Alférez
Madrid, 28 de febrero de 1947
Año I, número 1
[página 4]

Una sinfonía rusa

En todos los panoramas de música europea contemporánea hechos antes de la guerra hay un brevísimo capítulo: variaciones sobre la incógnita de la música soviética. Acabo de intentar un poco de orden sobre una baraja de pocos nombres y de muchos tópicos. ¿Hay realmente música soviética? ¿Cómo se ha intentado engarzarla dentro del mundo marxista? No es cosa de repetir la archisabida anécdota de Lenin sobre la sonata patética de Beethoven; de ella sale, ciertamente, la postura esencial: la música tal como se entiende en Occidente pertenece a ese sistema de «adormideras» inventado por la burguesía. La música más revolucionaria de Europa, la que ha traído revueltas todas las cabezas durante veinte años, la música de Strawinsky, esta en las antípodas de lo imaginado por los intelectuales soviéticos. Strawinsky, amigo del orden y, recordémoslo ahora, amigo de la causa española en los trances peores, tenía una maravillosa razón al sentirse como «revolucionario» frente a las ideas musicales soviéticas.

En los tiempos de alboroto político había una pequeña obra sinfónica que pasaba como fiel símbolo del plan quinquenal: La fundición de acero, de Mosolov, obra final y obligada en aquellos conciertos gratuitos y multitudinarios que se organizaban para festejar el 14 de abril. Aquella pueril sucesión de disonancias se tomaba como gozoso canto a la máquina, como exaltación de una música sana, varonil, nada sentimental. A un director de París se le ocurrió poner en el mismo programa Pacific, de Honneger, y La fundición de acero: lo que en el compositor plenamente europeo era resumen de madura gracia, de espíritu deportivo, de disonancia primaveral y mañanera, pasaba al ruso como procedimiento de seca vejez. Muchos ingenuos aficionados casaban esto con aquellas experiencias, radicalmente minoritarias, no lo olvidemos, del cine soviético, cuya música tampoco podía competir con el «ruido creador» de un Honneger o de un Jacques Ibert. Otros, algo más avisados, nos presentaban a Profokieff como el músico de la juventud comunista, un músico que no fue a Rusia hasta 1937, un músico agrio y primaveral, instintivo y bárbaro, pero tan lejano como Markevitch de sentido soviético, este Markevitch, último ídolo de los salones parisienses, cuyo viaje a Madrid en estos días es todo un síntoma de postura política.

Pero ahora sí; ahora hay una música soviética, nada menos que una «séptima sinfonía», que ha revuelto de entusiasmo a muchos públicos americanos: una sinfonía escrita por su autor, joven de treinta y tantos años, durante el sitio de Stalingrado, nombre unido al de la sinfonía. Por fin, ha llegado también el disco de la sinfonía de Dimitri Chostakovich. He aquí todo un símbolo: una música aburridamente clara, «romanticota», como suele decirse, apegada a la tradición sinfónica más endeble, una música de aula de conservatorio, con tempestades sin grandeza, con ingenuos barbarismos y con cero de ternura. Releo ahora el último y excelente número de la Revista Musical Italiana: también por allá se ha oído sin gusto la Sinfonía de Stalingrado. Esperaban otra cosa después de oír La Edad de Oro, también de Chostakovich, y, al parecer, en el lado opuesto de la sinfonía: se trata de aprovecharse de Strawinsky para caricaturizar a la burguesía. Tampoco el intento se consigue, y aun se habla de varapalos por parte de la crítica oficial soviética.

Si André Gide se hizo anticomunista viendo una exposición de pintura soviética, la reacción ante la Sinfonía de Stalingrado puede ser semejante. Si algo es difícil arrancar al europeo es la música que se le ha metido en el alma, más ahora, cuando parece volver con nostalgia de paraíso perdido. No nos engañemos: si puede gustarnos la seca y poderosa plástica de Strawinsky, la razón viene de más atrás, de otros cordiales campos de música humana y tierna. Pero las dos formas, el «juego» y la «ternura», son igualmente zarandeadas por el crítico soviético, que ahora, un tanto a regañadientes, empieza a retroceder. Su crítica es paralela a la misa que en San Patricio oyó Molotov.

Federico Sopeña.

<<< >>>

www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca