Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 92

El escepticismo académico

El esceptismo académico y debe su origen a una transformación de la escuela platónica. Arcesilao, natural de Pitana, en la Eolia, y discípulo sucesor de Crates en la Academia, fue el autor de esta transformación. Con el intento de oponer una valla y correctivo al dogmatismo exagerado de Zenón y Crisipo, resucitó y puso de nuevo en boga el método socrático, empleando la ironía, la interrogación y la duda en las controversias filosóficas. Los procedimientos escépticos por parte del método le condujeron al escepticismo objetivo, y sus ataques contra las ideas claras de los estoicos como criterio de la verdad, le arrastraron a exagerar las ilusiones de los sentidos y [384] la impotencia de la razón par cerciorarse de la realidad objetiva de las cosas y para llegar a la posesión científica y refleja de la verdad. Sócrates había dicho: sólo sé una cosa, y es que no sé nada; y Arcesilao, desarrollando el germen escéptico del maestro de Platón, añadía: ni aun sé de cierto que no sé nada. Sin embargo, su escepticismo no se extendía al orden moral, cuya fijeza admitía con los estoicos, limitándose al orden especultativo y metafísico. Sus discípulos y sucesores inmediatos fueron Lacides de Cirene, Evandro de la Focide y Hegesino de Pérgamo. Su sistema es conocido generalmente en la historia de la Filosofía con los nombres de Academia media, Academia segund, para distinguirlo deeeeeee

b) La Academia tercera o nueva, que debió su origen al filósofo Carneades. Nació éste en Cirene, dos siglos antes de Jesucristo; y habiendo sido enviado a Roma en calidad de embajador en 155, llamó la atención de los romanos con su elocuencia, y más todavía con su doctrina filosófica, la cual parece que se diferenciaba poco en el fondo de la de Arcesilao. Uno y otro oponían a la percepción comprensiva (catalepsia) de los estoicos la incomprensibilidad (acatalepsia) objetiva de las cosas, o sea la imposibilidad de conocer con certeza y evidencia lo que son las cosas en sí mismas, su realidad objetiva.

Algunos de ellos, sin embargo, y con especialidad los representantes de la Academia nueva o tercera, reconocían el valor relativo y la legitimidad práctica de los sentidos, como reconocían también la posibilidad y la suficiencia de la verosimilitud o probabilidad racional para la dirección de la vida. Yerran, según [385] observa Cicerón, los que piensan que los académicos niegan en absoluto el testimonio de los sentidos; pues lo que realmente niegan a éstos es la razón de criterium, o nota propia para discernir lo verdadero de lo falso. Tampoco niegan toda especie de afirmación y negación, sino la que se refiere a la realidad objetiva de las cosas {133}, o, mejor dicho, a la cognoscibilidad cierta y evidente de esta realidad objetiva. Podemos, no obstante, formar juicios probables acerca de las cosas, los cuales son suficientes para la dirección y orden de la vida, por más que admitirse que el hombre conoce con certeza y comprende con verdad la naturaleza o ser de las cosas como son en sí mismas, cuya realidad o esencia y atributos permanecen incomprensibles a la razón humana.

El argumento fundamental en que se apoyaban para llegar a esta conclusión, es la imposibilidad en que nos [386] hallamos de reconocer con certeza y evidencia si nuestras percepciones e ideas son o no conformes con los objetos a los que se refieren nuestras representaciones. Así es, que pudiera decirse que en realidad de verdad la doctrina de Arcesilao (Academia media), y la de Carneades (Academia nueva), representan una doctrina idealista más bien que una doctrina escéptica, o al menos que su aspecto escéptico es una deducción y resultado de su concepción idealista. El escepticismo académico es bastante análogo al escepticismo idealista de Berkeley y al criticismo escéptico de Kant en los tiempos modernos. Más todavía: la analogía entre Arcesilao y Kant, hácese más notable si se tiene en cuenta que, así como el filósofo de Koenisberg colocó el orden moral fuera del principio escéptico por una feliz inconsecuencia, así también el filósofo griego no extiende ni aplica al orden práctico el rigorismo acataléptico que profesa en el orden especultativo.

Por lo demás, la diferencia entre Carneades y Arcesilao, entre la Academia nueva y la Academia media, más bien que en el fondo, consiste en el método de procedimiento y de aplicación. Carneades, además de acentuar en sentido más idealista la doctrina de Arcesilao, se distingue por la crítica sutil y universal de los sistemas filosóficos, y con especialidad del estoicismo, al cual persiguió sin tregua ni descanso, refutando y demoliendo una por una todas sus afirmaciones dogmáticas.

c) Clitómaco, natural de Cartago, discípulo y sucesor de Carneades, se limitó a continuar la enseñanza de su maestro, y poner por escrito sus argumentos y sus ataques contra los estoicos. [387]

d) No imitó su ejemplo su discípulo y sucesor Filón de Larisa, el cual inició en el seno de la Academia platónica un movimiento de restauración antiescéptica, esforzándose en restablecer el dogmatismo moderado de la antigua Academia. Según Sexto Empírico, reconocía Filón la posibilidad de conocer los objetos con certeza y evidencia, y admitía, además, ciertas proposiciones lógicas como absolutamente ciertas y verdaderas.

e) Este movimiento de restauración dogmática, que Filón no había hecho más que iniciar, recibió desarrollo y complemento en manos de Antíoco de Ascalón, el cual admitía la evidencia intelectual o percepción clara de la razón, como criterio de la ciencia {134}, y lo que es más aún, reconocía la evidencia de los sentidos {135} como razón y fuente de juicios ciertos y verdaderos.

Teniendo en cuenta las profundas diferencias de doctrina que separan a este filósofo de las teorías escéptico-idealistas profesadas por Arcesilao y Carneades. Dieron algunos a su escuel el nombre de Academia novísima. Pero la verdad es que la doctrina de Antíoco [388] no es ni escéptica ni académica; pues su solución del problema crítico participa a la vez de la solución platónica, de la estoica y de la peripatética. Filón de Larisa, y con particularidad Antíoco de Ascalón, representan la transición del escepticismo al sincretismo, y preparan el camino al eclecticismo superior y sistemático de la escuela de Alejandría.


{133} Merece ser leído el pasaje en que Cicerón expone y resume el pensamiento académico a que se alude en el texto: «Vehementer errare eos, qui dicant, ab Academia sensus eripi, a quibus nunquam dictum sit, aut colorem, aut saporem, aut sonum nullum esse; illud sit disputatum non inesse in his propriam, quae nusquam alibi esset, veri et certi notam.
»Quae cum exposuisset, adjungit, dupliciter dici assensum sustinere sapientem: uno modo, cum hoc intelligatur, omnino eum rei nulli assentiri; altero, cum se a respondendo, ut aut approbet quid, aut improbet, sustineat, ut neque neget aliquid, neque ajat. Id cum ita sit, alterum placere, ut nunquam assentiatur, alterum tenere, ut sequens probabilitatem, ubicumque haec aut accurrat, aut deficiat, aut etiam, aut non respondere possit. Nam, cum placeat, eum, qui de omnibus rebus contineat se ab assentiendo, moveri tamen et agere aliquid, reliquit (Carneades) ejusmodi visa, quibus ad actionem excitemur… Non enim lucem eripimus, sed ea quae vos percipi comprehendique, eadem nos, si modo probabilia sint, videri dicimus.» Lucul., cap. XXXII.

{134} Así se desprende de la doctrina que Cicerón le atribuye por boca de Lúculo, cuando escribe en sus Cuestiones académicas : «Et cum accessit ratio, argumentique conclusio, tum... eadem ratio perfecta his gradibus, ad sapientiam pervenit. Ad rerum igitur scientiam vitaeque constantiam, aptissima cum sit mens hominis, amplectitur maxime cognitionem.»

{135} He aquí las palabras que en orden a este punto pone en su boca el citado Cicerón: «Ordiamur igitur a sensibus, quorum ita clara judicia et certa sunt... Meo judicio ita est maxima in sensibus veritas, si et sani sunt et valentes, et omnia removentur quae obstant et impediunt.» Acad. Quaest., lib. II, cap. X.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 383-388