La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXIV
Do el auctor prosigue su propósito, y por maravilloso estilo toca las poquedades en que cae el hombre avaro.


Una de las cosas en que la divina Providencia muestra nosotros no entender el modo de su governación es ver que a un hombre le da juyzio para conoscer las riquezas, le da fuerças para buscarlas, le da maña para allegarlas, le da cordura para sustentarlas, le da ánimo para defenderlas y le da larga vida para posseerlas, y junto con esto no le da licencia para gozarlas, sino que permite que assí como él a sinrazón se hizo señor de lo ajeno, con razón le hagan esclavo de lo suyo proprio. En esto se conoce de quánta más excellencia es la virtuosa pobreza que no la raviosa avaricia, en que a un pobre da Dios contentamiento con lo poco y a un rico le quita el contentamiento con lo mucho, por manera que al ombre avaro los enojos se le recrecen de hora en ora y las ganancias no vienen sino de feria en feria. Comparemos a un hombre rico y avaro con un pobre ollero, y veamos quién se aprovecha más: el ollero de las ollas que haze de barro, o el avariento del dinero que tiene enterrado. Sin que yo responda se está ya esto respondido, y es que es muy mejor el uno con el lodo que no el otro con el oro; porque el ollero gana su vida en vender las ollas y el avariento pierde su alma en guardar las riquezas.

A los altos príncipes suplico, y a los grandes señores ruego, y a los otros generosos y plebeyos amonesto, se acuerden siempre desta palabra y la encomienden a la memoria, y es ésta. Digo y afirmo que, por muy guardado y encerrado que tenga un hombre el dinero, muy más guardado y encerrado lo [759] tiene de sí mismo; porque si echa dos llaves al tesoro para lo guardar, a su coraçón echa siete llaves por no lo gastar. Guárdense, guárdense los hombres generosos y valerosos, y no se avezen a guardar y atesorar dineros; porque si una vez en athesorar están los coraçones encarniçados, no por más de ahorrar una dobla se dexarán caer en mil poquedades cada día. Podían dezir los plebeyos, y que no son muy ricos, que ellos no pueden allegar muchos tesoros, pues no pueden guardar arriba de ciento o dozientos ducados. A esto respondo que, considerados los estados, tanto mal haze uno en atesorar diez ducados como otro diez mil; porque no está la culpa en guardar y asconder muchas o pocas riquezas, sino en que por guardarlas dexamos de hazer muchas buenas cosas.

Cosa muy nueva es para mí ver que mayor fuerça haze en los avarientos la escasseza que no haze en otros la conciencia; porque ay muchos que, no obstante la conciencia, se aprovechan de la hazienda ajena, y los avarientos, más de miseria que no de conciencia, aún no se aprovechan de su hazienda propria. Con muy sobrada ansia y no poca diligencia andan los hombres avarientos a poner recaudo que las avenidas no lleven los molinos, los ganados no pazcan las dehesas, los caçadores no armen la caça, el solano no estrague el vino, los que le deven algo no se alcen con el dinero, los ratones no le royan el trigo y los ladrones no le hurten de su casa algo; mas al fin de ninguno guardó tanto su hazienda como es de su misma persona; porque todos los otros tarde o temprano siempre tienen oportunidad para algo le hurtar, pero el avariento jamás tiene coraçón para un ducado trocar.

Compassión es de tener a un hombre avariento, el qual por voluntad y no por necessidad trae la capa raýda, los çapatos sin suelas, las agujetas sin cabos, el cinto sin hierros, el sayo roto, el sombrero viejo, las calças descosidas, el bonete grassiento y la camisa sin mangas; finalmente digo que muchos destos miserables fingen que traen luto por algún finado, y no es sino por no sacar un poco de paño fino. ¿Qué no hará el avariento quando no por más de por no sacar medio real de la bolsa se está dos meses sin fazer la barba? ¿Pues es verdad que los avarientos, si tratan mal sus personas, que tienen [760] bien ataviadas sus casas? Digo que no, por cierto, sino que verán en su casa las cámaras llenas de arañas, las puertas desquiciadas, las ventanas hendidas, los encerados rotos, la vasija quebrada, los suelos dessolados, los tejados con goteras, las sillas desconcertadas, las casas suzias y las chimineas caýdas, por manera que para hospedar a un pariente o amigo le han de aposentar en casa de un vezino o pedir emprestado todo lo necessario.

Dexemos aparte la vestidura que viste y la casa do mora, y veamos quán espléndida tiene el avaro la mesa, es a saber: que de sus huertas no come sino la fruta caýda; de sus viñas, la uva podrida; de los ganados, la carne enferma; del trigo, lo que está mojado; del vino, lo que está estragado; del queso, lo que está ratonado; de los tocinos, lo que está escalentado; de la leche, lo desnatado. Finalmente digo que la felicidad que ponen los glotones en el comer, aquélla ponen los avarientos en el guardar. ¡O, quán infelices son los glotones! y ¡o, quán malaventurados son los avarientos!; porque el gusto del uno consiste en lo que passa por la garganta y la felicidad del otro consiste en lo que encierra en la arca.

Ya que los avaros traen mala vestidura, tienen pobre mesa, moran en mala casa, ¿es verdad que miran por lo que toca a su honra?, sino que si los cuytados tuviessen tan largos los oýdos para oýr como tienen el coraçón para allegar y guardar, cada momento oyrían cómo los llaman hombres míseros, renoveros, avarientos, cuytados, hambrientos, usureros, crueles, desconocidos, ingratos, fementidos, desalmados y malaventurados. Finalmente digo que son en la república odiosos, que de mejor gana pornían en sus personas las manos que no en sus famas las lenguas. Harta malaventura tiene el hombre avariento, en que si tiene con alguno alguna competencia, no hallará un amigo que acuda a su casa y hallará cien ladrones que le roben su hazienda. Para vengarse el hombre de algún enemigo suyo, si es avariento, no le ha de dessear otro mal sino que viva mucho; porque muy peor vida se da el avariento con su avaricia que nosotros le daríamos con una gran penitencia.

Si me dixessen a mí los hombres ricos que fuelgan de carecer de generosas casas, pues las podían tener; y de curiosos [761] vestidos, pues los podían traer; y de manjares delicados, pues los podían comer; y esto que lo hazen no porque son avaros, sino porque son christianos; en tal caso justa cosa sería que mi pluma cessasse. Mas ¡ay, dolor! que las cosas de la honra tienen en poco y las cosas de la conciencia tienen en mucho menos. Si dize el avariento que si guarda la hazienda la guarda para fazer limosna, digo que no lo creo; porque vemos cada día que si le pide un pobre limosna, luego le dize que le ayude Dios porque no trae blanca hecha. Tiénense ya por dicho los avarientos que no han de dar en su casa limosna, sino la carne grassa, la cozina fría, el tocino rancio, el queso ratonado, el pan duro, los trapos viejos y las blancas quebradas, por manera que más parece que descombran la casa que no que hazen limosna. Si nos dizen los avarientos que lo que guardan lo guardan para cumplir algunas deudas por sus antepassados a él encargadas, digo que ésta es frívola escusa, pues vemos que los testamentos de sus padres y de sus madres, y aun de sus abuelos, no están cumplidos, ni aún les passa por pensamiento de los cumplir, lo qual parece bien claro porque desde la hora que a sus padres metieron en la sepultura, nunca más ardió allí una candela. El que de puro avaro y mezquino se dexa morir de hambre y de frío, no pienso yo que sacará a su padre de purgatorio. Si nos dize el avariento que todo lo que guarda no es sino para hazer una generosa capilla y dexar en ella una piadosa memoria, a esto respondo que, si el tal lo haze de su sudor proprio y tiene restituydo todo lo mal ganado, que el tal edificio es bendito y de todos será loado; mas si quiere el avariento que vivan muchos en mucha pobreza por hazer él para sí una sepultura rica, esto ni lo manda Dios, ni lo admite la Iglesia; porque de clamores y sudores ajenos no son aceptos a Dios los tales sacrificios. Si nos dizen los avarientos que, si athesoran, no es sino para mandar en la muerte dezir muchas missas que se digan en las iglesias por las ánimas, digo que loo este propósito si no ay más peligro en el caso; mas ¡ay, dolor! que piensa un avariento que descarga todos sus cargos sólo con mandar dezir un treyntanario por los muertos, dexando robados y echados al ospital a dos mil hombres vivos. Por más seguro ternía yo que [762] los príncipes y grandes señores gastassen sus dineros en casar pobres huérfanas en la vida, que no que mandassen dezir muchas missas en la muerte; porque las más vezes los erederos que quedan hazen dezir de las missas muy pocas, pero de las pobres huérfanas piérdense muchas. ¡O, con quánta razón se puede loar que saca ánimas de purgatorio el que escusa a las pobres donzellas que no caygan en los vicios del mundo!

Acontece que un hombre solícito y codicioso, con desseo de adquirir hazienda se halló en Medina de España, en León de Francia, en Lisboa de Portugal, en Londres de Inglaterra, en Anvers de Flandes, en Milán de Lombardía, en Florencia de Italia, en Palermo de Sicilia, en Viana de Austria, en Braga de Bohemia y en Buda de Ungría; finalmente con los ojos ha visto a toda Europa y por la contratación tiene noticia de toda Asia. Pongamos caso que en cada lugar destos ganó hazienda, y la que ganó no fue con muy sana conciencia, sino que, según la variedad de los tratos, assí fueron diversos los pecados. En tal caso, si al tiempo de la muerte, quando el avariento reparte entre sus hijos los dineros, repartiesse también los pecados, por manera que, desposseýdo de la hazienda, estuviesse libre de la culpa, aún passaría; mas ¡ay, dolor! que se quedan los hijos con los dineros holgando y vase el pobre de su padre con los pecados al infierno. [763]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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