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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XVI
Cómo un capitán llamado Narsetes venció grandes batallas sólo por ser buen christiano, y de lo que passó con la Emperatriz Sophía; y aquí se toca el daño que se sigue por ser los príncipes ingratos a los que los sirven.


En el año de la Encarnación del Señor de quinientos y xxviii, siendo emperador el gran Justiniano, hijo que fue de una hermana de Justino Emperador, su predecessor que fue en el Imperio, dizen los historiadores, en especial Paulo Diáchono, libro xviii De gestis romanorum, que fue en Roma un cavallero de nación griego, aunque siempre desde la niñez criado en Italia; varón de estatura mediano y de gesto rupho, y en la ley de Christo assaz virtuoso, lo qual en aquellos tiempos no era poco, porque no sólo muchos cavalleros, mas aun casi todos los obispos de Italia eran arrianos.

Este cavallero avía nombre Narsetes, y por ser tan esforçado y en las armas tan venturoso, fue elegido por capitán sobre todos los exércitos del Imperio Romano; porque esta excelencia tuvieron los romanos, que do podían aver un capitán virtuoso y esforçado jamás le dexavan, aunque le pesassen a oro. Hizo tales y tan grandes cosas, y emprendió tan grandes conquistas, y venció tantos reyes, y de sus enemigos uvo tantas victorias, que dezían los romanos estar en él solo las fuerças de Hércules, la audacia de Héctor, la generosidad de Alexandro, el ingenio de Pirro y la fortuna de Scipión; porque tenían por opinión muchos de la vana gentilidad, que assí como los cuerpos repartían las haziendas en vida, assí las ánimas repartían sus dones y gracias después de la muerte. [130]

Era este Narsetes capitán muy piadoso, en la fe de Christo muy constantíssimo, en dar limosna muy largo, en edificar de nuevo monesterios muy cuydadoso, en reparar yglesias caýdas muy solícito; y de verdad era ésta cosa muy nueva, porque en las guerras no por muy grandes cosas suelen los capitanes derrocar las yglesias. Lo que era más que todo, que en oýr missas, visitar hospitales y rezar devociones con muchas lágrymas, estando de noche solo en las yglesias era muy continuo. No menor excelencia es ésta que la otra, porque los capitanes a tal hora más se ocupan en matar a los enemigos por las encruzijadas, que no en llorar sus pecados por las iglesias. Finalmente era tan buen christiano y tan devoto, que todos pensavan que le dava el Señor las victorias más por las oraciones que hazía que no por las armas con que peleava, porque jamás le vieron derramar sangre de sus enemigos en la batalla, que primero no uviesse derramado lágrimas de sus ojos en alguna yglesia. Y porque vean los príncipes christianos y los capitanes de grandes exércitos quánto vale más tener a Dios aplacado con lágrimas y oraciones que no tener su campo lleno de soldados y de muchos dineros, de muchas contaré unas pocas de sus hazañas, y son las siguientes.

Estando Justiniano Emperador en Alexandría, Tothila, rey de los godos, hazía muchos y muy grandes daños por toda Italia, de manera que los romanos no osavan andar por caminos, ni aun estar en sus casas seguros, porque los godos de día corrían los campos y de noche siempre intentavan hurtar y saquear los pueblos. Justiniano, el buen emperador, embió por capitán general contra los godos a Narsetes, el qual, venido en Italia, luego se confederó con los longobardos, que a la sazón tenían su assiento en Panonia, y embió sus mensageros al rey Alboyno, que era rey dellos, para que le embiasse socorro contra los godos, y que si esto hiziesse él vería cómo sería fiel amigo con sus amigos y crudo enemigo contra sus enemigos. Alboyno, rey de los longobardos, oýda la embaxada de Narsetes holgó mucho con ella, y sin poner dilación en la cosa, luego a la hora hizo y armó una muy gruessa armada, la qual por el mar Adriático vino en Italia, de manera que la respuesta y el ofrecimiento junto con la obra todo llegó a Narsetes [131] en un día. Juntáronse dos exércitos, conviene a saber: el de los romanos y el de los longobardos, en uno, debaxo una bandera, y so su capitán que fue Narsetes. Totila, rey de los godos, como no avía esperimentado la fortuna de Narsetes, ni las fuerças de los longobardos, embióles a ofrecer la batalla, la qual batalla se dio junto a los campos de Aquileya; y fue de entrambas partes muy ensangrentada y porfiada; y finalmente Tothila, rey de los godos, fue vencido sin quedar él ni hombre con él en su campo bivo. El buen capitán Narsetes, después de vencida la batalla, dio muchos y muy largos dones a los longobardos, y assí ricos y victoriosos se tornaron a Panonia para su rey Alboyno; y en esto hizo el buen Narsetes lo que era obligado, porque no se puede pagar con hazienda el amigo que por su amigo pone la vida. Ydos los longobardos, Narsetes hizo repartir todo el despojo del campo entre sus exércitos, y lo que a él le cupo dividiólo todo a pobres y monesterios, de manera que deste hecho alcançó Narsetes tres renombres excellentíssimos, conviene saber: nombre de muy magnífico en lo que dio a los longobardos; nombre de limosnero en lo que dio a los pobres y monesterios; nombre de valentíssimo capitán en vencer a tan poderosos enemigos.

Tendeberto fue rey de los francos en la Galia Transalpina y, como era príncipe moço y animoso, y de cosas de honrra muy desseoso, no por más de por dexar de sí fama, acordó él mismo en persona de passar a Italia, aunque ningún título tenía a ella; porque los coraçones apoderados de sobervia poco scrúpulo toman aunque la demanda sea injusta en la guerra. Fue tan fortunado que el día que passó el río del Rubicón, do antiguamente los romanos ponían la raya de Ytalia, llególe nueva cómo era levantada toda su tierra. Y no fue esto, por cierto, sin gran permissión de Dios, porque muy justo es que qualquiera príncipe pierda sus reynos por sola justicia divina, pues él quiere tomar otros reynos no por más de por locura humana. Avido su acuerdo el rey Tendeberto con los grandes señores de su reyno que llevava consigo, acordaron todos que él en persona tornasse a la Galia, y por la reputación que dexasse todo el exército en Italia, del qual exército quedaron por capitanes Bucellino y Amingo; porque más [132] vale que el príncipe defienda su tierra con justicia, que no que conquiste la tierra agena con tyranía. Este Bucellino, como tenía exército gruesso, y él (que era capitán animoso) hazía muchos daños en Italia, especial en la tierra de Campania, y, lo que peor era, que a todas las riquezas que saqueava y a todos los captivos que tomava, ni lo quería tornar, ni menos rescatar, sino que todo assí como lo tomava, assí luego al rey lo embiava, de manera que se mostrava ser más amigo de robar que no de pelear. Estando, pues, este capitán Bucellino en Campania, en un lugar que se llama Taneto, recogido con todo su exército por amor del invierno, Narsetes repentinamente dio sobre él y uvieron ambos a dos capitanes una cruda batalla en la qual fue vencido Bucellino, y no sólo vencido, pero quedó en el campo muerto. El otro capitán de los gallos que avía nombre Amingo, después de muerto su compañero Bucellino, confederóse con Avidino, capitán que era de los godos, y entrambos juntos fueron contra los romanos, lo qual sabido por Narsetes, dioles una batalla junto a Gaeta, en la qual fue vencedor Narsetes y fueron vencidos los dichos dos capitanes y tomados bivos, de los quales Amingo hizo Narsetes que degollassen y Avidino embiólo preso a Constantinopla al Emperador Justiniano.

Uvo el capitán Narsetes otra batalla contra Sindual, rey de los bretones, el qual vino en Italia con gran copia de gentes, y vino con título de recuperar el reyno de Partínuples, que agora llaman Nápoles, porque dezía que le pertenecía a causa de descender del linage de los Hércubos, que fueron antiguos reyes en aquel reyno. Este rey Sindual luego se fizo amigo con Narsetes, y después andando el tiempo intentó rebelarse contra los romanos y querer ser rey él solo en Italia, por cuya causa entre Narsetes y él se levantaron largas y crudas guerras en las quales fueron varias las vitorias, porque no ay capitán tan venturoso que en una guerra larga le diga siempre bien la fortuna. Finalmente, el rey Sindual y Narsetes acordaron de cometer su fortuna buena o mala a la batalla de un día, de manera que juntos ambos exércitos entre Verona y Tridento dieron la batalla, do fue vencido el rey Sindual, y prendiéronle bivo, y luego en aquella noche sin más dilación fue públicamente [133] ahorcado. Y porque no solía usar Narsetes de tal crueldad con los vencidos, mayormente con reyes y cavalleros generosos, mandó Narsetes poner este título en la forca do estava el rey ahorcado, que dezía assí: «A este rey mandó ahorcar Narsetes no porque fue su enemigo en la guerra, sino porque le fue traydor en la paz.»

Estas y otras muchas batallas y vitorias uvo este venturoso capitán, no sólo en los límites de Ytalia, pero aun en Asia, do tuvo muchos años la governación della; y, como era príncipe christiano, en todos sus trabajos siempre halló cabe sí a Cristo. Después de passadas todas estas guerras, Justiniano el menor puso en el reyno de Constantinopla a Narsetes por universal governador de todas aquellas provincias, y si bien lo avía hecho en las cosas de la guerra, muy mejor lo hazía en la administración de la república; porque los hombres quebrantados en los trabajos aquéllos son los que rigen con madurez a los pueblos. Por esta ocasión entre todos los mortales de aquella tempestad Narsetes era loado, conviene saber: de muy esforçado por las batallas que venció; de muy rico por los despojos que uvo; de muy estimado por las governaciones y estados que tuvo. Como Narsetes era de nación de griegos, siempre le tuvieron embidia muchos de los romanos, mayormente acrecentando como acrecentava cada día mayor gloria y riqueza; porque en la verdad esfuerço, honrra y riqueza en una persona no son sino tizones para que todos le tengan embidia. Fue el caso que un día muchos nobles romanos fueron al Emperador Justiniano y a la Emperatriz Sophía a quexarse de Narsetes y de su modo de governación, y dixeron estas palabras: «Hazémosos saber, sereníssimos príncipes, que por menos mal terníamos servir a los godos que no a los griegos; y esto dezimos porque Narsetes, eunucho y griego, nos manda, y más a su servicio que al tuyo nos constriñe; y (lo que es peor) que él lo haze y tú no lo sabes, y, si lo sabes, no lo remedias. Escoge una de dos cosas: o nos libra de ser governados de griegos o sufre que a Roma y a nosotros pongamos en manos de los godos, porque menos mal es a los romanos ser subjetos a un rey poderoso que a un eunucho griego y tyrano.» Oýdas por Narsetes estas querellas, dizen que dio [134] esta respuesta: «Si yo he hecho algún mal, impossible es que halle quien me haga bien; pero si he hecho bien, ninguno será poderoso de hazerme mal.» La Emperatriz Sophía de largos tiempos tenía passión a Narsetes (unos dizen porque era eunucho, otros dizen porque era rico, otros dizen porque mandava más que no ella en el Imperio) y, como vio sazón y tiempo para mostrárselo, dixo unas palabras muy lastimosas a Narsetes, y fueron éstas: «Narsetes, pues eres eunucho, no siendo hombre, no eres ábile como hombre para tener oficio, por cuya causa yo te mando que vayas al telar do texen mis donzellas y allí asparás y las servirás de maçorcas y las ayudarás a texer las telas.» Sintió mucho Narsetes estas palabras, y de verdad fueron mal dichas, a las quales respondió con buen ánimo y dixo a la Emperatriz Sofía: «Mucho quisiera, excellentíssima princesa, que me castigaras como señora y no me lastimaras como muger con palabras; mas, pues assí es que la libertad que tú tienes en me mandar, la mesma tengo en obedescer, yo me parto a urdir una tela la qual tú no sabrás destexer en toda tu vida.»

Partióse luego Narsetes para Italia y vínose a Nápoles, antigua ciudad de Campania, de do luego embió sus embaxadores al reyno de Panonia, do los longobardos tenían su silla, amonestándoles y persuadiéndoles que, dexada aquella tierra que era inculta, áspera, fría y estrecha, se viniessen a poblar a Italia, que era tierra llana, fértil, templada, ampla y muy rica, y que agora sino nunca avía disposición para apoderarse de ella. Y no contento con esto, Narsetes, por despertar más a sus amigos y fazerlos más cobdiciosos, embióles de todas las cosas buenas que avía en Italia, conviene a saber: cavallos muy ligeros, armas muy ricas, fructas muy suaves, metales muy finos y especias y ungüentos muy odoríferos, y sedas y ropa de diversas maneras. Llegados los embaxadores a Panonia, que agora es Ungría, fueron muy bien recebidos; y, vistas tantas y tan buenas cosas aver en Italia, determinaron los longobardos dexar a Panonia y yr a poblar y conquistar aquella tierra, aunque la tierra era de Roma, y a la sazón ellos eran amigos de los romanos; pero a esto tuvieron ellos poco respecto, y de esto no es de maravillar, porque jamás ay amistad [135] perfecta do sobre mandar es la demanda. Determinados los longobardos de passar en Italia, vieron visiblemente todos los de Italia muchos exércitos de fuego en el cielo unos contra otros darse crudas batallas, la qual visión puso muy gran espanto a todos los pueblos, y por ella conoscieron que en breve avían de ser derramadas muchas sangres dellos y de sus enemigos; porque muy antigua costumbre es que, quando ha de acontecer algún gran caso en algunos reynos, primero hazen señales los planetas o elementos. La ingratitud que tuvo el Emperador Justiniano con Narsetes, su capitán, y las palabras lastimosas que le dixo Sophía fueron ocasión que los longobardos entrassen y destruyessen a toda Italia, la qual cosa deven mucho notar los príncipes valerosos para guardarse no sean a sus criados ingratos de los servicios; porque regla general es que la ingratitud de un gran beneficio haze que el criado de desperado se torne loco o de fiel siervo se torne crudo enemigo. Y no se fíen los príncipes en pensar que por ser naturales de sus reynos, ser criados antiguos de sus palacios y aver sido siempre fieles a sus servicios que por esso no se amotinarán y se tornarán sus enemigos, ca la tal imaginación es vana; porque el príncipe que de hecho es ingrato no podrá conservar a un hombre mucho tiempo en su servicio.

Una cosa hizo con Narsetes el Emperador Justiniano, de la qual se deve guardar todo príncipe que es cuerdo, conviene a saber: que no sólo oyó a sus enemigos, pero aun los creyó; y no sólo los creyó, mas aun delante dellos le afrentó, la qual cosa le hizo venir en suprema desesperación; porque no ay paciencia que lo sufra delante sus enemigos a ningún hombre de bien hazerle una affrenta. Digna fue de gran culpa la Emperatriz Sophía en dezir a Narsetes aquella palabra tan lastimosa, conviene a saber: embialle a hazer maçorcas o cañillas para la tela; porque oficio es de las generosas princesas mitigar la yra de los príncipes quando están ayrados. Narsetes, pues, recelándose de la Emperatriz Sofía, jamás tornó a Constantinopla do ella estava, antes veniendo de Nápoles a Roma, un año antes que los longobardos viniessen a Italia, el dicho Narsetes, rescebidos todos los sacramentos, como [136] buen christiano murió en Roma, y llevaron su cuerpo en un ataúd de plata, lleno de muchas joyas a enterrar en Alexandría. No se sabe quál fue mayor: el pesar que tomó toda Asia de no ver a Narsetes bivo, o el plazer que tomó Sophía de verle traer muerto; porque el coraçón apassionado no descansa hasta ver a su enemigo muerto. [137]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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