La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo segundo

§. V
De los monstruos


Toda producción contra el orden regular de la naturaleza, se llama comúnmente monstruo. Los monstruos pueden provenir de varias causas, unos se les ha dado su origen de la mezcla de la naturaleza humana, con la de las bestias, y otros por exceso como son los monstruos con dos cabezas, con cuatro brazos, &c., &c., otros por defecto como los que nacen sin piernas, brazos, &c.

Si se consulta la antigüedad no faltan filósofos que admitan la posibilidad de engendrarse fetos, de la mezcla del hombre, o de la mujer con las bestias. No solamente la mitología, sino otros escritos por otra parte dignos de estimación han reproducido estas fábulas. Sin duda toda la raza de tritones, sátiros, centauros, &c., [136] no han sido otra cosa que algunas castas de monos observadas por los antiguos. Plinio, Aristóteles, Hipócrates, y otros naturalistas han dado crédito a estas fábulas, o no tuvieron suficiente entereza para oponerse a su siglo. Hervás no admite semejante generación, y se expresa de este modo.

«Entre las innumerables relaciones que hay de fetos provenientes por la dicha mezcla, la crítica no descubre ninguna creíble; pues que unos casos destruyen a otros, y en casi todos faltan la autoridad, y demás circunstancias, que merecen la atención el examen, y la fe del crítico. En unos casos se dice que las bestias por el comercio con el hombre han parido verdaderos hombres; y en otros se dice que han parido animales. Este modo de obrar repugna a las leyes inviolables y eternas de la naturaleza; y esta misma repugnancia se halla en los casos que se refieren de mujeres, que por la mezcla con animales han parido ya hombres, ya bestias.»

Sigue después este erudito español, y concluye diciendo. «Mi curiosidad no ha podido descubrir sombra de tales generaciones, o monstruos en las inquisiciones que he echo a millares de Jesuitas, que confesaban a medio mundo cristiano, y sabían los casos raros que sucedían en casi todo el orbe terrestre.» Nos parece que esta autoridad confirmada, de la manera que lo hace debe ser de gran peso.

La ley de la naturaleza, la ley que el mismo Dios puso a todas las plantas, y animales, según leemos en el Génesis, es que se reprodujeran según su especie, [137] y no es creíble que estando toda la creación sujeta a esta ley, según la cual se conservan todas las especies, que Dios crió al principio del mundo, solamente el hombre el ser más noble, y que estaba destinado para ser el rey de la creación, no estuviese sujeto a reproducirse según su especie, dejándole con facultad de desvirtuarla, y confundirla con la de los irracionales.

En la generación el individuo engendra únicamente, la especie conserva su tipo, y cada individuo no puede separarse del fin de su especie; así es que nosotros no admitimos monstruos que sean resultado de la mezcla de la naturaleza humana, con la de las bestias. No obstante como los teólogos, presentan el caso del bautismo de los monstruos en caso de que se verifique que sea por efecto del detestable vicio de la bestialidad, aplazamos para entonces nuestra opinión.

En cuanto a los monstruos que provienen de exceso o defecto de hombre y mujer, debemos tener presente que los naturalistas dan una ostensión a la palabra monstruo mayor que el vulgo; entendiendo por ella todo lo que viene al mundo con uno, o muchos defectos en su organización.

Organizándose el feto humano poco a poco pasa sucesivamente de una estructura simple a otra más complicada, siguiendo en su desarrollo una progresión que en todos los grados está en razón con los de la escala animal.

Meckel, Blumenbach, y St. Hilaire, aseguran que los monstruos son el resultado de un retardo de desarrollo. Según esta teoría, si antes del perfecto [138] desarrollo del feto, se opone una causa cualquiera, a la organización perfecta de sus órganos, si una arteria de nutrición más estrecha no provea materiales suficientes, entonces el órgano privado de la cantidad de nutrición queda retrasado en su organización, y no padece las transformaciones ordinarias, conservando una perfecta analogía con el mismo órgano considerado en el estado normal de un ser de otra clase inferior en la escala inferior, mientras que uno, u otros órganos que reciben por completo los materiales nutritivos acrecen en toda su extensión.

Esta teoría está más en conformidad con la idea del supremo hacedor, que produce todos los seres perfectos dejando luego a las causas secundarias la realización de las leyes de la naturaleza. Los escritores modernos han admitido esta doctrina, afirmando que la criatura en su concepción es bien formada, y que sus pequeños elementos nada tienen de monstruosos; sin embargo disienten en las causas que pueden producir este cambio y realizar tales monstruosidades.

Los que admiten el encaje de los gérmenes enseñan la preexistencia de gérmenes monstruosos. Los teólogos no pueden admitir esta hipótesis que además de no presentar datos filosóficos, repugna a la providencia divina, y es insultarla el asegurar que desde la eternidad había producido gérmenes incapaces de vivir, o al menos incapaces de ejercer todas las facultades que se atribuyen a la especie a que pertenecen.

Otros atribuyen las monstruosidades a la influencia que ejerce sobre el feto la imaginación de la madre, [139] con lo cual se explica casi siempre las manchas de nacimiento, conocidas bajo el nombre de antojos, o semejanzas con los objetos que la madre pretendía haber deseado vivamente durante la gestación, o que habían herido fuertemente su imaginación. Hervas refuta esta opinión del modo sigílente:

«Aparecen, dice, algunos infantes con señales de varias figuras, que se deben llamar juegos de la naturaleza; mas la común opinión las ha creído verdaderas pinturas o imágenes de las cosas que en tiempo de la preñez, han deseado con ansia sus madres. Hipócrates asintiendo a esta opinión vulgar, dijo en el libro de la superfetación, que el antojo de la mujer embarazada podía señalar el feto; y si se le antojaba comer tierra y carbón, aparecerían después las señales de estas cosas en la cabeza del infante. Con la misma opinión Hipócrates, como refiere S. Jerónimo, en las cuestiones sobre el Génesis, defendió que una mujer pudo naturalmente concebir el feto semejante a un retrato que tenía a su vista cerca de la cama; y de este modo la libró de la infamia de adulterio de que le acusaban. Estos casos hacen ver que Hipócrates (el mayor naturalista que reconoció la antigüedad) atribuía la monstruosidad de los fetos humanos al influjo que la opinión común y vulgar daba a la fantasía. Mas todas las señales o figuras que aparecen en la piel de los fetos, son efectos indubitables, de causas naturales que obran con alteración accidental, y no de habilidad de pintar o figurar las cosas antojadas. La figura de éstas existe no en la piel algo manchada de algunos fetos; sino en [140] la fantasía de los que viendo las manchas o señales de ellos se figuran ver en ellas la pintura o imagen de las cosas antojadas. Todos saben que en el espacio de nueve meses que dura la preñez, son frecuentes y violentas las revoluciones de humores que padecen las mujeres embarazadas; estas revoluciones provienen de pasiones de ánimo y de indisposiciones de cuerpo, y por esto conmueven y alteran fácilmente la economía de los órganos nerviosos y sanguíneos. El conjunto de estas circunstancias forma una especie de enfermedad que al cuerpo que la padece, le hace susceptible de cualquiera impresión. Tal es el estado de las mujeres en la preñez. El feto, que solamente tiene en los primeros meses aquella consistencia que basta para que sus miembros se mantengan unidos, está íntimamente pegado a su madre; o por mejor decir, forma casi un mismo cuerpo con ella; pues la anatomía hasta ahora no ha podido señalar ni distinguir el intervalo o espacio de división entre el mismo feto y su madre. Siendo tal la constitución física de esta, y del feto, no nos debemos maravillar que frecuentemente aparezcan criaturas con señales en cara, manos, y demás miembros del cuerpo, causadas en las convulsiones uterinas, y revoluciones violentas de los humores. Si las señales fueran efecto de la fantasía, deberían aparecer siempre en una misma parte, y concierto orden y proporción; pues las causas naturales obran siempre de un mismo modo, y con leyes uniformes. Se han tenido muchas veces los antojos en los últimos meses del embarazo: y en este caso, ¿quién sin renunciar a toda razón podrá [141] creer que la fantasía tenga la habilidad de formar en pocos días en la piel del feto una carnosidad, y darla la figura y color de alguna cosa antojada? Las carnosidades, las pecas, y otras señales semejantes, son obras que la naturaleza ha hecho con lentitud en muchos meses. El feto, aunque está íntimamente unido con la madre, mientras está en su seno tiene su vegetación y nutrición propia y particular, como se demuestra por la diversidad de pulsos que se advierte entre los dos; y se experimenta tomando el pulso a la madre y al feto al mismo nacer. Así puede suceder que en la madre estén regulares la vegetación y los humores, y que en el feto estén notablemente alterados, y dejen señales sensibles de su alteración. Puede también suceder que estando en perfecto equilibrio la economía vegetable y nutritiva del feto, se altere notablemente la de la madre; y que la alteración de ésta cause o imprima efectos visibles en el cuerpo del feto. A estas causas naturales y ciertas, y no al influjo de la fantasía, se debe atribuir la impresión de las señales tan varias que se ven en muchos fetos.

Cuando nace un monstruo dice. St. Hilaire, asombra, excita y turba todas las imaginaciones. Este suceso se apodera sobre todo de los sentimientos, y de todas las facultades de su madre, que el espectáculo de su hijo degradado, lleva en torno sobre ella, y que sucumbe casi siempre bajo la humillación de haber criado el sujeto de la más rara, y más aflictiva excepción. Esta infortunada, sin pensar en que sus costumbres intelectuales, y sus conocimientos muy limitados la [142] hacen poco a propósito para juzgar esta gran cuestión, no se da por el contrario descanso, hasta descubrir lo que la había incomodado, o agitado durante su embarazo, y lo que habrá causado por consiguiente el desarrollo desordenado del ser que ha llevado en su vientre. La parte que le toca en el suceso, las agitaciones de su espíritu, que la disuaden sin cesar, hacen que se persuada que a sola su perspicacia está reservada señalar la verdadera causa.

Estas opiniones particulares, concebidas, y propagadas en semejantes coyunturas, han servido sucesivamente para fundar la creencia popular, de la influencia de la vista en el desarrollo del embrión. Las monstruosidades jamás tienen semejanza perfecta con el objeto que la mujer pretende que ha herido su imaginación; la semejanza no existe más que en los ojos preocupados de un vulgo ignorante. Siempre hablan las mujeres del parecido que hay entre la deformidad de su hijo, y del objeto que tuvieron presente en su imaginación, después de verificado el pasto; jamás ninguna ha predicho semejantes monstruosidades, fundada en tales motivos. Otras por el contrario se ven que durante el embarazo, recelan semejantes monstruosidades, fundadas en que su imaginación ha estado ocupada durante el embarazo, de un objeto disforme o monstruoso, mas luego se ha verificado, que han dado a luz hijos sin monstruosidad alguna, antes por el contrario perfectamente formados Por otra parte ¿cómo se explicarían estas monstruosidades en los irracionales?»

Este mismo autor atribuye estas monstruosidades [143] a las bridas extendidas del feto, y a sus envoltorios toda distorsión, y laceración observada en los fetos monstruosos. Estas bridas resultan de las adherencias entre el feto, y sus membranas, cuando éstas se vacían por casualidad, del líquido que ellas encierran: sucede al ramo arterial del feto prolongar sus ramos terminales, sobre la placenta; el órgano que estaba destinado a esta arteria no crecerá más, y resultara por esta razón monstruoso por retraso de desarrollo. Pretende también este mismo autor, que en una época avanzada del preñado las bridas se destruyen, porque el feto se hace muy pesado, y que su mayor vitalidad le expone a saltos bruscos, y violentos, que operan su rotura. Desde entonces, dice vuelve el feto a su condición normal; no tarda en hallarse rodeado de las aguas del amnion, y los tegumentos comunes se reparten sobre los lugares que estaban desprovistos.

Béclard y Dugés, atribuyen las monstruosidades con especialidad las acefalias a enfermedades del feto. El primero admite por causa de la acefalia, la atrofia de la médula espinal, producida por una enfermedad accidental desarrollada en el feto, al principio de la vida uterina. Dugés piensa que la admisión de una enfermedad anterior explica claramente diferentes deformidades del cráneo y del raquis, y que presta los medios de dar razón de todas sus variedades, mucho mejor que se podía hacer explicándolo por la suposición de un vicio original, o de un desarrollo imperfecto.

La hidropesía del cerebro, y de la médula raquidiana, es la causa a quien los partidarios de esta teoría atribuyen [144] esta clase de lesiones. Esta hidropesía se desarrolla en los ventrículos del cerebro, extiende los hemisferios de este órgano, aparta y encorva los huesos del cráneo y del raquis, y también los tegumentos. La hernia, o la atrofia del cerebro pueden ser el resultado.

También se hallan algunas veces, varias cabezas en un tronco, o muchos troncos con una sola cabeza. Se encuentran dos criaturas unidas por algunas de sus partes de suerte, que no forman más que un todo. Se han visto hasta seis o siete extremidades en un mismo sujeto. Buffon hace mención de dos gemelas unidas por los riñones, y que vivieron hasta la edad de veinte y un años; tuvieron en una misma época las enfermedades eruptivas, como la viruela, y el sarampión; tenían a un mismo tiempo los periodos menstruales; su voluntad estaba perfectamente hermanada; mas la una tuvo una enfermedad aguda y expiró; muriendo la otra al mismo tiempo, aunque durante la enfermedad de su hermana no había experimentado sensación notable.

Schenckio habla de dos monstruos, el primero tenía dos cabezas una algo detrás de la otra, las dos eran semejantes en la voz, ojos, facciones, y hasta en la barba pues llegó hasta la edad de treinta años. Las cabezas tenían hambre, y sed a un mismo tiempo prueba de que tenía un estomago común aun cuando tuvieran dos almas: el segundo monstruo era hembra con dos cabezas, que también llegó a edad adulta. Se dice también que en tiempo del Emperador Teodosio nació un monstruo con dos cabezas y dos pechos, y lo restante del cuerpo perfecto; cuando una cabeza comía o dormía, [145] la otra velaba, o ayunaba. Zachias hace mención también de un monstruo de dos cabezas en quien se observaba mucha contrariedad de afectos, y pasiones.

Se ha observado en la mayor parte de los monstruos de dos cabezas que no tienen más que un corazón, aun cuando por los afectos encontrados se ha presumido que tenían dos almas, lo que prueba que; el alma no reside en el corazón.

Debe procurarse cuando se presenta el parto de un feto monstruoso, que ofrezca dificultades recurrir a todos los medios del arte, antes que hacer su extracción por desmembramiento porque los monstruos nacidos de mujer son siempre dignos de recibir el bautismo, aun cuando sobre esto hablaremos más adelante.

No queremos omitir la opinión de Virey, sobre esta materia. «Hay, dice, verdaderos monstruos de muchas clases, o por exceso, como hijos con dos cabezas, con cuatro brazos &c., o por falta, como fetos sin piernas, sin partes sexuales &c.; o por transposición de partes, o por alteración de las formas. Cuando dos gérmenes, desarrollándose juntos en una misma matriz, se hallan muy apretados, pueden soldarse uno con otro, y si se impiden mutuamente el desarrollo de las partes pegadas, serán más o menos imperfectos: de este modo los huevos que contienen dos yemas producen pollos con cuatro patas, y cuatro alones: también se ven pegarse las frutas una a otra cuando nacen demasiado inmediatas; y los animales que engendran muchos hijuelos de cada vez, están más expuestos a producir con frecuencia esta especie de monstruosidad, que los animales que [146] no paren ordinariamente más que uno. Los monstruos por superabundancia de partes, como los hombres que nacen con seis dedos en cada mano, y que pueden reproducir esta deformidad en sus hijos, no la deben sino a un aumento de la materia que ha servido a su formación; lo mismo sucede con los individuos que nacen con dos brazos, o tres o cuatro testículos: con los machos cabríos de cuatro cuernos, con las flores de cuatro pétalos, que toman cinco, seis u ocho, &c.

Las monstruosidades por defecto se deben a una causa enteramente contraria, porque se hallan individuos que no tienen más que un riñón, otros a quienes falta uno o muchos dedos o un ojo, y otros cuyos miembros están borrados o contraídos habiendo abortado el órgano. Sin embargo, el corazón, el estómago y los órganos principales existen siempre; pero los animales, a los cuales se les ha privado de algunas partes como los perros sin orejas y sin cola si son vigorosos engendran con mucha más frecuencia individuos completos, y mutilados como ellos cuando están débiles, extenuados, o cuando la mutilación se ha repetido durante muchas generaciones.

Independientemente de estas causas ordinarias, hay otras más singulares y más profundas, puesto que as forman monstruos cuyo aspecto presenta una mezcla de horror y desorden. Del mismo modo que la opilación o la clorosis inspira a las muchachas apetitos extravagantes, y las hace comer pelo, lacre, yeso, carbón, &c. así también ciertas afecciones de la matriz, especialmente [147] el histérico, desenvolviendo emociones extraordinarias este órgano, y cuando concibe en aquella época puede formar figuras extravagantes y monstruosas. En efecto, las mujeres ardientes y supersticiosas, las histéricas melancólicas, que oprimidas de pesadilla durante el sueño, se imaginan que las abraza un demonio íncubo; las fingidas poseídas, las brujas, turbando sin cesar con su imaginación enferma trabajo de la preñez, agitando con frecuentes sacudimientos y espasmos nerviosos las fuerzas vitales reconcentradas en la matriz, impiden la formación regular del feto y engendran muchas veces monstruos. Mientras la colocación se verifica libremente, y cada parte del cuerpo no tiene fuerza para romper el equilibrio de todas las demás, el embrión se forma con igualdad; pero si sobrevienen sacudimientos imprevistos en lo interior de la matriz, si el orden se interrumpe, o se impide o comprime el desarrollo en algunos puntos por mala conformación de la madre, el feto nacerá imperfecto, o será deforme. También en las mujeres de un carácter demasiado delicado y sentido experimentan frecuentes revoluciones en la matriz y los histéricos engendran no solamente individuos débiles sino también monstruosos algunas veces. Los hay que tienen las vísceras traspuestas, como el hígado a la izquierda y el bazo a la derecha; cuyo trastorno proviene sin duda de algunas emociones íntimas experimentadas por su madre en la época de la concepción. A semejantes desordenes, más bien que a la imaginación maternal, deben su origen los lunares de nacimiento y las manchas, y los fingidos antojos marcadas al nacer en [148] el cutis de muchas personas. Otros desórdenes mayores son capaces de mudar los miembros; por ejemplo, de poner un brazo en el sitio de una pierna. El desarreglo de una sola parte obliga a todas las demás a mudar de sitio, ya más, ya menos. De esta suerte las compresiones sobre partes que están todavía blandas y flexibles, las dilataciones y otras muchas causas mecánicas alteran la forma natural de los embriones y los hace monstruosos. Las pasiones vehementes, como la cólera, el espanto, el amor engañado, la desesperación de una madre, pueden también contribuir a la deformidad de su fruto; y si los animales en general producen menos monstruosidades que nuestra especie, es porque una vida más uniforme y pasiones más templadas no les imprimen sacudimientos fuertes. También las buenas madres, las aldeanas robustas y sanas, engendran hijos bien conformados, y casi nunca monstruosos, porque obedecen mejor las leyes naturales que las mujeres demasiado delicadas de las grandes ciudades. Cuanto más nos apartamos de la naturaleza, los frutos que producimos son menos naturales, o más deformes.»

Se citan varios casos de sujetos dedicados a la cría de yeguas que han logrado tenerlas tordas y manchadas, según su voluntad, teniendo a su vista objetos de varios colores. De un hermoso tronco, o par de yeguas normandas vistosamente manchadas hemos oído decir que han podido obtenerse teniendo siempre a su vista grandes pieles de panteras. Este hecho nos recuerda aquel pasaje del Génesis de las varas verdes de [149] álamo, almendro, y plátano de que se valió Jacob, colocándolas en los dornajos a la vista de los carneros, y de las ovejas, para que concibieran, y parieran manchados los corderillos.

Dejando pues a cada fisiólogo disputar eternamente, sobre el sistema que deba seguirse exclusivamente en esta materia, no dudamos señalar como causas de las monstruosidades que se observan en la naturaleza humana cuatro principales a saber; causas mecánicas como cuando hay adherencias entre el feto, y sus membranas; causas morbíficas como cuando hay enfermedades en el feto, o en la matriz; causas sensuales, como la impresión de los objetos que se perciben por la vista, tales como las yeguas mencionadas, o las ovejas de Jacob; y causas intelectuales como la que hemos mencionado en el párrafo primero hablando del caso sucedido con la hermana, y otros varios que no pueden negarse sin incurrir en la nota de sistemáticos.

Las dos primeras causas producen su efecto siempre que existen, mas las dos segundas muy raras veces. Con esto nos parecen reconciliadas todas las opiniones y refutado el exclusivismo, y hasta cierta especie de fanatismo con que las más de las veces, cada escuela quiere hacer triunfar su sistema.


<<< De las razas / Capítulo tercero >>>
Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org