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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XVII
De cómo embió una carta Marco Aurelio Emperador al rey de Sicilia, do le trae a la memoria los trabajos que passaron entrambos en la mocedad y reprehéndele porque es mal devoto a los templos, especial porque derrocó un templo para ensanchar su palacio.


Marco Aurelio, único Emperador romano, natural del monte Celio, nombrado tribuno, a ti, Gorbino, señor y rey de Sicilia, salud a la persona y aumento al estado te dessea. Como es costumbre a los emperadores romanos, el primero año de mi Imperio escreví en general a toda essa ysla, y el segundo año escreví en general a tu corte y casa. Agora escrivo más peculiarmente a sola tu persona; porque los príncipes aunque tengan muchos y grandes reynos, no por esso han de dexar de communicarse con sus antiguos amigos. Después que tomé la péndola para te escrevir, he tenido por mucho espacio parada la mano para no te escrevir, y esto no porque tenía pereza sino porque avía vergüença, y hame venido esta pena y vergüença de ver que está de ti escandalizada toda Roma. Hágote saber, excellente príncipe, que en esto veo que soy tu verdadero amigo, en que de todo coraçón siento tu trabajo, que al fin al fin bien dezía Erípides que lo que de coraçón se ama, de coraçón se llora. Antes que diga la causa porque te escrivo, quiérote traer a la memoria algunas cosas de nuestra juventud passada, y por ellas veremos quáles fuemos entonces y quáles somos agora; porque ninguno goza de la prosperidad presente si no trae a la memoria la miseria passada.

Bien te acordarás, excelente príncipe, que deprendimos a leer juntos en Capua, y después estudiamos un poco en Taranto; [138] y de allí nos fuemos a Rodas, do yo leýa retórica y tú oýas philosophía; y después a cabo de diez años nos passamos a la guerra de Panonia, en la qual yo me di a la música; porque es tan variable el apetito de los moços que cada día querrían conoscer reynos y mudar oficios. En todas estas jornadas, con la fuerça de la mocedad, con la dulce compañía, con el hablar de la sciencia y con una vana esperança dissimulávamos nuestra enojosa pobreza, la qual era tan grande, que muchas vezes desseávamos no lo que tenían muchos, sino lo poco que sobrava a pocos. Bien te acordarás que, quando navegamos por el golfo arpino para yr a Elesponto, nos sobrevino una muy larga tormenta, en la qual fuemos presos de un pirata, y a mejor librar nos hizo nueve meses remar en una galera, do no sé quál fue mayor: la falta de los panes o la sobra de los açotes. Bien te acordarás que, quando estuvimos cercados en Rodas de Bruxeydo, poderoso rey de los epirotas, por espacio de xiiii meses, en los x de los quales tu Excellencia y yo no comimos carne si no fueron dos gatos, el uno que compramos y el otro que hurtamos. Bien te acordarás que, estando tú y yo en Tharento, fuimos combidados por nuestros huéspedes a yr a la gran fiesta de la diosa Diana, en el templo de la qual no podía nadie en aquel día entrar sino vestido de ropas nuevas, y (hablando a la verdad) acordamos de no yr allá, tú porque tenías la ropa raýda y yo porque tenía los çapatos rotos. Bien te acordarás que dos vezes que enfermamos en Capua, que jamás nos curavan con dieta, porque no era nuestro mal de ahíto sino de flacos; y muchas vezes Rétropo, el médico, nos dezía burlando de nosotros en la Academia: «A lo menos, hijos, no moriréys de opilados.» Y de verdad tenía razón, porque era la tierra tan cara y era tan poca la moneda, que jamás comíamos hasta más no poder, sino hasta más no tener. Bien te acordarás del año que uvo la gran hambre en Capua, por cuya causa nos fuemos tu excellencia y yo a la guerra de Alexandría, en la qual las carnes me tiemblan en acordarme qué peligros passamos en el golfo Terebinto, qué nieves en los puertos Hésperos, qué tremedales en los valles Umbrosos, qué asperezas en las cumbres Lodoveras, qué crudos fríos todo el invierno, qué enojosos calores en el verano, [139] qué general hambre en los reales, qué peligrosa pestilencia en los pueblos y, lo peor de todo, qué perseguidos de los estraños y quán mal agradescidos de los nuestros. Bien te acordarás que en la ciudad de Partínuples rogamos a Fulava phetonissa nos dixesse qué avía de ser de nosotros después que saliéssemos de los estudios, y a mí dixo que sería emperador y a ti dixo que serías rey, a la qual respuesta dimos tanto crédito, que no sólo lo tomamos por burla, mas aun por injuria. Y desto no me maravillo, que entonces nos maravillássemos tú y yo, porque la embidiosa fortuna más exercita sus fuerças en derrocar ricos que no en sublimar pobres.

Mira, excellente príncipe, la grandeza de los dioses, la rueda de la fortuna y las variedades de los tiempos. ¿Quién pensara, quando yo tenía dessolladas las manos con el remo de la galera, que en mis manos se avía de fiar el governalle de la governación de Roma? ¿Quién pensara, quando yo enfermava de comer poco, que avía de enfermar en el tiempo advenidero por comer mucho? ¿Quién pensara, quando aún no me podía hartar de carnes de gatos, que avía de venir a tanta abundancia que ternía hastío de manjares muy delicados? ¿Quién pensara en aquel tiempo, quando dexé de yr al templo por tener los çapatos rotos, que avía de venir otro tiempo en que avía de entrar en carros triumphales y en ombros agenos? ¿Quién pensara que lo que oý de la muger phetonissa con mis orejas en Campania que lo avían de ver mis ojos en Roma?

¡O!, quántos y quántos, quando nosotros estávamos en Asia, esperavan ellos ser governadores y señores de Roma y de Trinacria, a los quales faltó no sólo la honra que desseavan, mas aun les sobrevino la muerte de que no se temían; porque muchas vezes acontece a los hombres ambiciosos que al mejor tiempo que tienen tramada y ordida la honrra, en un punto se les quebranta el telar y la tela de la vida. Si en aquel tiempo preguntaran al tirano Laodocio, el qual pensava ser rey de Trinacria, y preguntaran a Rupho Calvo cónsul, el qual pensava ser emperador de Roma, qué sentían de sí, yo juro que juraran su esperança ser tan cierta como la nuestra dudosa; porque natural cosa es a los hombres superbos cevarse [140] de pensamientos vanos. Cosa es maravillosa de ver y digna a la memoria de encomendar que, ellos teniendo la honra a ojo, y a nosotros de alcançarla aún no nos passando por pensamiento, quiso la fortuna mostrarse en este caso muy poderosa, en que proveyó y mandó que los desperados esperassen y los que esperavan desesperassen, lo qual les devía causar algún gran dessabrimiento; porque no ay paciencia que lo sufra ver que alcança uno con descuydo lo que no pudo alcançar otro con trabajo.

No sé si hable como simple romano, diziendo que estas cosas consisten en fortunados hados, o si diga como buen philósopho que las ordenan todos los dioses; porque al fin al fin, ningún hado es poderoso en cosa que los dioses ponen la mano. Trabajen quanto quisieren los sobervios, y anden solícitos quanto pudieren los ambiciosos, que yo digo y afirmo que muy poco aprovecha la diligencia humana para alcançar grandes estados si a los dioses tenemos por enemigos. Ora lo ordenen los hados malos, ora lo permitan los dioses buenos, veo que los que tienen pensamientos baxos muchas vezes les sucede la fortuna alta y los que tienen los pensamientos altos, las más vezes los vemos de fortuna baxa; porque muchos muchas vezes se sueñan ser señores de grandes estados y en despertando se hallan ser esclavos de todos.

Jamás leý tal condición como tiene la honra, y por esso deven mucho mirar por sí los que tratan con ella, ca las condiciones de la honra son éstas: pregunta por quien no conoce; habla a quien no le escucha; trata con quien nunca ha visto; corre tras quien della huye; honra a quien no la estima; quiere a quien no la quiere; da a quien no le pide; fíase de quien no conosce; finalmente tiene por oficio la honra que se despide del que la tiene en mucho y haze assiento con el que la tiene en poco. Los curiosos caminantes no preguntan qué tal es el lugar, sino por el camino que va aquel lugar, quiero dezir que los varones heroycos y generosos no han de poner luego los ojos en la honra, sino en el camino de la virtud que va a parar en la honra, porque, de otra manera, cada día vemos a muchos quedar infames sólo por buscar la honrra y a muchos más quedar honrados sólo por huyr de la honra. [141]

¡O!, mundo inmundo, bien sabes tú que te conozco yo; lo que de ti conozco es que eres un sepulcro de muertos, una cárcel de bivos, una botica de viciosos, un verdugo de virtuosos y un olvido de los passados; un enemigo de los presentes, un despeñadero de grandes y una sima de pequeños; un mesón de peregrinos y una plaça de vagabundos; finalmente eres, ¡o! mundo, un rebentón de buenos y un resvaladero de malos y un atolladero de todos. En ti, mundo, hablando sin mentir, es impossible que ninguno viva contento, ni menos viva honrado, porque a los buenos si les quieres dar honra tiénense por desonrados y a tu honra tiénenle como cosa de burla; y, si acaso los tales son malos y livianos, permítesles que alcancen de burla la honra, porque de allí se les siga la infamia de veras. Muchas vezes me paro a pensar de quál terné más compassión: del hombre malo y sublimado sin ningún mérito, o del hombre bueno y abatido sin ningún demérito; y de verdad en este caso el hombre piadoso de entrambos terná piedad, porque el malo si vive es cierto que ha de caer y el bueno si no muere estamos en duda si tornará a subir. Si todas las caýdas fuessen de una manera, todas sanarían con una medicina; pero unos caen de pies, otros caen de codo, otros tropieçan y no caen, otros van a caer y danles la mano. Quiero dezir que unos ay que caen de sus estados y no pierden más de la hazienda; otros caen, y de pura tristeza no la hazienda, pero aun pierden la vida; otros caen, que ni pierden la hazienda ni la vida, pero pierden la honra, de manera que, según estava contra ellos cruel la fortuna, si más les hallara, más les quitara.

De una cosa estoy muy maravillado, y que los dioses jamás en ella ponen remedio, conviene saber: ¿por qué la fortuna, de que comiença a perseguir y derrocar a un miserable, no sólo le quita todo aquello que halló que le quitar, pero aun le quita todos aquellos que podían y le querían socorrer, de manera que el triste está obligado a llorar más el daño ageno que no el suyo proprio? Mucha diferencia ay entre los infortunios de los buenos y entre los acaescimientos de los malos, porque el malo no podemos dezir que deciende sino que cae, y el bueno no podemos dezir que cae sino que deciende, [142] que al fin al fin la verdadera honra no consiste en la dignidad que hombre tiene, sino en la buena vida que haze.

Grave cosa es ver a los vanos deste siglo, de que les toma imaginación de procurar y alcançar una cosa, el madrugar que hazen de mañana, y el trasnochar de noche, y el aguardar a otros; ser importunos a muchos y ser enojosos a todos; y después, quando no se catan, uno de los que menos pensavan holgando y sin trabajo alcançó la honra, y ellos con mucho sudor y no poco dinero cobraron infamia; porque muchos negocios he visto yo perderse por pereza y muchos más por sobrada diligencia. [143]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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