La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta X
Embiada por Marco Emperador al mesmo Antígono, en la qual habla de los iuezes crueles, y en ella pone cosas notables.


Marco, el enfermo, a ti, Antígono, el desterrado, desea salud para sí y descanso para ti.

Por huir los enojosos calores de Roma y por passar unos libros hebreos que me truxeron de Elia, me vine aquí a Samia. Harta priesa me di en las jornadas, pero todavía en la aldea de Salon me alcançaron las calenturas. A veinte días de quíntilis resçebí la segunda letra tuya, y a la mesma hora acudía la quarta calentura mía. No me paresçe que tenemos buena mano, porque ni mi carta tan prolixa quitó a ti los trabajos, ni tu letra tan breve quitó a mí las calenturas. Agora que se va entibiando el sentimiento que huve de tu trabajo y arde más el deseo que tengo de tu remedio, querríate dezir algo, pero hallo que la consolaçión que tú has menester yo no la puedo dar, y la que yo puedo dar tú no la has menester. En las leyes de los rhodos me acuerdo que hallé estas palabras: «Mandamos que ninguno sea osado a dar consejo sin que dé remedio, porque las palabras al que está afflicto consuélanle poco quando no remedian algo. (Y dezía más.) El coraçón lastimado más descansa contando sus males proprios que no oyendo consolaçiones agenas.»

Dizes por tu carta que los çensores son muy rigurosos en ese reyno, y que por eso está toda esa naçión muy mal con el Senado. Bien creo yo que les dan occasión a ello, porque los hombres descomedidos hazen los ministros de iustiçia ser muy rigurosos, mayormente los de esa isla, de los quales dize el antiguo proverbio: «Todos los insulanos son malos, pero [269] los sículos peores que todos.» Están oy tan apoderados los malos en sus maldades, y tan arrinconados los buenos con sus virtudes, que si no huviese un poco de brío en la iustiçia, los malos posseerían el mundo y los buenos se acabarían muy presto. Pero al fin, considerando quán inhábiles nasçimos, y de quántos males estamos çercados, y a quántas miserias somos subiectos, no me maravillo de las humanidades que cometen los humanos; pero escandalízome de las crudas iustiçias que hazen nuestros çensores, no como hombres romanos, sino como crueles tyrannos.

De una cosa estoy muy espantado y quasi ageno de mi juizio: que, siendo naturalmente y de derecho la iustiçia de los dioses y siendo ellos los offendidos, se quieren llamar piadosos, y nosotros teniendo la iustiçia emprestada y no siendo offendidos, nos gloriamos de ser llamados crueles. De manera que los dioses, perdonando sus proprias iniurias, quedan con fama de clementes y nosotros, castigando las iniurias agenas, baratamos renombre de tyrannos. Por çierto no es hombre entre los hombres, ni humano entre los humanos, sino bruto entre los brutos y salvaje entre los salvajes el que, olvidándose que es de carne, sin piedad lastima otra carne, no considerando que los dioses le hizieron manso animal de naturaleza y se tornó fiera serpiente por maliçia.

En el año duodéçimo de la fundaçión de nuestra madre Roma, Rómulo, el primero rey della, embió un edicto a todos los lugares y reynos comarcanos, que eran volscos, samitas, ethruscos, capuanos, tarentinos y albanos, para que todos los desterrados afflictos y perseguidos en sus reynos viniesen a Roma, que aý serían resçebidos y amparados. Si los Añales de nuestros mayores no nos mienten, más vezinos tuvo Roma en diez años que Babilonia ni Carthago en çiento. ¡O, glorioso el coraçón de Rómulo que tal inventó, y gloriosa la lengua que tal mandó, y gloriosa la patria y la çiudad que sobre clemençia y piedad se fundó!

Revolviendo los Annales de la Casa Numantina, hallé muchas cartas de muchos reynos de Oriente embiadas que començavan assí: «Nós, el Rey de los parthos en Asia, a los Padres Conscriptos de Roma, y al Pueblo venturoso de Italia, [270] y a todos los de su Imperio que tienen nombre de romanos y sobrenombres de clementes, salud a las personas embiamos, y paz y tranquilidad para vosotros y nosotros a los dioses pedimos.» Pues mira qué título tan glorioso de clementes tenían nuestros primeros romanos, y qué exemplo de clemençia dexaron para todos los emperadores advenideros. Ten una cosa çierta, que los çensores o ministros de iustiçia que, olvidada la piedad de los romanos, se tornaron crudos como bárbaros no los terná por naturales hijos, sino por crudos enemigos; no por augmentadores de su república, sino por infamadores y ladrones de su clemencia.

Siendo yo de edad de treinta y siete años, en la isla de Cethin, que agora es Chipre, tuve un invierno y ay allí un monte que se llama Archadio, en el qual sobre quatro columnas está un sepulchro de un rey muy famoso en vida y piadoso en clemençia, y como me dixesen que tenía unas palabras en derredor escriptas en letras griegas, fui allá por ver tal antigüedad, y las letras dezían esto:

Yo para mí siempre tomé este consejo:
Lo que pude hazer por bien, nunca lo hize por mal.
Lo que pude alcançar con paz, nunca lo tomé por guerra.
Los que pude vençer por ruegos, nunca los espanté con amenazas.
Lo que pude remediar secreto, nunca lo castigué público.
Lo que pude corregir con avisos, nunca los lastimé con açotes.
Lo que castigué en público, primero lo avisé en secreto.
Y finalmente, jamás castigué una cosa sin que primero no huviese perdonado quatro.
Yo tengo dolor por lo que castigué y gran alegría por lo que perdoné.
Porque nascí como hombre, mi carne comen aquí los gusanos; y porque biví como virtuoso, descansó mi spíritu con los dioses.

¿Qué te paresçe, amigo, qué epitaphio es éste y qué tan gloriosa devía ser su vida, pues tan immortal está oy su [271] memoria? Assí los dioses me ayuden en lo bueno y me aparten de lo malo: no tengo tanta embidia a Pompeyo con su Elia, ni a Cayo con su Gallia, ni a Sçipión con su Áphrica, como al Rey de Chipre en su sepultura, porque más gloria tiene él allí en aquella montaña siendo muerto que ellos tuvieron, tienen ni ternán con todos sus triumphos en Roma siendo bivos. Yo no digo que los malos y los males no sean castigados, porque sin comparaçión es peor el que favoresçe el mal que no el que le comete, como lo uno proçeda de la flaqueza y lo otro de malicia. Pero parésçeme a mí, y aun a todos los sabios, que pues la culpa nos es natural y el castigo no sino voluntario, assí se temple el rigor de la iustiçia, que los ministros muestren compassión y no vengança, y los culpados tengan occasión de emendar la culpa passada y no vengar la iniuria presente.

¡O, quántos lugares y reynos han sido perdidos no por los males que los malos en ellos cometieron, sino por las desaforadas iustiçias que los ministros de iusticia executaron! Y pensando con su rigor corregir los daños passados, despertaron escándalos nunca oýdos. Quando el prínçipe embía a uno con cargo de iustiçia, deve dezirle estas palabras, las quales son de Augusto a los governadores de Áphrica:

«Amigo, yo no te confío mi honra, ni te cometo mi iustiçia para que seas émulo de innocentes y verdugo de peccadores, sino que con la una mano ayudes a los buenos ha se tener y con la otra ayudes a los malos ha se levantar. Y si quieres saber mi intençión, yo te embío para que seas ayo de huérfanos, abogado de biudas, socroçio de heridos, báculo de çiegos y padre de todos. A mis enemigos alabando y a mis amigos regalando, de tal manera seas todo para todos que a fama de piadoso los míos huelguen de estar y los estraños de me venir a servir.»

Ésta fue una instructión que embió Augusto a un governador suyo porque le hizieron relaçión cómo era algo cruel en aquel reyno. Y por çierto fueron las palabras pocas, pero muy compendiosas, y oxalá en los coraçones de esos nuestros iuezes estén escriptas. [272]

Dizes que está muy desasosegada esa isla por los çensores o iuezes della. Enojoso trabajo es por mano del iniusto resçebir iustiçia, pero esto es insuffrible: el que con sus tyrannías tyranniza mucho y a muchos, no con la vida que haze, sino con la autoridad que tiene quiere corregir a todos. El hombre bueno, para ser buen çensor, la autoridad de su offiçio que le dio su prínçipe ha de tener por açesoria y su buena vida por prinçipal, de tal manera que la rectitud de su iustiçia y lo agrio que sienten los malos en la execuçión della assí lo temple con su cordura que todo tenga autoridad por la pureza de su vida. Gran bien es para la república y gran consolaçión para el que lastima con pena quando el mísero castigado no vee ni ha visto cosa en el que castiga por donde el tal merezca el mesmo castigo. Y por el contrario, gran poquedad es del prínçipe que lo manda, y gran infamia de la república que lo consiente, y gran afrenta del iuez que lo executa, quando a un mísero por ser mísero o a un pequeño por ser pequeño le dan más pena por una poquedad que cometió en un día que dan a un grande siendo grande por muchas tyrannías que cometió en su vida, las quales son tantas y tales, que pervierten a la república, escandalizan al mundo y desautorizan a su persona.

En el año terçero que el gran Pompeyo tomó a Elia, que agora es Hierusalem, estando en ella por adelantado Valerio Gracco, vino un hebreo o judío (según cuentan los Annales de aquel tiempo) al Senado a quexarse de los agravios que se hazían en aquella tierra. Al tiempo de dar su embaxada, en nombre de toda su provinçia dixo estas palabras:

¡O, Padres Conscriptos! ¡O, Pueblo venturoso! Vuestros venturosos hados lo permittiendo y nuestro Dios a nosotros nos desamparando, Hierusalén, señora de toda la Asia y madre de los hebreos, fue hecha sierva de Roma y de sus romanos. Por çierto, grande fue la potençia de Pompeyo, y mucha la mucha de sus exérçitos para tomarnos, pero yo hos digo que fue mayor la ira de nuestro Dios y sin comparaçión la muchedumbre de nuestros pecados por la qual meresçimos perdernos. Quiérohos hazer saber una cosa, y [273] pésame que no la provastes los romanos por experiençia, y es ésta: que es tan bueno nuestro Dios, que si entre nosotros huviera diez iustos con çinqüenta mill malos, o fuera uno tan bueno que por él se perdonaran tantos malos, viérades los romanos como vieron los egypcios quánto podía más nuestro Dios solo que todos los dioses vuestros iunctos. Por çierto, quanto nosotros fuéremos pecadores, tanto vosotros seréis nuestros señores, y quanto durare la ira del Dios de los hebreos, tanto durará la potençia de los romanos. Porque en este caso yo siento uno y vuestra secta tiene otro, y ni hos tengo de tornar al culto de un dios, ni vosotros a mí al de muchos dioses, quiero dexar esta materia para el dios con cuya potençia fuimos criados y de cuya bondad somos regidos.

Tocando el caso de mi embaxada, ya sabéis quánta paz ha tenido Roma con Judea y Judea con Roma. Nosotros a vosotros en todo hos hemos obedesçido y vosotros a nosotros ninguna cosa iusta nos avéis negado. Y porque no ay cosa más deseada de todos y menos puesta por obra que la paz, y no ay cosa más aborreçida, y aborreçiéndola bivan todos en ella, que es la guerra. Yo avisando con verdad y vosotros proveyendo con iustiçia, despeñemos a los que enriscan vuestras voluntades para mal nos querer y ahoguemos a los malignos que nos andan inçitando para nos rebellar. La mayor señal y la mayor columna immóbile de la paz es quitar de por medio los perturbadores de la paz.

¿Qué aprovecha que hos digan y nos digan todos en público «Paz, paz», y después nos digan y hos digan en secreto «Guerra, guerra»? Esto digo porque, desterrado el primogénito del Real Idumeo a Lugduno por sus desafueros, avéisnos embiado en su lugar a Componio, a Marco, a Ruffo y a Valerio Gracco por presidentes: han sido quatro plagas, o quatro landres, que la menor dellas bastava a emponçoñar todo el Imperio de Roma, quánto más el reyno nuestro miserable de Palestina. ¿Qué mayor monstruosidad puede ser los iuezes que embía Roma a quitar las costumbres malas de los malos sean ellos inventores de nuevos vicios? ¿Qué mayor afrenta de iustiçia los que avían de castigar las [274] moçedades de los moços se gloríen ser capitanes de livianos? ¿Qué mayor infamia para Roma los que han de ser iustos en toda iustiçia y exemplo de todas las virtudes sean malos en toda maldad y mollidores para todos los viçios? Miento si no han tanto torçido en la iustiçia y afloxado en la disçiplina, que han a la iuventud de Iudea enseñado invençiones de viçios que ni de nuestros padres fueron oýdos, ni en los libros leídos, ni en nuestros tiempos vistos.

¡O!, romanos, creedme una cosa, y de quantos consejos ha tomado Iudea de Roma, tome Roma agora éste de Iudea. Gánanse muchos reynos con un esforçado capitán derramando muchas sangres, y consérvanse todos con un buen juez, no que sepa derramar sangres, sino que sepa ayuntar coraçones. Por çierto, el iuez que gana más voluntades que pecunias deve ser amado, y el que sirve con pecunias y daña las voluntades para siempre de su prínçipe como pestilençia deve ser aborresçido. ¿De dónde pensáis que viene oy vuestros presidentes no ser obedescidos en una cosa iusta? Por çierto, porque mandaron primero muchas cosas iniustas. Los mandamientos iustos hazen los coraçones blandos y los mandamientos iniustos hazen los hombres crudos. Somos tan míseros en toda miseria, que aun mandando bien, obedesçemos mal; quánto más, mandando mal, queremos ser obedesçidos bien. Creedme una cosa, que de la mucha liviandad y poca madureza en los iuezes ha nasçido el poco temor y la mucha desvergüença en los súbditos.

Nosotros los iudíos tenemos por averiguado, y aun por la boca de nuestro Dios dicho, que todo prínçipe que diere cargo de iustiçia al que vee no ser hábile para ella, no prinçipalmente porque cumpla iustiçia, sino por más interesse de su hazienda o por complazer aquella persona tenga por çierto que, quando no catare, por donde no catare verá su honra en infamia, su crédito perdido, su hazienda desminuida y algún gran castigo en su casa. Y porque tengo otras cosas para en secreto, quiero concluir esto público. Finalmente digo que, si queréis conservar nuestro reyno [275] por muchos tiempos (por el qual hos pusistes en grandes peligros), guardadnos en iustiçia y tenerhos hemos en reverençia; mandad como romanos y obedesçeremos como hebreos; dadnos un presidente piadoso y serhos ha todo el reyno obediente; no seáis muy crudos en castigar nuestras flaquezas y seremos más obedientes a vuestras pregmáticas. Ruégohos que nos roguéis ante que nos mandéis, porque rogando, y no mandando, hallaréis amor como padres en hijos, y no traiçión como señores en siervos.

Estas cosas habló aquel iudío, y no sin gran admiraçión del Senado. Y luego proveyeron los senadores tres cosas asaz iustas: la una, que todas aquellas palabras las diese por escripto porque se asentasen en el libro que estava diputado para escrevir los buenos dichos de todos los embaxadores estrangeros. Lo segundo, que quitasen a Gracco Valerio de presidente por ser cruel y estar en odio del pueblo romano. La terçera, proveyeron a Pilato de Lugduno por presidente de aquel reyno.

Pues, ¿qué te paresçe, Antígono, quán altamente habló aquel hebreo? ¡O, Roma sin Roma, que de Roma ya no tienes sino los muros y estás hecha un prostíbulo de viçios! ¿Qué heziste quando tal afrenta te hizo un hebreo en medio de tu Senado? Por çierto, la mayor lástima entre todas las lástimas, y la mayor pérdida entre todas las pérdidas, es quando el príncipe o señor es su vida tan sin vida, su iustiçia tan sin iustiçia y sus hechos tan sin hecho, en lo malo tan osado y en lo bueno tan covarde, que muy iustamente los suyos le accusen y los estraños le reprehendan; ninguno le ame, todos le aborrezcan; los amigos no le ayuden, los enemigos le persiguen; los presentes le aparten el bien y los absentes le procuren el mal; los bivos le quiten la vida y los muertos la sepultura.

Pues, tornando al propósito de nuestros iuezes, ruégote, Antígono, me digas de dónde piensas viene oy tan gran escándalo en el pueblo e infamia en el príncipe y peligro en la iustiçia. Pues si tú no lo sabes, yo te lo diré. Oye. Ésta es la orden por donde todo va sin orden. Los privados importunando y el prínçipe no resistiendo; ellos le engañando y él [276] dexándose engañar; los unos con cobdiçia, los otros con ignorançia dan a quien avían de quitar y quitan a quien avían de dar; honran a quien los deshonra y deshonran a quien los honra; detienen a los iustos, sueltan los cobdiçiosos; menospreçian a los expertos, fíanse de livianos; y finalmente, proveen no a los offiçios de personas, sino a las personas de offiçios, dando a los iniustos iustiçia y a los iustos siniustiçia. Pues oye, que más te diré. Estos miserables, después de proveídos, como se veen entronizados en los offiçios de que no eran dignos, y que es mayor la autoridad de su offiçio que el meresçimiento de sus personas, házense temer con estremadas iustiçias, toman estado de grandes a costa del sudor de los pobres, supplen con maliçia lo que les falta de discreçión, y lo peor de todo, que miden la iustiçia agena con la su utilidad propria. Óyeme, que más te diré: después que estos idiotas se veen engolfados en el golfo de varios negoçios y muchos peligros, faltándoles los remos del saber y las velas de la cordura y las áncoras de la experiençia, no sabiendo remediar los males pequeños inventan otros mayores, alteran y turban la paz común por su bien particular, lloran su mal proprio y no menos el bien ageno, y finalmente pierden a sí mesmos por aventurarse en los golfos que no sabían, e infaman al señor que les dio los offiçios por darlos a los que no los meresçían.

Oye, pues, que más te quiero dezir. Has de saber que los prinçipios de éstos son sobervia y ambiçión, y sus medios embidia y maliçia, y sus fines muerte y destruçión. Los quales, si mi consejo se tomase, no avían de tener crédito con los prínçipes o prinçipales, mas como hombres escandalosos devrían ser apartados no sólo de la república, mas aun de la vida. Pues más te quiero dezir, oye. Por çierto, grande es la cobdiçia de los desvergonçados sin vergüença en el Senado que a los prínçipes offiçios piden, pero mayor es el atrevimiento o maliçia de los privados que se los dan, los quales en esto y en otras cosas tienen las intençiones tan dañadas, que ni el temor de los dioses los retrae, ni el del prínçipe los refrena, ni la vergüença los impide, ni la república los accusa, y sobre todo ni la razón los manda, ni la ley los subiuzga. [277]

¡O!, mi Antígono, nota esta palabra que te escrivo en fin de esta mi letra. En el año de la fundaçión de Roma de seisçientos y quarenta y dos, como el pueblo romano tuviese en todo el mundo muchas guerras, que eran a Cayo Celio contra los de Thraçia, a Eneo Cardón su hermano contra los sardinios, a Iunio Sella contra los cimbros, a Minuçio Ruffo contra los maçedonios, a Servilio Scipión contra los lusitanos y a Mario cónsul contra Iugurtha, rey de los numidanos. Acontesció que a este Iugurtha favoresçió Boco, rey de los mauritanos, que agora se llama Marruecos. De éstos triumphó Mario, y cargados de cadenas yvan delante su carro, no sin gran compassión de todos los que lo vieron. Passado el triumpho, luego aquel día por consejo del Senado fue en la cárçel Iugurtha descabeçado, y a su compañero el rey Boco dieron la vida, y fue la causa ésta. Era costumbre de nunca iustiçiar a ninguno sin que primero se mirasen los libros antiguos por ver si alguno de sus antepassados avían hecho algún serviçio en Roma, por donde aquel miserable meresçiese la vida. Pues hallaron que su abuelo de este Boco vino en Roma y hizo grandes oraçiones en el Senado por cuyos dichos y sentençias meresçió su nieto la vida, y entre ellos estavan estos versos que dezían:

¡Ay del reyno donde son tales todos, que ni el bueno entre los malos ni el malo entre los buenos es conosçido!
¡Ay del reyno que es mesón de todos los simples y destierro de todos los sabios!
¡Ay del reyno adonde los buenos son covardes y los malos muy atrevidos!
¡Ay del reyno adonde despreçian los pacíficos y amparan los sediçiosos!
¡Ay del reyno adonde los que velan por su bien matan y a los que se desvelan por su mal coronan!
¡Ay del reyno donde se permitten pobres sobervios y ricos tyrannos!
¡Ay del reyno donde todos conosçen el mal y ninguno procura el bien!
¡Ay del reyno donde se cometen tan malos viçios públicos que en otras tierras temerían cometerlos secretos! [278]
¡Ay del reyno donde todos todo lo que desean procuran, todo lo que procuran alcançan, todo lo que es malo piensan, todo lo que piensan dizen, todo lo que dizen pueden, todo lo que pueden osan, todo lo que osan ponen por obra, y lo peor de todo, no ay un bueno que lo resista! En este tal reyno ninguno sea vezino, porque en breve verá, o matarse los malos, o despoblarse de buenos, o hundirse los dioses, o tomarle tyrannos.

Pues más cosas dezía adelante, pero no hazen al tiempo presente. ¿Qué te paresçe, Antígono? Por los dioses immortales te iuro el coraçón se me quebranta en pensar la grande afrenta que hizieron por las plaças de Roma al Rey Boco aviendo dicho y dexado escripto tan altas doctrinas su abuelo en el Senado.

Esta mi carta leerás a los pretores en secreto, y si no se emendaren, ternemos medio cómo sean castigados en público. En lo que toca a tu destierro, ya te prometí serte buen amigo en el Senado, que por gozar de la amistad antigua y sacarte de la isla y desempeñarte mi palabra ten çierto se porná toda diligençia.

Aý escrivo a Panuçio, mi secretario, te haga dar dos mill sexterçios con que relieves tu pobreza, y de acá te embío esta mi letra con que consueles tu coraçón triste. Y no más, sino que de los dioses contentamiento, de lo que tienes buen gozo, de tu persona descanso por muchos días sientas en tu casa, Antígono. Los males corporales, los enemigos crueles, los hados lastimosos, se aparten de mí, Marco. Por parte de tu muger Ruffa saludé a mi muger Faustina; ella suya y yo tuyo, la visitaçón con alegría resçebimos y con agradesçimiento te las tornamos. Çesso no çessando desear acá en Italia tu persona, y allá en Sicilia ver mi quartana. [279]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Carta 9 / Carta 11 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org