Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 66

Teoría de Platón sobre las Ideas y el conocimiento

El punto culminante de la Filosofía platónica y la clave de su doctrina es su famosa teoría de las Ideas, íntimamente ligada con la teoría del conocimiento humano. La obscuridad, el lenguaje confuso, y hasta cierto punto contradictorio, que se observa en Platón cuando habla de las Ideas, han dado origen a interpretaciones muy diversas acerca de esta teoría. Para nosotros, la teoría platónica de las Ideas, considerada en sí misma y en sus relaciones con la teoría del conocimiento, puede reducirse a lo siguiente: [232]

a) La ciencia tiene por objeto lo necesario, lo inmutable, lo absoluto: las cosas pasajeras, mudables y contingentes no pueden ser objeto de la ciencia. Síguese de aquí que la ciencia no puede ser el conocimiento de las cosas singulares, visibles y materiales que percibimos con los sentidos, toda vez que éstas varían continuamente, y están sujetas a perpetuo mudar, como enseña Heráclito.

b) El objeto, pues, de la ciencia son las Ideas, las cuales contienen y representan lo que hay de necesario, inmutable y absoluto en las cosas. Estas Ideas son independientes, anteriores y superiores al espacio, al tiempo, a los individuos y al mundo visible; contienen y representan las esencias, es decir, la verdadera realidad de las cosas. Pero a la vez que realidades superiores, eternas, ingenerables, son también nociones universales de las cosas, pero nociones innatas, que no traen su origen de los sentidos, ni de las abstracciones y comparaciones del entendimiento.

c) Estas mismas Ideas son a la vez tipos, modelos y ejemplares primitivos de las cosas singulares y sensibles, las cuales vienen a ser como impresiones, imágenes, imitaciones y participaciones de las Ideas universales, inmutables, inteligibles y eternas. Así es que las Ideas son los verdaderos seres reales; son objetos más reales que los objetos sensibles, puesto que la realidad de éstos tiene su razón suficiente y trae su origen de la realidad de las Ideas. De aquí es que el mundo visible y material debe considerarse como una mera imitación y figura, como una concreción parcial, como una imagen imperfecta del mundo inteligible, que es el mundo de las Ideas. [233]

d) Aunque todas las Ideas convienen en los caracteres de necesidad, inmutabilidad, independencia y superioridad con respecto al mundo sensible, lo mismo que en ser tipos y razón suficiente de las cosas singulares, existe entre ellas cierto orden jerárquico en relación con su universalidad. El lugar supremo entre ellas corresponde a la Idea del Bien, la cual contiene debajo de sí a todas las demás. La Idea del Bien es, además, el modelo típico, el ejemplar supremo, según el cual Dios llevó a cabo la creación, o, mejor dicho, la ordenación del mundo.

e) ¿Pero cuál es el lugar de las Ideas platónicas? ¿En dónde existen o residen estas Ideas? He aquí uno de los puntos obscuros de esta teoría. Platón afirma desde luego que las Ideas no residen en el mundo sensible, y que no necesitan del espacio. En cambio afirma, o al menos indica, unas veces que existen por sí mismas y en sí mismas, ora que existen en el mundo inteligible, ya que existen en la Idea absoluta y suprema del Bien.

f) En el hombre deben distinguirse dos órdenes de conocimiento, uno inferior e imperfecto, otro superior y propiamente científico. El primero abraza las sensaciones y la percepción de los objetos singulares y sensibles con sus imágenes o representaciones. Este conocimiento no alcanza ni penetra a lo que hay de inmutable y permanente, o sea a la esencia de las cosas, y por lo mismo no merece el nombre de ciencia, sino solamente el de opinión, puesto que carece de necesidad objetiva, de claridad y certeza. Sin embargo, sirve para excitar, dirigir y concentrar la razón, que es la facultad superior del alma, sobre las Ideas que [234] preexisten en el espíritu, aunque adormecidas y en estado latente. La intuición de estas Ideas, o digamos, de su contenido, que representa la esencia y realidad verdadera, inmutable y necesaria de las cosas, es lo que constituye el segundo orden de conocimiento, el conocimiento inteligible, la ciencia. De aquí es que, para Platón, la ciencia es una verdadera reminiscencia de Ideas inteligibles, preexistentes y conocidas de antemano, y no una adquisición real de conocimientos o de verdades desconocidas.

En conclusión, y resumiendo: la gran teoría platónica acerca de las Ideas, teoría que constituye el fondo y la esencia de la filosofía del discípulo de Sócrates, puede reducirse y condensarse en los siguientes términos: La Idea, con relación a Dios, es su inteligencia; con relación al hombre, es el objeto primero y real del entendimiento; con relación a al mundo externo y sensible, es el arquetipo, el modo ejemplar; con relación a sí misma, es la esencia de las cosas; con relación a la materia, es su medida, su sigilación, su principio, su impresión.

Si consideramos esta teoría de las Ideas por parte de sus aplicaciones a la teoría del conocimiento, a la que sirve de base, principio y forma, puede resumirse en los siguientes términos: Hay dos mundos, uno eterno inteligible, inmutable e insensible; otro material, producido, mudable, visible y contingente. A estos dos mundos objetivos corresponden cuatro grados de conocimiento por parte del hombre, que son:

a) La imaginación que percibe especies o representaciones de los objetos sensibles.

b) La fe (fides), por medio de la cual asentimos a [235] la realidad objetiva del mundo externo, y conocemos las cosas sensibles, como singulares y contingentes.

c) La ciencia racional (ratio) o demostrativa, por medio de la cual conocemos las Ideas en cuanto constituyen y representan las verdades y objetos del orden matemático.

d) Y finalmente, la ciencia intelectual (intellectus) o superior, la inteligencia intuitiva de las Ideas, y principalmente la del ser absoluto (intelligentiam quidem ad Supremus ipsum), principio universal de los dos mundos, o sea de la Idea del Bien, que es al mundo inteligible lo que el sol material es al mundo visible. Porque en la teoría de Platón, esta Idea del Bien es el ser de los seres, la esencia superior a todas las esencias, el principio real de la verdad, de la ciencia y hasta de la inteligencia; en una palabra: es el mismo Dios, principio y razón suficiente de todas las cosas, pero superior y distinto de todas ellas. Por grandes que sean, añade Platón, la belleza y excelencia de la verdad y de la ciencia, puede asegurarse, sin peligro de error, que la Idea del Bien es distinta de las mismas y las sobrepuja en belleza; lejos de identificarse realmente con el Bien, deben considerarse como imágenes y reflejos de aquel, así como en el mundo sensible la visión y la luz no se identifican con el sol, aunque tienen alguna analogía {77} con el mismo, y son como derivaciones del astro del día. [236]

Es de advertir aquí que, según ya hemos indicado arriba, el pensamiento de Platón acerca de la teoría del conocimiento, o al menos su modo de expresarse, ofrece cierta confusión y ambigüedad. Hay pasajes de sus obras en que los sentidos externos, la memoria, el sentido común, la reminiscencia y la fantasía, aparecen como otros tantos modos y facultades de conocimiento, y hay también otros en que se presentan bajo un punto de vista más o menos diferente del ya indicado a las funciones, alcance y objetos de la imaginación, de la [237] opinión, del pensamiento o cogitatio {78} y del intellectus o ciencia intelectual.

Puede alegarse también, en confirmación de lo dicho, la doctrina que Platón expone en el diálogo Theaetetes acerca del conocimiento humano, doctrina que, si bien coincide en el fondo con la teoría arriba expuesta, no deja de ofrecer algunos puntos de vista diferentes de aquella y algunas fases especiales. El discípulo de Sócrates comienza por distinguir dos órdenes o géneros de ser objeto posible del conocimiento: uno inteligible, inmutable e incorpóreo; otro sensible, corpóreo y mudable. La percepción o conocimiento del primero, considerada esa percepción en general, se llama inteligencia, y es función propia y exclusiva de la razón, así como la percepción del segundo pertenece a los sentidos, y se llama en general opinión.

Empero el ser inteligible e inmutable que constituye el objeto propio de la razón, es de dos especies, a saber: el intelligibile primum, el cual comprende y abraza las ideas divinas, las inteligencias superiores y las almas humanas; y el intelligibile secundum, que abraza y contiene los números y figuras matemáticas, [238] pues esos objetos, aunque son incorpóreos, y en este concepto pertenecen al orden de los seres-objetos inteligibles, ofrecen cierta inferioridad con respecto al contenido del intelligibile primum, porque están sujetos a división. La percepción y conocimiento del inteligibile primum, o, mejor dicho, de las esencias contenidas en él, se llama inteligencia o sabiduría intelectual: la percepción de las esencias matemáticas que constituyen el intelligibile secundum, tiene por nombre propio cogitatio intellectualis. El orden sensible, como objeto-posible de conocimiento, se divide también en dos, que son: el sensibile primum y el sensibile secundum. Pertenecen al primero los cuerpos todos con sus propiedades y accidentes, y su percepción o conocimiento se llama creencia o fe: pertenecen al segundo las representaciones, apariencias e imágenes de los cuerpos, y su percepción recibe el nombre de imaginación.

Comparando y relacionando esta teoría, o, digamos mejor, esta fase de la teoría platónica del conocimiento con la anteriormente expuesta; es como puede formarse idea relativamente exacta y cabal de la concepción del filósofo ateniense acerca del origen, proceso y naturaleza del conocimiento humano. Y tampoco debe echarse en olvido, por lo que puede contribuir a reconocer y fijar el sentido de esta teoría del conocimiento, que Platón suele presentarnos la razón como facultad y percepción intermedia entre la pura inteligencia (intellectus, sapientia) como percepción intuitiva e inmediata de las Ideas, de las cosas divinas, y la opinión como facultad y conocimiento de las cosas inferiores, comprendiendo en éstas, no solamente las [239] cosas sensibles, sino también las matemáticas. Marsilio Ficino, al exponer y desarrollar esta doctrina de Platón, supone, no sin fundamento, que su verdadera mente es enseñar además que la razón, cuando se convierte y aplica a las cosas inferiores, participa de su imperfección y de los errores que entraña la opinión; y que, por el contrario, se hace participante de las cosas divinas y de su percepción cognoscitiva cuando se convierte a las cosas superiores y a la inteligencia o mente, o sea a la parte suprema y como divina del alma, asiento de la sabiduría o ciencia propiamente dicha, al paso que la razón lo es de la reminiscencia: Quoties (ratio) ad inferiora porrigitur, opinionis repletur erroribus et divina cogitare desistit. Cum vero ad mentem sui ducem convertitur, divinorum cognitionem haurit. Quam proprio nomine in mente sapientiam, in ratione reminiscentiam Plato nuncupat.

En vista de todo lo cual, podemos resumir y simplificar la teoría de Platón en los siguientes términos:

a) El objeto propio general del conocimiento humano, como conocimiento científico de las cosas en sí, como conocimiento perfecto, real y posesivo de la verdad, es el mundo suprasensible de las Ideas, mundo permanente, eterno e inmutable, como lo son las esencias de las cosas contenidas, o, mejor dicho, identificadas con las Ideas.

b) El objeto propio general del conocimiento humano, como conocimiento inseguro, mudable e imperfecto, es el mundo sensible, el mundo de los cuerpos singulares, mundo contingente, variable e imperfecto, como lo son los elementos o seres de que consta.

c) Al mundo suprasensible de las Ideas como [240] objeto cognoscible, corresponde como facultad cognoscente en el hombre la inteligencia, y al mundo sensible como objeto cognoscible corresponde a su vez la opinión como facultad cognoscente. Pero en una y otra deben distinguirse dos grados o manifestaciones; porque la inteligencia, o es conocimiento superior de las Ideas como tales y como esencias de las cosas en sí mismas y en sus relaciones con el mundo sensible e inferior, y entonces se llama, ora mente, ora sabiduría, ora inteligencia simplemente; o es conocimiento de la Ideas que constituyen el mundo y las verdades del orden matemático, y entonces se llama razón, y algunas veces pensamiento o ciencia (cogitatio, scientia). A su vez la opinión, en cuanto es percepción y asentimiento a la existencia de los objetos sensibles singulares, se llama fe o creencia; pero en cuanto y cuando es percepción de las representaciones, imágenes, sombras o especies de estos objetos, recibe el nombre de representación, que algunos llaman imaginación, y que otros apellidan conjetura.

En armonía con estas indicaciones puede formarse el siguiente esquema de la teoría Platónica:

A) Objetos
Género o Mundo InteligibleGénero o Mundo Sensible
IdeasMatemáticasCuerposImágenes
B) Formas del Conocimiento
InteligenciaOpinión
MenteRazónFeRepresentación

Resulta de lo dicho hasta aquí que en la teoría de Platón el conocimiento humano comprende los siguientes cuatro grados o modos, procediendo de abajo arriba: percepción de las imágenes de los cuerpos (representación; ¿conjetura?) singulares; percepción o conocimiento (fe, creencia) de los cuerpos como cosas o existencias singulares y contingentes; conocimiento científico de las esencias y verdades matemáticas (ratio, cogitatio), conocimiento de las Ideas como esencia de las cosas, de sus mutuas relaciones entre sí y con la Idea del Bien, principio y causa de las demás, y que es el mismo Dios (intelligentia, sapientia) o el Ser Supremo.

Para que una teoría del conocimiento humano sea completa, no basta señalar el objeto y el sujeto o las formas del mismo, sino que es necesario además señalar y explicar el origen y el proceso o generación del mismo, y principalmente el tránsito del orden sensible y contingente al orden inteligible y necesario, que representa el objeto y el terreno propio de la ciencia. Colocado en presencia de esta última fase del problema del conocimiento, Platón no halla modo de resolverlo sino apelando a la hipótesis de la preexistencia de las almas. Las cosas sensibles que constituyen el mundo visible, y que son el primer término u objeto de nuestra actividad, ni contienen la esencia de las cosas, ni menos las condiciones de inmutabilidad, certeza, evidencia y necesidad que entraña la verdad; son como imágenes lejanas y obscuras, meras sombras de las Ideas, y por lo mismo impotentes e incapaces de ponernos en posesión de aquellas y de la verdad. Pero aunque impotentes de suyo para suministrar la percepción de las Ideas y de la verdad en sí, los objetos sensibles excitan [242] y provocan al alma a fijar su mirada en las Ideas, lo cual consigue concentrándose en sí misma y abstrayéndose o separándose del mundo externo. Y si el alma, al concentrarse en sí misma, descubre y conoce las Ideas cuya lejana y obscura sombra había vislumbrado en los objetos sensibles, es porque esas Ideas existen en el fondo del alma, bien que obliteradas y como sepultadas en el olvido y las sombras. Todo lo cual sólo puede concebirse y explicarse, admitiendo que las almas humanas, con anterioridad a su unión con el cuerpo, existieron y formaron parte del mundo inteligible, y vivieron en comunicación directa e inmediata con las Ideas; la misma que llevaron consigo al unirse con el cuerpo, y que en virtud de esta unión quedaron como sepultadas, obscurecidas y olvidadas. Luego en realidad de verdad el proceso de generación y el origen inmediato de la ciencia en el hombre, es un proceso de reminiscencia. La ciencia no se adquiere; se reproduce y se recuerda: Discere est reminisci.


{77} Las siguientes palabras, tomadas del largo pasaje en que Platón expone y desenvuelve este punto capital de su teoría del conocimiento humano, podrán servir al lector para juzgar de la exactitud de nuestra exposición, y también para conocer la marcha del filósofo ateniense sobre esta materia: «Saepe audisti Boni ideam esse maximam disciplinam. An majus quid esse putas, sine possessione [236] Boni alia omnia possidere, quam sine Boni ipsius et pulchri intelligentia, caetera intelligere?... Sic et de animo cogita. Quando enim illi (Bono) inhaeret, in quo veritas, et ipsum ens emicat, intelligit illud cognoscitque, et intellectum habere videtur. Illud igitur quod veritatem illis, quae intelliguntur, praebet, et intelliginti usum ad intelligendum porrigit, Boni ideam esse dicito, scientiae et veritatis, quae per intellectum percipitur, causam. Cum vero adeo pulchra duo haec sint, cognitio scilicet ac veritas, si bonum ipsum aliud quam ista, et pulchrius aestimabis, recte putabis. Et quemadmodum lumen ac visum, solis speciem quandam habere aestimare decet, idem vero ipsum esse, nequaquam; ita cognitionem et veritatem, Boni ipsius speciem habere quidem aliquam, esse vero ipsum minime; augustior enim est ipsius Boni majestas... Solem quidem dices, ut arbitror, iis quae videntur, non modo videndi praebere potentiam, verum etiam generationem, augmentum, nutritionem, cum ipse tamen generatio non sit. Atque ita dicas, Bonum iis quae cognoscuntur dare non modo ut cognoscantur, sed esse insuper, et essentiam elargiri, cum ipsum essentia non sit, sed supra essentiam, dignitate ipsam et potentia superans.»
Platón prosigue exponiendo y aplicando los cuatro modos de conocimiento que hemos mencionado, y concluye en los siguientes términos: «Atque ad has quatuor proportiones (subjecti cognoscentis cum objecto), quatuor itidem animi affectiones accipe. Intelligentiam quidem ad Supremum (Bonum) ipsum; ad secundum, cogitationem; ad tertium, fidem; ad postremum vero, assimilationem sive imaginationem.» De republ., lib. VI circa finem.

{78} Así vemos que en el Theaetetes habla de la cogitatio y de la opinio en sentido diferente del indicado en el texto, apellidando o definiendo a la primera: Sermonem quem ipsa anima apud se volvit circa illa quae considerat. Y añade a continuación: «Hoc enim mihi videtur, per cogitationem scilicet, animam nihil aliud agere, quam secum ipsam disserere, interrogando, respondendo, affirmando atque negando. Postquam vero definit, idemque sive tardius sive velocius animadvertens asserit, neque vagatur, hanc ipsam opinionem ponimus: quamobrem opinari loqui appello, opinionemque sermonem non ad alium, nec voce, sed silentio et ad seipsum». Oper., página 157.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 231-242