La Gaceta Literaria
Madrid, 15 de enero de 1931
Año V, número 98
página 14

Cultura católica
Un semillero de excelentes revistas

Sea por lo que se quiera, y desde luego no resultaría injusto afirmar que por culpa de todos, la verdad es que pocas naciones cultas habrá en el globo donde se desconozca tanto como en España el movimiento científico, social, literario, político cultural, en una palabra, del Catolicismo más allá de las respectivas fronteras. La afirmación tiene visos de paradoja por preferirse a un pueblo tan católico, pero no puede ser más exacta ni más fácil de poner en evidencia: bastaría para ello contar sencillamente, objetivamente, sin aplicaciones ni comentarios que, en todo caso, deben quedar de cuenta del lector, algo de lo que actualmente, ya en el segundo cuarto del siglo XX, significa el Catolicismo en el mundo. Es bien seguro que esta simple información objetiva causaría notable sorpresa en muchísimas personas letradas de todos los campos, clases y condiciones. ¿Se concibe prueba más concluyente de aquella afirmación, a primera vista paradójica?

Quiero poner como ejemplo –como uno de tantos ejemplos elocuentísimos que convendría conocer– la presente labor cultural de los católicos italianos, casi del todo ignorada aquí donde ordinariamente se los supone sesteando a la sombra de la dictadura fascista, satisfechos y contentos de que se lo den todo hecho, extirpada violentamente la masonería, ahogado el socialismo y declarados oficialmente en quiebra irremediable el Liberalismo y el Laicismo. Pero es tanto lo que, resumiendo sucintamente esa labor, podría decir y de tal modo excedería los límites de un artículo, que he de limitarme a una sola faceta de ese admirable apostolado de cultura católica: me refiero a las revistas que más fiel y visiblemente lo reflejan. Y todavía ante el justificado temor de no poder luego redondear el tema, voy a prescindir en absoluto de las numerosas y muy autorizadas y verdaderamente ejemplares que se publican en el resto de la nación, empezando por Roma, para limitarme al semillero de ellas, que es ¡una Universidad católica, la Universidad el Sagrado Corazón, de Milán, cuyo «Rector magnífico» es un modesto fraile franciscano, el P. Agustín Gemelli!

Sobre lo que es ese gran centro de enseñanza superior, sostenido generosamente por los donativos espontáneos de los católicos italianos, así como sobre ese hijo de San Francisco, que lo dirige con universal aplauso, hay también mucho y bueno e interesante que decir; pero ahora me basta hablar de las revistas que allí se publican y tienen en toda la nación y entre incontables italianos de América una difusión extraordinaria, demostrativa de muchas buenas cosas que convendría subrayar... Esas revistas son las siguientes:

Vita e Pensiero: rassegna di cultura italiana. Este subtítulo dice bastante, pero en realidad las tres palabras del nombre ya lo habían dicho todo. Merecen ser citadas las líneas con que esa publicación, dirigida personalmente por el P. Gemelli, describe su carácter: «Esta revista; dice, pretende reseñar ideas y hechos, hombres y libros del día, con tal seriedad que pueda satisfacer las exigencias de los estudiosos, y con tal agilidad que conquiste las simpatías de cuantos gusten de elevar a cosas egregias el espíritu.» Se publica mensualmente, y cada número contiene ocho o diez artículos sobre las más variadas, pero candentes cuestiones, firmados por insignes escritores.

La cultura general tiene en Vita e Pensiero un órgano de difusión espléndido y envidiable, pero no están allí peor servidas las especialidades. Así, los profesores de la Facultad de Filosofía, a imitación de lo que hizo en la Universidad de Lovaina el admirado cardenal Mercier, han fundado y redactan la Rivista di Filosofia neoscolastica, de la que no pueden prescindir cuantos deseen conocer por entero el movimiento filosófico contemporáneo. Publícase esta revista cada dos meses.

A raíz de la aparición de la grande encíclica social Rerum Novarum, y bajo los auspicios del Papa León XIII, fundóse en Roma la Rivista internazionale di scienze sociali e discipline ausiliare, que dirigió durante más de treinta años el profundo comentador de la filosofía aristotélica y escolástica, Mons. Talamo, y que muy pronto adquirió reputación mundial gracias de una manera particular a los geniales estudios sociales en sus páginas publicados por aquel santo y no superado maestro de la Universidad de Pisa, José Toniolo. Imposibilitado ya, por razón de sus años, el Sr. Talamo para seguir dirigiéndola, pasó esta benemérita revista a la Universidad del Sagrado Corazón, y de aquel fecundo centro cultural sale ahora cada dos meses remozada y vigorizada.

Aevum es la revista de las ciencias filológicas, lingüísticas e históricas, y su redacción corre a cargo de los profesores de la Facultad de Letras.

Aegyptus es otra revista dedicada preferentemente a las cuestiones de Egiptología y Papirología. No se olvide que todas estas publicaciones periódicas, y de tan alta y amplia cultura, salen de esa Universidad del Sagrado Corazón, dirigida por un modesto fraile franciscano... Pero no se crea que hemos terminado la enumeración; para el Clero y para la juventud femenina, tan necesitada de una buena y robusta orientación cultural, hay en aquel admirable semillero de revistas dos que pueden ser parangonadas con cualquiera de las ya citadas.

Fiamma viva, al frente de la cual se hallan dos ilustres escritores, Armida Barelli y María Sticco, es la revista de la juventud femenina, que encuentra en sus páginas, dice Vita e Pensiero, «lecturas sanas y alegres, instructivas sin pedantería, apropiadas sin sentimentalismos romancescos, y al mismo tiempo cristianamente educativas». Se publica mensualmente en elegantes números de 64 páginas.

También con vistas a la «formación cultural de los fieles», la Universidad del Sagrado Corazón, proporciona a los sacerdotes la Rivista del Clero italiano, igualmente mensual y de 64 páginas, densas de doctrina y de sanas orientaciones. Y ¿os dais cuenta de la trascendentalísima importancia que para la cultura general de un pueblo puede tener, ha de tener necesariamente, que el Clero disponga de una tal revista, salida de una gran Universidad? Se me replicará: –Sí, pero se trata de una Universidad «católica» y regida por un fraile franciscano: ¿qué criterio amplio, moderno y progresivo cabe esperar de esa revista eclesiástica?

Desde luego, reconozco el «inconveniente» de que no sea una Universidad «librepensadora» y regida por algún anticlerical empedernido quien redacte revistas de alta cultura para el Clero católico; pero ¿qué le vamos a hacer? Y en cuanto al criterio allí dominante, algo he de decir que no carece de interés... y de enseñanza. Uno de los datos que más han gustado e impresionado entre los muchos parecidos que amontoné en un librito reciente, dedicado a señalar los frutos de la mutua tolerancia, hija de la mayor cultura, fue el relativo al criterio del insigne cardenal Mercier sobre la «finalidad» de la ciencia: «se cree, decía, que el sabio católico es no más que un soldado al servicio de la fe... La mejor respuesta que podemos dar a ese prejuicio es cultivar la ciencia por ella misma, sin buscar allí ningún interés apologético».

Pues el modesto fraile franciscano que rige la Universidad católica de Milán e infiltra constantemente su espíritu en todas las citadas revistas, cuya publicación a él se debe, no se explica sobre tan grave asunto de distinta manera que el filósofo belga. Todavía en el número de Vita e Pensiero correspondiente al mes de noviembre último, escribió el P. Gemelli: «Y si alguno objetase que esto (el cultivar la ciencia pura) no ayuda a la defensa del pensamiento católico, baste recordar que la Iglesia católica solamente a un enemigo tiene miedo: la ignorancia; y que la investigación pura, hecha sin preocupaciones de ninguna especie, ni aun religiosas, acaba siempre por prestar grandes servicios a la fe, porque documenta sus armonías con las verdades humanamente conocidas. Promover la ciencia pura significa promover la formación de quienes han de dirigir la vida social y cooperar al progreso del saber científico; equivale, por tanto, a demostrar que los católicos, tanto y más que el resto de los ciudadanos, se preocupan hondamente de los intereses superiores de la nación. Estas son ideas simples y claras, pero no siempre ni por todos aceptadas».

Esta última frase del discretísimo franciscano proporciona la respuesta a una observación que adivino bullendo en el cerebro de algunos lectores; a saber: que la Universidad no debe ser «católica» ni «librepensadora» ni «protestante», sino simplemente Universidad. Es muy cierto; pero mientras las haya donde, lejos de ser admitido el sano criterio del P. Gemelli, se utilice la ciencia como instrumento y arma contra la Religión, siempre será preciso y muy laudable fundar otras donde se cultive la ciencia, la ciencia pura, la ciencia por la ciencia: Universidades «católicas», en una palabra.

Como la de Milán, que «a pesar» de llamarse «Universidad del Sagrado Corazón» y no obstante verse regida por un modesto fraile franciscano, para conquistar la admiración de todos los espíritus imparciales y cultos tiene sobrado con ser este fecundo semillero de revistas excelentes y bien orientadas.

M. Arboleya Martínez

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