La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XV
De lo que respondió Tiberio a la Emperatriz Sofía, en la qual respuesta prueva que los príncipes para ser generosos no tienen necessidad de athesorar muchos thesoros; y de cómo este buen emperador Thiberio por ser buen christiano le reveló Dios un grandíssimo thesoro que estava en su palacio ascondido.


Rescibió Thiberio todo este amonestamiento con mucha paciencia y respondió con mucha reverencia a la Emperatriz Sophía, y con mansas y dulces palabras diole esta respuesta:

Oýdo he lo que me has dicho, sereníssima princesa y siempre augusta Sophía, y las amonestaciones yo las rescibo y los consejos yo te los agradezco, mayormente dandómelos por tan alto modo y estilo, porque muchas vezes los enfermos aborrecen los manjares no porque no son buenos, sino porque vienen mal adereçados. Plega al inmortal Dios nuestro que todas estas cosas, así como tú las has sabido dezir, assí las sepa yo fazer, y no te maravilles que en esto ponga dubda; porque las obras de virtud tenemos para loarlas mu- cho fervor y para ponerlas en obra mucha tibieza. Hablando con aquel acatamiento que a tal y tan alta señora se deve, a cada cosa de las cosas todas que me ha dicho tu excellencia responderé una sola palabra, porque muy justo es que pues tú has dicho lo que sientes de mis obras, que yo diga lo que alcanço de tus palabras.

Dizes que quando yo estava en Alexandría, que ni pensava ser ayo de Justiniano, ni pensava que sería governador del Imperio, y que no me passava por pensamiento merecerlo, [125] ni menos alcançarlo. A esto respondo que si por razón en aquel tiempo yo me regía, ni avía de pensar que tal dignidad merecía, ni menos tan alto estado alcançaría; porque en la verdad las grandes dignidades y estados muy pocos son los que por virtud las merescen y muy menos los que las alcançan aunque las merezcan. Pero si según sensualidad se juzga este caso, dígote de verdad, señora Augusta, que no sólo pensava merecerlo, mas aun pensava alcançarlo, y desto no te maravilles; porque infalible regla es que allí ay mayor presunción do ay menos merecimiento.

Dizes que me tenías por hombre sabio y que con la cordura tenía arrendado qualquier desordenado apetito. A esto respondo que o a mi prudencia la conocías en cosas proprias o la conocías en cosas estrañas: si en cosas estrañas, como no me costava nada siempre fuy amador de justicia; porque no ay hombre tan malo en el mundo, que a costa del bien ajeno no huelgue cobrar nombre de pródigo. Pero si me conocías en cosas proprias, no te engañes de ligero, señora Augusta, porque te hago saber que no ay hombre tan cuerdo, ni tan verdadero, ni de tan claro juyzio, que no se muestre ser flaco do se atraviessa algún interesse proprio.

Dizes que los hombres que tienen los pensamientos altos y la fortuna baxa siempre viven vida penada. Por cierto es assí como tú lo dizes, pero, a mi parecer, como los miembros del cuerpo no sean sino instrumentos del espíritu, parece que es necessario ser los pensamientos agudos para que los hombres no sean perezosos; porque Alexandro y Pirro y Julio César y Scipión y Aníbal, si no tuvieran los pensamientos altos, no fueran como fueron príncipes tan valerosos. Hágote saber, sereníssima señora, que no se pierden los hombres por tener los pensamientos altos, ni por tener los coraçones generosos, ni por ser muy esforçados; piérdense los hombres por començar las cosas con locura, proseguirlas sin prudencia y acabarlas con porfía; porque los hombres generosos quando emprenden cosas generosas no han de emplear sus fuerças según lo que el generoso coraçón les dize, sino según lo que la cordura y razón les enseña. [126]

Dizes que estás maravillada por ver que los tesoros que tú y Justiniano juntastes con tanto cuydado, yo los espendo con mucho descuydo. A esto respondo que no te deves maravillar que se despendiessen en un día las riquezas que se ganaron en muchos años; porque muy antigua maldición es sobre las riquezas enterradas o ascondidas, la qual maldición echó Epiménides filósofo por estas palabras, diziendo: «Todos los tesoros que se athesoran por industria de hombres avaríssimos, han de venir a gastarse por manos de hombres muy pródigos.»

Dizes que, según lo que yo gasto, a pocos días ni ternás qué dar, ni ternás qué gastar, ni menos ternás qué comer. A esto respondo que si tú, señora augusta, tuviesses cargo de mantener a los pobres, como tú y Justiniano avéys tenido diligencia en robar a los ricos, razón tenías de quexarte y yo de arrepentirme; pero hasta agora no emos visto sino a muchos que de ricos avéys tornado pobres, y (lo que es peor) aún no avéys sido para hazer un hospital para acogerlos.

Dizes que los príncipes para resistir a sus enemigos tienen necessidad de tener muchos tesoros. A esto respondo que si los príncipes son superbos, son bulliciosos, son desasossegados y son de reynos agenos ambiciosos, cierto es que para cumplir sus desordenados apetitos que tienen necessidad de muchos y muy grandes tesoros; porque éste es el fin del príncipe tyrano: por bien o por mal hazerse rico. Pero si el príncipe es o quiere ser asossegado, virtuoso, sufrido, pacífico y de bienes agenos no codicioso, el tal príncipe ¿qué necessidad tiene de mucho thesoro? Porque, en la realidad de la verdad, en las casas de los príncipes más culpa ay porque les sobra que no porque les falta. No quiero gastar muchas razones en responder, pues soy más amigo de obrar que no de hablar, sino que concluyo con esto: que no ay príncipe que en obras virtuosas gaste tanto que no pueda gastar más; porque al fin al fin no ay príncipe que venga a pobreza sólo por gastar lo necessario, sino por destroçarse y gastarse en lo superfluo. Y téngase por dicho que ni por esto será pobre sino más rico; porque ésta es regla [127] en la religión christiana, que más dará Dios a sus siervos que ellos gastarán en xx años.

Fue emperador Justiniano onze años, el qual estando loco, y en la eregía pelagiana obstinado, murió en conformidad de todo el Imperio Romano, cuya muerte tanto todos desseavan quanto su vida todos aborrecían; porque el príncipe tyrano que haze llorar a muchos en la vida, todos aquéllos han de reýr en su muerte. Muerto Justiniano, fue emperador elegido Thiberio Constantino, el qual con tanta prudencia y justicia governó el Imperio, a que con razón ninguno puede a él ser preferido (si no nos engañan las historias de su tiempo), pues muy pocas vezes suelen concurrir en un príncipe lo que concurrió en éste, conviene a saber: rectitud en la justicia, limpieza en la vida y pureza en la consciencia; porque muy raros son los príncipes que de algunos vicios no sean notados.

Paulo Diáchono, libro xviii De gestis romanorum, cuenta una cosa que aconteció a este Emperador, maravillosa que fue de ver entonces y muy digna de saber agora, y es ésta. En la ciudad de Constantinopla tenían los emperadores romanos un palacio muy solemníssimo, assaz conveniente a la auctoridad y magestad Imperial, el qual se començó en tiempo del gran Constantino y después, como yvan sucediendo buenos o malos emperadores, assí afloxavan o crecían los edificios; porque de príncipes muy virtuosos es derrocar los muchos vicios de la república y levantar grandes edificios en su patria. Avía este emperador Thiberio gastado muchos y muy grandes thesoros en redemir captivos, edificar hospitales, plantar monesterios, casar huérfanas; y fue en esto tan pródigo que quasi vino a tiempo de no tener qué comer en su palacio, y de verdad fue ésta una necessidad bienaventurada; porque los cathólicos príncipes sólo aquello han de dar por bien empleado que sólo en servicio de Christo han expendido. Y esto no lo tenía el Emperador por afrenta, sino por mucha gloria, pero sentía él mucha pena ver que la Emperatriz de verle padecer necessidad se gloriava, porque los coraçones lastimados no sienten tanto el trabajo proprio quanto ver que de su [128] trabajo se alegra su mortal enemigo. Nuestro Señor Dios, que jamás desampara aquéllos que por su amor vinieron a pobreza, aconteció que un día, andando el Emperador Thiberio passeándose por su palacio, vio en el suelo una losa de piedra mármol, y en ella estava esculpida la cruz de Christo, Nuestro Redentor, y llamando a un criado suyo díxole esta palabra: «Luego a la hora quita de aquí esta piedra, en la qual está la cruz del Redentor del mundo esculpida; porque muy injusto es que pisemos con los pies la cruz con que nos sanctiguamos y de nuestros enemigos nos defendemos.» Tomaron los artífices aquella piedra y, pensando que no avía otra cosa debaxo, luego en pos della hallaron otra piedra, en la qual también estava la cruz muy bien esculpida; y, quitada aquélla, hallaron otra tercera piedra, no menos que las otras con la cruz señalada; y, como fuesse del profundo de la tierra sacada, fallaron un grandíssimo tesoro allí enterrado, y fue en tanta cantidad, que llegava la summa a un millón de ducados. El buen Emperador Thiberio Constantino, dando muchas gracias al Señor, si hasta allí era largo, dende en adelante lo era mucho más, ca todos aquellos thesoros los repartió a pobres y monesterios.

Vean y aprovéchense, y lean este exemplo los príncipes y grandes señores, y ténganse por dicho que por dar limosna a pobres no ayan miedo de verse pobres; porque al fin al fin no se puede llamar rico el hombre vicioso, ni se puede llamar pobre el hombre virtuoso. [129]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 14 / Capítulo 16 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org