La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XXXV
Que los príncipes deven trabajar por saber para qué son príncipes, y de quién fue el philósopho Thales, y de doze preguntas que le hizieron, y de la respuesta que dio a todas, y de la competencia que avía entre los sabios de Grecia y los capitanes de Roma, y que el príncipe sobre todos ha de ser mejorado, excepto en la justicia, la qual ha de ser ygual entre él y su república.


Es común y antigua sentencia, y por el pagano Aristótiles muchas vezes repetida, que al fin al fin todas las cosas se hazen por algún fin; porque no ay obra buena ni mala que no tenga algún fin el que la comiença. Si preguntas algún ortolano qué es su fin de regar tanto las plantas, responderá que por sacar algún dinero de sus ortalizas. Si preguntas al río por qué va tan raudo y apressurado, responderá que es su fin de tornar a las mares de do uvo principio. Si preguntas a los árboles por qué echan flores a la primavera, responderán que por fin de dar fruta en la otoñada. Si viéssemos a un caminante que passa los puertos con nieves, los ríos con peligros, los montes con sospechas, el verano con siestas, el invierno con aguas; si le preguntamos: «Amigo, ¿qué es el fin de vuestro camino, por el qual sufrís tan insufrible trabajo?», y él nos respondiesse: «Por cierto, señor, yo no sé más que vos el fin dello, y ni sé por qué me sufro este trabajo.» Pregunto yo agora qué determinaría un hombre prudente de aquel innocente caminante. Por cierto, al tal hombre sin más ser oýdo le sentenciarían por loco, porque harto es malaventurado el que por su trabajo no espera premio. Viniendo, pues, al propósito, un príncipe que se engendró como los otros hombres, nasció [233] como los otros hombres, se crió como los otros hombres, vive como los otros hombres, muere como los otros hombres, y junto con esto manda a todos los hombres; al tal si le preguntássemos para qué le dio Dios tal señorío, y él nos respondiesse que no sabe más de quanto se nasció con ello, en este caso juzgue cada uno quán indigno sería el tal rey del reyno; porque impossible es que sepa uno administrar justicia si no sabe primero qué cosa es justicia. Los príncipes y grandes señores oyan esta palabra y encomiéndenla para siempre a la memoria, y es ésta. Quando aquel Opífice eterno se determinó de hazer reyes y señores en este siglo, no crió a los príncipes para que coman más que todos, ni bevan más que todos, ni duerman más que todos, ni hablen más que todos, ni huelguen más que todos, ni menos que se regalen más que todos, sino que quando mandó que mandassen más que todos, fue con condición que fuessen obligados a ser mejores que todos.

Cosa es muy injusta y que engendra no poco escándalo en la república ver a un poderoso con quánta auctoridad manda a los virtuosos y con quánta desvergüença es señor de todos los vicios. Yo no sé quál es el señor que a su vassallo osa por una culpa dar castigo viendo él en sí que por cada cosa meresce ser castigado; porque monstruosa cosa es que el que es del todo ciego quiera curar al que no le falta más de un ojo. Preguntado el gran Catón Censorino qué tal avía de ser el rey para ser bueno, de manera que fuesse amado y temido, y no menospreciado, respondió: «El buen príncipe ha de ser como el triaquero, el qual, si no le empece la ponçoña, vende muy bien su triaca. Quiero dezir que aquel castigo es muy acepto al pueblo, el qual no se da por hombre vicioso. Jamás por jamás el triaquero será creýdo si la prueva de la triaca en la plaça no oviere hecho; quiero dezir que no es en él otra cosa la buena vida sino una muy fina triaca para curar su república. Y ¿qué otra cosa es tener en una mano el rejalgar que quita la vida y tener en la otra mano la triaca que resiste a la muerte sino el hombre que blasona con la lengua de las virtudes y emplea las fuerças en los vicios? Para que un señor de todo en todo sea obedecido es necessario que en su persona [234] todo lo que mandare aya executado; porque de las obras virtuosas ningún señor se puede ni deve exemir dellas.» Ésta fue la respuesta que dio Catón Censorino, el qual a mi parescer habló más como christiano que no como romano.

Aquel Dios humanado, aquel Christo verdadero, quando por nosotros quiso venir al mundo, treynta años empleó en sólo obrar, y solos dos años y medio empleó en obrar y predicar; porque el coraçón humano mucho más se persuade con la obra que vee que no con la palabra que oye. Deprendan, pues, los que son señores del que es verdadero Señor, y deprendan los príncipes a saber para qué son príncipes; porque jamás será buen piloto el que por las bravas mares no ha navegado. A mi parecer, si un príncipe quiere saber para qué es príncipe, yo diría que para governar muy bien la república y mantener a todos en justicia, y esto no ha de ser con palabras que espanten y obras que escandalizen, sino con palabras dulces que animen y con obras buenas que edifiquen; porque el coraçón generoso no puede mostrar resistencia si lo que le mandan se lo mandan con buena criança. Los que quieren domar a los animales silvestres y bravos, entre cient vezes que los amenazan, sola una vez los açotan; y, si los tienen atados, por otra parte les hazen muchos beneficios, de manera que la ferocidad del animal se pierde con la mansedumbre del hombre. Pues si esta experiencia tenemos de los animales silvestres, conviene a saber: que por bien se doman, mucho más la emos de tener de los hombres que son racionales, conviene a saber: que por bien obedezcan; porque no ay coraçón humano tan indómito que el buen tratamiento no le haga manso. ¡O!, príncipes y grandes señores, quiéroos dezir en una palabra lo que ha de hazer el buen señor y governador en su república. Todo príncipe que tiene la boca llena de verdades, y tiene las manos abiertas a mercedes, y tiene las orejas cerradas a mentiras, y tiene el coraçón abierto a clemencias; el tal es bienaventurado y el reyno que le tiene se puede llamar muy dichoso; porque aviendo en el príncipe verdad, y largueza, y clemencia no pueden morar injusticia ni tiranía en la república. Por el contrario, todo príncipe que tiene el coraçón encarniçado en tiranías, y tiene la boca llena de [235] mentiras, y tiene las manos sangrientas de crueldades, y tiene las orejas inclinadas a lisonjas; el tal es muy malaventurado y muy más lo es el pueblo que está so su govierno; porque es impossible aver paz ni verdad en la república si el que la govierna es amigo de lisonjas y de mentiras.

En el año de cccc y xl ante que Christo encarnasse, que era en el año ccxliiii ab urbe condita, siendo rey de Persia Darío el quarto, y siendo cónsules romanos Bruto y Lucio, floreció en Grecia el gran philósopho Thales, el qual fue príncipe de los siete sabios famosos, por ocasión de los quales todos los reynos de Grecia rescibieron muy gran gloria; porque más jactancia tenía Grecia de los sabios que tenía que no Roma de los capitanes que criava. Tenían en aquellos tiempos muy gran competencia los romanos y los griegos, en que dezían los griegos que eran mejores porque tenían más sabios; los romanos dezían que ellos lo eran porque tenían más exércitos. Replicavan los griegos que no sabían hazer leyes sino en Grecia; dezían a esto los romanos que si se hazían las leyes en Grecia, no se guardavan sino en Roma. Dezían los griegos que en Grecia avía grandes achademias para criar sabios; dezían los romanos que en Roma avía grandes templos para adorar sus dioses, y que al fin al fin en más se ha de tener un servicio hecho a los dioses immortales que no el provecho que pueden aprovechar los hombres. Preguntado un cavallero thebano qué le parecía de Roma y de Grecia, respondió: «Digo que ni me parecen mejor los romanos que los griegos, ni los griegos que los romanos; porque los griegos ponen su gloria en las lenguas y los romanos en las lanças, pero nosotros ponémosla en las obras virtuosas; porque más vale una buena obra que todas las lanças largas de Roma ni las lenguas agudas de Grecia.»

Tornando, pues, al propósito, este philósopho Thales fue el primero que halló la tramontana o norte para navegar; y el primero que halló la división de los años, la grandeza de la luna y del sol; y el primero que dixo las ánimas ser inmortales y que el mundo tenía ánima; y, sobre todo, no quiso ser casado, porque a la verdad los cuydados de contentar a la muger y criar a los hijos mucho añubla a los delicados juyzios de los sabios. Fue este philósopho Thales en estremo muy pobre y, [236] burlando unos de su pobreza, él compró toda la oliva del año siguiente, ca conoció por astrología que avía de aver gran penuria della el tercero año, y desta manera mostró a sus émulos que por su voluntad aborrecía la riqueza y amava la pobreza; porque no es pobre generoso el que contra su voluntad carece de los bienes deste mundo. Fue este philósopho un espejo entre todos los sabios de Grecia; y fue muy acatado de todos los reyes de Asia; y fue su nombre muy nombrado en Roma; y fue tan sabio, que a todo lo que le preguntavan respondía de improviso, lo qual procedía de hombre muy agudo, y en verdad era gran cosa, porque los más de los hombres mortales ni quieren saber, ni saben preguntar, ni menos saben responder. Fuéronle a este philósopho hechas diversas preguntas, según dize Diógenes Laercio, en la respuesta de las quales mostró la grandeza de su sabiduría, la riqueza de su memoria y la subtileza de su juyzio, y son las siguientes.

Fue preguntado lo primero: ¿Qué cosa es Dios?; respondió Thales: «Dios es la cosa más antigua entre todas las antigüedades, porque a Dios ni los passados le vieron principio, ni los futuros le verán fin.»

Preguntáronle lo segundo: ¿Quál era la cosa más hermosa?; respondió Thales: «El mundo es el más hermoso, porque toda la artificial pintura no puede ygualar con la menor parte que hizo naturaleza.»

Preguntáronle lo tercero: ¿Quál es la cosa más grande?; respondió: «La cosa más grande es el lugar, porque el lugar do cabe todo de necessidad ha de ser mayor que todo.»

Preguntáronle lo quarto: ¿Quién es el que sabe más?; respondió: «No ay ninguno tan sabio como es el tiempo, porque sólo el tiempo halla las cosas nuevas y renueva las cosas passadas.»

Preguntado lo quinto: ¿Quál es la cosa más ligera?; respondió: «El entendimiento es más ligero que todo, porque el entendimiento ni toma trabajo en discurrir por la tierra, ni corre peligro en passar la mar.»

Preguntado lo sexto: ¿Quál es la cosa más fuerte?; respondió: «El hombre necessitado es el hombre más esforçado, [237] porque la necessidad abiva el entendimiento del rudo y al covarde faze esforçado en el peligro.»

Preguntado lo séptimo: ¿Quál es la cosa más dificultosa de conocer?; respondió: «Conoscer el hombre a sí mismo, porque no avría contienda en el mundo si el hombre se conociesse a sí mesmo.»

Preguntado lo octavo: ¿Qué cosa es más dulce para ganar?; respondió: «Lo que se dessea es dulce ganancia, porque muy gran plazer toma la persona acordarse del trabajo que passó en alcançar lo que desseava.»

Preguntado lo nono: ¿Quándo descansa el hombre enemistado?; respondió: «Quando vee a su enemigo muerto o abatido, porque a la verdad la prosperidad del enemigo crudo cuchillo es al coraçón lastimado.»

Preguntado lo décimo: ¿Qué hará el hombre para vivir justamente?; respondió: «El consejo que da a los otros que le tome para sí, porque todo el error de los mortales está en que les sobran los consejos para los otros y les falta uno bueno para sí.»

Preguntado lo undécimo: ¿Qué bien tiene el que no es avaro?; respondió: «El tal es libre de los tormentos del avaricia y cobra amigos para su persona, porque al avaro los pensamientos le atormentan porque no guarda y los hombres le persiguen porque no gasta.»

Preguntado lo duodécimo: ¿Qué tal ha de ser el príncipe que a otros ha de governar?; respondió: «Primero ha de governar a sí y después a los otros, porque es impossible esté la sombra derecha estando la vara que haze la sombra tuerta.»

Por ocasión desta última respuesta he querido poner todas estas preguntas, para que vean los príncipes y grandes señores cómo cada uno dellos es una vara de justicia y no es otra cosa la república sino una sombra de aquella vara, la qual en todo y por todo ha de ser muy derecha; porque luego se siente en la sombra de la república si la justicia o la vida del que govierna está torcida.

Dando, pues, conclusión a todo lo sobredicho, si me preguntasse un príncipe que para qué es príncipe, yo le diría [238] una sola palabra y es ésta. El que es Príncipe verdadero os ha hecho príncipe deste mundo para que seáys destruydor de los erejes, padre de los huérfanos, amigo de los sabios, émulo de los maliciosos, verdugo de los tyranos, remunerador de los buenos, açote de los malos, defensor de la Iglesia, único zelador de la república y, sobre todo, soys mero esecutor de la justicia, començando primero de vuestra casa y persona; porque en todas las cosas se sufre mejoría excepto en la justicia, que ha de ser igual entre el príncipe y la república. [239]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 34 / Capítulo 36 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org