La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio
Comiença el segundo libro llamado Áureo, en el qual se ponen muchas cartas por Marco Aurelio, XVII Emperador de Roma, por él embiadas a diversas personas, en las quales muestra la subtileza de su ingenio y la profundidad de su doctrina. Fueron traduzidas por el dicho Reverendo Padre fray Antonio de Guevara, uno de los predicadores en la Capilla de la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad.

Carta I
Embiada por Marco Emperador a Catulo Çensorino, en la qual habla de la muerte de su muy querido hijo, el infante por nombre Veríssimo.


Marco, Çensor nuevo y moço, embía salud y reverençia a ti, Catulo Çensorino, antiguo y viejo.

Si, escriviéndote dos cartas, no quieres responder una, si es por no poder, callo; si por no querer, quéxome; si es por olvido, accúsote; si por tenerme en poco, appello; si por soñarlo, no creas en sueños; y si no quieres que valgan por testamento de me gloriar dellas como de amigo, valgan por codiçillo, avisándome y reprehendiéndome como padre a hijo.

Obligados están los moços virtuosos de honrar a los viejos cuerdos, y no menos los viejos sabios como tú de alumbrar y doctrinar a los moços muy moços como yo. Iusta cosa es que las nuevas fuerças de la moçedad suplan y sirvan a las ya quebrantadas por la senectud, y por semejante su larga experiençia desengañe a nuestra tierna edad y natural ignorançia. Aquélla es moçedad mal empleada adonde sobran las fuerças del cuerpo y faltan las virtudes del ánima; y aquélla es honrada senectud, en la qual, quanto más se secan las fuerças y nervios de fuera, tanto más retoñecen y reverdeçen las virtudes de dentro. Vemos por experiencia que en el árbol, quando se cogen las frutas y se caen las hojas y se secan las flores, están más verdes y son más provechosas sus raýzes. Quiero dezir que, passada la primavera de la iuventud y el verano de la moçedad, y venido el invierno de la vejez podrida, ya la fruta de la carne, caídas las hojas de los favores, y marchitas [208] las flores de los deleites, y seca la corteza de las vanas esperanças de fuera, razón es que entonçes sean muy mejores las raýzes de sus obras de dentro.

Los viejos más se han de preçiar de obras buenas que no de canas blancas, porque la honra por vida buena y no por cabeça blanca se ha de dar. Aquélla es gloriosa república, y fortunado el príncipe que es señor della, adonde ay iuventud para los trabajos y ançianidad para los consejos. Como se sustenta la naturaleza del bivir se ha de aver la poliçía en el governar, y es que ni todas las fructas vienen iunctas ni se acaban iunctas, sino que quando comiençan unas acaban otras, y de esta manera, vosotros doctrinando y nosotros obedesçiendo, como padres viejos y pollos nuevos en el nido del Senado, cayéndose las plumas a unos, ternán ya los cañones otros; y ansí, no podiendo bolar los padres cansados, serán mantenidos por los hijos tiernos.

A ley de bueno te iuro, y assí te vea yo con reposo, mi Catulo, tenía en propósito de no escrevirte renglón ogaño, porque estava reñida mi pluma con tu pereza, sino que la poquedad de mi juizio y el gran peligro de mis offiçios siempre reclaman por tus consejos. Este privilegio tiene la sabiduría en la casa donde mora, que a los sabios haze señores de simples y a los simples esclavos de sabios.

Pienso me has olvidado, pensando que ya la muerte del infante Veríssimo, mi querido hijo, con el largo tiempo la tengo puesta en olvido. Occasión tienes para pensarlo, porque muchas cosas el tiempo cura que la razón no sana; mas en este caso no sé quál es mayor: el engaño tuyo o el dolor mío. Yo te iuro por los dioses immortales que no están tan apoderados los hambrientos gusanos en las entrañas del desdichado hijo, como los crudos dolores en el coraçón del lastimado padre. Y aun de verdad no ay comparaçión, porque el hijo murió una vez y su padre muere cada momento. ¿Qué más quieres que te diga, sino que ha él embidia de la muerte y a mí compassión de la vida se ha de tener, porque él muriendo bive y yo biviendo muero?

En los desastrados casos de la vida y en los mañosos reveses de la fortuna, a do la maña aprovecha poco y la fuerça [209] menos, parésçeme a mí que el mejor remedio es sentirlo como hombre y dissimularlo como discreto. Si todos todas las cosas como las sienten de dentro en el coraçón las mostrasen de fuera con la lengua, pienso que los ayres romperían con sospiros y la tierra regarían con lágrimas. ¡O!, si al coraçón lastimado con lástimas de veras le viesen los ojos corporales, yo te iuro que allí viesen cómo es más una gota de sangre que él suda dentro, que todas sus lágrimas que ellas lloran de fuera. No tienen comparaçión los grandes dolores del cuerpo con el más pequeño que tiene el espíritu. Para todos los trabajos de los cuerpos tienen inventado remedio los hombres, pero el triste coraçón, si habla, no le oyen; si llora, no le veen; si se quexa, no le creen. ¿Qué hará, el triste, sino aborreçer la vida con que muere y amar la muerte con que biva?

Las virtudes heroicas en los heroicos no consisten en suffrir las passiones del cuerpo, sino las del ánima. Éstas, éstas son las que alteran los humores sin mostrarlo en el gesto, echan la calentura sin alterar el pulso, házennos arar con los pechos, arrodillar en el suelo, suffrir el agua hasta la boca, tomar la muerte sin dexar la vida, y finalmente alárgannos la vida porque más penemos y niégannos la sepultura porque no descansemos. Pero considerando que si me atribulan las tribulaçiones, también me empalagan las consolaçiones, y que siempre tengo o hambre de uno o hastío de otro, tomo este remedio: dello dissimulando con la lengua, dello llorando con los ojos, dello sintiendo con el coraçón, passo mi vida como quien espera perder lo que tiene y jamás cobrar lo que perdió.

Esto digo porque, si no me vees ya hazer humo de lloros y bozes como solía en la muerte de mi hijo, no pienses que es porque no arde el coraçón, sino que con el gran calor está consumida la humidad de los ojos, y hechas brasas se queman entre sí las tristes entrañas. ¡O!, mi Catulo, ¿y agora sabes tú quánto pierde un honrado padre en perder un hijo bueno? De todas las cosas son los dioses largos sino de darnos hijos virtuosos.

Curiosamente lo he mirado, que adonde ay mayor abundançia de altos estados, ay mayor hambre de buenos [210] herederos. Gran lástima es de oýrlo, y muy mayor de verlo: ver a los padres cómo suben por ricos y ver a los hijos desçender por viçiosos; ver los padres honrar a sus hijos y ver los hijos infamar a sus padres; ver los padres dar descanso a sus hijos y ver los hijos dar mala vejez a sus padres; ver los padres morir porque mueren sus hijos tan temprano y ver los hijos llorar porque mueren sus padres tan tarde; y finalmente la honra y riquezas que sus padres les procuraron con mucho cuidado, ellos lo pierden con mucho descuido. De una cosa sey çierto, que las riquezas puédenlas allegar con fuerças y mañas los padres, pero que las han de sustentar con solas virtudes los hijos. Iamás los dioses dexarán que sea perpetuo lo que con mala intençión huvo prinçipio, y en periuyzio de otro está fundado y de mal heredero esta posseído. Y como los hados tristes de los padres lo permittan, que las riquezas dexadas a sus hijos sirvan a los viçios por su passatiempo dellos que son viçiosos, ellos lo meresçiendo y los dioses lo mandando, paresçe el heredero y lo heredado.

Mira bien qué te diré: yo tenía dos hijos, a Cómmodo, el prínçipe, y a Veríssimo, el infante. Murió el menor en edad y mayor en virtud. Siempre imaginé que, biviendo el bueno, avía de ser pobre, y agora que me quedó el malo, pienso de ser rico. Diréte por qué: los dioses son tan piadosos, que a padre pobre no dan hijo malo y a padre rico apenas dan hijo bueno. Y como en toda prosperidad siempre ha de aver alguna siniestra fortuna, que tarde que temprano allí nos arma la çancadilla do vee que caeremos con mayor lástima, y por eso permitten que lo que los padres cobdiçiosos allegaron con mucho trabajo mueran con esta lástima de dexarlo a hijos viçiosos muy mal empleado.

Dígote verdad, que lloro tanto al hijo que los dioses me dexaron como al que me llevaron, porque la poquedad del bivo haze immortal la memoria del muerto. La mala yazija y conversaçión de los que biven nos haze sospirar por la buena compañía de los que mueren. El malo siempre reclama por su maldad que le quiten la vida, y el bueno siempre meresçe que le lloren su muerte. Dígote de verdad, mi Catulo, que pensé perder el seso quando vi morir al infante mi hijo, pero [211] consuélome que él de mí o yo dél avíamos de ver esto, y que los dioses me lo emprestaron y no me lo dieron, y que ellos son los herederos y yo soy usufructuario, y que todas las cosas se han de medir por su voluntad iusta, y no por nuestro querer desordenado. Pienso que quando me mataron al hijo, restituý lo ageno, y no que me tomaron lo mío. Mas pues fue voluntad de los dioses de dar al hijo descanso como a bueno y lastimar al padre porque era malo, doyles graçias por el tiempo que me dexaron gozar su vida. Offrézcoles la paçiençia que he tenido en su muerte, ruégoles mitiguen con este castigo su ira, y pídoles que, pues quitaron la vida al infante, hagan de buenas costumbres al príncipe.

Acá he sabido en Roma la tristeza que por mi tristeza has tenido allá en Samia; ruego a los dioses piadosos te dexen ver buen gozo de tus hijos y me dexen pagarte con alegría lo que tú has llorado por mi pena. Mi Faustina te saluda, y avrías compassión de verla. Con los ojos llora, con el coraçón sospira; con las manos se lastima, con la lengua se maldize; ni come de día, ni duerme de noche; ama las tinieblas, aborresçe al luz; y no me maravillo que lo que se crió en las entrañas se sienta en las entrañas. Es tan estraño el amor de las madres, caso que esté el hijo en la sepultura muerto, siempre ellas le tienen en el coraçón bivo. Regla general es lo que mucho fue amado en la vida siempre dexar mucha lástima en la muerte.

Hágote saber que passo vida muy triste, porque muestro la cara alegre caresçiendo el coraçón de alegría, y entre los hombres cuerdos, teniendo los dolores bivos y mostrando las caras alegres, no es otra cosa sino enterrarse en vida caresçiendo de sepultura. Mucho te paresçerá que he hecho, pero yo te iuro por los dioses immortales que es mucho más lo que siento. Muchas vezes me paresçe que quiero rebentar por no osar llorar con los ojos lo que tengo represado en las entrañas. Yo tengo necessidad de communicar contigo algunas cosas: vente a Bietro porque hablemos en ellas. Pues los dioses tuvieron por bien de llevarme al hijo tan deseado, quiérome consolar contigo, que eres amigo muy querido. [212]

Pocos días ha que vinieron unos embaxadores de los rhodos, a los quales di los más de mis cavallos. De la Ulterior España me traxeron ocho cavallos, aý te embío los quatro. Querría que saliesen tales, que dellos tuvieses contentamiento. Los dioses sean en tu guarda, y a mí y a mi Faustina nos den alguna alegría. Marco, el muy lastimado, te escrive de su propria mano. [213]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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