La Gaceta Literaria
Madrid, 15 de enero de 1931
Año V, número 98
página 13

El idioma español
y las instituciones internacionales

A mí no me gusta la polémica. Pero a veces parece que uno no puede sustraerse a ella. No puedo pasar en silencio ciertas palabras. Ciertas ideas. De tal suerte es el artículo del señor Alejandro Eckhardt (profesor de Lengua y Literatura francesas en la Universidad de Budapest), publicado en las columnas de La Gaceta Literaria (número 35 del 1º de diciembre de 1930), bajo el título de «El Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y las lenguas nacionales».

En dicho artículo, el honorable profesor dice muchas cosas y muy interesantes sobre el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y las lenguas nacionales. El señor Alejandro Eckhardt es un filólogo. Un hombre de ciencia. Y como tal, él habla de las grandes lenguas: francesa, inglesa, alemana y hasta cierto punto la italiana. Siempre estas tres o cuatro lenguas. ¡Claro, las grandes lenguas! Y nada más. Nada del idioma español. Nada de este idioma, en el cual habla un mundo. Hispanoamérica. Veinte repúblicas. ¡Y más de ciento veinte millones de hombres!...

Pero el honorable profesor sabe que los grandes idiomas son tres: el francés, el inglés y el alemán. Si se quiere, podemos agregar también el italiano... pero nada más. Sí, nada más.

Sin embargo, el mismo señor Eckhardt entiende que en un Instituto Internacional de Cooperación Intelectual sería injusto que toda la labor se efectuase en estas tres grandes lenguas.

Es una injusticia, dice el señor Eckhardt, y propone ciertas medidas para la defensa de la independencia intelectual de las pequeñas naciones. En primer lugar, que vayan algunos señores de las «grandes» naciones a estudiar la cultura y la lengua de las pequeñas. Estos señores serán, sin duda, franceses, ingleses y alemanes. Cuando se acaben los franceses, los ingleses y los alemanes, podrían enviarse los italianos, que hasta cierto punto son también una gran nación. Pero lo más chistoso es que, según el honorable profesor, «las pequeñas naciones ofrecerían sin duda, facilidades materiales muy considerables para realizar estos viajes de estudios, cuya utilidad es manifiesta para ellas». Y más abajo, con el mismo tono de catedrático sigue: «El problema de la cooperación intelectual sacaría evidentemente un gran provecho con la ejecución del voto que acabamos de formular.»

¡Sí, y cómo no! Los franceses, los ingleses y los alemanes sacarían evidentemente un gran provecho de los viajes que ejecutaran a costa de las pequeñas naciones...

Yo no sé qué admirar más. ¿El tono serio del honorable profesor, o la ingenuidad con la cual resuelve los problemas de cooperación intelectual?

* * *

Sin embargo, los problemas de cooperación intelectual son mucho más sencillos. Pero parece que cierta o ciertas naciones quieren aprovechar el dicho Instituto (como otros tantos Institutos o instituciones) para los fines de su preponderancia cultural. Es que quieren simplemente convertirlo en un instrumento suyo de propaganda. De expansión.

Sin embargo, existe un medio eficaz para contrarrestar la preponderancia de los grandes idiomas en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual. Este medio consiste en que el dicho Instituto se sirva en sus investigaciones y relaciones del idioma esperanto. Un Instituto internacional debería usar también un idioma internacional. Esto sería justo, y además impondría una absoluta igualdad en las relaciones de las pequeñas y grandes naciones. Y por último, se iría formando una verdadera solidaridad internacional. Hasta llegarse a una nueva Humanidad...

Sí... Pero... hay muchos «peros» (¡y hasta perros!). En primer término, las «grandes» naciones no van a querer este intruso de idioma. (¡Pobre esperanto! ¡Pobre Instituto Internacional de Cooperación Intelectual!) ¿Entonces?...

Entonces hay un camino. Este de la verdad y de la fuerza. Debemos reconocer que existen, de veras, pequeñas y grandes lenguas. Pequeñas y grandes culturas. Y luego, no echar polvo en los ojos de nadie...

En los límites de la civilización llamada europea existen, además del francés, del inglés y del alemán, otros grandes idiomas. Yo los nombraré: el español y el ruso. Pero ahora no voy a hacer la apología de estos dos idiomas. De estas dos culturas. Los hechos son bastante conocidos. (Parece que solamente el profesor Eckhardt lo ignora, o más bien quiere pasar por alto...)

* * *

Es especialmente el caso de España lo que me preocupa ahora. Yo, como hispanista y como amante de la magna cultura hispánica, no puedo soportar este trato de inferioridad en las relaciones internacionales (tanto de índole política como cultural). España debe estar contra el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y contra todos los institutos internacionales, mientras estos últimos no acepten el esperanto como único idioma internacional, o, en caso contrario, mientras que no acepten el español con iguales derechos que el francés, el inglés y el alemán. La cuestión del idioma para los españoles y los hispanoamericanos es de suma trascendencia. Renunciar a su idioma es perder su personalidad. Y mientras que las sirenas y los lobos, tapados con cueros de corderos, hagan de los institutos internacionales instrumentos de expansión imperialista, España no debe renunciar a su derecho. Ella también tiene medios para luchar. Y precisamente por esto mismo debe tomar parte en el combate de las culturas. Los libros y los periódicos, la radio y el cinema parlante son las armas modernas que debe empuñar Hispanoamérica. Pero hay un medio todavía más seguro para imponer el idioma de Cervantes a la tribuna universal. Tanto España como las repúblicas hispanoamericanas deben abandonar la Sociedad de las Naciones mientras no se acepte el español como idioma oficial. Caveant Consules.

Boris Chivatcheff

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