Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Primer periodo de la filosofía griega

§ 43

Demócrito

Tomó éste a su cargo completar y desarrollar la doctrina de Leucipo, haciendo aplicaciones de la misma a la psicología y la moral. Abdera, colonia de jonios, parece haber sido la patria de este filósofo, por los años 460 antes de Jesucristo. Dejando a un lado tradiciones y leyendas acerca de su vida y vicisitudes, cuya parte de verdad histórica es difícil discernir {44}, lo que sí parece indudable es que su amor a la ciencia [158] le llevó a emprender largas y penosas peregrinaciones por países distantes y climas muy diferentes. Clemente de Alejandría y otros autores respetables, ponen en boca de este filósofo un pasaje en que se felicita y hace alarde de haber recorrido más países que ninguno de sus contemporáneos. «He visto, dice en el pasaje aludido, la mayor parte de los climas y de las naciones. He oído a los hombres más sabios, y nadie me ha superado en la demostración de la composición de las líneas, ni aun los egipcios, que se llaman a sí mismos arpedonaptas, entre los cuales he residido por espacio de ocho años». Merced a estos viajes científicos, a su vocación decidida por la ciencia y a la constancia de sus estudios, Demócrito adquirió gran caudal de conocimientos, de lo cual es también evidente indicio el número prodigioso de escritos que le atribuye y cita Diógenes Laercio.

Desgraciadamente, la elevación, pureza y verdad de estos conocimientos no están en relación con su cantidad. Su teoría cosmológica coincide con la de Leucipo: los átomos y el vacío son los principios de todas las cosas; los primeros como principio positivo; el segundo como principio privativo y condición del movimiento atomístico, el cual contiene la razón suficiente inmediata de la existencia, diversidad, atributos y cualidades de los seres. Para no verse en la necesidad de [159] señalar una causa al movimiento, decía que el tiempo es infinito y el movimiento eterno, sin reparar en lo absurdo y contradictorio de estos conceptos.

Para que hubiera, sin duda, proporción y armonía entre el espacio y el tiempo, como la había entre el átomo y el movimiento, uno y otro eternos, según Demócrito, afirmaba éste, si hemos de dar crédito a Cicerón, que el espacio en que se verifica el movimiento de los átomos es también infinito {45} o absolutamente ilimitado.

En conformidad con estos principios, Demócrito enseñaba también, si hemos de dar crédito al testimonio y a diferentes pasajes de Aristóteles, Sexto Empírico, Cicerón y Plutarco: a) que la realidad primitiva, el verdadero y único ser es el átomo; b) que todos los seres y substancias visibles son cuerpos o agregados de átomos; c) que la constitución, origen y desaparición o muerte de estas substancias depende exclusivamente de la unión, varia combinación y separación de los átomos, y, por consiguiente, que lo que se llama generación y corrupción de las substancias no existe en el sentido propio de la palabra; d) que lo que se llama nacimiento y muerte en los animales y el hombre, no tiene más fundamento ni más significación real que la reunión y separación de átomos en condiciones determinadas de número, relación y movimiento.

A la doble hipótesis del tiempo infinito y del [160] movimiento eterno, Demócrito añadía la del número infinito de átomos y de sus figuras. Y apoyándose o partiendo de esta triple hipótesis, el filósofo de Abdera afirmaba que existen muchos mundos, entre los cuales algunos eran semejantes entre sí y otros desemejantes, unos carecían de sol que los iluminara, al paso que otros tenían muchos soles. Suponía también que dichos mundos están sujetos a vicisitudes análogas a las que experimentan los animales y el hombre, de suerte que, en un momento dado del tiempo, algunos de estos mundos se encuentran en su periodo de crecimiento, otros en el apogeo de su grandeza y perfección, algunos en estado de decadencia y en vías de disolución.

Aunque algunos críticos e historiadores de la Filosofía, así antiguos como modernos, han creído que Demócrito consideraba el vacío como una entidad real y positiva, es mucho más probable, por no decir cierto, que sólo quería dar a entender que el vacío existe realmente, es decir, que la existencia del vacío absoluto es una verdad.

En el orden psicológico, Demócrito enseña que el alma del hombre es una substancia compuesta de átomos sutiles y de figura esférica, como los que constituyen el fuego (infinitis enim existentibus figuris et atomis, quae speciei rotundae, ignem et animam dicit), según afirma Aristóteles. El alma debe concebirse como un cuerpo sutil que existe dentro de otro más grosero, es decir, dentro del cuerpo humano, difundiéndose y penetrando todas las partes de éste, sin perjuicio de producir diferentes funciones vitales en sus diferentes órgano y miembros. El calor vital y la movilidad perpetua que acompañan al alma, son debidos a la figura [161] esférica de los átomos que entran en su composición {46}, por ser ésta la figura que más se presta al calor y al movimiento.

El pensamiento, la conciencia y la sensación son el resultado de la agregación o combinación diversa de los átomos que constituyen la substancia del alma, y son también la razón suficiente y el origen de sus variaciones, de manera que los diferentes fenómenos psíquicos están en relación con esas combinaciones atómicas. Así, por ejemplo, cuando algunos de los átomos que forman la substancia del alma salen del cuerpo, sobreviene el sueño y los estados morbosos, que llevan consigo la falta de conciencia. Mientras los átomos anímicos residen dentro del cuerpo, el hombre tiene conciencia perfecta de sí mismo; consiguientemente, cuando todos estos átomos se separan y huyen del cuerpo, resulta lo que llamamos muerte. Como el pensamiento, la conciencia y la sensación no pertenecen a los átomos por sí mismos y en sí mismos, sino que son resultado de su combinación y agregación, cuando los átomos anímicos se separan unos de otros y del cuerpo en que antes residían y al cual vivificaban, desaparecen aquellas potencias y atributos, y con ellos la personalidad humana. Porque no sin fundamento afirma Ueberweg que el movimiento circulatorio de los átomos anímicos y luminosos sostenido por la inspiración y la expiración, representa y constituye el proceso y [162] duración de la vida y sus manifestaciones {47}, según la teoría de Demócrito.

En boca de éste, la palabra espíritu no significa ni una fuerza suprema y creadora del mundo, ni siquiera un principio de la naturaleza superior al movimiento mecánico, esencialmente distinta de éste, sino como un materia más sutil y brillante, al lado de otras materias más groseras, o, si se quiere, un fenómeno que resulta de las propiedades matemáticas de ciertos átomos, considerados en sus relaciones con otros de diferente naturaleza y figura.

Los dioses son para el filósofo de Abdera, seres análogos al alma en su origen y composición, sin más diferencia que el estar organizados con más solidez y tener mayor duración de vida, sin que por eso se hallen libres de descomposición y muerte. Estos dioses, por más que sean superiores al hombre y comuniquen a veces con éste por medio de los sueños, no deben inspirarnos temor alguno, toda vez que, además de ser mortales como nosotros, se hallan sometidos, lo mismo que los demás seres, a la ley suprema y fatal de destino (fatum), es decir, a la ley inmutable del movimiento atomístico eterno, necesario y universal a que se hallan sujetas todas las cosas.

Aristóteles afirma que Demócrito identificaba el entendimiento con los sentidos, afirmación que se halla en perfecto acuerdo con la doctrina del mismo hasta aquí expuesta, no menos que con su teoría del [163]conocimiento. Verifícase éste, en opinión de Demócrito, por medio de imágenes sutiles que pasan de los objetos a nuestros sentidos y de éstos al alma, determinando en los primeros las sensaciones o percepción sensible de los cuerpos, y en la segunda lo que llamamos conocimiento intelectual. Apenas sabemos cosa alguna acerca de la esencia real de las cosas; pues por medio del entendimiento sabemos únicamente la existencia de los átomos y del vacío. Las percepciones de los sentidos son meras modificaciones o afecciones subjetivas, y nada nos enseñan acerca de la realidad objetiva de las propiedades que atribuimos a los cuerpos. El calor, el frío, lo amargo, lo dulce, &c., no son más que nombres que damos a las modificaciones de nuestros sentidos (Locke – Descartes – Kant), pero no cualidades reales de los cuerpos. Percibir o conocer las cosas en sí, conocer la realidad objetiva pertenece exclusivamente a la razón, única capaz de percibir y demostrar la esencia y la existencia de los átomos, del movimiento y del vacío.

La moral de este filósofo cífrase toda en una tranquilidad egoísta del ánimo, o sea en el amor y goce bien entendido de los placeres. Evitar y apartar de sí todo aquello que puede perturbar el ánimo, o que puede acarrear algún trabajo, algún disgusto, algún pesar, alguna conmoción violenta, he aquí lo que constituye el bien para el hombre; he aquí en lo que consiste la virtud. La intemperancia y los placeres sensuales son vituperables, pero es porque y en cuanto que producen satisfacción pasajera, seguida de disgusto y saciedad, que excluyen la tranquilidad y satisfacción plena del ánimo. De aquí también que si deben [164] evitarse las acciones injustas, es a causa del temor del castigo y del sentimiento de pesar interno que dejan en pos de sí. Cuéntase que Demócrito rechazaba igualmente el matrimonio y el amor de la patria, en atención a los disgustos, trabajos, cuidados y zozobras que estas cosas llevan consigo. Sabido es que las escuelas revolucionarias y los ateos de nuestro siglo, partidarios del amor libre y de la patria universal, sin fronteras ni separación de naciones y estados, han progresado hasta el punto de reproducir las doctrinas del filósofo ateo y materialista, sobre cuya tumba han pasado más de veinte siglos.


{44} Entre otras, merecen indicarse las siguientes, a que hacen alusión varios historiadores y escritores antiguos: «El padre de Demócrito era tan rico, que hospedó en su casa y obsequió a Xerjes a se regreso de la expedición contra los griegos. Suponen algunos que para premiar su hospitalidad, el rey de Persia le dejó algunos magos para que sirvieran de maestros a su hijo Demócrito. Dícese también que cuando este filósofo volvió a su patria, después de largas peregrinaciones y viajes en busca de la ciencia, sus compatriotas quisieron declararle loco, por haber disipado su gran fortuna en semejantes viajes; pero que habiendo leído públicamente uno de sus escritos, los [158] que trataban de expedirle patente de insensato y loco quedaron poseídos de tal admiración al oír la lectura de su obra, que votaron pensiones y estatuas en su obsequio. Es posible que esta tradición sea la que dio origen a la leyenda, según la cual los abderitanos rogaron a Hipócrates que fuera a curar la locura de su conciudadano Demócrito. Según otra leyenda, este filósofo se sacó los ojos con el objeto de evitar mejor las distracciones.

{45} He aquí sus palabras, refiriéndose a Demócrito: «Ille atomos quas appellat, id est, corpora individua propter soliditatem, censet in infinitio inani, in quo nihil summum, nec infimum, nec medium, nec ultimum, nec extremum sit, ita ferri, ut concursionibus inter se cohaerescant.» De finib., lib. I, cap. VI.

{46} Refiriéndose a este punto de la teoría de Demócrito, escribe el ya citado Aristóteles: «Harum atomorum autem sphaerica, animam (constituunt), propterea quod maxime possunt per totum penetrare hujusmodi figurae, et movere reliqua, cum moventur et ipsa.» De Anima, lib. I, cap. III.

{47} «Durch das Einathmen schöpfen wir Seelenatome aus der Luft, durch das Ausathmen geben wir welche an sie ab, und das Leben besteht so lange, als dieser Process andauert». Grundriss der Geschich. der Phil., tomo I, pag. 74.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 157-164