La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo tercero

§. V
Conducta del médico


Hemos dicho en la introducción, que el Médico es el Sacerdote según la carne, y efectivamente después del ministerio sagrado, que ejerce en la Sociedad el ministro del Altísimo, no hay otro más digno, ni que más asemeje a la criatura con su criador, que es el que ejerce el médico. Por eso al delinear nosotros la conducta que debe observar el médico en todos los casos que puede presentar la Embriología, no tenemos más que repetir cuanto dejamos dicho acerca del Sacerdote en el párrafo que antecede. No obstante el médico tiene en su mano más recursos que el sacerdote. [181]

Dejando a parte la ciencia de que debe estar adornado el médico, que no debe contestarse con haber obtenido un título que le autoriza para visitar, necesita el facultativo estar adornado de muchísimas cualidades, que le son peculiares, e indispensables.

La palabra medos de donde se ha derivado la denominación de médico, significa, cuidado, aplicación, proyecto, deseo, consulta, y deliberación, y efectivamente ninguna palabra podía elegirse más a propósito que expresase en tan corto número de sílabas las cualidades del verdadero médico. No es el médico una persona cuya obligación sea curar los enfermos, porque solo el que es autor de la naturaleza puede suspender sus leyes, o moderar sus efectos. La misión del médico es cuidar de elegir todos los medios que según la sabiduría humana sean racionales, y estén indicados en el tratamiento de las enfermedades; consultar en los casos que crea necesario asesorarse de sus compañeros, sin que por eso se crea rebajada su reputación ni mancillado su honor, aplicarse día y noche al estudio del enfermo para poder formar el diagnóstico seguro de la enfermedad, y poder proyectar o formar el plan curativo más adecuado, y que produzca los resultados, que se propone; desear siempre lo mejor, y no deliberar sino después de un maduro, y detenido examen. Esto encierra en sí la palabra médico, y es bastante.

En la antigüedad se creía que Apolo, o el Sol, era el inventor de la medicina, porque siendo el sol el que fertiliza la tierra, y da virtud a las plantas de que se vale el médico para curar a los hombres, solamente un [182] dios podía tener semejante poder, por eso a los médicos les llamaban adivinos, porque conociendo las enfermedades y su pronóstico con facilidad anunciaban el término o crisis de la enfermedad. Por eso a los Sacerdotes de Apolo que no eran más que unos médicos les llamaban Dioses de las adivinaciones.

Más adelante y hasta hace poco al médico se le ha llamado físico para denotar que su ocupación es observar a la naturaleza, sin esto desgraciado enfermo que caiga en sus manos; un mal abogado nos hará perder un pleito, pero un mal médico nos hace perder la vida que es cuanto puede perder el hombre sobre la tierra. Tengan esto presente los que creen que el ser médico consiste en acaudalar un sin número de voces técnicas para formar un lenguaje ridículo, con el que pretenden persuadir a las familias de los enfermos, que saben mucho cuando no saben más que nombres.

Dios crió los medicamentos, dice el Eclesiástico, y también al médico por lo cual debe ser honrado y dotado por los reyes: para esto es preciso que el médico sea sabio, y virtuoso, porque su ciencia no tendría valor alguno, sino está apoyada en las cualidades morales que deben adornarle; y sí en todos los casos necesita el médico estar adornado de saber, y moralidad, en ningunos mejor que en los que pueden ocurrírsele en las cuestiones que sirven de objeto a esta obra.

En todos ellos debe mirar el médico su profesión como un verdadero ramo de la religión cristiana, como lo han reconocido casi la mayor parte de los médicos cuyos nombres han pasado a la posteridad. La religión [183] en el orden sobrenatural, y la filantropía en el orden social deben ser las dos palabras sagradas del médico, en estas ocasiones. En su mano tiene más recursos que el Sacerdote para poder amparar a muchas desgraciadas que se hallan embarazadas, y que ponen en sus manos su honor, y la vida de sus hijos.

Dios verdaderamente quiso que el médico ejerciera un verdadero sacerdocio. Su misión es sublime, y en la tierra no puede ser conocida ni recompensaba suficientemente. Por eso el médico debe elevar su imaginación al Cielo, donde no hay escuelas ni opiniones, sino la verdad, pura, eterna, e inmutable.

No debe pues el médico hacer distinción de personas, la mujer desgraciada que sin medios de subsistencia, sucumbe a la seducción, y falta a sus deberes es más digna del auxilio del médico que la que en medio del fausto, y la riqueza olvida sus obligaciones, impulsada por el vicio solamente; mas una y otra llevan en su vientre una inocente criatura, cuya vida espiritual y corporal están en manos del facultativo, que puede salvarlas si le place.

En todos casos, aun cuando los escarmientos, las ingratitudes, y mal proceder de algunos, contengan su marcha debe tener presente aquel consejo de Cicerón; medici qui thalamos et tecta aliena subeunt, multa tegere debent etiam laesi, quamvis sit difficile tacere, cum doleas. Debe ser nuncio de paz, y de ventura de las familias, y por lo tanto es indispensable en él, la prudencia, y el sigilo.

Cuando la ley le llame ante los tribunales, [184] acuérdese que antes que el individuo, existe la sociedad, que muchas veces reclama su vindicta. Así que en las cuestiones médico-legales, debe tener presente la ciencia, y la voz de la justicia.

Nos extenderíamos más sobre esto pero estamos convencidos de que en nuestros Colegios nacionales de medicina, y cirugía se enseñan estas importantes verdades de moral medica que jamás deben olvidar los jóvenes que se dedican a esta honorífica y filantrópica carrera, si quieren captarse la estimación de los hombres, y prepararse una corona inmarcesible en la eternidad.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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