando contemplando la esfera celeste, cayó en el hoyo: Si no conoces lo que está tan cerca de tus pies, ¿cómo has de comprehender lo que dista millares de leguas de tus ojos? La Iglesia nuestra Madre siempre halló más dóciles para su enseñanza a los que más desconfían de su propia capacidad; y siempre son más fáciles a rendirse a ajeno gobierno los que menos caudal hacen del talento propio. Al contrario casi todas las herejías nacieron de la demasiada estimación que hicieron de su discurso sus Autores: Omnium haereticorum (dice S. Agustín epístola 56) quasi regularis est illa temeritas, scilicet ut conentur auctoritatem stabilissimam fundatissimae Ecclesiae quasi rationis nomine, & pollicitatione superare. Y ha sido tan frecuente el hacerse herejes obstinados de Filósofos presumidos, que Tertuliano lib. de Anima, cap. 3, llamó a los Filósofos, Patriarcas de los herejes. Y en el libro de Praescript. cap. 6: Haereses (dice) a Philosophia subornantur. No se entienda empero, que este daño le ocasione la Filosofía por sí misma; sino la presunción filosófica de aquellos que son fáciles a concebir por demostraciones sus discursos probables, y aun sofísticos (como en el pasado siglo Descartes, que quiso vender por evidencias no pocos paralogismos); porque en habiendo facilidad a concebir evidencias donde no las hay, puede extenderse a los objetos sobrenaturales esta ligereza; y en concibiendo [248] evidencia, se le niega el debido tributo a la revelación. Por lo cual concluyo con la palabra de S. Pablo, que propuse en la frente de este escrito: Videte ne quis vos decipiat per Philosophiam, & inanem falaciam.

Acabando de hacer esta Aprobación Apologética, recibí el segundo Tomo de la Medicina Scéptica del Dr. Martínez, donde incluye otro Apologema contra la Centinela. Confieso, que en algo hemos coincidido; pero sinceramente afirmo, que cuando llegó a mis manos dicho segundo Tomo, ya tenía yo concluida, y aun remitida mi Aprobación. Hago esta salva, porque ni en uno, ni otro se tenga por hurto lo que ha sido coincidencia; por lo demás tengo por útil, y segura esta Medicina Escéptica, y digna de la pública luz, por ver si con este estímulo llega algún tiempo en que nuestras Escuelas Médicas enmienden el siniestro uso de sus estudios.

Oviedo 1 de Septiembre de 1725.

Fr. Benito Feijoo.


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{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Apología del Escepticismo Médico (Oviedo 1725). Texto tomado de la edición puesta al final de la Ilustración apologética..., Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 203-248.}


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