La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo LIII
Que las enfermedades que el señor da a sus siervos más es por les dar a merecer que no por les castigar.


Cum infirmor tunc fortior sum: dice el apóstol I, corintios IV y es como si dijera: Nunca me hallo tan sano como cuando estoy enfermo, nunca me siento tan recio como cuando estoy flaco, nunca tengo tantas fuerzas como cuando estoy con calenturas, ni nunca mejor me hallo como cuando estoy manco y tullido. Palabra muy alta, sentencia muy nueva, y aun cosa nunca oída nos dice aquí el apóstol: pues admite lo que desechamos, aprueba lo que condenamos, defiende lo que reprobamos, alaba lo que desalabamos, y aun huelga con lo que aborrecemos. ¿Qué hombre hay hoy en el mundo tan insensato y tonto, que no huelgue más de estar bueno que no malo, de verse sano que no enfermo, y de estar recio que no flaco? Decir pues el apóstol que cuanto más enflaquece, tanto más convalece, y que cuanto más la enfermedad le aqueja, tanto más aliviado se halla: parece ir contra lo que nuestra naturaleza demanda, y contra lo que todo el mundo afirma. No vaca de misterio el no decir el apóstol que cuando él predicaba, o caminaba, o ayunaba, entonces estaba más sano, y se sentía más contento: sino que solamente habla, de que cuando estaba en la cama malo, entonces tenía más esfuerzo, y gozaba de más reposo. Para entender bien al apóstol: es aquí de notar, que una de las cosas que en esta vida más los hombres desean, y aun que más procuran es, la conversación de la vida, y la salud de la persona: y a la verdad ellos tienen razón: porque con la salud no hay persecución que no se sufra, ni aun hay pobreza que no se pase. Que esto sea verdad muy a la clara parece, en que si con algún amigo hablamos, o algo de importancia le rogamos, luego le decimos que por vida suya, y así Dios le dé salud nos dé lo que le pedimos, y condescienda a lo que le rogamos: de manera, que el mayor torcedor de esta vida, es conjurar a uno por su vida. El santo José en Egipto nunca juraba sino per salutem pharaonis: y cuando el rey Ciro dio libertad a los hebreos para que se tornasen a sus tierras, no les dijeron ni pidieron otra cosa los del palacio de Ciro, sino decirles, orate pro salute regis: [CIVr] por manera, que entre los bienes de fortuna, es el mayor la salud de la persona.

Non erat in tribubus eorum infirmus, dice el salmista salmo CIV, hablando de los privilegios que dio Dios a los hebreos, y es como si dijera: Sacólos de Egipto, librólos del cautiverio, púsolos en libertad, mató a sus enemigos, abrióles el mar Bermejo, dioles mana del cielo, y aun caudillo muy valeroso: y lo que no es razón de callar, ni disimular, que nunca hubo entre ellos enfermos, ni tuvieron necesidad de médicos. ¿Qué le falta al que salud no le falta? ¿Qué tiene el que salud no tiene? Con la salud tolerable es todo trabajo, mas con la enfermedad nadie tiene placer verdadero: porque para mí tengo por imposible, que ose el corazón reírse, si por otra parte oye al cuerpo quejarse. ¿Qué aprovecha a nadie tener buena cama, si no puede tomar el sueño en ella? ¿Qué aprovecha tener vino añejo que huela, si le mandan beber agua de cebada? ¿Qué gusto puede nadie tomar en tener muchos dineros, si gasta los más de ellos en físicos y boticarios: Séneca a este propósito decía: Es tan gran cosa la salud, que por guardarla y conservarla no sólo habíamos de velar, mas aun nos desvelar: mas ay dolor, que nunca la salud es conocida, hasta que del todo es perdida. Todo esto no obstante dice el apóstol, cum infirmor tunc fortior sum: es a saber, que cuando está enfermo se siente más virtuoso, y que cuando está flaco se siente más esforzado: lo cual parece ser verdad, pues en todas las oraciones que hacía, aunque rogaba al señor le librase de las tentaciones, nunca le rogó, que le quitase las enfermedades. Virtus in infirmitate persicitur II Corintios XII, dice en otro lugar el apóstol, y es como si dijera: Así como se prueba el animoso en el peligro, el oro en el fuego, el compañero en el camino, y el trigo en el molino, así se prueba el hombre virtuoso en la enfermedad de que está malo. Sobre estas palabras dice San Agustín: No sólo se prueba, mas aun se aprueba la grandeza de la virtud en el que está enfermo: pues allí ha lugar la abstinencia por el poco comer, allí se ejercita la caridad, en al enfermo servir, allí tiene la paciencia lugar en la enfermedad sufrir, allí se halla el amor de Dios, en al señor se tornar, y allí está también el amor del prójimo en le perdonar: porque no hay enfermo tan insensato, que no tenga más cuidado de curarse, que no de vengarse.

Plinio escribiendo a Sabato dice: Créeme Sabato, y no dudes, que de la manera que nos conviene vivir en este mundo, nunca yo lo leí en ningún libro, como nos lo enseña el hombre que está enfermo: porque al enfermo ni le levanta soberbia, ni le combate lujuria, ni le derrueca avaricia, ni le molesta envidia, ni le altera ira, ni le sojuzga gula, ni le descuida pereza, ni aun se desvela por la honra. Ojalá Sabato amigo cayese sobre mí tan buen hado y fortuna, que fuese yo tal y tan bueno, cual juré y prometí en el tiempo que estaba malo: mas ay dolor, que cuanto en la enfermedad prometo, luego en estando sano lo olvido. De mí te digo y juro, que en los días que estoy malo ni me acuerdo de afección ni de pasión, ni de amistad ni de enemistad, de riqueza ni de pobreza, ni de honra ni de infamia: sino que por ahorrar de un dolor de cabeza, daría todo cuanto hay en mi casa. Lo de suso es de Plinio.

San Bernardo escribiendo a Donato monje dice: Acá he sabido en como estás enfermo, y cuartanario: y si yo de ello tengo pesar es de sólo tu pesar: porque me dicen que estás tan aburrido y desabrido, que ni quieres hablar, ni te consientes visitar. Para conocer yo a uno si es hombre cuerdo [CVr] y aun si es varón católico, no he más menester de verle enfermo y malo: porque el hombre que de las enfermedades que pasa, no saca ningún provecho, no osaría yo decir, que el tal va camino de paraíso. Cicerón en una epístola a Ático dice: Muy gran bien sería amigo Ático, si pudiesen los hombres vivir sin comer, y sin beber, mas mucho mejor les sería, si pudiesen pasar sin se enojar: porque los manjares que comemos no corrompen más de los humores, mas los traidores de los enojos consúmennos hasta los huesos. Los huesos consumen, y las entrañas abrasan, los enojos que nos dan, y los sobresaltos que nos vienen: lo cual parece claro, en que de sólo un enojo, o desacato, viene un hombre a enfermar, y de enfermar para después en morir. Créeme Ático y no dudes, que a solas las bestias, y a solos los hombres bestiales mata el mucho comer, y el desordenado beber: porque los hombres que son sabios y discretos jamás mueren sino de enojos. ¿Y tú no sabes ya por experiencia, que de dos verdugos que justician la vida humana, es muy más cruel verdugo el de la tristeza, que no el de la gula? Si quieres ver cómo esto es verdad, mira con atención, en cómo los hombres que son bobos y tontos, y locos, y necios viven siempre muy más recios y sanos que todos los otros: y la causa de esto es, porque un bobo, o un necio, ni se fatiga por tener honra, ni siente qué cosa es afrenta. No es así por cierto de los hombres que son cuerdos, y sabios, y discretos: los cuales se entristecen, y aun se amortecen, no sólo de lo que de ellos dicen, mas de lo que otros sospechan: porque todo hombre que es generoso y vergonzoso, mucho más siente que piensen de él algún mal, que el hacerle mal. De mí te digo y confieso, que la enfermedad grande que tuve antaño, y aún me dura hasta ogaño, no fue de las frutas que comí en Capúa, sino de un solemne enojo que me dieron entonces en Roma: el cual yo recibí por no defender cosas de mi casa, sino por tornar por la triste república. Todo lo de suso es de Cicerón.

Prosiguiendo pues nuestro primer intento, debe pensar el siervo de Dios, quién es el que le dio la enfermedad: es a saber, si se la dio el señor como padre de misericordia: el cual no es de creer que se la diera, sino le cumpliera: pues es cosa muy cierta, que es muy mayor el amor que el señor nos tiene, que no el que nosotros mismos nos tenemos. No hay hoy en el mundo enfermedad tan recia de sufrir, que no fuese muy mayor el cáliz de la pasión de beber, del cual como enojado dijo Cristo a San Pedro: Calicem quem dedit mihi pater non vis ut biba millum XVIII. Quiso pues Cristo en estas palabras decir: El cáliz de amargura y enfermedad y tristeza que me dio mi padre como a hijo más regalado para beberlo: ¿por qué tú Pedro no quieres que le beba? ¿Y tú no sabes, que yo no hago caso de la amargura que el cáliz en sí tiene, cuanto del provecho que a todo el mundo hace? ¿Qué otra cosa pues son las tercianas y cuartanas, y la gota y la ijada, la piedra y los riñones, la opilación del hígado, y el escalentamiento del bazo: sino unas escurreduras y heces del vaso que Cristo en su pasión bebió, y en reliquias nos dejó? Como el bendito Jesús era el hijo que más Dios amaba, y el hijo con que más él se holgaba, diole de aquel cáliz más a beber, dejándole más tormentos y trabajos que todos pasar: de lo cual se puede colegir, que al que más enfermedades y miserias viéremos padecer, es señal que debe más que todos los otros con Dios privar. San Bernardo a un abad enfermo dice: Allá te [CVv] envío a fray Rogerio, no para que te consuele, sino para que te sirva: que pues el señor movido de misericordia te quiso dar esa enfermedad de gota artética, o fue por darte más a merecer si eras bueno, o por castigar en ti algún delito si estaba oculto. Cirilo sobre el Levítico dice: Así como no estamos mal con el médico que nos da la purga amarga, para purgar los malos humores, así no hemos de estar mal con el señor que nos da las enfermedades, para alimpiarnos los pecados: pues hemos de hacer muy mayor caudal de limpiar el ánima, que no de limpiar el cuerpo. Debe asimismo pensar el enfermo, para que le fue dada la enfermedad, y qué fue la causa porque el señor le quitó la salud: el cual mal suele muchas veces proceder, no de los manjares que comemos, sino de los pecados que cometemos: así como aconteció a la hermana de Moisés: la cual se tornó toda sarnosa y bubosa: porque murmuró de su cuñada la negra etopiana.

San Ambrosio en una homilía dice: Cuando te sintieres por una parte cargado de culpas, y por otra arrodeado de calenturas, primero te conviene llamar al confesor que te confiese, que no al médico que te cure: porque teniendo a tu Dios ofendido, muy mal te podrá curar Esculapio. Sobre aquellas palabras del salmista que dice, si via iniquitatis in me est, dice el gran doctor Rabano: Así como el hombre no hiere a su animal sino porque va fuera de camino, o porque en el caminar es muy lerdo: así el señor no nos castiga con enfermedades, ni nos da tribulaciones, sino porque tenemos algunos pecados contra él cometidos, o porque somos en su servicio muy descuidados y lerdos. San Gregorio sobre los salmos dice: Cuando el siervo del señor se sintiere enfermo, primero debe hacer cuenta de su consciencia, que no irse a echar en la cama, ni enviar por medicinas a la botica: y si viere que el ánima está algo escrupulosa, y que la consciencia no está muy limpia, débese dar prisa a confesar, y no tardarse en comulgar: porque si una vez con el señor se reconcilia, no se le dará nada de cuanto después le suceda. Debe asimismo de considerar el enfermo, cuán gran provecho se le sigue de estar en la cama malo: cae en la enfermedad recia y trabajosa, cuanto se esfuerza el corazón de hombre generoso y virtuoso, tanto se enflaquece el cuerpo que es nuestro mortal enemigo: de manera, que en la enfermedad no sólo no padeces algún mal, sino que antes te vengas del que te hacía mal. Orígenes sobre Job dice: Nunca el santo Job dijo tan altas palabras, ni aun hizo tan heroicas obras, como después que el demonio le quitó todo cuanto tenía, y le cargó todo su cuerpo de sarna: de lo cual podemos inferir, de cómo en las tribulaciones y enfermedades se muestran los malos lo poco que son, y se señalan los buenos para cuanto son.

San Bernardo a este propósito dice: ¿De qué te maravillas hermano mío, si eres ahora más fuerte contra el pecado, teniendo como tienes a tu mortal enemigo malo, y enfermo en el lecho? Llama aquí San Bernardo, nuestro enemigo a nuestro bestial cuerpo: el cual cuanto está más gordo, tanto se hace más soberbio, y cuanto está más flaco, tanto le tenemos más sujeto: de lo cual se sigue, que entonces nos hemos de tener por más libres, cuando él estuviere más cargado de enfermedades. Como el abad Sisoy, preguntase a un monje viejo, por qué lloraba, respondióle él: Muy gran razón tengo de llorar, pues ha ya dos años continuos, que el señor [CVIr] no se acuerda de darme alguna enfermedad, sino que cada día siento en mí más salud: a cuya causa se me atreve más el demonio, me convida más el mundo, y aun se rebela contra mí más el cuerpo: al cual no puedo tener sujeto, sino cuando le tengo en la cama malo. Multiplicate sunt infirmitates eorum: et postea acceleraverunt, dice el salmista salmo XV, y es como si dijera: A la hora que cargaste a los hebreos de enfermedades, luego se dieron prisa a correr tras las virtudes: de manera, que nunca vi en ellos señales de virtuosos, sino cuando estaban malos y tullidos. Casiodoro sobre estas palabras dice: A los hombres malos y obstinados, muy poco les suelen aprovechar palabras buenas que les digan, ni sermones grandes que les hagan, ni consejos buenos que les den, ni aun penitencias grandes que les impongan: lo que más les suele aprovechar es, un desastre de fortuna, o una enfermedad muy larga: porque no hay en el mundo hombre tan malo, que en una enfermedad no proponga de ser bueno. Cuando se vieron agraviados de grandes enfermedades el rey Jeroboam, el hijo de la viuda de Samaria, el rey Ochosias, el rey Benadab, el rey Assa, y el rey Ezequías, entonces y no antes hicieron al señor muchas oraciones, y enviaron al templo muy ricos dones: para que el señor se quisiese aplacar, y de aquellas enfermedades los quisiese librar: de manera, que de estar primero enfermos, vinieron a ser devotos.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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