La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo III
Que no conviene al cortesano dejar la Corte porque está desfavorecido, sino por pensar que fuera de allí será más virtuoso.


Publio Mino, el filósofo, en sus Anotaciones decía: «Deliberandum est diu quod faciendum est semel.» Grave para leer, y digna de saber, y aun necesaria de aprender es esta sentencia, por la cual somos avisados que nos conviene pensar primero en muchos días lo que después hemos de hacer en uno. El rey Demetrio, hijo que fue del gran rey Antígono, preguntado por su capitán Patroclo por qué no daba la batalla a su enemigo Tolomeo, pues en ánimo era más esforzado y en ejército más poderoso que no él, respondió: «In quibus penitentia non habet locum magno pondere attentandum est.» Quería, pues, por estas palabras decir: «En las cosas que después de hechas nadie se puede arrepentir, sobre muy grande acuerdo se han de emprender.» Agesilao, muy ilustre capitán que fue de los licaonios, como le diesen prisa los embajadores de los tebanos que les respondiese a una embajada que le habían traído, respondió: «An nescitis quod ad utilia deliberandum mora est tutissima?» Como si dijera: «¿Agora tenéis por saber, ¡oh, tebanos!, que para determinarse uno en lo que le va la vida no hay cosa más segura que la tardanza?» Plutarco, en la Vida de Sartorio, le loa mucho de que en los negocios graves era muy grave hasta se determinar y que después era muy constante en lo que se determinaba. Suetonio, en el segundo libro De Cesaribus, dice de Augusto el emperador estas palabras: «Amicicias neque facile admisit et constantissime retinuit.» Que quiere decir: «Los amigos que Augusto tenía ni era apresurado en tomarlos ni liviano en dejarlos.»

De estos tan notables ejemplos se puede colegir en cuánto yerro caen los hombres que son en sus hechos acelerados y en sus consejos voluntariosos. No queremos vestir la ropa sin que esté enjuta, ni gustar la fruta sin que esté madura, ni comer la carne sin que esté manida, ni beber el vino sin que sea añejo, ni edificar casa sino con madera seca; ¿por qué queremos emprender negocios con consejos verdes con los cuales antes nos ahumaremos que nos escalentaremos? Las cosas que tocan al punto de la honra y al reposo de la vida mucho antes se han de tantear que no que se vengan a determinar. El hombre prudente y cuerdo, si piensa una hora en lo que ha de decir, ha de pensar diez en lo que ha de hacer. Las palabras al fin son palabras, y puédese uno que erró retractarse luego de ellas; mas de las obras inconsideradas y borradas ni las pueden enmendar ni aun a las veces remendar.

Entre todas las vanidades, la mayor vanidad de todas es que estudian los hombres en cómo han de disputar, abogar, juzgar y hablar, y que ninguno se ocupa en saber cómo ha de vivir; mayormente que el bien morir depende del bien vivir. Los hombres que presumen de gravedad y se conservan en autoridad deben estar siempre muy avisados en que no los noten de capitosos en lo que emprenden ni de mudables en lo que hacen; porque el mayor defecto que en un hombre se puede hallar es tenerle por mentiroso en lo que dice y por inconstante en lo que emprende. El de rostro vergonzoso y corazón generoso ha de mirar lo que comienza y de lo que se encarga; y si fuere cosa justa y hacedera, debe morir y atrás no tornar, porque en los negocios muy dificultosos, allí es ado se hacen los hombres muy afamados. Si no fuera dificultoso y casi imposible Aquiles matar a Héctor, Agesilao vencer a Biante, Alejandro a Darío, César a Pompeyo, Augusto a Marco Antonio, Sila a Mitrídates, Escipión a Aníbal, Marco Furio a Pirro y el buen Trajano a Decébalo, nunca aquellos tan ilustres varones fueran como son en todo el mundo nombrados.

Viniendo, pues, al propósito, es de notar que el proverbio más usado entre los cortesanos es decir a cada palabra: «A la verdad, señor compadre, quiero ya esta maldita de corte dejar e irme a mi casa a morar, porque la vida de esta corte no es vivir, sino un continuo morir.» ¡Oh!, a cuántos he oído yo esta palabra prometer y a cuán poquitos la he visto cumplir, porque el anzuelo de la corte es de tal calidad, que al que una vez prende dale cuerda, mas no le suelta. Cuando al cortesano le falta el dinero, le hacen algún enojo, no salió con algún pleito, o salió de la consulta en blanco, a la hora son con él muy virtuosos deseos y hace profesión de mil propósitos santos, de manera que aquel arrepentimiento no le viene de los males que ha hecho, sino de los negocios que no le han bien sucedido. Nunca permanecerá mucho en la bondad el que viene a ser bueno, no por amor de la verdad, sino constreñido de necesidad, porque no se puede llamar virtud la que no se hace de voluntad.

Puédese esto conocer en que, si la fortuna vuelve su rueda, de manera que al tal cortesano acrecienten en hacienda, adelanten en honra o le digan alguna halagüeña palabra, luego los santos deseos se le resfrían y los recogidos propósitos se le olvidan. En el corazón del cortesano que es verdadero cristiano y no mundano, muy gran competencia traen entre sí el favor del medrar y el fervor de se salvar, porque en las cortes de los príncipes es a do los hombres pueden valer y aun a do se suelen perder. Lo que pasa en este caso es que, cuando crece el favor, luego afloja el fervor, y nunca crece el fervor sino cuando afloja el favor; por manera que la adversidad los torna cristianos y la prosperidad cortesanos.

Ya hemos dicho que los que más se van de la Corte es porque están pobres, o se ven desprivados, o se sienten afrentados, o se hallan viejos, o que los envían desterrados, de manera que si uno se va por voluntad, ciento se ausentan de necesidad. Es tan deseada la salud, es tan apetitosa la honra, es tan sabrosa la hacienda y es tan halagüeña la privanza, que vemos a infinitos procurarla y a muy poquitos menospreciarla. ¡Oh!, cuán heroico corazón tiene el que la corte deja y de la antigua conversación se aparta y a sí mismo olvida y la privanza que tenía menosprecia. A la verdad, el verdadero menosprecio del mundo y dar de mano a la corte es cuando el cortesano está en hacienda rico, en fuerza robusto, en el cuerpo sano, en la edad mozo y en el valer privado, porque entonces loarle han todos que dejó la Corte de cuerdo y no que se fue de ella corrido.

Todo esto decimos para avisar al que se sale de la Corte y se quiere ir a su casa no se vaya de ella enojado o apasionado, porque podría ser que después que se le hubiese quitado el enojo y tornado en sí no osase tornar a la Corte de vergüenza ni pudiese gozar del reposo de su casa. Los hombres soberbios y mal sufridos muchas cosas hacen en solo un día, las cuales tienen después que llorar toda su vida. Al hombre colérico y mal sufrido no le conviene ser cortesano, porque si todas las afrentas y disfavores y sinsabores que a uno hacen en la corte se para a las pensar y piensa de las vengar, téngase por dicho que en solas las que recibió en un mes tendrá que vengar en diez años. El que dejare la corte, de tal manera la ha de dejar, que sea para jamás a ella volver, porque si a ella torna y de estar en su casa se cansa, como a hombre oleado le hemos de tener ya por perdido. El que pecó y se enmendó y tornó a pecar, más peca que antes pecaba; por semejante manera el que fue a la corte y dejó la corte y se tornó a la corte, digo que no es el mejor de la corte; porque el tal no tornó con intención de enmendar la vida, sino de mejorar su hacienda y su persona.

Tornando, pues, a nuestro propósito, es de saber que si a un hombre anciano preguntásemos el discurso de su vida y él nos dijese todo lo que ha emprendido, hablado, acometido, pensado, buscado, hallado, perdido, acertado y errado, todos le diríamos que no había sido su vida sino una muy disimulada locura. Perdone el lector que esto leyere al autor que lo dice y a la pluma que lo escribe, es a saber: que no hay hombre tan prudente en esta vida, que no tenga un resabio de locura; y si llaman a uno sabio y a otro loco, no es porque él no es también loco como el otro, sino porque el otro sabe mejor encubrir su locura que no él. Si algunos hay que acierten en lo que hacen, no son otros sino los que retraen sus cuerpos de muchos vicios y refrenan sus corazones de vanos deseos, porque nuestro cuerpo esnos en la compañía más que vecino y en los apetitos más que enemigo. Más trabajoso es de refrenar el corazón que no de gobernar el cuerpo; porque el cuerpo cánsase de pecar, mas el corazón nunca de desear. Al cuerpo luego le conocemos la condición y aun la complexión, mas al traidor del corazón nunca le acabamos de entender y mucho menos de contentar; porque a cada paso nos fatiga que le demos una cosa y dende a dos días está ya enhastiado de ella. ¡Oh!, cuán dificultoso es de conocer el corazón del hombre, lo cual parece muy claro porque muchas veces nos hace entender que la hipocresía es devoción, la ambición que es grandeza, la escasez que es granjería, la crueldad que es celo, la desenvoltura que es elocuencia, la extrañeza que es severidad, la locura que es gravedad y la disolución que es diligencia.

No pocas sino muchas veces suele un hombre decir a otro: «Andad, que bien os conozco yo a vos, no sólo lo que hacéis, mas aun sé lo que pensáis», como sea verdad que él mismo no conoce a sí mismo y presume de conocer al otro. De esto se puede colegir que cada uno trabaje de conocer a sí mismo, y si viere que su condición es ambiciosa, bulliciosa, codiciosa e inquieta, estése en la Corte y muera en la corte, porque el tal el día que se fuere a retraer a su casa, le puede el cura señalar la sepultura; y si el tal cortesano fuere virtuoso, manso, honesto y quieto, dé la corte a Dios y váyase a retraer a su casa, y allí verá y conocerá que nunca supo qué cosa era el vivir, sino después que se vino a retraer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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