La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XLIV
De cómo fueron algunos truhanes en los tiempos antiguos castigados, y de los juglares y truhanes de nuestros tiempos.


Julio Capitolino, en el libro De moribus antiquorum, dize que antiguamente los truhanes y juglares fueron en muy gran precio tenidos, y no les neguemos que no tenían razón, pues con ellos honravan a sus dioses, tomavan sus plazeres, regozijavan sus fiestas; eran hombres agudos, eran muy graciosos, eran honestos y no importunos ni cobdiciosos; porque ninguna gracia ni sazón puede tener la burla si luego se ha de echar mano a la bolsa para pagarla. Hallámosla acotada, pero no la hallamos entera una solemne oración que hizo Cicerón en el Senado increpando mucho a los senadores y a todo el pueblo porque, haziendo un truhán unas representaciones, uvo cierto bullicio; y este truhán se llamava Roscio, el qual fue en Roma tan estimado, a que de mejor gana oýan los romanos lo que Roscio dezía de burla que no lo que Cicerón dezía de veras. No pocas vezes contendían entre sí este juglar Roscio y Tullio sobre quál dellos era de más alto ingenio, es a saber: Roscio en representar una cosa con diversos gestos, o Tullio en dezir una misma sentencia por diversas palabras. Quando leý en Julio Capitolino lo que se ha dicho, no dexaré de confessar mi innocencia, en que a la sazón me tomó no poca risa, de ver que Roscio, siendo príncipe de la locura, se ponía a competir con Tullio, que era padre de la eloqüencia.

Como todas las cosas muy poco permanezcan en un ser, sino que de un día a otro las veamos mudar, peresció entre [865] los romanos la policía de la república, la disciplina de la guerra, la criança de los hijos, el exercicio de los mancebos y la honestidad de los histriones y truhanes; los quales vinieron a ser tan absolutos y tan dissolutos, que muchas vezes fueron ocasión de levantar en los pueblos grandes escándalos. Visto por los romanos que los truhanes que los solían servir con plazeres les davan ya pesares; y que, mandándoles residir en sus oficios, se tornavan vagabundos; y que, tratándolos como a cuerdos, vivían de chocarreros; y que, no contentos con lo que les davan del erario, andavan cohechando a cada uno; determinaron entre sí todos los de Roma que a todos los truhanes y juglares alançassen de la república. Sobre este alançar a los juglares de Roma uvo muchas variedades en ella, porque los príncipes bien disciplinados luego los alançavan, y los príncipes dissolutos luego los tornavan; de manera que una de las señales que tenían en Roma para conocer a un príncipe virtuoso o vicioso era ver si substentava a los truhanes en el pueblo.

Plutharco en su Apothémata dize que los lacedemonios jamás en su república consentieron truhanes ni juglares; y, preguntado un lacedemonio por un embaxador ródano qué fuesse la ocasión de hazer aquella ley, pues los juglares davan plazer con lo que representavan y los truhanes hazían reýr con lo que dezían, respondió: «Algún gran daño oyó, o vio, o leyó Ligurgo que devían hazer los truhanes en la república, pues contra ellos hizo esta ley tan estrecha; pero lo que yo sé es que muy mejor nos hallamos los griegos de llorar con los sabios que no se hallaron los romanos de reýr con los locos.» Dión en la Vida de Trajano cuenta que vino a Roma un juglar de las partes de África que era cosa monstruosa ver lo que representava, y cosa de admiración oýr lo que dezía; y, como rogassen al buen Emperador Trajano que fuesse servido de le oýr, respondió: «No conviene a la auctoridad del príncipe grave y virtuoso que en su presencia se haga ningún acto liviano; porque en tal caso no menos será él notado de liviano que el otro acusado de loco. (E dixo más.) Delante de los príncipes ninguno ha de ser osado dezir palabras desonestas, ni hazer representaciones livianas; y en tal caso tanta pena [866] merescen los que los traen como los que las representan; porque a los príncipes nunca les han de poner delante cosas que los combiden a los vicios, sino con que los despierten a ser virtuosos.» Palabras fueron éstas dignas por cierto de tal varón.

Cuenta Suetonio Tranquilo en la Vida de Augusto que avía en Roma un truhán assaz ingenioso y gracioso. Llamávase Estephanio, y fue el caso que un día de fiesta, queriendo al Emperador hazer servicio a fin que de aquel servicio se le siguiesse algún provecho, fuesse a palacio en hábito de muchacho, y tornó otra vez en vestiduras de matrona romana, y contrahazía tan al natural cada cosa, que no parescía ser él que assí lo representava, sino ser la misma cosa que representava. Mucho se enojó el Emperador Augusto de lo que este truhán avía hecho, y mandó que luego le açotassen en tres teatros. Y, como se quexase que a los vagabundos açotavan una vez y a él mandavan açotar tres, respondió Augusto: «La una vez le açotan por la injuria que hizo a la matrona que representava; la segunda vez le açotan por el desacato que tuvo en osar delante mí representarlo; la tercera vez le açotan por el tiempo que hizo perder a los que lo miravan; porque los truhanes y juglares no merescen tanta culpa por las burlas y juegos que hazen, quanto por el tiempo que ellos y los otros en ellas pierden.» Por cierto el castigo que se dio a aquel truhán fue justo, y las palabras que el buen Augusto dixo fueron justíssimas.

Otro truhán uvo en tiempo del mismo Augusto que avía nombre Pilas, y como el Emperador tenía de Roma desterrados a todos los truhanes, era este Pilas tan gracioso y tan regozijado, que con mucha instancia rogaron al Emperador le alçasse el destierro, el qual ruego no hizieran si desterraran algún filósofo; porque los hombres vanos y livianos antes emplearán quanto tienen por uno que les dize una locura que no por el que les enseña y corrige la vida. Condescendió el Emperador Augusto a lo que le rogava el pueblo, y esto con condición que a Pilas, aquel truhán, le diessen un ayo el qual le pudiesse corregir y castigar como a loco, diziendo que, pues los sabios tomavan a los locos por maestros, él quería también que los locos tuviessen por maestros a los sabios. Fue [867] el caso que, como un día el que tenía cargo del truhán Pilas le riñese por cierta liviandad que avía hecho, o por alguna deshonestidad que avía dicho, enojóse y ayróse el Pilas contra aquél que se lo avía dicho; lo qual sabido por el Emperador, mandóle açotar y para siempre desterrar. Quando Augusto dio esta sentencia, dizen que dixo esta palabra: «Ha sido Roma poderosa a dar fin de sus enemigos y no ha de ser en acabar a los truhanes y locos; y (lo que es peor de todo) que tienen ellos ánimo para nos lastimar y no hemos nosotros de ser osados de los reprehender.»

Mucha razón tuvieron los lacedemonios y los romanos en alimpiar a sus repúblicas de truhanes y juglares; porque éstos son ociosos, viciosos, desonestos y maliciosos, y para la república no poco dañosos. ¿Por ventura no son los truhanes ombres ociosos, pues ellos más que otros comen siempre de sudores ajenos? ¿Por ventura no los podremos llamar viciosos, pues no pueden exercitar sus oficios sino exercitándose en los vicios y tratando con hombres viciosos? ¿Por ventura no se llamarán los truhanes hombres deshonestos, pues no ganan de comer por hazer obras buenas, sino por dezir palabras deshonestas? ¿Por ventura no los llamaremos maliciosos, pues es común costumbre entre los truhanes de que les faltan las gracias acogerse a dezir malicias? ¿Por ventura no diremos, y con mucha razón, que son inútiles y desaprovechados para la república, pues en pago de avernos tornado locos nos llevan nuestros dineros?

Ha venido el mundo a tanta demencia y corrupción, que assí como los hombres graves y cuerdos tienen por afrenta hablar con hombres inquietos y vanos, assí los señores de estado tienen por grandeza tener en su casa a un truhán chocarrero. Si parasse en esto el negocio, aún podríase dissimular; pero ¿qué diremos?, que a las vezes son los señores tan vanos y los truhanes tan agudos, que más cuydado tienen los señores de los contentar que no ellos de a sus señores servir. Acontesce lo que no devría acontescer, y es que en casa de un señor manda más un loco a cabo de un año que ninguno de los que están en casa, aunque sea criado antiguo, por manera que son más aceptas las locuras de uno que los servicios de todos. [868] Vergüença es de lo dezir, y no menos de lo escrivir, que son tan vanos los hijos de vanidad, que assí grangean y sobornan a un truhán para que delante el príncipe les sea propicio, como si fuesse un Cicerón para que orasse por él en el Senado. Torpedad es de ingenio, poquedad de persona, baxeza de coraçón y menosprecio de la fama querer ninguno por manos de locos negociar alguna cosa; porque no le deve sobrar mucha cordura al que en el favor de un truhán pone su esperança.

¿Qué me queda que dezir después de aver dicho esto que quiero dezir? Y es que sólo porque diga un truhán en público «Ha la gala de Fulano. ¡Viva!, ¡viva su generosa persona!», sin más ni más le dan un sayón de seda; y, partidos de allí, si entran en una iglesia, no darán al pobre una blanca. ¡O, qué descuydo de príncipes!, ¡o, qué vanidad de señores, que sobre a los truhanes y falte a los pobres, que aya para el mundo y no para Christo, den a los que piden por amor de su amiga y no den a los que piden por su ánima!; lo qual no devía de ser assí; porque el cavallero que es christiano y no mundano más ha de querer que le abonen los pobres en la muerte que no le alaben los truhanes en la vida. ¿Qué aprovecha para el ánima (ni aun para el cuerpo) que te loen los truhanes por el sayón que les diste y te acusen los pobres por el pan que les negaste? ¿Por ventura aprovecharte ha tanto en que vaya un truhán delante el príncipe vestido de una librea nueva, quanto te dañará el pobre delante de Dios al qual negaste una camisa vieja? Amonesto, exorto y requiero en Jesú Crucificado a todos los cavalleros christianos, miren mucho lo que gastan y con quién lo gastan; lo que dan y a quién lo dan; lo que niegan y a quién lo niegan; porque acerca de los buenos príncipes más aceptas han de ser las necessidades de los pobres que no las gracias de los truhanes. Dad como quisiéredes y repartid como mandáredes, que el día de la muerte quanto reýstes con los truhanes por lo que les distes, tanto lloraréys con los pobres por lo que les negastes. Para aquella hora postrera, grave pena le será al que muere ver de una parte las carnes de los huérfanos desnudas y de la otra parte ver a los truhanes cargados de sus ropas. [869]

De una cosa estoy espantado, y es que indiferentemente cada uno se puede tornar loco sin que le vaya ninguno a la mano, y (lo que es peor de todo) que si una vez se torna uno loco o chocarrero, no abasta después todo el mundo para hazerle tornar a tener seso. A la verdad el tal, aunque no tiene razón, a lo menos tiene ocasión, pues gana él mejor de comer holgando que otros arando y cosiendo. Descuydo es de los que goviernan y improvidencia de la república que un mancebo sano y agudo, dispuesto, rezio y esforçado, no más de porque dize torpedades y chocarrerías y lisonjas, y se anda de casa en casa y de mesa en mesa perdiendo tiempo, luego digan todos que es el más sabroso loquillo del mundo. Otro mal ay en este caso, y es que la misma desgracia no es tan desgraciada a las vezes como ellos, y -ora sean sabrosos, ora sean dessabridos- al cabo todos se quedan en la república por locos. ¿Qué igual locura puede ser la suya con la liviandad de nosotros, pues no menos les pagamos por fríos y desgraciados que por graciosos y sabrosos? ¿No consentían los romanos en sus repúblicas a juglares graciosos y consentimos los christianos en nuestras casas a truhanes fríos? Averiguado está que más peca el que peca con una fea que no con una hermosa, y el que se emborracha con mal vino que no con bueno; y por semejante de mayor culpa son dignos los que pierden tiempo con juglares fríos que con juglares graciosos; porque con un hombre gracioso súfrese tener un poco de passatiempo. [870]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 43 / Capítulo 45 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org