Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 89-95

Contradicciones
IV. De las contradicciones aparentes en los libros

Debemos distinguir con mucho cuidado, sobre todo en los libros sagrados, las contradicciones aparentes de las reales. El Pentateuco asegura que Moisés fue el más benigno de los [90] hombres y mandó degollar veintitrés mil hebreos porque adoraban al becerro de oro, y veinticuatro mil por tener trato carnal o por haberse casado con mujeres madianitas, como él mismo se casó. Pero sabios comentaristas probaron de un modo irrecusable que Moisés era apacible y cariñoso, y que sólo por dar gusto a Dios hizo asesinar a esos cuarenta y siete mil israelitas culpables.

Atrevidos críticos han creído encontrar una contradicción en el pasaje que refiere cómo Moisés convirtió toda el agua de Egipto en sangre, y que los magos de Faraón realizaron en seguida el mismo prodigio, sin que el Exodo coloque ningún intervalo entre el milagro de Moisés y la operación mágica de los encantadores. A primera vista parece imposible que esos mágicos pudieran convertir en sangre lo que era sangre ya; pero esa dificultad queda vencida si suponemos que Moisés había permitido que las aguas volvieran a adquirir su primitiva naturaleza, para dar tiempo a que verificasen su operación los magos de Egipto. Esta suposición es hasta cierto punto verosímil, porque si el texto no la favorece expresamente, no se opone a ella.

Los mismos críticos incrédulos se preguntan también: –¿Cómo pudo ser que Faraón persiguiera con su caballería a los judíos, cuando todos sus caballos murieron del gran pedrisco que cayó en Egipto durante la sexta plaga? Pero esto también es una contradicción aparente, porque la piedra que mató a los caballos que estaban en los campos, no pudo causar ningún daño a los que estaban metidos en las cuadras bajo techado. Todo puede explicarse con un poco de buen deseo.

Una de las mayores contradicciones que han creído encontrar en la Historia de los Reyes es la carencia total de armas ofensivas y defensivas en que se encontraron los judíos al advenimiento de Saúl, y que luego se dice que Saúl capitaneaba trescientos treinta mil combatientes que pelearon contra los amonitas que estaban sitiando a Jabes y a Galaad. Efectivamente, refiere el susodicho Libro de los Reyes que entonces y hasta después de esa batalla, no había ni una lanza ni una sola espada en el pueblo hebreo; que los filisteos impidieron a los hebreos que forjaran lanzas y espadas; que los hebreos se veían obligados a ir al pueblo de los filisteos para afilar la hoja de sus arados, de sus azadas, de sus hoces y de sus podaderas {1}. Semejante confesión parece que pruebe que los hebreos eran escasos en número, y que los filisteos constituían una nación poderosa, que tenía a los israelitas bajo su yugo y tratándolos como esclavos, por lo que no era posible que Saúl hubiera podido reunir trescientos treinta mil combatientes.

El reverendo padre Calmet dice que «es creíble que hay algo [91] de exageración en lo que se refiere de Saúl y de Jonatás»; pero ese sabio olvida que los otros comentaristas atribuyen las primeras victorias de Saúl y de Jonatás a uno de los milagros evidentes que Dios se dignaba hacer con frecuencia en favor de su pueblo predilecto. Jonatás, sólo con su escudero, comenzó matando a veinte mil enemigos; y los filisteos, asombrados, acabaron peleándose unos con otros. El autor del Libro de los Reyes dice que eso fue un milagro de Dios. No hay pues en ello contradicción.

Los enemigos de la religión cristiana, Celso, Porfiro y Juliano, han agotado la sagacidad de su talento, ocupándose de esta materia. Algunos autores judíos se prevalieron de las ventajas que les proporcionó la superioridad de su conocimiento en la lengua hebrea para publicar estas contradicciones aparentes, consiguiendo que los copiaran varios autores cristianos, entre ellos milord Herbert, Wollaston, Tindal, Toland, Collins, Shaftesbury, Woolston, Gordon, Bolingbroke y otros autores de diversos países. Freret, secretario perpetuo de la Academia de Bellas Artes de Francia, y el sabio Leclerc, creen encontrar algunas contradicciones, pero dicen que pueden atribuirse a los copistas: y otros críticos han pretendido explicar y reformar las contradicciones que les parecían inexplicables.

Dice un libro peligroso, escrito con mucho talento {2}, que San Mateo y San Lucas atribuyen cada uno de ellos a Jesucristo una genealogía diferente; y para que no se crea que son insignificantes esas creencias, trata de convencer al que lo dudare, haciendo leer a San Mateo en el capítulo I y a San Lucas en el capítulo III; para que se vea que hay quince generaciones más en un evangelista que en otro; que desde David se separan por completo, que vuelven a reunirse en Salathiel, pero que después del hijo de éste se separan otra vez, y no vuelven a reunirse hasta Josef. En la misma genealogía, incurre San Mateo en manifiesta contradicción; porque dice que Osías era padre de Jonatán, y en los Paralipómenos, libro I, capítulo III, se encuentran tres generaciones entre ellos, a saber: Joas, Amasias, Azarías, de los que no se ocupan Mateo ni Lucas. Además, esa genealogía no tiene nada que ver con Jesús, porque según nuestra ley, Josef no tuvo ningún comercio con María.

San Epifanio concilia las dos genealogías de otra manera. En su opinión, Jacob Panther, desciende de Salomón, es padre de Josef y de Cleofás. Josef tuvo de su primera mujer seis hijos: Jacobo, Josué, Simeón, Judas, María y Salomé. Luego se casó con la Virgen María, madre de Jesús, hija de Joaquín y de Ana. [92]

También se explican de otros modos esas dos genealogías. Véase la obra de Calmet, titulada: Disertación en la que se prueba a conciliar San Mateo con San Lucas sobre la genealogía de Jesucristo.

Los sabios incrédulos a que aludimos, que se han ocupado en comparar fechas, estudiar libros y medallas, confrontar los autores más antiguos, buscando la verdad con afán y cuya ciencia les hace perder la simplicidad de la fe, dicen que San Lucas contradice a los otros evangelistas y que se equivoca en lo que dice respecto al nacimiento del Salvador. He aquí lo que temerariamente explica el autor del Análisis de la religión cristiana, página 23:

«San Lucas dice que Cyrenius gobernaba la Syria cuando Augusto mandó confeccionar el empadronamiento del imperio. Veamos las muchas falsedades que hay en esas pocas palabras. Tácito y Suetonio, los dos historiadores antiguos más exactos, nada dicen de ese supuesto empadronamiento del imperio, que indudablemente hubiera sido un acontecimiento extraordinario, porque no se hizo en el reinado de ningún emperador, o por lo menos ningún autor dice que se hiciera. Cyrenius fue a Syria diez años después de la fecha que marca San Lucas, en cuya fecha la gobernaba Quintilius Varus, según refiere Tertuliano, y confirman las medallas.»

Efectivamente, no se conoció el empadronamiento en el imperio romano. En él sólo era costumbre formar un censo de los ciudadanos de Roma. Es posible que los copistas hayan puesto empadronamiento por censo. Respecto a Cyrenius, a quien los copistas llaman Cyrinus, debemos decir que no era gobernador de la Syria en la época del nacimiento de Jesús, porqué la gobernaba Quintilius Varus, pero es posible que éste enviase a Judea a Cyrenius, que le sucedió en el mando de la Syria diez años después. No debemos callar que esta explicación no nos satisface por completo. El censo formado durante el imperio de Augusto no se refiere a la época del nacimiento de Jesucristo: además, los judíos no estaban comprendidos en ese censo y Josef y su esposa no eran ciudadanos romanos. María no pudo pues salir de Nazareth, que está al extremo de la Judea, a pocas millas del monte Tabor y en medio del desierto, para ir a parir a Bethlem, que dista ochenta millas de Nazaret. Pero sí que pudo suceder fácilmente que Cyrenius fuese a Jerusalén enviado por Quintilius Varus para imponer un tributo por cabeza; y que Josef y María recibiesen la orden del magistrado de Bethlem de presentarse en dicha aldea, que es donde nacieron, para pagar el referido tributo. Explicado de esa manera no hay ninguna contradicción.

Los críticos pueden inutilizar esta solución, diciendo para [93] refutarla que Herodes era el único que imponía tributos; que los romanos no cobraban nada de la Judea; que Augusto permitió que Herodes fuera dueño absoluto de su casa, mediante la contribución que dicho idumeo pagaba al imperio. Pero en caso de necesidad pudo ponerse de acuerdo con un príncipe tributario y enviar un intendente para establecer acordes la nueva contribución.

Nosotros no diremos, como otros muchos, que los copistas han cometido muchas equivocaciones, y que se encuentran más de diez mil en la traducción que ha llegado a nuestras manos. Preferimos decir, haciendo coro a los doctores y a los hombres más ilustrados, que los Evangelios se nos dieron para enseñarnos a vivir santamente, y no para que sabiamente los critiquemos, pues no pueden resistir a la crítica.

Estas contradicciones causaron un efecto terrible y deplorable en Juan Meslier, cura d'Etrepigny en Champagne. Este hombre, virtuoso y caritativo, pero sombrío y melancólico, estaba leyendo siempre la Biblia y los santos padres, con un ensimismamiento, que le fue fatal. Le convirtió en un ser rebelde, siendo como era un pastor que debía enseñar docilidad a su rebaño. Las contradicciones que creyó encontrar en esos libros le exaltaron hasta tal punto, que creyó encontrarlas entre Jesús que nació judío y en seguida fue reconocido como Dios. Entre Dios, conocido al principio por el hijo de Josef el carpintero y por el hermano de Jacobo, pero descendido de un empíreo que no existía, con la idea de desterrar el pecado del mundo, y dejándolo, sin embargo, lleno de crímenes. Entre Dios, nacido de un miserable artesano y descendiente de David por parte de su padre, que no era padre suyo; entre el Creador de todos los mundos y el nieto de la adúltera Betbsabee, de la imprudente Ruth, de la incestuosa Thamer, de la prostituta de Jericó y de la mujer de Abrabam, que robó un rey de Egipto, y luego la volvieron a robar a la edad de noventa años.

Meslier pregonó con monstruosa impiedad esas supuestas contradicciones que le chocaron, y cuya solución le hubiera sido fácil encontrar si hubiere sido fácil de espíritu. Su tristeza fue aumentando gradualmente en la soledad en que vivía, y tuvo la desgracia de tomar horror a la santa religión, siendo como era el encargado de predicarla. Y oyendo nada más que a su razón perturbada y seducida, abjuró del cristianismo en un testamento ológrafo, del que cuando murió, en 1732, dejó tres copias. El extracto de dicho testamento se imprimió varias veces, e inútil es decir el escándalo que movió. Puede comprenderse el pésimo efecto que causaría en el público un cura que pide perdón a Dios y a sus feligreses en la hora de la muerte por haberles enseñado los dogmas del cristianismo; que execra a los [94] cristianos porque muchos de ellos son perversos, truena contra el fausto de Roma y contra las contradicciones de los sagrados libros, y habla del cristianismo como Porfiro, como Epicteto, como Marco Aurelio, como Juliano, cuando va a comparecer en presencia de Dios.

De este mismo modo, el desgraciado predicador Antonio, engañado por las contradicciones que creyó ver entre la nueva y la antigua ley, dio el mal paso de apostatar de la religión cristiana y de inscribirse en la religión judía; pero más valiente que Juan Meslier, prefirió morir a retractarse.

En el testamento de Juan Meslier se ve de un modo indudable que las contradicciones que se encuentran en los Evangelios, le trastornaron la cabeza, siendo un cura de virtud rígida. Trastornaron a Meslier las dos genealogías que le parecieron contradictorias, y no pudiendo conciliarlas, se sublevó e irritó, viendo que San Mateo hace ir al padre, a la madre y al hijo a Egipto, después de recibir el homenaje de los tres reyes magos del Oriente; y que el anciano Herodes, temiendo que le destronara un niño que acababa de nacer en Bethlem, mandó degollar a todos los niños para evitar su destronamiento. Le extraña que ni San Lucas, ni San Juan, ni San Marcos, hablen de semejante matanza. Queda confundido cuando lee que San Lucas hace que permanezcan en Bethlem, San José, la Virgen María y Jesús, y que después se retiren a Nazareth, pero debía saber que la santa familia podía ir primero a Egipto y algún tiempo después a Nazareth. Si San Mateo es el único que refiere lo de los tres magos y lo de la estrella que les guió desde el centro del Oriente hasta Bethlem, y lo de la matanza de los niños; y si los otros evangelistas no se ocupan de nada de esto, no significa por ello que se contradigan, porque callar no es contradecir.

Si los evangelistas San Mateo, San Marcos y San Lucas no dan más que tres meses de vida a Jesucristo desde que fue bautizado en Galilea hasta que recibió el suplicio y la muerte en Jerusalén, y si San Juan le hace vivir tres años y tres meses, es fácil poner de acuerdo a San Juan con los otros tres evangelistas, ya que aquel no dice expresamente que Jesucristo predicó en Galilea durante tres años y tres meses, sino que sólo se infiere de sus palabras. ¿Por simples razones de controversia, por simples inducciones, por contradicciones de cronología, debemos renunciar a una religión que nos hace felices?

Es imposible, dice Meslier, poner de acuerdo a San Mateo y a San Lucas, cuando el primero dice que Jesús, al salir del desierto, fue a Cafarnaum, y el segundo dice que fue a Nazareth. San Juan afirma que Andrés fue el primer apóstol que se afilió a Jesucristo, y los otros evangelistas dicen que fue Simón Pedro. Supone también que se contradicen respecto al día en que [95] Jesús celebró la pascua, y también respecto a la hora de su suplicio, al sitio y a las épocas de su aparición y resurrección. Y está convencido el desventurado cura, de que libros que se contradicen no pueden ser inspirados por el Espíritu Santo. Pero no es dogma de fe que el Espíritu Santo haya inspirado todas las palabras, ni que dirigiera las manos de todos los copistas; dejó obrar a las segundas causas. Bastante fue que se dignara revelarnos los principales misterios y que, andando los tiempos, instituyera una Iglesia para explicárnoslos. Todas esas contradicciones que se achacan a los Evangelios, las han descubierto los sabios comentaristas; pero en vez de perjudicarse, se explican unas con otras, prestándose mutuo auxilio y armonizando los cuatro Evangelios. Si encontramos algunas dificultades que no se pueden explicar, profundidades que no es posible comprender, aventuras increíbles, prodigios que sublevan la débil razón humana y contradicciones que no se pueden conciliar, esto es sin duda para poner a prueba nuestra fe y humillar la soberbia del hombre.


{1} Libro de los Reyes, cap. XIII, vers. 19, 20 y 21.}. {volver}
{2} Análisis de la Religión cristiana, atribuido a Saint Evremond, pág. 22.} {volver}


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