La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XXXVI
De una reprehensión que dio el Emperador Marco a Faustina, su muger, y a la infanta Luçilla, su hija. Habla quánto bien o mal se sigue las mugeres ser honestas y dissolutas.


Passadas las fiestas del sobredicho triumpho y assosegadas las gentes, este buen Emperador, queriendo a su coraçón satisfazer, y a Faustina avisar, y a la hija innoçente desengañar, sin que alguno lo sintiese mandólas llamar aparte y díxoles estas palabras:

No me agrada, Faustina, lo que haze tu hija, ni menos lo que hazes tú, que eres su madre. Las hijas, para ser buenas hijas, han de saber obedesçer a sus madres muy bien; y las madres, para ser buenas madres, han de saber criar muy bien a sus hijas. Excusado es el padre dar consejo quando la madre es virtuosa y la hija vergonçosa. Gran vergüença es del padre, siendo varón, que muger siendo muger castigue a su hijo; y afrenta es de la madre, siendo madre, que manos de hombre castiguen a su hija. Ley fue entre los rhodos ordenada que ni padre con hija, pues era muger, ni madre con hijo, pues era varón, entendiese. Solamente hombres con hombres y mugeres con mugeres se avían de criar. Y era en tanta estremidad, que, morando en una casa, paresçía los padres no tener hijas ni las madres tener hijos.

¡O!, Roma, no te lloro yo por ver tus calles desempedradas, ni en tus casas tantas goteras, ni tus almenas caídas, ni tus bosques talados, ni tus vezinos desminuidos, porque [142] esto todo el tiempo lo truxo y el tiempo lo lleva. Llórote y tórnote a llorar por verte despoblada de buenos padres y desçementada en la criança de los hijos. Allí nuestra patria se acabó de perder quando la doctrina de los hijos y hijas se començó afloxar. Es ya tanto el descomedimiento de los hijos, y la desvergüença de las hijas, y aun la deshonestidad de las madres, que donde un padre para veinte hijos y una madre para treinta hijas abastavan, agora veinte padres a un hijo y treinta madres a una hija no se atreven a bien criar.

Esto digo porque tú, Faustina, no te acordando que eres madre, das más libertad de la que en hija se suffre; y tú, Lucilla, no te acordando que eres moça, te muestras más suelta de lo que en infanta se requiere. El mayor don que los dioses dieron a las matronas romanas es que por ser mugeres fuesen encogidas, y acordándose que eran romanas fuesen vergonçosas. El día que faltare en las mugeres temor de los dioses en secreto y verguença de los hombres en público, créanme todos que o ellas al mundo o el mundo a ellas han de acabar. Tanta neçessidad tiene la república que las mugeres que en ella quedan sean honestas como los capitanes que dellas salen sean esforçados, porque yendo la defienden y ellas quedando la conservan.

Avrá quatro años que, passada la pestilençia que vistes, mandé contar el pueblo, y halle que, de çiento y quarenta mill mugeres de buen vivir, las ochenta mill murieron, y de diez mill mugeres lupanarias, quasi todas escaparon. No sé quál llore primero: la falta que nos hazen las buenas en la república, o el estrago que hazen las malas en la iuventud romana. No haze tanto daño el fuego del monte Ethna a los que moran en Cicilia como sola una mala muger haze en los barrios de Roma. Fiero animal y peligroso enemigo es la desonesta muger en la república, porque es poderosa para traer mucho mal y no es capaz para encaminar algún bien. ¡O, quántos reynos y reyes leemos ser perdidos por el mal recabdo de una muger, para los quales remediar fueron menester la cordura, peligro, hazienda y esfuerço de muchos hombres! Todos los viçios en una muger son como [143] vara verde que dobla, mas la soltura y desvergüença es como palo seco que quiebra. De manera que las tales, quando más más podránse soldar, mas nunca jamás endereçar.

Mira, Faustina, no ay criatura que más desee honra y menos tenga con que la ganar que es la muger. Y que esto sea verdad, véase por iustiçia. Un hombre con orar, escrevir, caminar, conquistar, se haze famoso; pero la muger yo no sé con qué si no es con hilar o parlar. Hasta agora, en las escripturas antiguas de pocas o ninguna leemos que por escrevir, leer, hablar, hilar, coser, texer, amasar dexasen de sí gran fama. Pero, como digo lo uno, diré lo otro: por cierto de muchas leemos que por ser retraídas en sus casas, occupadas en sus offiçios, templadas en sus palabras, fieles a sus maridos, recatadas en sus personas, pacíficas entre sus vezinos, y finalmente siendo honestas entre los suyos y vergonçosas entre los estraños, alcançaron gran fama en la vida y dexaron de sí eterna memoria en la muerte.

Diréhos una antigüedad tan provechosa para atajar agora a nuestros viçios como fue entonçes para augmentar las virtudes, y es ésta. El reyno de los lacedemonios (según cuenta el divino Platón) estuvo en un tiempo tan dissoluto por la dissoluçión de las mugeres como infame por la crueldad de los hombres; y era en tanta manera, que de todas las naçiones eran llamados Bárbaros de los Bárbaros, como a su madre la Greçia llamavan Philósopha de los Philósophos. Licurguio, muy sabio philósopho en el saber y muy iusto rey en el governar, lo uno con su doctrina muy sana y lo otro con su vida muy limpia, hizo leyes en aquel reyno, con las quales desentrañó todos los viçios y enxirió todas las virtudes. No sé quál fue más dichoso de los dos: el Rey en tener pueblo tan obediente, o el reyno el alcançar rey tan iustiçiero. Entre las otras leyes muy famosas hizo ésta de las mugeres: él mandó que a ninguna hija el padre dexase dote moriendo, ni le diese casamiento viviendo. Avíanse de casar no por ricas, sino por buenas; no por hermosas, sino por virtuosas. Y como agora se quedan por casar muchas pobres, assí entonçes se quedavan por infames [144] y viçiosas. ¡O, tiempo digno de ser deseado, en el qual las mugeres no esperavan en la hazienda por sus padres ganada, sino en la virtud por sus personas adquirida! Y torno a dezir que era aquel tiempo el siglo dorado, en el qual ni la hija temía ser desheredada del padre en vida, ni el padre moría con lástima de dexarla sin remedio en la muerte.

¡O!, Roma, maldito sea el primero que a tu casa truxo oro, y maldito sea el primero que en tus erarios athesoró thesoros. ¿Quién ha hecho a Roma estar tan rica de riquezas y tan pobre de virtudes? ¿Quién ha hecho que se casen las hijas de los villanos y se queden por casar las hijas de los senadores? ¿Quién ha hecho que a la hija del rico la pidan, ella no queriendo, y a la hija del pobre no la quiera nadie, ella lo rogando? ¿Quién ha hecho que antes se case una con quinientos sexterçios, que otra con diez mill virtudes? Pues no diremos que aquí la carne vençe la carne; antes la humanidad es vençida de la maliçia, porque un cobdiçioso más quiere oy a una muger rica y fea que a no a otra pobre y hermosa.

¡O!, malaventuradas las madres que paren, y más malaventuradas las hijas que nasçen, a las quales para averlas de casar, ni les resçiben en cuenta la sangre de sus passados, el favor de sus parientes, la cordura de sus obras, la hermosura de sus personas, ni la limpieza de sus vidas. ¡O!, siglo maldito, en el qual la hija del bueno se ha de tener por dicho que, si no tiene dinero, no ha de hallar marido. Pues no solía ser assí, porque en los tiempos antiguos, quando se tractavan casamientos, primero hablavan de las personas y después entendían en las haziendas. No como agora en este tiempo maldito, que primero se habla de la hazienda y a la postre de la persona. Por semejante, en aquel siglo dorado, primero hablavan de la virtud de la persona, y después que eran casados, como de burla, hablavan en la hazienda.

Quando Camillo triumphó de los gallos, no teniendo más de un hijo, y era tal, que por el merescimiento de su persona y por la fama de su padre deseavan muchos reyes tomarle por hijo y muchos senadores elegirle por yerno. Siendo, [145] pues, ya el hijo de edad de treinta años y el padre de más de sesenta, era muy importunado de parientes naturales y de reyes estrangeros le quisiese casar, y él siempre desechava los consejos de los amigos y las importunidades de los estrangeros. Preguntado por qué no se determinava en algún casamiento, pues de allí se siguiría vida assosegada al moço y reposada senectud al viejo, respondió estas palabras: «No caso ni casaré a mi hijo, porque unos me han offresçido hijas ricas; otros, hijas generosas; otros, hijas moças; otros, hijas hermosas; y ninguno me ha dicho: 'Yo hos daré una hija virtuosa'.» Por cierto Camillo aquel triumphó por lo que hizo y meresçe eterna memoria por esto que dixo.

Quiérote dezir, Faustina, que todo esto he dicho porque veo que llevas a tu hija a los theatros, la subes al Capitolio, la fías entre los gladiatores, la dexas ver de los pantomimos, y sobre todo, no te acordando que ella es moça y tú no eres vieja, hos andáis desmandadas por las calles y riberas. No lo afeo porque pienso tu hija ser mala, sino porque le das occasión a que no sea buena. Créeme, Faustina, que en este caso de la carne ni confíes de moços ni esperes en viejos, porque no ay más virtud en todos de quanto huyen las occasiones todos. Por eso las vírgines vestales están ençerradas entre paredes, por huir las occasiones de las plaças. No por más locas se apartan, sino como más cuerdas huyen.

No diga el moço «Soy moço y virtuoso», ni diga el viejo «Soy viejo y muy cansado», porque necessario es las estopas secas quemarse en las brasas y el palo verde humear entre las llamas. Quiero dezir que el hombre, aunque sea diamante engastonado entre los hombres, de necessidad se ha de regalar como çera al calor de las mugeres. No podemos negar que al fuego, aunque le quiten la leña y le maten las brasas, no queden siempre ardiendo las piedras. Por semejante manera, a esta carne enconada, aunque la castiguen con enfermedades, y se sece por muchos trabajos, y se consuma con los muchos años, siempre queda el rescoldo de la concupisçençia en los huesos. [146]

¿Qué menester es blasonar de la virtud y negar nuestra naturaleza? Por cierto no ay cavallo tan desolado ni manco, que vistas las yeguas no dé un par de relinchos; ni ay viejo tan viejo, ni moço tan virtuso, que vistas las moças no dé un par de sospiros. En las cosas voluntarias, yo no niego que uno no pueda ser virtuoso, mas las cosas naturales confiésese cada uno ser flaco. Quando le quitaren la leña al fuego, dexará de quemar; quando viniere el verano, dexará el invierno de se erizar; quando hiziere calma en la mar, se dexarán las aguas de se ensobervesçer; quando se pusiere el sol, dexará al mundo de alumbrar. Quiero dezir que entonçes, y no antes, la carne nos dexará de dar pena quando la viéremos tapiada en la sepultura. De carne nasçimos, en carne vivimos, en la carne morimos; de donde se sigue que antes se acabará nuestra vida buena que no nuestra carne mala.

Muchas vezes los buenos manjares se asturan en las malas caçuelas y los buenos vinos saben al mal lavado de las cubas. Quiero dezir que por muy açendradas y heroicas que sean las obras de nuestra vida siempre han de saber a la mala pega de esta carne flaca. Esto digo, Faustina, porque si a la cresçiente de la carne no puede resistir la presa hecha de argamasa de viejos, ¿cómo la resisterá la estacada texida de mimbres muy tiernos? El yugo que no ha suffrido la vaca, menos lo suffrirá la ternera, y por semejante si tú no te vas a la mano, siendo madre, no se irá ella, siendo tu hija. Las matronas romanas, si quisieren criar bien sus hijas, han de guardar estas reglas: quando las vieren andar, hanles de quebrar las piernas; si quisieren mirar, sacarles ojos; si quisieren oýr, ataparles los oídos; si quisieren dar o tomar, cortarles las manos; si osaren hablar, coserles las bocas; y si intentaren alguna liviandad, enterrarlas vivas; porque a la hija mala le han de dar en dote la muerte y en axuar los gusanos y por casa la sepultura.

Mira, Faustina, yo te aconsejo, si quisieres a tu hija aver buen gozo della, quítale las occasiones con que puede ser mala. Para apoyar una casa son neçessarios muchos postes, a la qual quitando una sola columna darán con ella en [147] tierra. Quiero dezir que son tan flacas las mugeres, que con mill guardas apenas se guardan, y con una muy pequeña occasión todas se pierden. ¡O!, quántas fueron malas no porque lo quisieran ser, sino que se pusieron en tales occasiones a que no pudieron menos hazer. En mi mano está entrar en la batalla, pero no está en mi mano alcançar la victoria; en mi mano está entrar en la mar, pero no está en mi mano escapar el peligro; en su mano está de la muger ponerse en la occasión, pero después de puesta perdone que ya no está en su mano de librarse de culpa. [148]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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