La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXIV
De una carta que embió Marco Aurelio, Emperador de Roma, a Domicio, vezino de Capua, consolándole en un destierro, el qual fue desterrado por un roydo que levantaron él y otro sobre correr un cavallo. Es letra muy notable para el hombre que estando seguro le sucedió un caso peligroso.


Marco, Emperador romano, nacido en el monte Celio; a ti Domicio capuano, salud y consolación en los dioses consoladores.

El invierno erizado ha levantado en esta tierra muy grandes vientos, y los grandes vientos han despertado muchas aguas, y las muchas aguas han causado muchas umidades, y las muchas umidades crían muchas enfermedades. Y entre todas las enfermedades desta tierra, es una la gota de mi mano y la ciática de mi pierna. Dezía Eschines el filósofo que la libertad del ánimo y la salud del cuerpo ni se podía poner en precio ni menos comprar por dineros. Dime, yo te ruego: el que no tiene libertad, ¿qué puede?; y el que no tiene salud, ¿qué vale? Tres cosas dezía el divino Platón en los libros de su República: lo primero, que el hombre que no tiene deuda no puede dezir que tiene pobreza; porque la hora que yo devo a otro dinero, el otro (y no yo) es señor de lo mío. Lo segundo, dezía que el hombre que no es siervo ni captivo no tiene razón en dezir que alguna otra cosa le puede hazer malaventurado; porque en ninguna cosa se muestra tan cruel la fortuna como en quitarnos la libertad desta vida. Lo tercero, dezía que entre todos los bienes temporales no ay mayor, ni aun otra ygual felicidad como es la riqueza de salud; porque el [806] hombre que de enfermedad es perseguido, ni con las riquezas tiene contentamiento, ni en los deleytes toma gusto.

En los tiempos de nuestros antiguos padres, quando Roma estava bien corregida, no sólo ordenavan las cosas de la república, mas aun proveýan en lo que tocava a la salud de cada persona, por manera que velavan en conservar los cuerpos y se desvelavan en destruyr los vicios. Siendo cónsules Gneo Patroclo y Junio Albo, como vieron que ordinariamente la ciudad de Roma en los veranos era malsana, prohibieron y mandaron que en los meses de julio y agosto, lo primero que no uviesse lugar público de mugeres; porque la sangre de los moços corrompíase en aquellos actos venéreos. Lo segundo, prohibieron que las frutas de Salon ni las frutas de Campania no se truxessen a vender a Roma; porque las romanas delicadas, con el calor, y los pobres, con la pobreza, no comían en el verano sino fructa, y desta manera estavan llenas de fructa las plaças y pobladas de calenturas las casas. Lo tercero, prohibieron que ningún vezino fuesse osado andar de noche al sereno; porque los moços locos y livianos, de las liviandades y amores que tratavan de noche, se les seguían enfermedades y dolores para de día. Lo quarto, prohibieron que ninguno fuesse osado vender públicamente en Roma vino de Candia o de España; porque en el estío del verano, como el sol es tan intensíssimo, mata como rejalgar a los moços el vino. Lo quinto, mandaron que se alançassen los muladares, se alimpiassen las calles y se barriessen las casas; porque de estar los ayres corruptos se suele engendrar pestilencia en los pueblos. Quando Roma estava rica, quando Roma estava próspera, de todas estas cosas se guardavan en su república, pero ya después que se levantó Cathilina el tyrano, después que la escandalizaron Sila y Mario, después que la tyranizaron César y Pompeyo, después que la robaron Octavio y Marco Antonio, después que la infamaron Calígula y Nero; poco cuydado avía en Roma de que entrasse ni se vendiesse vino de España o de Candia; porque más se guardavan del cuchillo del enemigo que no de los calores del verano. Razón tuvieron los antiguos en dezir lo que dixeron de Roma, que a la verdad ella es malsana, y esto digo porque ni puedo andar, aunque lo pruevo, ni puedo escrevir, aunque quiero. [807]

Quando yo era en Roma moço, ni me dolía la cabeça con el sereno, ni sentía encenderme la sangre el vino, ni me fatigavan los calores del verano, ni me dava pena por andar descalço el invierno; pero ya que soy viejo, ni ay calor que no me destemple, ni ay frío que no me traspasse. De ser los hombres muy desordenados en la mocedad vienen a ser muy enfermos en la vejez. ¡O!, si los hombres mortales, después que algunos tiempos fueron viejos, pudiessen acabar con los dioses a que los tornassen moços, yo te juro a ley de bueno que ellos supiessen guardarse mejor que se guardaron de los engaños del mundo, y ellos pusiessen muy mejor recaudo en la salud del cuerpo. Presupuesto que los hombres fueron viciosos en la mocedad, yo no me maravillo que sean enfermos en la vejez, que al fin los que no amaron la virtud, no es mucho que tuviessen en poco la salud. Todo lo sobredicho he dicho a causa que sepas y creas cómo estoy enfermo, y que no puedo escrevirte tan largo como tú quisieras y yo desseava, por manera que resultará de aquí a que llore yo tu pena y a ti te pese de mi gota.

Acá he sabido cómo el día de la gran fiesta del dios Jano, por ocasión de correr un cavallo tú y Patricio, tu vezino, levantastes un gran alboroto; y fue tal el ruydo, que te confiscaron los bienes, te derrocaron la casa, te desterraron los hijos, priváronte por diez años del Senado, quitaron de senador a tu nieto, echáronte para siempre de Capua y a tu competidor pusieron en la cárcel mamortina, por manera que de aquella pequeña furia tenéys que llorar toda la vida. Todos los que de allá vienen y todos los que de allá escriven nos dizen que estás tan triste en el coraçón y estás tan dessabrido en la condición, que ni desechas malos pensamientos, ni admites consolación de amigos. No pienses que digo esto a fin que estoy dello escandalizado, que, según las muchas mudanças que ha hecho en mí fortuna, grandes días ha sé qué cosa es tristeza; porque el hombre que de verdad está triste, de día sospira, de noche vela, en compañía se congoxa, con la soledad descansa, aborrece la luz, ama las tinieblas, la tierra riega con lágrimas, los cielos rompe con sospiros, lo passado le da pena, de lo advenidero no tiene cuydado, desconsuélase con quien le consuela y en contar sus penas descansa; finalmente el [808] hombre atribulado de ninguna cosa está contento y consigo mismo está dessabrido. Créeme, Domicio, amigo, que si te paresce que he tocado bien las condiciones del hombre atribulado, no ha sido otra la razón sino como los tristes hados me las hizieron todas provar, de allí nasció saberlas yo también escrevir, que al fin al fin las cosas que tocan a las congoxas del espíritu y a los trabajos del cuerpo, mucho va de averlas uno leýdo a averlas otro padecido.

Si tú lo sientes allá como yo lo siento acá, materia es que a ti y a tus amigos ha de dar mucha pena, pensar que por tan poca cosa pierdes a ti y a tu parentela; y (hablando contigo la verdad) a mí pésame de verte perdido, pero mucho más me pesa en tan poca agua verte anegado. Quando los hombres son generosos y tienen los pensamientos muy altos, conforme a sus estados han de tomar los enemigos. Quiero dezir que, quando un noble se aventurare de poner en riesgo a su persona y hazienda, dévelo hazer sobre cosa de gran importancia, que al fin al fin más infame es el que vence a un labrador que no el que es vencido de un cavallero. ¡Quán varia es fortuna, y en quán poco espacio acontece una desdicha! En esto que agora quiero dezir, a mí condeno, a ti acuso, a los dioses me quexo, a los muertos cito y a los vivos llamo para que vean cómo delante los ojos traemos los males y no los conocemos; con las manos los palpamos y no los sentimos; so los pies los traemos y no los vemos; a la oreja nos hablan y no los oýmos; dannos muchas bozes y no los entendemos; cada día nos avisan y no los creemos; finalmente entonces sentimos el peligro quando ya nuestro mal no lleva remedio.

No se descuyden los hombres en pensar que en las cosas baxas no aya peligros, ca, según nos muestra la experiencia, con muy pequeño ayre se derrueca la fruta, con pequeña centella se abrasa una montaña, en pequeña roca se hiende una nao, en pequeña piedra tropieça el pie, con pequeño anzuelo se toma gran pez, de muy pequeña herida muere una gran persona. Por esto que he dicho quiero dezir que es tan frágil nuestra vida y es tan absoluta la fortuna, que por aquella parte por la qual estávamos sin recelo, por allí nos vino todo el peligro. Dezía Séneca, escriviendo a su madre Albina, [809] la qual estava desterrada de Roma: «Tú, madre mía Albina, eres mi madre, y yo soy tu hijo; tú eres anciana, y yo aún no soy viejo; pero jamás creý a la fortuna aunque dezía querer comigo fazer paz o tregua. (Y dezía más.) Todo lo que en mí la fortuna depositava, assí de sus riquezas como prosperidades, yo ge lo guardava en tal lugar que a qualquiera hora de la noche pudiesse ella llevarlo sin que a mí me quitasse el sueño, por manera que si lo llevava de las arcas, a lo menos no me lo sacava de las entrañas.» Por cierto las palabras fueron ponderosas y como de tal varón dichas. El Emperador Adriano, mi señor, traýa un anillo de oro en el dedo, el qual dezía aver sido del buen Drusio Germánico, y dezían las letras del anillo: «Illis gravis est fortuna, quibus est repentina.» Que quiere dezir: «Para solos aquéllos es grave la fortuna, los quales viven sin sospecha della.» Veo yo por experiencia que en la fístola cerrada y no abierta pone el çurujano el peligro; en los baxos profundos, y no en las olas altas, se teme el piloto; de la celada secreta, más que no de la batalla pública, se reguarda el buen guerrero. Quiero dezir que el ombre cuerdo se deve guardar no de los estraños, sino de los suyos; no de los enemigos, sino de los amigos; no de la guerra cruda, sino de la paz fingida; no del daño público, sino del oculto peligro.

¡O!, quántos emos visto que en los desastrados casos de la fortuna la fortuna no los pudo derrocar, y después tomándolos descuydados les hizo caer. Pregunto agora yo: ¿qué quietud puede tener la persona, ni quién se fiará jamás de la próspera fortuna, pues por una cosa tan liviana vimos un tan gran ruydo en Capua y tanta perdición en tu casa y persona? Si nosotros conociéssemos a la fortuna, no terníamos tanta querella della, que (hablando la verdad) como ella es toda para todos y a todos querría tener contentos, aunque al fin a todos trae burlados, todos sus bienes nos da a muestra y nosotros tomámoslos por erencia; dánoslos emprestados y tomámoslos por perpetuos; dánoslos de burla y tomámoslos de veras; y al fin al fin como ella es burladora y de nosotros se anda burlando, pensamos que nos da lo ageno y tomános lo nuestro proprio. Hágote saber que conociendo lo que conozco de la fortuna, ya no quiero temer a los ventisqueros de sus trabajos, [810] ni me espantan sus rayos ni truenos; ni creeré a la serenidad de sus plazeres, ni fiaré de sus dulces halagos; ni haré cuenta de sus amigos, ni me allegaré a sus enemigos; ni tomaré plazer por lo que me da, ni tomaré pesar por lo que me quita; ni velaré porque me diga verdad, ni me desvelaré porque me diga mentira; finalmente ni reyré porque me quiera, ni lloraré porque me despida. Quiérote agora dezir, amigo Domicio, una cosa muy alta, y ruégote mucho la encomiendes a la memoria. Es nuestra vida tan dubia y es la fortuna tan repentina, que ni siempre hiriendo amenaza, ni siempre amenazando hiere. El hombre que presume de cuerdo y en todas las cosas quiere estar proveýdo, ni ande con tanta çoçobra, que piense a cada baybén caer; ni viva tan descuydado, que no piense aun en lo muy llano trompeçar; porque la falsa fortuna muchas vezes frecha y no hiere, y otras vezes hiere y no frecha.

Pues tengo más edad que tú en los años, y tengo más experiencia de los negocios, si notaste lo que te he dicho, acuérdate bien de lo que te quiero dezir, y es que aquella parte de la vida es más peligrosa la qual el mucho descuydo la haze segura. ¿Quieres que te muestre por exemplo todo lo que te he dicho por palabra? Mira a Hércules el tebano, el qual escapó de tantos peligros por mar y por tierra, y después vino a morir a manos de una su amiga. Laomedón, gran capitán de los griegos, no peligró en diez años que tuvo guerra con Troya, y matáronle después la noche que entró en su casa. El invencible Alexandro Magno no murió en toda la conquista de Asia y de la gran India, y matáronle después con un poco de ponçoña en Babilonia. El gran Pompeyo no murió en la conquista de su enemigo, y después matóle su amigo Ptolomeo. El animoso Julio César en cincuenta y dos batallas no pudo ser vencido, y matáronle después con veynte y tres puñaladas en el Senado. Aníbal, monstruoso capitán que fue de los cartaginenses, la vida que no le pudieron quitar en diez y siete años los romanos, él mismo después se la quitó por no venir a manos de sus enemigos. Asclipio, medio hermano que fue del gran Pompeyo, no peligró en veynte años que anduvo por la mar cossario, y después se ahogó sacando agua de un pozo. [811] Diez capitanes muy escogidos que tuvo Scipión en la conquista de África, burlando en una puente cayeron y allí todos se ahogaron. Bíbulo el bueno, yendo triumphando en el carro por Roma, cayó una teja que le hendió la cabeça, de manera que aquella gloria vana fue fin de su vida buena. ¿Qué más quieres que te diga, sino que a Lucía, mi hermana, teniendo una aguja en los pechos y un hijo en los braços, como el niño burlando diesse una puñada a la madre, por aquella parte acertó entrar el aguja por do sacó a la madre el alma? Gneo Ruphino, varón que fue doctíssimo y aun pariente mío, peynándose un día sus canas, metióse una brizna por la cabeça, de la qual se le fizo una mortal postema, y assí dende a poco uvo fin su vida, aunque no su doctrina y memoria.

¿Qué te paresce, Domicio? Por los immortales dioses te juro que, como te he contado estos pocos, pudiera dezir de otros infinitos. ¡Qué infortunio después de tanta fortuna, qué ignominia después de tanta gloria! ¡Qué peligro después de tanta seguridad! ¡Qué desdicha después de tanta dicha! ¡Qué triste noche después de tan claro día! ¡Qué rescebimiento tan malo después de camino tan prolixo! ¡Qué sentencia tan cruda después de pleyto tan porfiado! ¡O, qué mal descante de muerte después de tan buen principio de vida! Yo siendo ellos no sé qué me querría, pero ellos siendo yo, antes eligiría trabajosa vida y honrosa muerte que no infame muerte y honrosa vida. El hombre que quiere le tengan por hombre, y no que le noten de animal bruto, deve dessear y trabajar mucho por bien vivir y muy mucho más por mejor morir. Porque al fin al fin la muerte mala pone duda en la vida buena y la muerte buena es escusa de la vida mala.

Ya te escreví en el principio de la carta cómo me maltratava la gota. Dígolo porque quisiera mucho escrevirte más largo, y aun la letra que fuera de mi propria mano. Dos días ha que pelean entre sí el amor que te tengo y el dolor que me tiene: mi voluntad te dessea escrevir y mis pulgares no pueden la péñola tomar. El remedio desto es que, pues yo no puedo lo que quiero como tuyo, quieras tú lo que yo puedo como mío. No digo en esto más, sino que me han dicho que hazes aý en Rodas una casa; embíote quatro mil sextercios [812] para ayuda della. Mi Faustina te saluda, y con mis males no anda sana. Hannos dicho que se te parece la ferida; aý te embío un peso de bálsamo de Palestina: cúrate con ello la cara y no se parecerán los puntos della. Si hallares almendras verdes, y nuezes ya quajadas, y nochizos de campo, Faustina te ruega se los embíes a otro camino. Para ti te embío una ropa, y para tu muger, una saya. Concluyo en que ruego a los immortales dioses te den lo que yo desseo para ti y a mí den lo que desseas para mí. Aunque por mano ajena te escrivo, de todo mi coraçón te amo. [813]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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