La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXIII
Do el auctor prosigue su intento, y con maravilloso artificio compara la miseria de los hombres con la libertad de los animales.


Con mucha atención devemos considerar que ningún animal silvestre ni doméstico tarda tanto tiempo en se formar, y perfecionar, y nacer como es el mísero hombre, el qual de sangre menstruada y de una ascorosa materia a manera de embrión es formado, y en las entrañas de su madre está nueve meses ascondido. Qué cosa es ver a una yegua en el tiempo que está preñada, la qual si es menester anda, acarrea, muele, ara, corre, pelea y haze todo exercicio de agricultura, por manera que para tanto es quando está preñada como quando está libre y senzilla. Lo contrario acontesce en una princesa y gran señora, la qual en el tiempo de su preñado cánsase de andar, enójase de estar echada, arrójase por los estrados, come muy poco, reviessa lo que ha comido, aborrece lo que es provechoso, tiene antojo de lo que le haze daño; finalmente una muger preñada de ninguna cosa se contenta y consigo misma está dessabrida.

¿Pues es verdad que, si somos cargosos, enojosos y penosos a nuestras madres en el tiempo del preñado, que les somos seguros en la hora del parto no por poco peligro? ¡O!, infame condición humana, en la qual los animales, si nacen, nacen sin matar a sus madres; mas los míseros hombres antes que se vean nascidos son enojosos y penosos, y al tiempo del nacer son a sí y a sus madres peligrosos, lo qual parece muy claro en que el aparejo que haze un hombre que se quiere morir, aquél es obligada a hazer una muger quando quiere parir. [798]

Ítem es de considerar que un animal, aunque no tenga sino dos pies, como son las aves, sabe andar, y se sabe mover, y puede correr; mas el hombre quando nace, ni sabe andar, ni se sabe mover, y muy menos puede ni sabe correr, por manera que más es un papagayo que carece de manos, que no el hombre que tiene pies y manos. Lo que se haze con un niño en la infancia no es sino un presagio de lo que ha de padecer en el progresso de la vida, es a saber: que assí como al malhechor no se contentan de llevarlo preso, sino que le tienen con esposas y cepo aherrojado, assí al mísero del hombre quando entra en la cárcel desta vida, luego le atan pies y manos en la cuna, por manera que el innocente infante primero es atado y faxado de la partera, que no abraçado ni amamantado de la madre.

Ítem es de notar que un animal a la hora que nace, aunque no sabe quién es el padre que le engendró, a lo menos conoce a la madre que le parió; y paresce esto muy claro en que, si la madre tiene leche, luego el hijo se le cuelga de sus tetas, y si por caso no tiene leche, vase en pos de sus pisadas o métese debaxo de sus alas. No es assí del mísero hombre, sino que el día que nace ni conoce al Criador que le crió, ni al padre que le engendró, ni a la madre que le parió, ni a la partera que le rescibió; ni sabe ver con los ojos, ni sabe oýr con los oýdos, ni sabe distinguir con el gusto, ni sabe qué cosa es tacto, ni sabe aprovecharse del odorato; sino que, pertenesciéndole a él el señorío sobre todas las cosas criadas, le vemos nacer el más inábil de todas las bestias.

Ítem es de considerar que un animal, por pequeño que sea, sabe buscar los pechos de su madre para mamar, o busca los campos para pacer, o escarva los muladares para comer, o vase a las fuentes y ríos para bever. Y esto no lo deprende por discurso de tiempo que otro animal se lo aya enseñado, sino que, luego que es nacido, luego sabe lo que le es necessario. No nació con tanto bien el mísero hombre, el qual ni sabe comer, ni sabe bever, ni sabe andar, ni se sabe vestir, ni sabe pedir, ni sabe quexar; y (lo que más es) aún apenas sabe ni quiere mamar; porque muchas vezes querrían las madres dar a sus hijos si pudiessen la sangre de sus entrañas y no pueden [799] con ellos aun que tomen la leche de sus pechos. ¡O!, gran miseria de la naturaleza umana, en que los brutos animales luego que nacen saben conocer, y se dan a buscar, y tienen instinto en elegir lo que les está bien para buscar su bestial vida, y el mísero hombre no sólo no lo sabe buscar, mas aun ofreciéndoselo no lo sabe conocer.

Ítem es de notar que naturaleza a todos los animales dio vestidura con que se amparassen del enojoso verano y se defendiessen del erizado invierno, lo qual parece ser verdad en que a las ovejas dio lana; a las aves dio plumas; a los puercos, espinas; a los cavallos, pelos; a los ossos, vello; a los peces, escamas; y a las tortugas, conchas; finalmente digo que ningún animal tiene necessidad de hazer con sus manos alguna vestidura, y mucho menos tiene necessidad de pedirla a otro animal emprestada. De todo esto fue privado el mísero hombre, el qual nace desnudo y muere desnudo, sin llevar consigo ni traer consigo ni solo un vestido, y, si quiere en el progresso de la vida usar de alguna vestidura, a los animales ha de pedir el cuero y la lana, y él ha de poner el trabajo y la industria. Querría yo preguntar a los príncipes y grandes señores si quando nacen, si traen consigo algunos vestidos, y si quando mueren, si llevan consigo algunos thesoros. A esto se responde que no, por cierto, sino que de una manera mueren y nacen, y nacen y mueren, assí los ricos como los pobres y los pobres como los ricos; porque, dado caso que en esta vida la fortuna haze diferencia de los unos a los otros en los estados, nuestra naturaleza al tiempo del nascer y morir nos iguala a todos.

Es también de considerar que si a los animales proveyó naturaleza del vestir, también les quitó el cuydado de lo que avían de comer, y está esto muy claro en que ningún animal para sí solo aró, ni cavó, ni podó, ni sembró; sino que se contentan y passan su vida unos con mosquitos del ayre, otros con granos de los caminos, otros con yervas de los campos, otros con hormigas de la tierra, otros con ovas del agua, otros con huessos de los muladares, y otros con raýzes de las plantas, y otros con frutas caýdas; finalmente digo que tan sin cuydado se acuestan todos los animales a dormir como si otro día no [800] tuviessen necessidad de comer. ¡O!, quánta merced hiziera Dios al mísero hombre si le quitara el trabajo de se vestir y el cuydado de buscar de comer; mas ¿qué hará el mísero hombre, que primero que coma ha de barbechar, ha de arar, ha de sembrar, ha de regar, ha de segar, ha de trillar, ha de alimpiar, ha de moler, ha de cerner, ha de amassar y ha de cozer, lo qual todo no se puede proveer sino con cuydado del espíritu, y no se puede hazer sino con el sudor proprio? Y, si por caso en este caso se aprovechare alguno de los sudores agenos, a lo menos comerá de sus pecados proprios.

En otra cosa nos exceden los animales, y es que las yervas, o las hojas, o las flores, o la paja, o la cevada, o el pan, o la carne, o la fruta que comen, o el agua que beven, ni toman trabajo porque esté sazonado, ni toman pesar porque esté dessabrido; finalmente tales quales naturaleza las quiso criar, sin más los guisar ni mejorar ellos son contentos de los comer. Ninguna cosa perderían los hombres si en este caso se conformassen con los animales, mas ¡ay, dolor! que ay muchos viciosos y glotones, a los quales ni falta para vestir y aún les sobra para se mantener; y, no contentos con esto, son tan glotones en comer de muchas cosas y son tan epicúreos en comer cosas diferenciadas, que a las vezes les cuestan más enojos el adereçarlo que no les costó trabajos ni dineros el allegarlo.

Ítem es de saber que los animales, quando nacen, nacen con conocimiento de lo que les está bien y de lo que les está mal, y vémoslo esto en que el cordero huye del lobo, el gato huye del perro, el ratón huye del gato y el pollo huye del milano, por manera que, en abriendo que abren los animales los ojos, luego conocen a los amigos que han de seguir y a los enemigos de que se han de guardar. Al mísero miserable del hombre de todo en todo le fue negado este tan eroyco privilegio; porque muchos bestiales hombres ha avido en el mundo los quales no sólo no alcançaron cosa de lo que les convenía saber quando nacieron, mas aun con la ignorancia y necedad que vivieron, con aquélla se murieron. ¡O!, tristes de nosotros todos los que en este mal mundo nacimos; porque ni sabemos lo que nos está mal, ni sabemos qué avemos de comer, ni sabemos de qué nos avemos de abstener, ni sabemos a [801] quién avemos de aborrecer, ni acertamos en los que emos de amar, ni sabemos de quién nos avemos de confiar, ni sabemos de quién nos avemos de guardar, ni sabemos qué es lo que emos de elegir, ni sabemos qué es lo que emos de desechar; finalmente digo que pensamos muchas vezes entrar por un vado seguro y después a tres passos damos con nosotros en el piélago.

Devemos assimismo considerar que a todos los animales, assí bravos como domésticos, dio naturaleza armas con que se defendiessen, y aun con que ofendiessen a sus enemigos. Lo qual parece ser verdad en que dio a los galápagos conchas; a las aves, alas; a los ciervos, pies ligeros; a los elefantes, trompas; a las serpientes, escamas y ponçoña; a las águilas, uñas; a los halcones, picos; a los leones, dientes; a los toros, cuernos; y a los ossos, fuerças; finalmente digo que dio a las raposas sagacidad para se saber asconder y dio a los peces alas para saber nadar. Dado caso que los míseros hombres tienen hartos enemigos, no más en esto que en todo lo otro fueron por cierto privilegiados, y lo que no sin lágrimas se puede dezir es que los animales que para el servicio del hombre fueron criados, dessos mismos animales son agora los hombres corridos. Y porque no parezca que hablamos de gracia, piense cada uno en sí qué es lo que passamos con los animales en esta vida, en que los leones nos espantan, los ossos nos despedaçan, los lobos nos roban, los perros nos muerden, los gatos nos arañan, las serpientes nos emponçoñan, los toros nos acuernan, las aves nos desobedecen, los ratones nos importunan y las arañas nos enojan; y (lo que más es de todo) que un mosquito nos chupa la sangre de día y una pulga nos quita el sueño de noche. ¡O!, pobre y muy pobre del mísero hombre, el qual para sustentar esta mísera vida todas las cosas que ha menester entre los animales las ha de mendigar, lo qual parece claro en que los animales le acarrean la leña, los animales le traen agua, los animales le llevan por los caminos, los animales le labran las viñas y los animales le cogen el pan; finalmente digo que si el hombre recibe algún bien, no tiene con qué pagarlo, y, si le hazen algún mal, no tiene más de la lengua con que vengarlo. [802]

Ítem es de notar que a un animal, aunque le carguen de palos, le abran a açotes, le lleven caminos aspéros, le quiten los mantenimientos y se le mueran los fijos; por ninguna de todas estas cosas le sentimos entristecer y mucho menos llorar; y, ya que quisiesse llorar, él por cierto no lo sabría hazer, porque los animales en poco tienen nacer y en mucho menos morir. No es assí de los mezquinos hombres, los quales no saben sino llorar la ingratitud de sus amigos, llorar la persecución de sus enemigos, llorar la muerte de sus hijos, llorar la falta que tienen de bastimentos, llorar casos que les suceden muy desastrados, llorar los testimonios que les levantan falsos, llorar mil tristezas que se les assientan en sus pensamientos; finalmente digo que muchas vezes la mayor consolación que los hombres tienen en esta vida es hazer a sus ojos unos arroyos de agua. Preguntemos a los príncipes y grandes señores qué oficio saben el día que nacen, es a saber: si saben hablar como oradores, si saben caminar como correos, si saben governar como reyes, si saben pelear como cavalleros, si saben arar como labradores, si saben labrar como plateros o si saben enseñar como maestros. Respondernos han aquellos niños que no sólo todo esto que les preguntamos ignoran, mas aun no saben dezir que no lo saben. Tornémosles a preguntar qué es lo que saben ellos, pues no saben cosa de las que les preguntamos nosotros. Respondernos han que ninguna otra cosa saben hazer si no es en naciendo hartarse de llorar. Huelguen y tomen plazer todos los que navegan por este mar tan peligroso, y duerman a buen sueño si les parece que el viento de la adversidad está bien asossegado; que, si yo no me engaño y algo deste mundo conozco, a los que vimos al punto de su nacimiento embarcar llorando, dudo que tomen tierra en la sepultura riendo. ¡O!, infelice vida (y dígole yo muerte) aquélla que los mortales tienen por vida, en la qual todas las sciencias, todas las artes y todos los oficios tenemos necessidad de consumir largos tiempos en aprenderlos, y al fin más es lo que dexamos que no lo que aprendemos; y, de lo que aprendemos, lo más dello olvidamos: sólo el oficio de llorar ninguno le ha menester aprender; porque nacimos llorando y vivimos, y hasta agora ninguno emos visto morir riendo. [803]

Ítem es de notar que los animales con las inclinaciones que nacen, con ellas viven y mueren, es a saber: que el lobo sigue las ovejas y no a las abejas; el galgo sigue a las liebres y no a los ratones; y la araña sigue a las moscas y no a los páxaros; el açor sigue a los páxaros y no a los peces; finalmente digo que un animal, si le dexan en paz buscar de comer, en ninguna otra cosa le verán desmandar. Lo contrario desto acontesce en los hombres, los quales aunque su naturaleza los crió flacos, no es intención del Criador que sean maliciosos; mas ¡ay, dolor! que ellos, como no huyen de la flaqueza y se abraçan con la malicia, la presunción que han de tener de ser buenos tornan en sobervia; el desseo que han de tener de la innocencia tornan en embidia; la furia que han de tomar contra la malicia tornan en yra; la largueza que han de tener con los buenos tornan en avaricia; la necessidad que tienen de comer tornan en gula; la vigilancia que han de tener sobre su ánima tornan en pereza; finalmente digo que los animales, quantas más fuerças tienen, tanto más sirven, y los hombres, quantas más gracias tienen, menos con ellas valen. Considerada la innocencia del animal bruto y la malicia del hombre malicioso, sin comparación es menos mala la compañía de los animales que no la conversación de los hombres; porque al fin al fin si tratáys a un animal, no ay más de una cosa de que dél os ayáys de guardar, mas si tratáys con un hombre apenas ay una cosa en que dél os podáys fiar.

Ítem es de notar que jamás se vio ni se leyó de algún animal en esta vida el qual tuviesse cuydado de su sepultura, sino que después de muertos a unos despedaçan los leones, a otros desmiembran los ossos, a otros roen los perros, otros quedan por essos campos, otros comen los ombres, otros pican las hormigas, de otros se hartan las aves; finalmente las entrañas de los unos son sepulcros de los otros. No es assí del mísero hombre, el qual consume no poco de su hazienda en hazer para sí sepultura, y esto es una de las cosas más vanas que ay en esta mísera vida; porque no puede ser otra mayor vanidad (ni aun liviandad) que preciarse el hombre de sepultura hermosa y darse poco de tener la vida suzia. Yo juraré [804] que juren oy todos los muertos se les da muy poco estén sus cuerpos sepultados en los mares profundos, o en los muladares suzios, o los ayan comido animales bravos, o se ayan quedado en los campos insepultados, con tal condición que sus ánimas estén colocadas en los celestiales coros. Hablando a ley de christiano, osaría yo dezir que muy poco aprovecha estén los cuerpos entre piedras labradas, y por otra parte estén las tristes ánimas ardiendo en las llamas vivas. ¡O!, míseros de nosotros, ¿por ventura no tenemos hartas cosas en esta vida que buscar, que procurar, que trabajar, que sudar, que cumplir, que suspirar y aun que llorar, sin que tomemos congoxa de saber a dó nos hemos de sepultar? Ay hombres tan infieles y tan vanos, que se les da muy poco que a cada uno dellos condenen la vida por mala con tal que loen a su sepultura de rica. Con los que son vivos hablo, y de los que son muertos digo, que si oy les diessen licencia para tornar a este mundo, que ellos se ocupassen más en emendar sus excessos y pecados que no en reparar sus sepulcros aunque los hallassen caýdos. No sé en este caso más que dezir, sino que acordarse los hombres que han de morir digo que es cordura, mas hazer gran cuenta del enterramiento digo ser notable locura. [805]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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