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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XLIII
Que los príncipes y grandes señores no deven ser amigos de juglares y truhanes, y de las leyes que los romanos en este caso tenían hechas.


Ligurgo, Prometeo, Solón y Numa Pompilio, famosos inventores y dadores que fueron de leyes, una de las cosas en que mostraron la sotileza de sus juyzios y el zelo que tenían a sus pueblos fue en ordenarles tales leyes, que les enseñassen no sólo lo que avían de hazer, mas aun de lo que se avían de guardar; porque los expertos y grandes médicos más mérito tienen en preservarnos a que no enfermemos, que no en sanarnos después que enfermamos. Plutarco en su Apotémata nunca acaba de engrandescer a los lacedemones, diziendo que en el tiempo que guardaron sus leyes fueron los más estimados entre los griegos, y después que las quebrantaron fueron los más viles vassallos que tenían los romanos. No consiste la felicidad o infelicidad de los reynos en tener buenas o malas leyes, sino en tener buenos o malos príncipes; porque muy poco nos aprovecha la ley justa si tenemos al rey injusto. Sexto Cheronense en la Vida de Nerva dize que, teniendo guerra los romanos y los griegos, como los embaxadores de ambas naciones competiessen en Rodas sobre quál dellos atraería a los ródanos para que fuessen sus amigos y les diessen favor contra sus enemigos, dixo el enbaxador griego al embaxador romano: «No os avéys de igualar los romanos con los griegos, pues es verdad que dende Roma fuistes por leyes a Grecia.» Respondió el embaxador romano: «Yo te confiesso que dende Roma embiamos por leyes a Grecia, pero no me negarás que dende Grecia truxistes los vicios a Roma; y dígote [860] de verdad que sin comparación nos dañaron más vuestros vicios que nos aprovecharon vuestras leyes.»

Plutarco en una epístola que escrive a Trajano dize estas palabras:

«Escrívesme, Sereníssimo Príncipe, que te has ocupado en ordenar unas leyes nuevas. Más quisiera que te ocuparas en guardar y hazer guardar las leyes antiguas; porque muy poco aprovecha estar el archivo lleno de buenas leyes y que esté la república llena de malas costumbres. A muy pocos príncipes he visto que para hazer leyes no tengan abilidad y para guardarlas no sientan en ellos flaqueza. Y tenemos desto exemplo, ca Nero fue el que hizo mejores leyes en Roma y el que después fue de vida más corrupta; porque muchas vezes permiten los dioses que por manos de algunos hombres malos sean compellidos otros hombres a ser buenos. (Dize más Plutarco.) Si quieres, Sereníssimo Príncipe, fiar tu delicado juyzio de mi pobre consejo, yo te sumaré en muy breves palabras todas las leyes antiguas. Muy breves, muy pocas y muy suaves leyes te embiaré, y éstas no serán para que las pregones en Roma, sino para que las tengas en tu casa; porque si tú has hecho leyes para todos, yo las quiero hazer para ti.

La primera ley es que de tal manera seas guardado, a que no te puedan notar de algún notable vicio; porque si el príncipe es virtuoso, ninguno en su casa osará ser dissoluto.

La segunda ley es que ygualmente guardes justicia al que viene de lexos tierra como al que es muy propinquo a tu persona; porque a tus criados y privados más vale que les repartas de tu hazienda propria que no que les des la justicia ajena.

La tercera ley es que te precies de ser verdadero y que no te tomen en posessión de hablar largo; porque los príncipes que en sus palabras son inciertos y en sus promessas son sospechosos, desampararlos han los amigos y burlarán dellos los enemigos.

La quarta ley es que seas en las condiciones muy manso y en agradecer los servicios muy cuydadoso; porque a los [861] príncipes dessabridos y desgradecidos los dioses los castigan y los hombres los aborrecen.

La quinta ley es que huyas como de pestilencia tener cabe ti a truhanes y lisongeros; porque los tales con su mala vida perturbarán la república y con sus lisonjas escurescerán tu fama.

Si tú, serenísssimo príncipe, quisieres estas cinco leyes guardar, no ternás necessidad de más leyes hazer; porque no ay necessidad de otra ley en la república sino ver que el príncipe es de buena vida.»

Esto, pues, fue lo que Plutarco escrivió a Trajano, y que cada virtuoso deve tener en su coraçón escripto. He querido incidentalmente tocar esta hystoria no por más de aprovecharme de la última ley, do dize que los príncipes no admitan a su conversación lisonjeros ni truhanes, de los quales es razón digamos agora alguna palabra, pues ay muchos hombres que con éstos pierden el tiempo y gastan la hazienda.

En el tiempo que Roma estava muy corregida, dos oficios fueron muy aceptos a los romanos, es a saber: los gladiatores, que eran como hombres que torneavan y muchos dellos con las armas se matavan; y la causa de inventar este juego fue para que los mancebos y los hombres no expertos en la guerra viessen allí espadas sacadas, lanças agudas, desarmar ballestas, darse de cuchilladas, sangre derramada, fieras heridas y hombres muertos; porque desta manera perdían allí el miedo y para yr a la guerra cobravan grande ánimo. El hombre que ha passado un vado, aunque sea de noche se atreve a le passar; mas el que no le ha passado, aunque sea de día, no se atreve a entrar. Quiero dezir que eran muy cuerdos los romanos en mostrar a sus fijos los peligros antes que los metiessen en ellos; porque ésta es la diferencia que ay de un coraçón tímido a otro que es animoso: en que el uno huye de una rueca y el otro no se espanta de una espada. El segundo oficio acepto a los romanos era el de los histriones y pantomimos, que son los truhanes y los que juegan farsas. Éste inventaron ellos para regozijar y alegrar la gente, mayormente a la gente de guerra, a la qual mucho festejavan a la yda y mucho más a la [862] venida; porque de pensar los romanos que con tanta gloria avían de ser rescebidos, yvan con determinación de alcançar la victoria o de morir en la batalla. Los antiguos y verdaderos romanos tenían tanta vigilancia en la policía de sus pueblos, que si consentían truhanes y truhanerías, burlas y a los que burlavan, juegos y a los que jugavan; no era por sobra de vanidad, ni por falta de gravedad, sino que por apartar a los plebeyos a que no se aviciassen en hazer otros particulares juegos querían que todos los plazeres se tomassen juntos.

No sin causa dixe que en común se tomavan los plazeres, es a saber: que ningún romano podía en particular jugar juegos, hazer combites, representar farsas, ni hazer algunas fiestas más de lo que holgava la república, por manera que en Roma a solas trabajavan y juntos se holgavan. Pluguiesse al immenso Dios que tal y tan excelente costumbre romana se pasasse a nuestra christiana república; pero ¡ay, dolor! que ya indiferentemente ricos y pobres, y grandes y pequeños, juegan farsas y corren toros, hazen justas, ordenan combites, sacan divisas, festejan damas, gastan en banquetes, arman justas y inventan fiestas; las quales cosas todas redundan en daño de la república, en destrución de la hazienda y aun en corrupción de la persona; porque de los particulares passatiempos nacen en los hombres vicios proprios.

Servían también en Roma los juglares y truhanes para las grandes fiestas de los dioses, que como los romanos eran tan grandes cultores de sus dioses y tan cuydadosos de sus templos, todos los modos y maneras que podían hallar buscavan para festejarlos. Y de verdad ésta era permissión divina, porque, siendo como eran de burla aquellos dioses, querían que fuessen festejados por hombres burladores. Blondo, en el tercero libro De Roma triumphante, pone algo de lo que he dicho y lo más de lo que quiero dezir, es a saber: que los romanos no menos dieron leyes a los juglares que se andavan burlando por Roma, que a los capitanes que estavan peleando en la guerra; porque a los truhanes y juglares, si les dexavan exercitar oficios de burla, mandávanles que hiziessen las vidas de veras. Entre otras, éstas eran las leyes que tenían los romanos con sus histriones y truhanes: [863]

La primera ley era que mandavan que fuessen todos conocidos y examinados a ver si eran hombres prudentes y sabios; porque tanto quanto más eran los oficios livianos, tanto más querían que estuviessen en poder de hombres cuerdos.

La segunda ley era que los mandavan examinar a ver si eran ábiles y graciosos para exercitar sus oficios, y a la verdad también en esto como en lo otro tenían mucha razón; porque tan loco es como el mismo loco el que escucha a un truhán frío.

La tercera ley era que no se permitía en Roma a ningún truhán o juglar exercitar los tales oficios sin que supiessen otros oficios, por manera que solas las fiestas se ocupavan en burlar y dar plazer, y todos los otros días en sus proprias casas avían de trabajar.

La quarta ley era que ningún truhán o juglar so pena de grandes penas osasse en sus representaciones dezir algunas malicias, y de verdad esta ley para los truhanes y juglares era muy necessaria; porque muchas vezes los que se huelgan con sus liviandades son pocos y los que se quexan de sus malicias son muchos.

La quinta ley era que ningún truhán o juglar fuesse osado de hazer representaciones o dezir donayres en casas particulares, sino en lugares públicos; porque de otra manera los que las dezían se hazían ociosos y los que las oýan se tornavan viciosos.

No contentos los romanos de aver hecho estas leyes, ordenaron que los juglares y truhanes por ninguna representación que uviessen fecho, o por alguna gracia que uviessen dicho no fuessen osados de recebir ningún dinero; y, para evitar sus quexas y satisfazer a sus burlas, tassaron para cada lugar mil sextercios, y éstos que del erario público fuessen pagados. Mucho por cierto es de loar la providencia de los romanos en acordarse de dar manera de vivir a los truhanes y juglares, como la davan a los oficiales de Roma y a los capitanes de la guerra; y no menos en esto que en otra grave cosa mostravan ellos su prudencia, porque un governador de república más trabajo le es corregir a dos locos que governar a cien cuerdos. [864]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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