La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo II
Que nadie debe aconsejar a nadie se vaya a la Corte o se salga de la Corte, sino que cada uno elija el estado que quisiere.


Aristarco, el gran filósofo tebano, decía: «Quid optes aut quid fugias nescis; ita ludit tempus.» Como si más claro dijese; «Es el tiempo tan mudable, y es el hombre tan variable, que ni sabe lo que ha de escoger ni puede atinar a lo que se ha de guardar.» No hay cosa más averiguada que lo que este filósofo dice, pues vemos cada día que con lo que uno sana otro enferma, con lo que uno mejora otro empeora, con lo que uno prevalece otro se oscurece, con lo que uno ríe otro suspira, con lo que uno se honra otro se afrenta, y aun con lo que uno está contento vive otro desesperado.

Preguntado el filósofo Alquimio por su amo el rey Demetrio en qué estaba el mayor trabajo de esta vida, respondió: «No hay cosa en que no haya trabajo, no hay cosa en que no haya zozobra, no hay cosa en que no haya sospecha, no hay cosa en que no haya peligro, ni hay cosa en que no haya congoja, y sobre todos es el mayor trabajo no tener el hombre en ninguna cosa contentamiento.» En verdad que dijo la verdad este filósofo, porque si en alguna cosa, por ínfima que fuese, hallásemos contentamiento, en ella y no en otra pondríamos nuestro paraíso. De vivir como vivimos todos tan descontentos, querríamos probar a qué sabe el ser rey, a qué sabe ser caballero, a qué sabe ser escudero, a qué sabe ser casado, a qué sabe ser religioso, a qué sabe ser mercader, y a qué sabe ser labrador y aun pastor; y al fin, después de todo probado, no fácilmente se sabrían determinar cuál de aquellos estados habían de elegir.

El que es loco con cualquiera cosa se contenta, mas el que es cuerdo no fácilmente se arroja ni determina; porque, si en el estado pequeño es la pobreza muy enojosa, también en el estado alto es la fortuna muy sospechosa. Plauto, el filósofo, fue en su mocedad muy humano y aun mundano; porque anduvo en la guerra, navegó por mar, fue panadero, trató en mercadería, vendió aceite y aprendió un oficio de sastre. Preguntado este filósofo en qué oficio había estado más contento y se había hallado más asosegado, respondió: «No hay estado en que no haya mudanza, no hay honra en que no haya peligro, no hay riqueza en que no haya trabajo, no hay prosperidad que no se acabe, ni aun placer que no amargue; y si en algo yo tomé descanso fue después que me di a los libros y me aparte de los negocios.» Como hombre cuerdo y bien experimentado habló este filósofo.

En cuanto en este mundo vivimos, todo lo deseamos, todo lo tentamos, todo lo procuramos y aun todo lo probamos; y al fin, después de todo visto y gustado, con todo nos cansamos y con todo nos ahitamos. Muy gran parte de nuestro descontento está en que lo mucho nuestro nos parece poco y lo poco ajeno nos parece mucho. A la riqueza nuestra llamamos trabajo y en la pobreza ajena decimos que está el reposo. El estado que los otros tienen aprobamos y a nuestra manera de vivir condenamos. Velamos por alcanzar una cosa y desvelámonos por salir luego de ella. Imaginamos que viven todos contentos y que solos nosotros somos los desdichados, y lo peor de todo es que creemos en lo que soñamos y no damos fe a lo que vemos.

Qué camino tomaremos o qué estado seguiremos, ninguno lo puede saber y menos a otro aconsejar, pues vemos que si el navegar es peligroso, también el estar en calma es enojoso. En caso de vivir vemos muchas veces que se caen muertos los sanos y escapan los oleados. En caso de caminar vemos que muchas veces llega más aína el que no dejó el camino, y se perdió el que fue por el atajo. En caso del tener y del valer vemos muchas veces que vive más contento uno con lo poco que tiene que otro con lo mucho que vale. En caso del favor o disfavor vemos muchas veces que la fortuna favorece más a los que están holgando que no a los que andan sudando. Puédese de todo lo sobredicho colegir que no hay en este mundo cosa más cierta que ser todas las cosas inciertas. Aplicando, pues, lo dicho a nuestro propósito, decimos que es gran temeridad, y aun no sé si liviandad, aconsejar a nadie que sea casado, aprenda letras, siga la guerra, se haga clérigo, se meta religioso, aprenda oficio o ande a palacio; porque en este caso nadie se ha de atar a lo que otro le dice, sino mirar la inclinación que tiene.

Plutarco, en los libros De Republica, loa mucho al divino Platón, en la academia del cual primero probaban a los discípulos que le traían las inclinaciones que tenían que no que les enseñasen las ciencias que querían; por manera que si veía ser inclinado a las letras, quedábase en la academia, y si no, tornábase a aprender oficio en la república. Alcibíades el griego, aunque le pusieron desde muy niño al estudio, muy mejor maña se dio después en el pelear que entonces se dio en estudiar.

Al que es inclinado a ceñir espada, muy mal se le asienta la estola. Al que de su natural es encogido, pecado sería llevarle a palacio; a la que desea tener marido, muy pesado se le hará el velo negro; al que es inclinado a picar muelas, en balde le enseñan a amolar navajas; al que de suyo se da al tejer, pecado es mandarle pintar. Lo que decimos de estos pocos oficiales podríamos decir y ejemplificar de todos los otros. Aconsejar a uno que tome alguna manera de vivir, lóolo; mas señalarle el oficio que ha de tomar, repruébolo.

Ligurguio, dador que fue de las leyes de los lacedemones, mandó que sus padres pusiesen a sus hijos a oficios cumplidos catorce años, no en los que ellos quisiesen, sino en aquellos a que los hijos se inclinasen. Después que uno hubiere elegido manera de vivir, puédele su amigo avisar cómo en ella se ha de gobernar; porque ya puede ser que acierte uno en el estado que elige y después yerre en todo lo que en él hace.

Dejemos ya de hablar por circunloquios y declaremos del todo nuestros conceptos para ver lo que sentimos y aun lo que al lector aconsejamos; porque a la caza no abasta que se levante, sino que se alcance. Aconsejar a uno que deje la Corte y se vaya a su casa, o que deje su casa y se vaya a la Corte, el tal consejo ni le admite crianza darle, ni cabe en cordura tomarle, porque va mucho de lo que yo puedo a mi amigo aconsejar, a lo que a él le conviene hacer. Lo que en este caso osaríamos decir es que el hombre eligiese tal estado y morase en tal lugar, a do más honestamente se pueda sustentar y do más limpiamente pudiese vivir y a do más seguramente osase morir. Muchas veces se muda un hombre de una tierra a otra, de un barrio a otro, de una casa a otra y aun de una compañía a otra; y al fin si de la una tenía pena, de la otra muestra queja, y la razón de ello es porque él echaba la culpa a la condición de la tierra y estaba todo el daño en su condición mala.

¿Qué más diremos sino que en la corte, en la ciudad, en la aldea, en la venta, en el yermo y en el mercado vemos al virtuoso estar corregido y vemos al malo andar disoluto? El vicio y el vicioso son los que andan a buscar oportunidad para ser malos; que la virtud y el virtuoso adoquiera hallan lugar para ser buenos. No hay estado en la Iglesia de Dios tan absoluto en que uno no se pueda salvar, ni hay estado tan recogido a do no haya ocasiones para se perder; porque los oficios, estados y preeminencias son como la rosa del campo, de la cual hace su miel la abeja y aun su ponzoña la araña.

Para hombre bueno no hay oficio malo, ni para hombre malo hay oficio bueno; porque tal ha de ser el hombre que presume de bien, que el oficio se honre con él y no él con el oficio. El príncipe puédese salvar haciendo justicia y puédese condenar usando de tiranía. El caballero puédese salvar peleando y puédese condenar robando. El eclesiástico puédese salvar sirviendo su iglesia y puédese condenar entrando por simonía. El religioso puédese salvar contemplando y puédese condenar murmurando. El casado puédese salvar criando sus hijos y puédese condenar con ilícitos adulterios. El rico puédese salvar haciendo limosnas y puédese condenar dando a usuras. El labrador puédese salvar arando y puédese condenar pleiteando. El pastor puédese salvar guardando su ganado y puédese condenar paciendo el pan ajeno.

Y porque no parezca que hablamos de gracia, probemos todo lo que hemos dicho con escritura auténtica. En el estado de reyes, el rey David fue bueno y el rey Saúl fue malo. En el estado de sacerdotes, Matatías fue bueno y Obnías fue malo. En el estado de profetas, Daniel fue bueno y Balaán fue malo. En el estado de pastores, Abel fue bueno y Abimelec fue malo. En el estado de casados, Tobías fue bueno y Ananías fue malo. En el estado de viudas, Judich fue buena y Jezabel fue mala. En el estado de ricos, Job fue bueno y Nabal fue malo. En el estado de consejeros Arquitofel fue bueno y Cusi fue malo. En el estado de cazadores Jacob fue bueno y Esaú fue malo. En el estado de los apóstoles San Pedro fue bueno y Judas fue malo.

He aquí, pues, probado en cómo el ser buenos o ser malos no depende del estado que elegimos, sino de ser nosotros bien o mal disciplinados. Si aconsejamos a uno que viva en el aldea, dice que no se halla con rústicos; si le consejamos que salga de la Corte, dice que allí tiene negocios; si le aconsejamos que sirva en palacio, dice que no es nada entremetido; si le aconsejamos que sea eclesiástico, dice que no se amaña a rezar; si le aconsejamos que sea fraile, dice que no podrá ir a maitines; si le aconsejamos que siga la guerra, dice que no es amigo de poner en peligro la vida. Si le aconsejamos que se case, dice que no puede ver llorar muchachos; si le aconsejamos que guarde continencia, dice que es intolerable la soledad; si le aconsejamos que aprenda oficio, dice que no desciende él de tales parientes; si le aconsejamos que aprenda letras, dice que es flaco de cabeza; si le aconsejamos que se retraiga ya a su casa, dice que no se hallará sin conversación. Presupuesto que es verdad, como es verdad, todo esto, nadie debe aconsejar a nadie en cosa que toca a honra o al reposo de su vida; porque después más se quejará el tal de lo que entonces le aconsejaban que no de lo que después padece.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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