Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Primer periodo de la filosofía griega

§ 34

Anaxágoras y sus discípulos

A contar desde Heráclito, y gracias en parte a sus teorías y a los nuevos problemas que planteó de una manera más o menos explícita en el campo de la Filosofía, aparecen en la escuela jónica dos direcciones diferentes, que son: la teístico-espiritualista, representada por Anaxágoras, y la atomística-materialista, representada por Leucipo y Demócrito.

El fundador de la primera, que nació en Clazomenes por los años 494 antes de Jesucristo, manifestó durante toda su vida un celo extraordinario por la ciencia, hasta el punto de hacer consistir el destino y la perfección suprema del hombre en la contemplación de las cosas celestiales y en el conocimiento de la naturaleza. Después de haber filosofado en su patria, fijó su [119] residencia en Atenas, centro a la sazón de la civilización helénica. Supónese que fue el primer filósofo que enseñó públicamente en la ciudad de Minerva, viniendo a ser por esta razón como el fundador de las grandes escuelas filosóficas que brillaron después en la patria de Platón, y hasta puede decirse que Anaxágoras transportó a Atenas la Filosofía griega, la cual hasta entonces había tenido su principal asiento en las ciudades de la Jonia. Todos estos merecimientos no fueron bastantes a impedir las persecuciones y calumnias provocadas por la envidia, la ignorancia y la superstición. Acusado de ser favorable a los persas, y sobre todo de impiedad, porque no reconocía la divinidad del sol, ni aprobaba las creencias y prácticas politeístas y supersticiosas del pueblo, fue encarcelado, a pesar de los esfuerzos de su amigo Pericles para salvarle, y a duras penas pudo conseguir retirarse a Lampsaco, donde murió por los años de 428. Diógenes Laercio afirma que su memoria era celebrada con fiestas religiosas por los habitantes de Lampsaco.

Aunque, según veremos después, Anaxágoras no pertenece en rigor a la escuela jónica, sobre la cual y fuera de la cual está su teoría cosmogónica y teológica, recibe, sin embargo, esta denominación, y entra en la serie de los representantes de esa escuela, no ya sólo por razón de su patria y maestros, sino también porque, a ejemplo de los representantes de la misma, se ocupa casi exclusivamente en el mundo físico, y resuelve en el sentido análogo los problemas que se refieren al origen inmediato interno y a la constitución substancial de los cuerpos.

Para el filósofo de Clazomenes, [120]

a) Los cuerpos se componen de elementos primitivos, simples, indivisibles y diferentes en esencia y cualidades, según algunos historiadores de la Filosofía, aunque otros los suponen similares. Anaxagoras vero, escribe Aristóteles, infinitatem similium partium. De todos modos, parece cierto, a juzgar por algunos pasajes del mismo Aristóteles, y especialmente por el que se halla en el libro primero De Generatione et Corruptione, que para Anaxágoras y sus discípulos, los elementos o primeros principios de las substancias, son más simples y primitivos, son menos compuestos que la tierra, el agua, el aire y el fuego, que Empedocles y otros representantes de la escuela jónica consideraban como principios simples y primeros elementos de los cuerpos: Illi autem (anaxagorici), haec quidem simplicia et elementa esse; terram autem, aquam, et ignem, et aerem, composita.

Sea de esto lo que quiera, es muy probable que, en opinión de Anaxágoras, la variedad de substancias materiales, no menos que las diferencias y diversidad de sus propiedades y atributos, resulta de la combinación varia de estos elementos primitivos, dotados de cualidades diferentes: el predominio de ciertos elementos y de las cualidades que les son innatas, determina la existencia y manifestación de éstas o aquellas propiedades en el cuerpo.

De aquí es que, según Anaxágoras, la composición y descomposición son el origen inmediato de la existencia y destrucción de las substancias todas, y representan las dos grandes leyes generales de la naturaleza. En su estado originario, los elementos primitivos de las cosas estuvieron confusamente mezclados y como [121] constituyendo una masa o substancia caótica, hasta que fueron ordenados por Dios, o sea por la Inteligencia suprema.

b) El pensamiento psicológico de Anaxágoras es bastante obscuro y dudoso. Según algunos, enseñaba que la Inteligencia suprema es el principio común y formal de la vida, de la sensibilidad y de la razón, de manera que la razón del hombre, el conocimiento sensible de los animales y la vida de las plantas, son cosas idénticas en la esencia, y sólo se diferencian y distinguen en sus modos de manifestación, a causa de la diferente organización de substancias. En nuestro sentir, es más verdadera, porque es más conforme con el espíritu general de su Filosofía teístico-espiritualista, la opinión de los que afirman que para Anaxágoras: 1º, la inteligencia suprema es principio, no formal, sino eficiente de la vida en las plantas, del conocimiento en los animales y de la razón en el hombre; 2º, que cuando dice que la organización es la que determina las diferentes manifestaciones de dichas substancias, sólo quiere significar que convienen o se asemejan en poseer un principio vital, es decir, en ser substancias animadas. Esto es tanto más probable, cuanto que nuestro filósofo distingue entre el alma, a la que reconoce y denomina principio de la vida, y la razón propiamente dicha, a la que considera como atributo del espíritu. Por otra parte,

c) Su doctrina acerca de la verdad y el criterio de la misma, hace más fundada la segunda opinión, puesto que, según Anaxágoras, a la razón sola y no a los sentidos pertenece juzgar de las cosas, reconociendo la primera como criterio de la verdad. [122]

Empero el mérito verdadero de Anaxágoras, su gloria especial como filósofo, consiste en haber arrancado a la escuela jónica de las corrientes panteístico-materialistas, en cuyo fondo venía agitándose de una manera más o menos inconsciente, para colocarla en las corrientes más puras del teísmo espiritualista. Hasta entonces la escuela jónica no conocía más divinidad que una fuerza cósmica inherente e innata en la materia, principio necesario del movimiento y vida de la misma, así como de sus combinaciones y transformaciones, especie de alma universal que, en unión con la materia, constituye el mundo, ser único informado, movido, vivificado y animado por esa fuerza inmanente que se parece bastante a la Fuerza de Büchner y de los materialistas contemporáneos. La ley que determinaba los movimientos de la materia y sus varias transformaciones operadas por esa fuerza inmanente, apellidábanla algunos casualidad, mientras que otros la denominaban destino, el cual, –sea dicho de paso–, como ley de transformación cósmica, tiene bastante analogía con la ley dialéctica hegeliana.

Anaxágoras, después de demostrar que el acaso y el destino representan una hipótesis absurda que carece de sentido, establece y demuestra que el orden y armonía que reinan en el mundo exigen la existencia de una inteligencia superior al mundo e independiente de éste en su ser y esencia. Esta inteligencia nada tiene de común con los demás seres; es eterna, posee poder infinito, y es la que ha ordenado el mundo con todos sus seres por medio de los elementos primitivos, eternos e indivisibles, y la que rige y gobierna estos mismos seres. Excusado es advertir que, careciendo de [123] la idea de creación, el filósofo de Clazomenes pudo abandonar el terreno panteístico-materialista de la escuela jónica, elevándose hasta el concepto de un Dios personal, inteligente, ordenador del mundo, superior a éste y causa primera de su movimiento, orden y conservación, pero no pudo salir del terreno dualista, reconociendo la existencia de una materia eterna, y en estado caótico, la misma a la que Dios comunicó movimiento, orden y vida.

Es justo añadir, sin embargo, que el pensamiento del filósofo de Clazomenes sobre este punto capital de su doctrina no es tan explícito y completo como fuera de desear, al menos si hemos de formar juicio por el testimonio tan autorizado y competente de Aristóteles. Supone e indica éste algunas veces que la inteligencia suprema admitida por Anaxágoras era el primer principio del movimiento (dicens intellectum movisse omnia), el primer motor o agente, el verdadero principio de todas las cosas (principium maxime omnium), y, lo que es más, principio el más simple entre todos, principio trascendente y puro {27}; pero al propio tiempo le vemos otras veces esparcir dudas sobre el pensamiento genuino de Anaxágoras, y hasta reprocharle que echó mano de la inteligencia divina como de una máquina para explicar el origen y constitución del mundo: Nam et Anaxagoras, tanquam machina utitur intellectu ad mundi generationem.

En orden al origen inmediato y a la constitución [124] interna de los seres, Anaxágoras profesaba opiniones que revelan el estado imperfecto de las ciencias físicas, y que no se elevan gran cosa sobre las que profesaba la escuela jónica. Así le vemos afirmar,

a) Que la luna está habitada lo mismo que la tierra.

b) Que el sol es una masa de piedra incandescente.

c) Que el cielo está lleno de piedras, algunas de las cuales caen a veces sobre la tierra, con lo cual explicaba la existencia y caída de los aerolitos.

d) Que las plantas nacieron espontáneamente de gérmenes y semillas contenidas en la atmósfera que rodea la tierra, y

e) Que análogo era el origen de los animales, bien que los gérmenes o principios vitales de éstos, en vez de proceder del aire, habían caído del cielo.

Sobre esta materia el testimonio de Diógenes Laercio y de otros historiadores de la Filosofía se halla confirmado por el de San Ireneo, cuando escribe: Anaxagoras dogmatizavit, facta animalia decidentibus e coelo in terram seminibus. Sin embargo, aun en este punto, Anaxágoras supo elevarse sobre la generalidad de sus antecesores y contemporáneos; pues mientras éstos confundían e identificaban el alma sensitiva de los animales con la intelectiva, Anaxágoras separaba las dos, a juzgar por varios pasajes de Aristóteles {28}.

Los discípulos y sucesores de Anaxágoras, Arquelao de Mileto y Metrodoro de Lampsaco, no quisieron [125] o no supieron conservar pura la tradición de su doctrina teístico-espiritualista, formando una especie de sincretismo y amalgama entre la doctrina de su maestro Anaxágoras y la panteístico-materialista de la escuela jónica. Esta degeneración y alejamiento de las doctrinas y tendencias de su maestro, revélase especialmente en Arquelao, cuya doctrina acerca de la moral y el derecho resume Diógenes Laercio en la siguiente proposición: «Los hombres nacieron espontáneamente de la tierra; fundaron enseguida ciudades, crearon las artes y establecieron las leyes: la diferencia entre lo justo y lo injusto no está fundada en la naturaleza de las cosas, sino únicamente en las leyes positivas». Como se ve, esta doctrina quita el mérito de la originalidad al famoso Hobbes y a los ateos y materialistas de nuestros días.

De todos modos, la escasa influencia que el principio espiritualista ejerció sobre sus discípulos de escuela, se halla ventajosamente compensada por la poderosa y eficaz que ejerció sobre Pericles, Eurípides, y más todavía sobre Sócrates, cuyo mérito principal consiste en haberse apropiado y haber desenvuelto el principio teístico-espiritualista de Anaxágoras, aplicándolo, no sólo al orden físico, sino al metafísico, y al orden moral.


{27} «Verutamem, intellectum ponit (Anxágoras) principium maxime omnium; solum enim dicit ipsum, eorum quae sunt, simplicem esse, et immixtum et purum». De Anima, lib. I, cap. III.

{28} Entre estos merece citarse el siguiente: «Anaxagoras autem videtur quidem aliud dicere animam et intellectum... Solum enim ipsum (intellectum) dicit, eorum, quae sunt, simplicem, esse, et immixtum, et purum». De Anima, lib. I, cap. II.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 118-125