La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea
Comienza el libro llamado Menosprecio de corte, dirigido al muy alto y muy poderoso señor, el Rey de Portugal, don Juan, tercero de este nombre, compuesto por el ilustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, predicador y cronista y del Consejo de Su Majestad.

Capítulo I
Do el autor prueba que ningún cortesano se puede quejar sino de sí mismo.


Teophrastus philosophus memorie prodidit Philippum (Alexandri patrem) non solum dignitate et armis sed etiam prudentia, eloquentia et moribus multo aliis regibus praestitisse. Athenienses igitur beatos esse dictitabat ut qui singulis quibusque annis decem invenirent quos imperatores eligerent; se nanque unum dumtaxat imperatorem per multos annos invenisse, scilicet, suum Parmenionem amicum. Cum multi successus preclari uno die sibi nunciati forent, inquit: «O fortuna, pro tot tantisque bonis exiguo me aliquo malo affice.» Devictis autem grecis, cum quidam ipsi consulerent ut presidis urbis contineret, inquit: «Malo diu benignus quam brevi tempore dominus apellari.» In fuga vero quadam, cum siccisque ficubus et pane hordeaceo vesceretur, inquit: «Qualis voluptatis inexpertus eram.» Sepe immo sepissime Philippus dicebat, eum qui regem alloquuturus esset bissinis et mollibus uti verbis. Cum quidam scutum pulcherrime ornatum ostentaret, inquit: «Graecum virum decet magis in dextra quam in sinixtra spem habere»; etc. De hoc, hactenus.

Después que este muy ilustre príncipe Filipo venció a los atenienses, aconteció que, como una noche estuviese cenando y se moviese plática entre él y los filósofos que allí se hallaban sobre cuál era la mayor cosa que había en el mundo, dijo un filósofo: «La mayor cosa que hay en el mundo es a mi ver el agua, pues vemos que hay más de ella sola que de todas las otras cosas juntas.» Otro filósofo dijo que la mayor cosa del mundo era el Sol, pues sólo su resplandor abasta a alumbrar al cielo, y al aire, y a la tierra, y al agua. Otro filósofo dijo que la mayor cosa del mundo era el gran monte Olimpo, la cumbre del cual sobrepujaba al aire y que de lo alto de él se descubría el mundo todo. Otro filósofo dijo que la mayor cosa del mundo era el muy famoso gigante Atlas, sobre la sepultura del cual estaba fundado el espantable monte Etna. Otro filósofo dijo que la mayor cosa del mundo era el gran poeta Homero, el cual fue en la vida tan famoso y en la muerte tan llorado, que pelearon entre sí siete muy grandes pueblos sobre quién guardaría sus huesos. El postrero y más sabio filósofo dijo: «Nil aliud in humanis rebus est magnum nisi animus magna despiciens.» Quiso por estas palabras decir: «Ninguna cosa con verdad se puede en este mundo llamar grande si no es el corazón que desprecia cosas grandes.» ¡Oh!, alta y muy alta sentencia, digna por cierto de notar y aun de a la memoria encomendar, pues por ella se nos da a entender que las riquezas y grandezas de esta vida es muy más digno y de mayor gloria el que tiene ánimo para menospreciarlas que no el que tiene ardid para ganarlas.

Tito Livio alaba y nunca acaba de alabar al buen cónsul Marco Curio, a la casa del cual, como viniesen los embajadores de los samnitas a capitular con él cierta tierra, y para esto le ofreciesen mucha plata y oro, y él estuviese a la sazón lavando unas berzas y echándolas a cocer en una olla, respondióles estas palabras: «A los capitanes que se desprecian de aderezar su olla y cenar tal cena como ésta, a ésos habéis vosotros de llevar todo ese oro y plata, que yo para mí no quiero otras mayores riquezas sino ser señor de los señores de ellas.»

¿Por ventura no mereció más gloria este cónsul Marco Curio por los talentos de oro y plata que menospreció de los samnitas que no el cónsul Lúculo por lo que robó a los esparciatas? ¿Por ventura no mereció más gloria el buen filósofo Sócrates por las grandes riquezas que echó en las mares que no el rey Nabucodonosor por los muchos tesoros que robó del templo? ¿Por ventura no merecieron más gloria los de las islas Baleares en no consentir entre sí haber oro ni plata, que no los vanos griegos, que por robar minas de España vinieron a ella desde Grecia? ¿Por ventura no fue mayor el ánimo del buen emperador Augusto en menospreciar el Imperio, que no el de su tío Julio César en ganarlo?

Para emprender una cosa es menester cordura; para ordenarla, experiencia; para seguirla, industria; y para acabarla, fortuna; mas para sustentarla digo que es menester buen esfuerzo, y para menospreciarla, grande ánimo; porque más fácilmente menosprecia uno lo que ve con los ojos que no lo que ya tiene entre las manos. A muchos ilustres varones hemos visto sobrarles fortuna para emprender y aun para alcanzar grandes cosas y después no tener ánimo para descargarse y aliviarse de ninguna de ellas; de lo cual se puede muy bien colegir que la grandeza del corazón no consiste en alcanzar lo que él mucho desea, sino en menospreciar lo que él más ama. Apolonio Tianeo menospreció a su propia patria y atravesó toda la Asia por irse a ver con el filósofo Hiarcas en la grande India. El filósofo Aristóteles menospreció la gran privanza que tenía con el rey Alejandro no por más de por tornarse a su academia a leer filosofía. Nicodio el filósofo menospreció el inmenso tesoro que le daba el gran rey Ciro, por no le querer seguir en la guerra ni doctrinar en la paz. Anaxilo el filósofo tres veces menospreció el principado de la república de Atenas, diciendo que más quería ser siervo de los buenos que no verdugo de los malos. Cecilio Metelo, famoso capitán romano, nunca quiso aceptar la dictaduría que le daban ni el consulado que le ofrecían, diciendo que quería comer en paz lo que con mucho trabajo había ganado en la guerra. El gran emperador Diocleciano a todo el mundo es notorio de cómo renunció el Imperio, y esto no por más de por huir los bullicios de la república y por gozar del reposo de su casa.

En mucho se ha de tener el hombre que tiene corazón para menospreciar un reino o un imperio; mas yo en mucho más tengo al que menosprecia a sí mismo y que no se rige por el su parecer propio; porque no hay hombre en el mundo que no esté más enamorado de lo que quiere que no de lo que tiene. Por muy ambicioso y por más codicioso que sea un hombre, si camina diez días tras el tener, caminará ciento en pos del querer; porque los trabajos que los hombres pasan no es por tener lo que deben, sino por alcanzar lo que quieren. Si caminamos, si nos fatigamos, si trasnochamos y nos desvelamos, no es por cumplir con la necesidad, sino por satisfacer a la voluntad; y lo peor de todo es que, no contentos con lo que podemos, procuramos de poder lo que queremos.

¡Oh!, cuántos en las cortes de los príncipes hemos visto, a los cuales les estuviera mejor el nunca ser señores de su poder ni de su querer, porque después, haciendo todo lo que podían y lo que querían, vinieron a hacer lo que no debían. Si al hombre que ofendimos hemos de pedir perdón, pida cada uno perdón a sí mismo antes que no a otro; porque ninguno de esta vida me ha a mí tanto mal hecho como yo mismo a mí mismo me he procurado. ¿Quién me enriscó a mí en la cumbre de la soberbia sino sola mi presunción y locura? ¿Quién osará intoxicar al triste de mi corazón con la ponzoña de la envidia si no fuera mi sola presunción y locura? ¿Quién osaría encender y soplar a cada paso en mis entrañas el fuego de la ira si no fuese mi muy grande impaciencia? ¿Quién es la causa de ser yo entre los manjares tan desordenado si no es el haberme yo criado tan regalado y goloso? ¿Quién osaría irme a mí a la mano para no repartir mi hacienda con los pobres necesitados si no es el ser yo muy amador de mis propios dineros? ¿Quién da licencia a mi propia carne para que se levante contra mis santos deseos si no es el mi corazón que anda enconado con pensamientos livianos? De todos estos daños y de tan notorios agravios, ¿a quién pondréis vos la demanda, ¡oh, alma mía!, si no es a mi sensualidad propia? Gran locura es, estando el ladrón en casa, salir fuera a hacer la pesquisa. Quiero por lo dicho decir que es gran vanidad y aun liviandad, estando en nosotros la culpa, formar contra otros la queja; porque nos hemos de tener por dicho que jamás nos acabaremos de quejar sino cuando nos comenzáremos a enmendar. ¡Oh, cuántas y cuántas veces en el centro de nuestros corazones se andan peleando y trebejando la virtud, que me obliga a ser bueno, y la sensualidad, que me convida a ser vano y liviano; de la cual pelea se sigue el quedar mi juicio ofuscado, el entendimiento turbado, el corazón alterado y yo mismo de mí mismo enajenado.

El poeta Ovidio cuenta de la muy enamorada Filis la ródana que de sí misma y no de otro se quejaba cuando decía: «Remigiumque dedi, quo me fugiturus abires; Heu! patior tellis vulnera facta meis!.» Como si más claro dijera: «¡Oh!, Demofón, amigo y enamorado mío, si yo no empleara mi corazón en te amar, ni diera dineros para te ir, ni aparejara naos para tú navegar, ni capitulara con los corsarios para te asegurar, ni tú te osaras ir, ni yo tuviera de qué me quejar; por manera que con mis propias armas fueron mis entrañas heridas.» Si creemos a Josefo en lo que dice de Mariana, y a Homero en lo que dice de Helena, y a Plutarco en lo que dice de Cleopatra, y a Marón en lo que dice de la reina Dido, y a Teofrastro en lo que dice de Policena, y a Jantipo en lo que dice de Camila, y a Asenario en lo que dice de Clodra; no se quejaban tanto aquellas excelentes princesas de las burlas que sus enamorados les habían hecho cuanto de sí mismas por lo que les habían creído y aun consentido. Si a Suetonio y a Jantipo y a Plutarco damos fe en lo que cuentan del gran Pompeyo y del rey Pirro y del famoso Aníbal y del cónsul Mario y del dictador Sila y del invencible César y del desdichado de Marco Antonio, no llevaron tanta lástima de este mundo por haberlos la fortuna tan cruelmente abatido y atropellado, cuanto por haberse en sus prosperidades mal regido y de sí mismos tanto confiado.

No es menos sino que algunas veces los parientes y amigos nos alteran y desasosiegan, mas al fin los grandes trabajos y famosos enojos nadie nos los viene a traer, sino que nosotros nos los vamos a buscar. Y parece esto claro en que nos metemos en negocios tan enconados y tan mal digestos, que no podemos salir de ellos sino lastimados o descalabrados. Muchos cuentan que tienen enemigos y no se acuerdan de contar a sí entre ellos, como sea verdad que no haya hombre en el mundo que tenga a otro por mayor enemigo como es cada uno de sí mismo; y el mayor daño que en esto hay es que so color de quererme aprovechar y mejorar, yo mismo a mí mismo me echó a perder.

Preguntado el filósofo Neótido que cuál era el más sano consejo que entre todos los consejos un hombre para sí podía tomar, ý respondió: «No hay para el hombre otro tan sano consejo como es pedir a otro consejo y no fiarse de su parecer propio.» Discreta respuesta y aun famosa doctrina fue la de este filósofo; porque en esta vida ninguno puede hallar tan gran tesoro como el hombre que halla a sí mismo, y por el contrario ninguno tanto pierde como el que a sí mismo de sí mismo se pierde. Los hombres cuerdos más de sí que no de otros han de andar sospechosos y recatados; porque al mejor tiempo la vida los engaña, los males los saltean, los pesares los prenden, los amigos los dejan, persecuciones los acaban, descuidos los atormentan, sobresaltos los espantan y aun ambiciones los sepultan. Si quisiésemos mirar lo que somos, y de qué somos, y qué somos, y para lo que somos, hallaríamos por verdad que nuestro comienzo es olvido; el medio, trabajo; el fin, dolor; y todo junto, un manifiesto error. ¡Oh!, cuán triste, ¡oh!, cuán mísera es esta vida, en la cual hay tantos desmanes en el caminar, tantos lodos do entrampar, tantos riscos de do caer, tantas sendas a do errar, tantos puertos por do pasar, tantos ladrones a quien temer y aun tantos desmanes en el negociar, que muy poquitos son los que van por do querrían ni aun allegan a do deseaban.

Todas estas cosas hemos dicho para que vean vuestros cortesanos en cómo ni ellos ni yo sabemos amar y menos aborrecer, elegir lo bueno y desechar lo malo, evitar lo que daña y conservar lo que aprovecha, seguir la razón y apartar la ocasión; sino que si nos sucede bien alguna cosa, damos las gracias a la fortuna, y si mal, quejámonos de nuestra mala dicha.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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