La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo LIIII
Que los prelados deben tener muy gran cuidado de los monjes enfermos: en especial de los que en la religión son viejos y flacos y tullidos.


Imbecilles et infirmos sustinete, dice el apóstol escribiendo a los romanos en el cuadragésimo capítulo, y es como si dijera: En esto sólo veré hermanos míos los romanos, si sois verdaderos caritativos, o si sois fingidos cristianos, en que si los flacos y enfermos son entre vosotros sobrellevados y remediados: de manera, que ni les falte quien en sus enfermedades los sirva, ni quien en sus necesidades los socorra. No vaca de alto misterio, que no manda aquí el apóstol sustentar al padre, ni a la madre, ni al amigo, ni al enemigo, sino solamente al hombre que es flaco y enfermo: porque según dice San Bernardo, no hay cosa en que más se parezca la caridad que uno tiene, que en el servicio que a un enfermo hace. De todas las miserias de esta vida que son, hambre, frío, sed, calor, cansancio, y enfermedad, la mayor de todas es, tener siempre poca salud, y estar fatigado de enfermedad: y de aquí es, que como en ella está el mayor trabajo, así depende de ella el mayor merecimiento. En las vidas de los padres dijo un monje a un viejo: Dime padre bendito, ¿cuál merece más delante del señor, el monje que ayuna toda la semana, o el que sirve a los enfermos en la enfermería? A esto le respondió el viejo: Como la virtud de la caridad sea la mayor de todas las virtudes, créeme hermano y no dudes, que vale más y merece más, el que sólo un día sirve al que está enfermo, que el otro que ayuna todo el año arreo. Sobre aquellas palabras de infirmus sui, et non visitatis me, dice la glosa de Aimon. En el tremendo juicio no nos pedirá cuenta nuestro señor Jesucristo: porqué no [CVIv] anduvimos estaciones, o no oímos sermones, o no hicimos milagros, o no ayunamos muchos tiempos: lo que allí nos pedirá será, porqué no visitamos los enfermos, y no sobrellevamos a los que eran flacos y míseros: pues en el mismo grado se obliga Cristo de asentar a su cuenta, lo que se hiciere por cualquier enfermo, que lo que hiciere por sí mismo.

A ser piadosos con los enfermos nos debe convidar, ver que visitó Cristo a muy pocos de los que estaban sanos, y por otra parte visitó y aun curó a infinitos de los que estaban enfermos: de lo cual podemos inferir, que como todas las obras de Cristo no sean sino un dechado del cristiano, ninguna debía ser tan frecuentada, ni visitada, como el hospital y enfermería. San Jerónimo sobre las mismas palabras de infirmus fui: et non visitatis me, dice: Cuando Cristo dice que nos pedirá cuenta de que al enfermo no visitamos, ¿no nos la pedirá mejor porque no le servimos? Y si hemos de dar cuenta porque no le servimos, ¿no la daremos más estrecha si no le socorrimos? Al enfermo cristiano obligado eres a visitarle como querrías ser visitado, y servirle como querrías ser servido, y socorrerle como querrías ser socorrido: porque en caso de caridad y piedad, ni ha de haber pereza ni mostrar escasez. El que a su hermano, o a su vecino, o a su amigo, no visita cuando le ve que está malo, ¿qué espera que hará por él cuando le viere sano? Séneca en una epístola dice: No tengo yo otra mayor prueba para conocer quién es el mi verdadero amigo, como es cuando yo estoy enfermo: porque el amigo luego viene a visitarme con su persona, y a socorrerme con su hacienda, y a consolarme con su palabra: de manera, que en la larga enfermedad se prueba la verdadera amistad. Hablando pues más en particular, como quiera que en todas partes deban ser visitados y recreados los que están enfermos y son flacos, mucho más lo debían ser entre los religiosos perfectos, y en los monasterios bien ordenados: porque habiendo ellos dejado el mundo, al padre, y a la madre por amor de Cristo, si por caso no fuesen en sus enfermedades socorridos, con mucha razón estarían en los monasterios aburridos: y aun andarían de sus prelados muy quejosos. No hay cosa tan justa, porque el súbdito se pueda quejar de su prelado, como es por no le querer curar cuando está enfermo: porque teniendo el hombre salud, no hay trabajo que no se sufra, ni aun necesidad que no se supla.

San Basilio en su antigua regla decía: La orden que tendrán los abades con los monjes que estuvieren sanos, y con los que estuvieren enfermos será, que a los sanos les den a comer lo que buenamente se pudiere adquirir, mas a los que estuvieren enfermos dárseles ha todo lo que hubieren menester: de manera, que de las palmas que se tejieren, y de las espuertas que se vendieren, provéanse primero los enfermos, y coman de lo que sobrare los sanos. También decía el glorioso San Benito en su regla: Ante todas cosas, y más que todas las cosas deben los abades tener delante sus ojos el remedio de los enfermos, y el servicio de los que están flacos: porque si la abstinencia huelga que en los refictorios falte, no quiere la caridad sino que en las enfermerías sobre. Hugo de institutione monachorum dice: Aunque al monje le falte cogulla que se ponga, hábito que se vista, zapatos que se calze, y aun celda en que more, ni debe entristecerse, ni de su prelado quejarse: lo que a él le ha de fatigar, y de lo que él se puede quejar es, no le [CVIIr] consolar en sus tentaciones, ni le curar en sus enfermedades: porque no hay en el mundo monasterios más perdidos, que ado los enfermos no son curados, y los flacos sobrellevados. Muy gran razón tiene este buen doctor en decir, que es monasterio perdido: en el cual no se tiene cuidado de curar al monje que está enfermo, pues en el prelado no hay caridad, ni puede haber perfecta bondad. ¿Qué tiene el que caridad no tiene? ¿De qué se precia el que de apiadar a su hermano no se precia? En el libro de la vida solitaria dice así: Cuando algún monasterio se fundaba de nuevo en Egipto, o en Tebaida, primero se hacía la enfermería ado los monjes se curaban, que no la Iglesia ado los cristianos concurrían: y la causa de esto era: porque el glorioso San Basilio primero mandó a sus monjes que fuesen a curar los enfermos, que no que se ocupasen en rezar los salmos. Suetonio tranquilo en el primero de cesaribus dice: Caminando por los Alpes el gran Julio César, como se albergase una noche ado no había más de una choza pequeña, y estuviese nevada toda aquella serranía, salióse el piadoso príncipe a dormir en la nieve fría, dejando para un enfermo toda la choza. Pues el príncipe que era pagano y aun tirano tuvo tal piedad con su hombre de armas que estaba enfermo: ¿por qué tú no la tienes con el que es cristiano, y aun cristiano prójimo?

Quis infirmatur: et ego non infirmor? Palabras son éstas del divino Paulo, escritas a los Corintios en el undécimo capítulo, y es como si dijera: ¿Cuál de vosotros los de Corinto enferma, que con él yo no enferme? ¿A quién duele ni sola una uña, que no me duela a mí toda la cabeza? ¿Quién es el que está tan tullido y flaco, que no sea muy mayor la compasión de él que yo tengo, que no toda la pasión que él pasa? ¿A quién de vosotros sacan sangre de las venas, que no la saquen a mí primero de las entrañas? ¿Qué enfermo hay de un día arriba en la cama, que no me halle a mí cada hora a su cabecera? ¿Qué me ha pedido algún enfermo que no se lo diese, ni que ha habido menester que no se lo buscase? Oh cuán bienaventurado sería el prelado, que con el apóstol estas palabras dijese, y oh cuán más bienaventurado sería, el que de hecho las cumpliese: porque no hay para Dios otro más grato servicio, que socorrer al necesitado, y consolar y servir al que está enfermo. Conforme a lo que San Basilio, y San Benito, y San Agustín, y San Francisco, y Santo Domingo, quieren en sus reglas, conviene que ante todas cosas sean proveídas las enfermerías, y que sean muy bien curadas las personas enfermas: porque injustamente se llama cristiano, e indignamente le hacen prelado, al que es enemigo del monje enfermo. San Agustín ad Heremitas dice: Para los monjes que enfermaren en el yermo, tendréis cargo de encenderles lumbre, molerles las bellotas, cocerles algunas yerbas, darles alguna agua fría, y buscarles para en qué se echen alguna paja: de manera, que resplandezca en ellos la paciencia, y en vosotros la clemencia. A este propósito dice San Gregorio en el registro: Muy engañado vives padre abad, en pensar y decir que la guerra de los longobardos ha de asolar todos los monasterios: porque si la religión de San Basilio ha caído, y la orden de nuestro padre San Benito se va a caer es, no por los daños que hacen los enemigos, ni por la pobreza de los monasterios, sino por la mucha ambición que hay en los prelados: y por la [CVIIv] poca caridad que se hace a los enfermos.

En las vidas de los padres dijo un monje al glorioso abad Arsenio: En este yermo de Tebaida hay dos abades que yo conozco: el uno de los cuales es casto y no caritativo, y el otro es caritativo mas no es casto: dime yo te ruego, ¿cuál de estos dos es más tolerable, y cuál de ellos es más incorregible? A esta pregunta le respondió el buen Arsenio: Indigno es de ser monje cualquiera de estos dos monjes, e indigno es de ser abad cualquiera de estos dos abades: mas al fin, por menos mal tengo al que es caritativo y no casto, que no al que es casto y no caritativo: porque de hombre piadoso, dudo que pueda ser condenado. San Bernardo escribiendo a un abad dice: En lo que dices por tu carta, que está ese tu monasterio muy viejo, y que hay necesidad muy grande de repararlo: yo te doy licencia que lo hagas, y que de los réditos del monasterio te aproveches: con tal condición que comienzes a reparar por do residen los enfermos, y no por do duermen los sanos: porque menos mal es, que todo el dormitorio se caiga, que no que en la enfermería haya una gotera. Deben pues los prelados tener muy gran solicitud, en que se curen muy bien los monjes enfermos, y no hacer cuenta si se gasta poco, o mucho con ellos: porque se han de tener por dicho, que mucho más bien les trae el señor a los monasterios, por la caridad que hacen a los enfermos, que no por la solicitud que ponen los sanos. De los prelados que no quieren en su compañía a monjes viejos, ni a los que están flacos y enfermos, podemos muy bien decir, pater ignosce illis, quia nesciunt quid faciunt: porque en los monasterios ado hay muchos mancebos y pocos viejos, suelen nacer muchos escándalos: y aun recrecérseles a los prelados muchos enojos. Nesciunt quid faciunt los prelados que no quieren cabe sí sino a monjes mancebos y recios, y dan de mano a los que son mancos, y cojos: porque allende que les está muy mal el usar de tal crueldad e inhumanidad: en los monasterios que carecen de viejos, no puede haber autoridad, ni aun en quien se ejercite la caridad. Creedme padres y no dudéis, que aun para proveer las cosas necesarias a vuestros monasterios, no podéis hallar mejor granjería, que llevar a ellos monjes que sean cojos y mancos: porque es nuestro señor tan caritativo con los enfermos, y tan piadoso con los viejos y flacos, que jamás permite ni permitirá, que nadie venga a extrema necesidad, si es amigo de hacer caridad. Erodiano y Eutropio, y Valerio Máximo dicen, que era ley inviolable entre los romanos que a los viejos pobres y enfermos que habían seguido la guerra, y servido a la república, les diesen casas en que morasen, y algún tanto con que se sustentasen: de manera, que holgaban de expender su mocedad en virtuosos trabajos, con la esperanza que tenían de ser en la vejez socorridos.

Pues si esto hacían en Roma los romanos, ¿por qué no lo harán los prelados en sus monasterios? Utere modico vino propter tuas continuas infirmitates, escribió el apóstol a su discípulo Timoteo en el quinto capítulo, y es como si dijera: Porque eres flaco del estómago, y andas a la continua muy enfermo, yo te doy licencia para que bebas de aquí adelante un poco de vino. Mucho es aquí de ponderar, la palabra de continuas infirmitates tuas: es a saber, que dispensó el apóstol con Timoteo por causa que era de su propio natural muy flaco, y que andaba siempre de enfermedades [CVIIIr] cargado: en lo cual nos dio a entender, que mucha más piedad se ha de tener con los viejos que están siempre tullidos y cojos, que no con los mozos que de cuando en cuando caen enfermos. Plinio en una epístola dice: Al viejo no le hemos de decir que está enfermo: porque no es otra cosa la vejez, sino una sanidad imperfecta, y una enfermedad no acabada. Séneca en el libro de ira dice: La diferencia que siento en mí de cuando era mozo, a lo que siento ahora que soy viejo es, que entonces si caí malo no me dolían más de uno o dos miembros, y ahora aunque estoy sano me duelen todos ellos juntos: de manera, que muy más tolerable es la mocedad con enfermedad, que no la vejez con sanidad. Los prelados que desechan de su compañía a los monjes que son flacos y enfermos, so color que no son provechosos, y que son para los monasterios pesados, nesciunt quid faciunt los tales: pues no sienten el mal que hacen, ni aun alcanzan el bien que pierden: pues toda la caridad que se hace a cualquier enfermo, la asienta a su cuenta Cristo. Por viejo y por cojo, y por manco que sea un religioso, puede aprovechar a su prelado, de orar por los bienhechores, y de darle consejo en los negocios arduos: los cuales dos oficios son muy más anexos a los viejos, que no a los mozos: porque en caso de consejo, al viejo pertenece darle, y al mancebo recibirle. Muy mayor necesidad tiene el prelado, de tener cabe sí monjes viejos que le aconsejen, que no mancebos recios que le sirvan: porque todo hombre que es cuerdo y sabio, en mucho más tiene al amigo que le quita de enojos, que no al criado que le procura dineros. No deben pensar los prelados, que comen el pan de balde, los monjes que son flacos y tullidos: porque ya podría ser, que les valiese más el consejo que los viejos les diesen algún día, que cuanto les sirviesen los que son mancebos en un año: mayormente, que nadie puede ser buen prelado, si es enemigo de tomar consejo. No podemos negar, que el monje flaco, viejo, y tullido, no sea ocasión de dar a merecer a todos los del monasterio: pues merece el prelado en tenerle, merece el enfermo en servirle, merecen los monjes en visitarle, y aun merece él en la paciencia que tiene: de manera, que es una indulgencia plenaria que se gana cada día.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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