Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
La Filosofía de los pueblos orientales

§ 22

La Filosofía en el Egipto

En realidad de verdad, ni en el Egipto, ni en la Bactriana, la Persia y demás regiones en que dominó el mazdeísmo, existió la Filosofía en el sentido propio de la palabra. No se conoció allí la Filosofía como ciencia o investigación racional y sistemática de las cosas y de sus causas, ni hubo variedad de escuelas, ni siquiera fueron conocidas ni se cultivaron con separación las diferentes partes de la Filosofía especulativa. En las provincias del Irán, como en el Egipto, puede decirse que no hay más Filosofía que la Filosofía religiosa, las concepciones que sirven de base a la religión y al culto, y las consecuencias o aplicaciones que de ellas se desprenden.

De aquí la dificultad suma de separar la idea filosófica de la idea religiosa, dificultad que adquiere mayores proporciones, cuando esta idea reviste dos [75] formas muy diferentes y hasta contradictorias, como acontece precisamente en el Egipto, en donde la idea religiosa presenta la forma popular y grosera al lado de la forma esotérica y hierática.

Porque, en efecto, a juzgar por el testimonio de Herodoto y de Diodoro con otros varios autores, inclusos algunos escritores eclesiásticos; a juzgar por algunas inscripciones interpretadas por Champollion y otros egiptólogos, y a juzgar, sobre todo, por algunos pasajes de los libros herméticos, la primitiva y real concepción religiosa del país de los Faraones, entraña un teísmo espiritualista, bien que algo desvirtuado por desviaciones panteístas. «Es difícil al pensamiento, se dice en estos libros, concebir a Dios, y a la lengua hablar del mismo. No se puede describir con medios materiales una cosa inmaterial, y lo que es eterno, difícilmente puede aliarse con lo que está sujeto al tiempo... Lo que no puede ser conocido por los ojos y los sentidos, como los cuerpos visibles, puede expresarse por medio del lenguaje; lo que es incorpóreo, invisible, inmaterial, sin forma, no puede ser conocido por nuestros sentidos; comprendo, pues, ¡oh Thoth!, comprendo que Dios es inefable... no es limitado ni finito; no tiene color ni figura; es la bondad eterna e inmutable, el principio del Universo, la razón, la naturaleza, el acto, la necesidad, el número, la renovación: es más fuerte que toda fuerza, más excelente que toda excelencia, superior a todo elogio, y sólo debe ser adorado con adoración silenciosa. Está escondido, porque para existir no tiene necesidad de aparecer. El tiempo se manifiesta, pero la eternidad se oculta. Considera el orden del mundo; debe tener un [76] autor, un solo autor, porque en medio de cuerpos innumerables y de movimientos variados, se advierte un solo orden. Si hubieran existido muchos creadores, el más débil hubiera tenido envidia al más fuerte, y la discordia habría traído el caos. No hay más que un mundo, un sol, una luna, un Dios. Éste es la vida de todos, su origen, su poder, su luz, su inteligencia, su espíritu y su soplo. Todos existen en él, por él, bajo él, y fuera de él no hay nada, ni dios, ni ángel, ni demonio, ni substancia a; porque uno solo es Todo, y Todo no es más que uno».

En armonía con estos pasajes de los libros herméticos o sagrados de los egipcios, éstos suponían o afirmaban que el Dios supremo, o sea Amon-Ra, es anterior y superior a todas las cosas, y que éstas y toda existencia son emanaciones del mismo. «Permanece inmutable en su unidad, se dice en el famoso libro De mysteriis Aegytiorum, atribuido al neoplatónico Jámblico; es el primero, el mayor y la fuente de todas las cosas (major, et primus, et fons omnium); es el padre del primer Dios y el Dios de los dioses (pater est primi Dei... Deus deorum), el mismo que en su unidad primitiva y solitaria es anterior y superior a todo ente, es principio y padre de toda esencia, de toda existencia {14}, de toda inteligencia; y, finalmente, es el [77] inteligible primero, cuyo culto propio es el solo silencio: Intelligibile primum quod solo silentio colitur».

Aunque es muy posible que Jámblico, o quien quiera que sea el autor del tratado De mysteriis Aegyptiorum, haya desfigurado algún tanto la concepción teológica del Egipto bajo la influencia de sus propias ideas neoplatónicas, no cabe poner en duda el fondo monoteísta de aquella concepción. Esta concepción unitaria de la divinidad, resto seguramente y reminiscencia de la revelación primitiva, se conservó en la clase sacerdotal más o menos pura por espacio de bastantes siglos, siendo muy probable también que esta enseñanza constituía el fondo principal de los misterios egipcios y de la sabiduría de sus sacerdotes, tan preconizada y utilizada por los filósofos griegos, y principalmente por Pitágoras y Platón {15}. Empero, la costumbre de expresar por medio de símbolos determinados las acciones, propiedades y atributos diferentes de la divinidad, y por otro lado las necesidades y exigencias o condiciones del culto público, fueron causa de que se introdujeran y adoptaran muchos y muy diferentes símbolos, más o menos adecuados, para representar y distinguir los atributos, propiedades y efectos atribuidos a la Divinidad. Bajo la influencia [78] de la imaginación grosera del vulgo, merced también a la ignorancia de las clases populares y a sus tendencias antropomórficas, aquellos símbolos no tardaron en convertirse en divinidades y en objeto de cultos idolátricos de toda especie. De aquí esa muchedumbre de Dioses, esa extravagancia de cultos y adoraciones, que hicieron del Egipto el país clásico de la superstición; ese cúmulo monstruoso de divinidades y prácticas antropomórficas y fetiquistas.

Así vemos que la mitología egipcia, que comienza por la triada primordial Amon (el ser supremo, el fondo divino), Nesth (la naturaleza) y Kneph o Knouphis (la inteligencia), desciende por medio de un proceso interminable y de triadas múltiples hasta los animales, las plantas y los elementos más inanimados. El carnero, símbolo hierático de Amón, pasó después a ser ídolo o encarnación idolátrico-divina del mismo: el toro, símbolo de Osiris, se convirtió a su vez en divinidad para el pueblo, el cual adoraba igualmente y daba culto divino al chacal y al perro, símbolos de Anubis; al gato, símbolo de la luna; al cocodrilo, símbolo del tiempo y de Tifón; al ibis, símbolo de Hermes; al escarabajo, símbolo del principio activo en la generación; a la serpiente, símbolo de Kneph; a la palmera, símbolo del año; a la cebolla, símbolo del universo, a causa de sus películas concéntricas y esféricas. Esta extraña divinidad, que tenía un templo en Pelusa, es la que motivó el apóstrofe tan conocido y celebrado del poeta latino. El sol, la luna, el zodiaco, el Nilo, con otros varios cuerpos, fueron también objeto del culto idolátrico del pueblo egipcio.

Es muy posible y bastante probable, sin embargo, [79] que estos diferentes símbolos, que la ignorancia y la superstición popular convirtieron en divinidades y en materia de culto idolátrico, encerraban en su origen ciertas verdades doctrinales que la Filosofía griega presentó después como fruto de sus propias especulaciones, habiéndolas recibido de las tradiciones hieráticas y reservadas del Egipto. Vestigios evidentes y múltiples de esto, descubriremos en Tales, Pitágoras, Platón y tantos otros representantes de la filosofía helénica. Hasta el éter o fuego divino y animado de los estoicos, parece arrancar del Egipto, a juzgar por lo que Herodoto nos dice o indica {16} acerca de este punto.


{14} He aquí el pasaje íntegro de Jámblico, tomado de la versión latina de Marsilio Ficino: «Primus Deus ante ens et solus, pater est primi Dei quem gignit manens in unitate sua solitaria, atque id est super intelligibile. Ille enim major, et primus, et fons omnium, et radix eorum quae prima intelliguntur et intelligunt, scilicet, idearum. Ab hoc utique Uno, Deus per se sufficiens seipsum explicavit: ideoque dicitur per se sufficiens sui pater, per se princeps. Est enim [77] hic principium, Deus deorum, unitas ex uno super essentiam, essentiae principium; ab eo enim essentia, propterea pater essentiae nominatur. Ipse enim et superenter ens intelligibilium principium». De mysteriis Aegyptiorum, pag. 154, edic. 1552.

{15} «Pythagoras, Plato, Democritus, Eudoxus et multi alii ad sacerdotes Aegyptios accesserunt. Pythagoras et Plato didicerunt philosophiam ex columnis Mercurii in Aegypto». De myst. Aegyptiorum, pág. 5.

{16} «Egyptii vero censent, vivam belluam esse ignem, quae devoret quidquid nacta sit, tum pabulo satiata, simul cum eo quod devoravit, moriatur». Herodoto, Historiar., lib. III, núm. 16.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 74-79