La Gaceta Literaria
Madrid, 15 de agosto de 1927
Año I, número 16
página primera

Madrid = América. 3 Raids Literarios
Guillermo de Torre
Guillermo de Torre
Guillermo de Torre
por Prieto

El día 25 embarca en Barcelona nuestro Secretario, Guillermo de Torre, con rumbo a Buenos Aires.

La emoción que nos causa este desgajamiento –provisional– con nuestro gran camarada y colaborador, se compensa ventajosamente pensando en la tarea transoceánica que lleva marcada en su ruta. Tarea a la que le hemos incitado constantemente, viendo en ella un signo novísimo para las relaciones hispanoamericanas. Viendo en ella todo un neto porvenir.

Guillermo de Torre va a América, no con el itinerario –siglo XIX– de los escritores españoles que partían a descubrir a América, a «enterarse» de América. Guillermo de Torre va, conociendo de antemano la América literaria y siendo por ella, a su vez, reconocido.

No marcha tampoco en el plan de «Primer tercio del siglo XX»: profesoral, adoctrinador, propagandista, emisor de discos solemnes, a lo Marinetti o a lo d’Ors.

Va «a fundirse» con aquella prolongación ideal de una España nueva, más vital, más musculosa y cosmopolita que es Suramérica. A «fundirse» sin «confundirse». En tipo de amante más que de espectador. Va a realizar ese esquema inédito aún de hispanoamericanismo cordial y de intelecto, de amor y de inteligencia, que estaba por verificar.

Viviendo como un argentino, Torre seguirá siendo el camarada madrileño que lleva allí la Secretaría de La Gaceta Literaria, para inyectarla de novedad, de auténtica amistad americana. Colaborando en importantes periódicos bonaerenses remitirá cronicidades, de allá, a otros diarios españoles de importancia.

Con Amado Alonso –nuestro redactor filológico– ya al frente del «Instituto» porteño de Filología, y ahora con Guillermo de Torre, La Gaceta Literaria siente el entusiasmo de los amplios desdoblamientos espirituales.

En la nave azul de nuestro cartel han partido estos dos nautas.

Tócanos hoy agitar nuestro entrañable adiós desde el puerto al compañero Guillermo de Torre, mensajero del nuevo espíritu joven de España cerca de América. Y del que nuestros lectores tendrán pronto noticia, gracias al proyector de su potente pluma.

* * *

Ahora ofrecemos al lector la siguiente entrevista, celebrada por Francisco Ayala con Guillermo de Torre, antes de su raid.

* * *

Una mano sobre la máquina de escribir. En la otra, un diccionario tecnológico. Giros de máquinas. Melena de locomotora. Al fondo, una perspectiva urbana. Y un meridiano –el meridiano de Madrid– arco iris –lineal, incoloro– de aquel paisaje.

¡Ah! Y un trasatlántico sobre el mapa –España y América– del emblema de La Gaceta Literaria.

Le pregunto:

—¿Escribe usted de primer intento las cosas a máquina? Porque su estilo es terso, metálico, compacto. De hombre que escribe a máquina –con pulsación personal, es cierto.

—La máquina me facilita la ideación. Me anticipa la imprenta. Me da las cosas cuajadas, fundidas... En cuanto a mi estilo, quiero defenderme de una imputación –la de escritor difícil–, etiqueta a la manga puesta por el que ama los adjetivos hechos, por el que se aterra a la primera impresión, sin contar con las evoluciones y las últimas cosas de uno... No soy un escritor difícil. Yo rechazo esa imputación –consecuencia de mis «Hélices». Yo me arranco esa etiqueta de la manga, en nombre de la claridad acrisolada... Naturalmente, mi concepto de la sencillez es otro que el ritual. A la sencillez hay que llegar por el camino de la complicación. Para que sea una sencillez depurada, una pura desnudez la del estilo... Pero el público –cualquier público– distingue toscamente.

Insisto –yo veo en el porvenir el artículo escrito directamente ante la linotipia–, insisto:

—Pues adivinaba la máquina, querido Guillermo, en el ritmo, en el pulso y hasta en el color de su prosa.

—¡Ah! Quizá resabios del momento primero, cuando comulgaba en el futurismo. Fui un apasionado del maquinismo... No es que haya abominado de él, pero tampoco soy su idólatra. Ahora acepto esos elementos, pero con serenidad: no se me suben a la cabeza. Los asimilo en mi sensibilidad como cualquier otro elemento del día.

—¿Qué piensa hoy del futurismo?

—Que es todo programa, intención. No ha realizado una sola obra. Lo mejor de Marinetti son sus manifiestos. Y resulta curioso que algo tan pretencioso y abstracto como el futurismo haya tenido casi su único desarrollo en artes utilitarias: por ejemplo, la pintura decorativa. Últimamente pude comprobarlo viendo la Exposición bienal de 1926 en Venecia. Panneaux, tapices, almohadones. De Balla, Depero, Prampolini... Por cierto que los prospectos de propaganda estaban redactados en una desordenada y antipática forma de proclama política. Ese aire político de anteponer el grupo a la personalidad y la doctrina a la obra, hace imposible –a la larga– el futurismo.

—Ahora, Guillermo, algo del movimiento en que usted apareció enrolado. O mejor: el movimiento de que usted fue máximo campeón en España.

Hace un gesto cargado de electricidad. Un gesto de «¡ah, el Ultraísmo!»

—El Ultraísmo –dice– está disuelto como grupo. (Y hay que tener en cuenta que no era sino un grupo circunstancial. Bloque formado para la lucha, sin íntima cohesión.) Ha pasado su momento, una vez cumplido su papel. En cuanto a su eficacia –romper con el pasado: no con el pasado global y abstracto, sino con el pasado más inmediato–, es innegable. Y los que se creían más inmunes son los más afectados por aquel bacilo... Por lo demás, creo que la denominación de «ultraista» debe desaparecer, ya que carece de contenido. (A pesar de que nuestro gran Ortega y Gasset haya dicho que es uno de los nombres más felices que se han fraguado para designar el nuevo estado de espíritu.) Debe ser substituida por «vanguardista», más amplia, y generalmente aceptada. Con correspondencia en todos los idiomas.

—Un momento... –atajo yo. Ha dicho usted antes que «los que se creían más inmunes son los más afectados por aquel bacilo ultraista». Explíqueme. ¿Ha querido usted aludir a alguien? La verdad.

Guillermo de Torre sonríe afiladamente. ¿Malignidad, sorpresa ?

—Si –aclara–; me refiero a algunos excelentes amigos, pero colegas polémicos, que quisieran hacer prevalecer un cierto tipo de poesía «apogónica» con relación al ultraísmo; esto es, mesurada, canónica, preceptista, muy bien avenida con la tradición, pero sin un átomo de originalidad, pero exenta de «élan» descubridor y de segundos planos misteriosos. Creyendo, por lo demás, que es honesto asimilarse algunas innovaciones formales de nuestro movimiento, sin reconocerlo. Una cosa es saber –y poder– llegar a un plano equilibrado de «integraciones», fundiendo normas invariables con elementos genuinos de nuestro tiempo, y otra cosa es arrojarse cómodamente –como los «clasicoides» hacen– por una pendiente de fácil resbale academicista. Ya nuestro amigo Jarnés se burló donosamente del nuevo «sistema lírico decimal»...

—Luego ¿usted mantiene intacta su fe en todos esos movimientos de postguerra, de los que usted ha sido el mejor exégeta y codificador?

—En general, todos estos movimientos de postguerra no marcan el final de una época, como se ha dicho, sino el principio de otra. En ellos se ha hundido mucha gente, pero en cambio han hecho brotar personalidades fuertes. Y brotar de un modo violento, casi maravilloso... Claro que a esta rápida surgencia coopera eficazmente la extraordinaria vitalidad editorial de la postguerra. El editor –por sí solo– ha destacado al autor en ciertos casos. (Delteil, Montherlant, el mismo Morand...) Esto en Europa, en Francia. ¡Lástima que en España no pase lo mismo!

—Entonces, usted también cree que el siglo XIX se extiende hasta 1914...

—Por lo menos, hasta esa fecha se ha vivido del siglo XIX. Con personalidades –en poesía– que se quedan del lado allá, y otras que dan el salto: Rimbaud, Mallarmé... En España no sé a quien pudiera señalarse esta situación indecisa, de promedio.

—Con posterioridad a esa fecha –sigue diciendo Guillermo de Torre–, los valores son valores del siglo XX. El cubismo pictórico y sus secuencias. Proust en la novela. Apollinaire en poesía... Entre los nuestros, yo sólo señalaría como genuinos coetáneos y directores a Ortega y a Gómez de la Serna –focos atencionales de la juventud–: los dos escritores más españoles y al mismo tiempo más europeos.

Guillermo de Torre –como buen interviuwado– fuma su pipa. Y yo –como buen interviewer– le pregunto por sus proyectos. (La interviú hay que arrostrarla con todas sus consecuencias. Sin buscar atenuaciones.)

—Preparo un libro de ensayos: «El Pim Pam Pum de Aristarco». Trabajos anteriores, puestos al día. Crítica de críticos –lo indica el título– en su primera parte. Luego, autores franceses: Giradoux, Delteil, &c. Otro libro con panoramas de conjunto y estudios parciales sobre las jóvenes letras americanas... Serán libros de menor volumen que mis «Literaturas europeas de vanguardia» –y quizá los publique a mi llegada a Buenos Aires.

—Ya lo reclama Buenos Aires, Guillermo. En relación con su nueva actitud –con su actitud nueva; fraternal– ante las jóvenes literaturas de América.

—Antes –es cierto– se reaccionaba de un modo desagradable –o indiferente– frente a lo americano. Hoy, no. Hay que ir destruyendo muchos tópicos. Empezando por el del hispanoamericanismo habitual. Y creando otro más verdadero –sin cachupinadas ni retóricas–, basado en el mutuo y leal conocimiento... Yo estoy convencido de que en Argentina, Chile, Uruguay, Méjico... se produce una literatura tan excelente, tan interesante como la de aquí. Y como la de los demás países europeos. Es necesario (sin que esto implique patriotismo) que la capitalidad máxima de nuestra literatura –España-América– sea Madrid. Que Madrid sea el gran meridiano literario. No lo digo por restar hegemonía a cada una de las grandes metrópolis americanas, sino porque hay que reaccionar contra la influencia de París: la «América latina» es un absurdo. No existe tal América latina. En América –hablo de valores espirituales–, lo no español es autóctono... Y ahora se empieza a ver –empiezan a comprenderlo ellos mismos– cómo los jóvenes americanos deben venir a Madrid, donde les espera un interés auténtico, en lugar de ir a París. En París sólo interesan a unos cuantos profiteurs.

—Además de esos libros, de ese viaje, ¿qué más prepara usted?

—No sé. Seguramente abordaré la novela. Usted sabe lo que pienso de este género literario. Todos coincidimos en que hay que hacer una cosa distinta, nueva. Buscar el camino desconocido. Pero falta saber el «cómo». Hasta ahora, entre nosotros, no hay más que esquemas de ejemplos.

Le pregunto a Guillermo:

—¿Y de versos? ¿No recoge usted más volteos de aquellas «Hélices»?

—Sí. Tengo deseos de emprender un poema de largo aliento. Pero yo no soy un poeta como quiere Juan Ramón que sean los poetas: unilaterales. Una llama siempre ardiendo... Soy prosista de vena continua, pero como poeta soy intermitente. No siempre tengo la disposición del poema. El poeta-poeta reacciona líricamente ante todas las cosas. Y ¡se puede reaccionar de tantas maneras!... Por otra parte, yo me creo tanto o más creador de un espíritu receptivo. Me gusta recoger las vibraciones de los hechos, de los tipos curiosos, de las ideas nuevas, de los paisajes distintos. La obra, después. Es cierto –frase de Valery– que la obra no encierra sino los últimos estados del creador.

—¡Una cosa! Confrontación de un retrato arbitrario. Veamos: ¿no encuentra usted cierta correspondencia espiritual entre la Edad Media y nuestro tiempo? En cierta estructura general. En cierta sensibilidad... Por ejemplo: esas rápidas líneas de arquitectura. Ese despejo, logrado antes en las catedrales.

—No. Quizás tenga usted razón. Pero yo no lo encuentro así. La arquitectura de nuestra época es la del cemento armado. Belleza estricta y utilidad inmediata, armonizadas. Paredes lisas, laminares, como biseladas. Estética de planos interferentes y de ángulos. Ningún ornamento superfluo. Las cosas necesarias. Nada de esa pacotilla «Renacimiento español» que ahora se lleva. Hago mía la frase de Le Corbusier: La casa es una máquina para vivir. Este concepto de la arquitectura atestigua, sin duda, una sensibilidad moderna. El hombre en su centro. En presente, en estética de presente.

Guillermo de Torre es amigo de la geometría y del orden –colores enteros, entonación y líneas rápidas– que yo echaba de menos en el estudio de Ramón Gómez de la Serna. (El criterio arquitectural puede ser un barómetro sorprendente.)

—Yo no me encontraría a gusto en un ambiente, en un interior que no fuera el de mi tiempo –afirma Guillermo.

Y se comprende que así sea.

Francisco Ayala

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