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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXIX
Do el auctor prosigue su intento y persuade a los que presumen de cavalleros que por ningún interesse se abatan a viles oficios.


Plutharco en su Apothémata cuenta que el rey Ptolomeo el quinto era príncipe de tan buena condición y de tan llana conversación, que muchas vezes se yva a las casas de sus familiares amigos a cenar, y las más noches se quedava en sus casas a dormir. Y por cierto en este caso él se demostrava ser de los suyos muy quisto, porque (hablando la verdad) un príncipe de cuya vida depende el bien de la república, de pocos se ha de fiar en la mesa y de muy menos en la cama. Otra cosa hazía este rey Ptolomeo, es a saber: que quando combidava a comer o cenar a sus amigos o a otros estrangeros, pidía emprestado de uno las sillas; de otro, los manteles; de otro, las taças; de otro, las mesas; y assí de todas las otras cosas, porque era príncipe tan pródigo, que quanto compravan sus criados a la mañana ya lo tenía él dado a la tarde. Juntáronse un día todos los generosos del reyno de Egypto, y rogáronle mucho que se fuesse a la mano en el dar, porque él vivía necessitado y afrentado, y dello estava todo su reyno corrido, a los quales él respondió: «Muy engañados vivís todos los de Egypto en pensar que el príncipe pobre y necessitado vive corrido y afrentado. Oso yo dezir en este caso que se deve tener por muy dichoso el príncipe pobre y necessitado, porque los buenos príncipes más se han de preciar de hazer a otros ricos que no de tener ellos muchas riquezas.» ¡O, bienaventurada república que meresció tal príncipe tener!, y ¡o, bienaventurada lengua que tal sentencia supo dezir! Por cierto [781] este buen príncipe aconsejava bien a todos los otros príncipes, es a saber: que les era más honesto y aun provechoso hazer a otros ricos que no ser ellos ricos; porque si tienen mucho, nunca faltará quien les pida, y si tienen poco, nunca faltará quien les sirva.

Suetonio Tranquillo, libro De cesaribus, dize que el Emperador Thito una noche después de cena de lo íntimo de su coraçón dio un gran sospiro; y, preguntado de los que estavan a la mesa por qué sospirava, respondió: «Amisimus diem, amici.» Por las quales palabras quería dezir este buen Emperador que no contava aquel día entre los días de su vida, pues no avía hecho alguna merced aquel día. Con verdad este príncipe era generoso, éste era valeroso, éste era magnánimo; pues suspirava y le pesava no por lo mucho que en muchos días avía dado, sino porque le faltó un día que dar. Pelópidas el thebano fue hombre en su tiempo muy valeroso y aun no poco rico, y, como fuesse muy fortunado en el tener y no escasso en el dar, diziendole uno que por qué en el dar era tan pródigo, respondió él: «Si te paresce que doy mucho, aún a mí me paresce que yo avía de dar más, pues las riquezas me han a mí de servir y no yo a ellas de adorar; porque más quiero que me llamen despensero de mi hazienda que no mayordomo de mi casa.» Plutarco en su Apotémata dize que el rey Darío, queriendo motejar al Magno Alexandro de pobre, embióle a dezir que a dó tenía sus thesoros para hazer contra él los exércitos, al qual respondió el Magno Alexandro: «Dezid al rey Darío que él tiene en arcas de metal sus thesoros, y que yo no tengo otros thesoros sino los coraçones de mis amigos. Dezidle más: que a todos sus thesoros un hombre solo se los puede hurtar, mas mis thesoros, que son mis amigos, él ni todos me los pueden quitar.» Conforme a lo que dixo Alexandro, osaría yo dezir que no se puede llamar pobre el que de amigos está rico, ni se puede llamar rico el que de amigos está pobre; porque, según se vio por experiencia, Alexandro con sus amigos quitó al rey Darío los thesoros, y Darío con sus thesoros no fue poderoso de quitar a Alexandro sus amigos.

Los que de su natural son hombres vergonçosos, y en el estado que tienen son generosos, deven trabajar mucho de [782] huyr este renombre de avaros; porque sin comparación es más la honra que se pierde que no la hazienda que se gana. Si los príncipes y grandes señores de su natural inclinación fueren magnánimos, sigan su natural; y, si por caso de su propria naturaleza fueren inclinados a escasseza, háganse fuerça. Y, si esto no quisieren hazer, desde agora les digo que algún día se avrán de arrepentir; porque regla general es que las muy desordenadas codicias siempre despiertan contra sí muy venenosas lenguas. Piensa tú, hermano, en ti que tanto quanto tú velares por quitar a otro la fazienda, tanto el otro se ha de desvelar por quitarte a ti la honra; y, si en tal caso pones en peligro la honra, no pienso que tienes muy segura la vida; porque no ay ley que lo disponga, ni paciencia que lo sufra, ver que de mi sudor proprio quiera mi vezino vivir muy regalado. En tanto tiene un hombre pobre una pobre capa, en quanto tiene un rico una regalada vida. Síguese, pues, luego en buena conseqüencia que, si el rico quita al pobre la capa, que el pobre ha de quitar al rico la vida.

Phoción fue un hombre entre los griegos no poco nombrado y estimado, y esto no tanto porque era sabio quanto por el menosprecio que tenía de las cosas del mundo; al qual como el Magno Alexandro le embiasse cien marcos de plata, dixo a los que se la llevavan: «¿Por qué Alexandro, vuestro príncipe, me embía a mí esta plata más que a ningún otro philósopho de los que ay en Grecia?» Respondieron ellos: «Embíala a ti, y no la embía a otro, porque ha oýdo que eres tú philósopho menos cobdicioso y más virtuoso.» Respondió a esto Phoción: «Dezid a Alexandro que, si él no sabe qué cosa es ser príncipe, yo sé muy bien qué cosa es ser philósopho; porque el oficio del philósopho es menospreciar thesoros de príncipes, y el oficio del príncipe es pedir consejos a los philósophos. (E dixo más Phoción.) Diréys tanbién a Alexandro que en esto que me embiava no se mostró ser piadoso amigo, sino ser muy cruel enemigo; porque teniéndome por bueno, tal qual pensava que yo era, tal me avía de ayudar a ser.» Fueron estas palabras dignas de tal varón.

Compassión es de tener a un hombre generoso verle notado y infamado de avariento, el qual no más de por ahorrar [783] un poco de hazienda se abate a hazer oficios los quales pertenescen más a hombres baxos que no a hombres generosos y cavalleros, de do se sigue que ellos viven infamados y están todos sus amigos afrentados. Declarándome más, digo que paresce gran poquedad que dexe un cavallero el oficio de cavallería y que se meta a hazer el oficio de agricultura, es a saber: que los cavallos tornan en bueyes, las lanças en rejas, los escudos en trillos, los escuderos en gañanes, las armas en coyundas; finalmente huelga de yrse a una aldea a trabajar y rehúye de la frontera de pelear. ¡O!, quánto han degenerado algunos cavalleros de nuestro tiempo de lo que fueron sus padres en el tiempo passado; porque sus antepassados preciávanse de los moros que avían muerto, y sus fijos no se precian oy sino de las cargas de trigo que han cogido; no sabían suspirar los antiguos cavalleros sino quando se veýan en algún passo muy peligroso, y lloran oy sus sucessores desque no llueve en el mes de mayo; competían los padres sobre quál dellos podía más lanças mantener, compiten agora los hijos sobre quál dellos se da mejor maña a ahorrar; lo que se platicava entre los antiguos es que la casa de Hulano mantenía dozientas lanças y la de Hulano trezientas, y lo que se platica agora entre los modernos es tal casa es de seys cuentos y tal de diez, y en tal caso diría yo que, pues unos se precian de tener muchos cuentos como los otros se preciavan de mantener muchas lanças, que no es otra cosa sino que los padres empuñavan la espada por el pomo y los hijos la toman por el cuento.

Todas las buenas artes están pervertidas y el arte de cavallería está más pervertida que todas; y no sin causa la llamo arte, porque no poco tiempo consumieron los antiguos philósophos en escrevir las leyes que devían guardar los cavalleros. Como agora parece ser más estrecha la orden de los cartuxos, assí en otro tiempo era más estrecha la orden de los cavalleros, a los quales yo juro y prometo que si ellos como cavalleros guardassen las leyes de cavallería, que ni en la vida les quedasse tiempo para ser viciosos, ni en la muerte los arguyéssemos como malos christianos. El verdadero y no fingido cavallero no deve ser sobervio, no malicioso, no furibundo, no goloso, no covarde, no suzio, no escasso, no mentiroso, no blasfemo, [784] no perezoso; finalmente digo que se deve preciar el tal no ser cavallero de espuela dorada, sino de vida muy corregida.

¡O!, si pluguiesse al Rey del Cielo que tanto examen hiziessen oy los príncipes de aquéllos a quien encomiendan las ánimas, como hazían los romanos de aquéllos de quien fiavan las armas. Antiguamente no davan la libertad de cavallero sino al que era en sangre limpio, en el cuerpo dispuesto, en el hablar concertado, en la guerra exercitado, en el coraçón animoso, en las armas venturoso y en la vida limpio; finalmente avía de ser de todos abonado y ninguno avía de estar dél quexoso. Los cavalleros en quien resplandescían estas virtudes también tenían ya en Roma muchas libertades, es a saber: que ellos solos podían traer anillo, cavalgar a cavallo, traer muceta, tener escudo, comer a puerta cerrada, bever en plata, hablar en el Senado, hazer desafío, pedir vandera, tener armas, tomar embaxada y ser guarda de las puertas de Roma. Es auctor desto Blondo en el libro De Italia illustrata. Si no nos engaña Plinio en una epístola, y Plutarco en su Política, y Séneca en una tragedia, y Cicerón en una paradoxa, no avía cosa en que tanto los antiguos pusiessen los ojos como era en examinar a los que armavan cavalleros. Ya no es assí, sino que en alcançando uno dineros para comprar un mayorazgo, sin más ni más luego se llama cavallero, y (lo que es peor de todo) que, si se haze cavallero, no es por cierto para pelear contra los enemigos, sino para cometer con más libertad los vicios. Para que sea uno buen christiano deve contemplar a Christo crucificado, y para ser uno buen cavallero deve mirar las armas de su escudo, las quales ganó su abuelo o bisabuelo; porque allí verán que no las ganaron estándose viciosos en sus casas, sino derramando sangre en las fronteras. [785]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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